¿Qué y cómo hacer? Pistas de una venezolana migrante en Bogotá en tiempos de transición política

Rut Vilchez

Pontificia Universidad Javeriana

Escribo por dos razones,  la primera es dar cuenta de mi experiencia migratoria, y la segunda, aportar algunas reflexiones para imaginar una política migratoria colombiana, que más que apuntar a la integración, por lo menos sea sensata. Ciertamente, y a modo de spoiler, este texto estará lleno de lugares comunes para quienes vivimos en este territorio, reiteraciones e ideas ya mencionadas sobre la migración venezolana, pero capaz tiene una perspectiva diferente para quienes lo leen desde otra parte de América Latina. 

Parto de proponer una idea bastante polémica que sirve para posicionarme políticamente sobre un aspecto central de la migración venezolana: su instrumentalización. Uno de los aspectos de esta instrumentalización es la atención humanitaria, necesaria para salvar las vidas migrantes, ciertamente, pero que muchas veces se usa como condena que se dispone para perpetuar esta mirada humanitarista (Domech,2017; Mezzadra, 2005; Varela, 2015). 

Otra idea polémica, estoy segura, es el uso político de las migraciones venezolanas que, en una especie de sanción al “régimen chavista”, se ha convertido en capital político de la derecha colombiana y venezolana, tal y como lo demostró en toda su gestión el expresidente de Colombia, Iván Duque. Cabe esperar por ello que este crisol de derechas colombianas y venezolanas hagan uso instrumental de estas migraciones de cara al gobierno progresista del  presidente Gustavo Petro. Una vez más, la migración venezolana y su representación en medios, discursos políticos, en la academia, en la esfera pública y en los espacios privados seguirá siendo un terreno en disputa de la política colombiana y los actores de la geopolítica regional y continental.

En Colombia  se encuentra el nicho intelectual y político que construye el imaginario internacional de la migración venezolana dispersa por todo el globo; porque, en este país hay más de dos millones de personas venezolanas, y entre estos millones hay personajes de la derecha tradicional que han formado frentes comunes para incidir, desde la distancia, en la vida política del estado Venezolano. 

Esos tanques de pensamiento (thinksthanks), financiados con  dinero de muchas familias y corporaciones tradicionalmente conservadoras analizan las migraciones y su impacto socioeconómico al mismo tiempo que aportan elementos para justificar las acciones políticas y económicas, las sanciones contra el pueblo venezolano. Es así que desde Colombia han salido estrategias violentas con ejemplos contundentes en contra de la nación vecina, como lo es la operación Gedeon.

Con este panorama trazado, es que propongo que el gobierno de la coalición, hoy hecha gobierno en el país que habito, hay que imaginar un modelo de política migratoria que, más que centrarse en la “atención de la población migrante venezolana”, oponga una verdadera hospitalidad que realmente desborde las medidas hasta ahora adoptadas en la materia. 

Y es que, a pesar de los diferentes permisos otorgados a migrantes de nacionalidad venezolana, como el Permiso Especial de Permanencia (PEP) y ahora el Permiso por Protección Temporal (PPT), la población venezolana en Colombia se mantiene laborando en la informalidad:

“(…) A pesar de que actualmente casi la mitad de los dos millones de venezolanos que están en el país se encuentran en condición migratoria regular, es decir, tienen un documento que les permitiría ser contratados en el país, cerca del 90% de esta población están hoy en la informalidad laboral. Conseguir un empleo formal para un venezolano resulta casi imposible (…)” (Proyecto Migración Venezuela, 2021) 

Las disputas por la subsistencia de la población venezolana se dan en los espacios de la informalidad, en un mano a mano con la población precarizada colombiana. Sin embargo,  las personas migrantes se encuentran en desventaja, ya que la pobreza monetaria en migrantes venezolanos es mayor que la colombiana “(…) En el promedio de 23 ciudades capitales, se tiene que la incidencia de pobreza para la población venezolana se ubica en 61,3 % frente a 33,3 % para la población colombiana (…)” (CONPES 4100,2022: 49). 

Bogotá, Colombia 28-09-2020. En la localidad de Bosa, en el sur de Bogotá, Juan Carlos realiza los últimos preparativos antes de iniciar una jornada de trabajo. Al igual que muchos otros venezolanos en Colombia, Juan Carlos trabaja informalmente. En su caso lo hace reciclando desperdicios por las calles de la capital colombiana. Fotografía: Joel Guzmán 

Con respecto a la educación superior, las cifras siguen siendo desalentadoras, tanto para las, los, les migrantes, como para la sociedad de acogida, ya que “(…) entre 17 y 28 años, se identifica que aquellos que no contaban con educación superior y no se encontraban estudiando fue superior en la población migrante venezolana en Colombia (94,4 %) respecto al resto de la población (71,1 %) (…)” (CONPES 4100, 2022: 48). Por ahora muy poca población migrante ingresará a las universidades colombianas.

Asimismo, las mamás venezolanas, mayoritariamente responsables del cuidado de hijos e hijas, usan poco los servicios del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), por eso es menor la cantidad y el tiempo de permanencia de niñas y niños venezolanos en los centros de servicios (CONPES 4100, 2022). Al conversar con algunas compañeras, madres, migrantes, en sus relatos subyace un temor de que les sean retirados sus hijos, en una especie de incomprensión de las desigualdades presentes en la maternidad migrante por parte del Estado colombiano; pero, a esto se le suma  la niñez no acompañada, quienes están bajo medidas de restitución de derechos o quedaron huérfanos y nadie se digna a buscar a su núcleo familiar en Venezuela, situación que no puede nombrarse menos que trágica

Por eso, insisto, es evidente que el discurso de solidaridad hacia los venezolanos migrantes del expresidente Iván Duque fue solo eso, un discurso,  a la postre no fue tan efectivo, ya que las acciones con la población migrante -mucho más cercanas a la caridad- construyeron una imagen poco solidaria de la migración, una especie de hermandad incómoda, hermandad que ciertamente fue histórica y llena de tensiones en las zonas de frontera durante las últimas décadas marcadas por la violencia en Colombia, pero ahora en zonas cercanas a éstas -como las ciudades de Riohacha o Bucaramanga-  la xenofobia es manifiesta y está en aumento según reportes de la prensa local y nacional. 

La paradoja es que mientras este discurso vende a Colombia como un país viable y amigable para migrar, al mismo tiempo coloca a las mujeres venezolanas entre la victimización y la criminalidad e invisibiliza la trata de mujeres jóvenes que salen desde Venezuela, contactadas por las redes criminales que están en los barrios populares, allá y acá, pagando los traslados, persuadiéndolas para que salgan en busca de una mejor vida y ya estando acá, son trasladadas a otros lugares.

Por otro lado, ese mismo discurso invisibiliza un fenómeno poco amplificado, y es la migración en reversa o de retorno. En tiempos de pandemia y postpandemia, en Colombia hay personas y familias confinadas, sobreviviendo y sin recursos para devolverse a su país porque el gasto diario no alcanza. Estas familias temen volverse a casa caminando, atravesar de nuevo los peligros que eso implica. Esto les empuja a quedarse acá, en  las ciudades colombianas en condiciones casi de servidumbre. Y es por todo esto que necesitamos pensar en un programa de retorno que consiga comunicar la lectura de muchas defensoras de migrantes: acá están mal y sin redes de apoyo, pero allá tendrán a sus redes para resolver la vida. 

Sigo con las pistas, me parece que también es necesario ampliar la mirada sobre la migración pendular o transitoria. Esta migración ya no está presente solamente en zonas fronterizas y ciudades como Bogotá, Cali o Villavicencio, en donde muchas personas migran para trabajar por varios meses y después regresan a Venezuela y así van construyendo su vida en constante movilidad, los y las migrantes pendulares están por todas partes, por lo que es importante pensar en opciones eficaces.

Considero que uno de los vacíos del gobierno de Iván Duque fue pensar toda la construcción normativa de atención a población migrante a partir de la ausencia de relaciones bilaterales. Entonces, las medidas de protección a la migración venezolana están soportadas en la negación del otro país y su gobierno. Es por eso que las modificaciones deben ser pertinentes en razón del restablecimiento de relaciones entre los dos países, pero además de pensar mecanismos permanentes de atención y acompañamiento a todas las migraciones y sus tránsitos. 

Además, hay que decirlo claro, Colombia no debe convertirse en un tapón para el paso de las personas migrantes que van rumbo a los Estados Unidos. Pensar en el Darién como un paso formal puede ser una locura, pero podría ser posible abrir algún puente transfronterizo, canales, vías, que sean seguras, porque el costo humano, político y social de ser tapón de movilidad es muy alto.

También es importante atender el dolor de las infancias migrantes que están en las escuelas colombianas y que no tienen lugar para enunciar su origen, cultura, valores y modo de vida; pues no es que les “dé pena decir que son venezolanos”, sino que es mucha la violencia que reciben al exponer su origen. Es común escuchar a niñas y niños venezolanos decir que son colombianos, que prefieren estar acá, y así van desmarcándose de eso que les dicen que es “malo”, pero que en el fondo los constituye. Es esa generación rota desde acá, que va a crecer sin tener una apuesta real de integración ni un mapa de posibilidades (Appadurai, 2019). Así que toca pensar qué se hace con todo este dolor, violencia y desarraigo desde la educación colombiana; es fundamental. 

En el caso de las mujeres migrantes, es urgente construir redes entre la comunidad de acogida, gobierno y migrantes para crear mecanismos de atención y acompañamiento formales y comunitarios desde los territorios. Muchas de estas mujeres trabajan jornadas de catorce o dieciocho horas, tienen que dejar a  sus hijos solos en casa. Estas mujeres tienen miedo o no tienen tiempo para hacer comunidad, muchas de ellas están aguantando el maltrato de su pareja colombiana o venezolana porque temen perder las custodias de sus niñas y niños y sienten inseguridad jurídica por no tener documentación o tener solamente el PPT. Es indispensable pensar en ellas y en la forma de romper ese círculo de violencia. 

Estas son las pistas que logro articular de momento. Espero sirvan y resuenen con otras. 

Bogotá, Colombia 22-06-2020. Retrato de una niña venezolana en el patio de su casa. Su familia llegó a Colombia en 2018 y viven en esta casa compartida en la localidad de Engativá, en el occidente de Bogotá. Fotografía: Joel Guzmán 

Referencias bibliográficas

(IN)MOVILIDAD. (s.f.). Migración en reversa. Obtenido de (IN)MOVILIDAD.

Appadurai, A. (2019). Salida traumática, narrativas de identidad y ética de la hospitalidad. Televisión y nuevos medios, 20 (6), 558–565.

Domenech, E. (2017). Las políticas de migración en Sudamérica: elementos para el análisis crítico del control migratorio y fronterizo. Terceiro Milênio, 8(1), 19-48.

Mezzadra, S., (2005). «En el principio fue la horca. Migraciones, movilidad del trabajo e historia del capitalismo», en Derecho de fuga, migraciones, ciudadanía y globalización. Traficantes de sueños. Madrid. Pp. 79- 87.

Revista Semana, (2021). «¿En qué trabajan los venezolanos que llegan a Colombia?» Proyecto Migración Venezuela.

Varela, A. (2017). La trinidad perversa de la que huyen las fugitivas centroamericanas: violencia feminicida, violencia de estado y violencia de mercado. Obtenido de Debate Feminista, 53.

Varela, A. (2015). “Luchas Migrantes”: Un nuevo campo de estudio para la sociología de los disensos. Revista Andamios, 12(28) , 145-170.

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