Es costumbre revisar y remembrar durante las últimas semanas de un año y las primeras del año siguiente, eventos importantes del año por terminar. Una conmemoración del 2021 relativa a un libro importante para la historia del pensamiento latinoamericano puede haber pasado un tanto desapercibido en algunos sectores sociales por su contenido evidentemente religioso: Teología de la liberación, del peruano Gustavo Gutiérrez. Aquí hablaremos brevemente de su relevancia para la conformación del pensamiento crítico en el cincuenta aniversario de su publicación, y así no dejarlo en el olvido del año que pasó.
Antecedentes e inicios de un pensamiento
Al libro mencionado le antecedieron varios eventos que obraron todos de alguna manera como impulsos para su elaboración:
– El II Concilio Vaticano (1962-1965), una reunión de todos los obispos católicos del mundo, que, a diferencia de muchos concilios anteriores, no definió herejías y amenazó con excomulgar a sus adherentes, sino que propuso con algo de autocrítica y con mucho optimismo una apertura general de la iglesia al mundo moderno.
– La encíclica Populorum progressio (1967), del papa Pablo VI, que incorporó en plena efervescencia del “Decenio del Desarrollo”, declarado por la ONU, el tema del “desarrollo” a la enseñanza social de la iglesia y que, si bien optó claramente por estrategias de cambio no violentos, admitió la excepción del “caso de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país” (n. 31).
– Los numerosos y variados experimentos de las después llamadas genéricamente “Comunidades Eclesiales de Base” y otras formas locales y/o regionales de organización alternativa tales como las cooperativas.
– La participación directa e indirecta de cristianos y líderes religiosos en actividades políticas radicales y guerrilleras. [1]
La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en 1968 en la ciudad colombiana de Medellín y que motivó el primer viaje de un papa a América Latina, reconoció estar “en el umbral de una nueva época histórica de nuestro continente, llena de un anhelo de emancipación total, de liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración colectiva”. Constituyó el inicio de un cambio profundo en la iglesia católica en América Latina y el Caribe, aunque éste pronto fuera bloqueado de muchas maneras dentro y fuera de ella por fuerzas conservadoras, unas reacias a cualquier cambio, otras miedosas de perder sus privilegios ilegítimos.
Pocas semanas antes de la mencionada conferencia episcopal, Gustavo Gutiérrez (sacerdote católico nacido en 1928, con estudios de medicina y luego de filosofía y teología, primero en Lima y después en diversos países europeos, y durante los años 1960 al mismo tiempo profesor universitario en Lima, vicario en una parroquia limeña y participante en diversas actividades pastorales en varios países latinoamericanos) acuña en una reunión en la ciudad peruana Chimbote el término “teología de la liberación”. El ya clásico del pensamiento latinoamericano que se publica tres años después con este título, se basa tanto en la reflexión teológica del autor como en sus vivencias con grupos y movimientos eclesiales que buscan una respuesta a preguntas tales como: ¿Cómo hablar de dios en vista del sufrimiento de los inocentes? ¿Cómo predicar la Buena Nueva de Nazaret en un continente nominalmente cristiano desde hace medio milenio, pero donde los seres humanos no viven como hermanas y hermanos?
Sin embargo, el libro traducido a más de una docena de idiomas y también fuente de inspiración de las llamadas “teologías contextuales” en otros continentes del Sur global, no propone la sustitución de la teología por un pensamiento socioeconómico o el activismo político, como a veces ha sido malinterpretado (ver para esto el capítulo 3, “El problema”, pp. 95-110). Más bien explicita y promueve una ruptura con el proceder teológico habitual, la que igualmente se observa en la práctica de muchas comunidades cristianas y en trabajos de otros teólogos latinoamericanos de esa época: entienden la teología no como colección de verdades eternas que deben ser “aplicadas” a cualquier realidad histórica, sino como “acto segundo” que parte de y responde al análisis de la vida real de los seres humanos y de las circunstancias socioculturales concretas que la condicionan y hasta determinan. Al inicio de la introducción a la primera edición se señala que las “experiencias de hombres y mujeres comprometidos con el proceso de liberación, en este subcontinente de opresión y despojo que es América latina” constituyen la base de la reflexión teológica pendiente, dirigida a “elucidar el significado de su solidaridad con los oprimidos” (p. 13) [2] . Éstos últimos son caracterizados en el último capítulo como “los pobres” (“Pobreza: solidaridad y protesta”, pp. 320-338), capítulo que debe mucho a la revisión de los debates sobre desarrollismo y dependencia, movimientos de reforma y revolución y las ideas de autores como Mariátegui, el Che Guevara y Paulo Freire en el capítulo 6 (“El proceso de liberación en América Latina”, pp. 127-144). El resultado de su lectura de la Biblia es claro: “La pobreza es para la Biblia un estado escandaloso que atenta contra la dignidad humana… Hay pobres porque hay hombres que son víctimas de otros hombres” (p. 325, 327). Ahora bien, “el ‘pobre’, hoy, es el oprimido, el marginado por la sociedad, el proletario que lucha por sus más elementales derechos, la clase social explotada y despojada, el país que combate por su liberación” (p. 337).
Mirada autocrítica y perspectivas a futuro
No puede reseñarse aquí la evolución de medio siglo de un movimiento latinoamericano de pensamiento y de acción, al cual el libro dio su nombre, dejando también de lado que dista de ser un movimiento uniforme, sino que consiste de corrientes bastante diferentes, y también que con el transcurrir del tiempo incorporó de diferente manera perspectivas de género, de la indianidad y de la tercera raíz (afrodescendencia), y llegando a la construcción de metodologías interculturales. Pero vale la pena resaltar la importancia para la comprensión y evaluación de la obra de la “Introducción a la decimocuarta edición”, de 1990, titulada “Mirar lejos” (pp. 17-53). En el extenso texto, el autor peruano caracteriza algunas de las condiciones sociales, intelectuales y eclesiales clave de la época de su redacción, identifica algunas de las reacciones a su publicación, hace referencia a diversos desarrollos posteriores de sus ideas y del movimiento identificado de alguna manera con el título de la obra, y reafirma su vigencia.
Valga como ejemplo de esto como Gustavo Gutiérrez amplía y precisa el concepto de pobre, que se volvió fundamental para la reflexión teológica latinoamericana y centro de álgidas polémicas en torno a la conocida expresión acuñada por la III Conferencia Episcopal General Latinoamericana de 1979 en Puebla, de “la opción preferencial por el pobre”. El pobre es “el ‘no persona’, es decir aquel que no es valorado como ser humano con todos sus derechos, comenzando por el que tiene a la vida y a la libertad en diversos terrenos” (p. 31). Pero el acercamiento teórico y práctico al mundo del pobre, interlocutor en la reflexión teológica, “ha tenido sus costos, porque si bien los privilegiados de este mundo aceptan sin mayores sobresaltos que se afirme la existencia de una masiva pobreza en la humanidad (no hay modo en nuestros días de ocultarla), los problemas empiezan cuando se señalan sus causas. Su búsqueda conduce inevitablemente a hablar de injusticia social: en ese momento se encuentran las resistencias. Sobre todo, si al análisis estructural se añade una perspectiva histórica concreta que evidencia las responsabilidades personales” (p. 25).
Gustavo Gutiérrez subraya que no se trata de yuxtaponer una perspectiva teológica latinoamericana a la tradición desarrollada durante dos milenios en Europa. Pero marca claramente la diferencia entre una preocupación centrada en la herencia de la Ilustración y la problemática de la postmodernidad (p. 31), y una reflexión surgida del estudio solidario de “las condiciones de vida del pueblo latinoamericano” (p. 26). Éste debe actualizarse permanentemente y ha incorporado más recientemente “valiosas perspectivas y nuevas vertientes de las ciencias humanas (psicología, etnología y antropología) para el examen de una situación intrincada y móvil” (p. 26). Es en este sentido que la teología de la liberación, apoyada sin duda por el actual papa, fue y sigue siendo usuaria de las ciencias sociales y humanas latinoamericanas más avanzadas y, al mismo tiempo, su impulsora.
[1] Sobre este tipo de procesos y sus impactos en México durante esa época informa el apartado II (pp. 44-232) del volumen publicado por Miguel Concha Malo y otros, La participación de los cristianos en el proceso popular de liberación en México (Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM/Siglo Veintiuno Editores, México, 1986).
[2] Se cita en lo que sigue aquí de esta manera: Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación: perspectivas. Ediciones Sígueme, Salamanca, 2004, 17ª ed.).