La discusión en @laconjurapod nutrió buena parte de esta columna. 


El 24 de marzo de 2021, la Asociación Autónoma del Personal Académico de la UNAM (AAPAUNAM) publicó un comunicado titulado “Orgullo y Privilegio”. Ante el paro de más de 20 escuelas y facultades por los problemas de pago a profesores de asignatura y ayudantes, la asociación aseguraba que la comunidad académica de la UNAM era “privilegiada con el pago oportuno de su salario y prestaciones” y era inevitable que “algunos de sus miembros estén enfrentando demora en sus percepciones”. Los “auténticos universitarios”, seguía el comunicado, no debían de exigir más sus pagos ni pretender “obtener beneficios personales y de grupo”, sino sumar sus “voluntades y convicciones” para defender a las autoridades de la UNAM. 

Sería exagerado decir que la AAPAUNAM es un sindicato de protección, charro, blanco o agachón. En realidad, la AAPAUNAM no tiene de sindicato ni el nombre. A pesar de ser la titular del contrato colectivo de trabajo de los académicos de la UNAM, la asociación no se define como una organización de trabajadores, sino como una organización gremial y tiene toda la razón. Son en realidad una organización patronal conformada por los académicos con más ingresos de la Universidad. 

  1. Trabajo sin trabajadores, empleo sin patrones

El 16 de noviembre de 1972, Pablo González Casanova y del Valle presentó su renuncia irrevocable a su cargo de rector de la UNAM. El motivo  era su férrea oposición al sindicalismo dentro de la Universidad en el contexto de la huelga del Sindicato de Trabajadores y Empleados de la UNAM (STEUNAM). Menos de un mes antes, la nueva organización había organizado una huelga exigiendo su reconocimiento como ente negociador del salario, pero el rector se oponía a reconocer a la universidad como un ente patronal y a los empleados de la universidad como trabajadores. Más aún, González Casanova sostenía que de reconocer al sindicalismo universitario  «la UNAM sería presa de los enemigos de la cultura y de la inteligencia nacionales»(Guillén, 2012, p. 311).

La postura de Don Pablo no era única entre los rectores de la UNAM que lo precedieron, y ha continuado las siguientes décadas. El STEUNAM ganó la huelga y el reconocimiento como ente negociador del salario en enero de 1973, después de casi tres meses de huelga y con Guillermo Soberón como rector. El siguiente año comenzó la organización de un sindicato de académicos y en 1975 estalló una nueva huelga del Sindicato del Personal Académico de la UNAM. El SPAUNAM logró el reconocimiento, pero al mismo tiempo distintas asociaciones de facultades, opuestas a la organización sindical comenzaron a organizar una Federación de Asociaciones del Personal Académico. 

En los siguientes años la Federación, que se mantenía como una asociación gremial y no sindical, ganó fuerza con el apoyo de las autoridades universitarias. En enero de 1976, la Federación disputó la negociación del contrato colectivo con el SPAUNAM. Las diferencias entre sus propuestas de incremento de sueldo no eran sustanciales, en tanto que ambas organizaciones pedían alrededor del 30%, sino en la distribución: la demanda del SPAUNAM implicaba incrementar más el salario de los profesores de asignatura y ayudantía con más de 15 horas de clase a la semana. A pesar de que el SPAUNAM mantuvo la titularidad del contrato, las divisiones siguieron en los próximos años, mientras el cuerpo académico se decidía entre identificarse como trabajadores o identificarse como patrones de la universidad. 

La unión del SPAUNAM y el STEUNAM en un sindicato único de trabajadores y académicos en la UNAM en 1977 fue la gota que derramó el vaso para los sectores antisindicalistas en la universidad. Soberón se negó a firmar un nuevo contrato colectivo con el sindicato, y la federación, ahora constituida como AAPAUNAM, cuestionaba las influencias socialistas en la organización y consideraba que la unión con trabajadores lesionaba “gravemente sus relaciones con la Universidad.” Dos años más tarde, la organización comenzó una campaña para retirar la titularidad del contrato sobre el sector académico de la universidad. Finalmente, con una operación política basada en la Facultad de Medicina, la AAPAUNAM ganó la titularidad del contrato de los académicos por 52% contra 48% del STUNAM. 

2. Estímulos a la minoría

La victoria de la AAPAUNAM sobre el STUNAM representó también una integración aún mayor entre la organización gremial, la burocracia universitaria y el sistema de gobierno de la UNAM. Más que una organización de trabajadores, la Asociación era una asociación de administradores y, en esa medida, se confundieron con la élite universitaria. José Narro como Secretario General de la UNAM firmó el primer Contrato Colectivo con la organización antisindical, y afianzó el poder de la facción de médicos tanto entre las autoridades como en la organización gremial.

Durante toda la década, Narro mantuvo la alianza con la AAPAUNAM, y la perspectiva antitrabajo de la organización se reforzó también a nivel nacional. En 1984 se creó el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), con el fin de normalizar las remuneraciones de profesores universitarios, pero, de nuevo, concentrada en los académicos de carrera. Basada en un sistema de competencias y estímulos, pronto el modelo se importó al interior de diversas instituciones de enseñanza superior. Es así que en abril de 1990 la UNAM inició el Programa de Estímulos a la Productividad y el Rendimiento del Personal Académico, otorgando un estímulo económico a los profesores de carrera. Tres años después se transformó en el actual PRIDE, el cual otorga sobresueldos desde el 45% hasta el 115% a los académicos de carrera, además de que los mayores de 70 años no requieren renovar su nivel.

La estructura de competencias reforzaba las desigualdades de décadas entre profesores de tiempo completo y profesores de asignatura y ayudantes y formaba parte del programa de remuneraciones por competencias de la AAPAUNAM. En otras palabras, el AAPAUNAM negoció un modelo aún más desigual del existente como respuesta a la caída del poder adquisitivo del salario de los profesores, e instauró, en la realidad, un sistema de retiro en activo que beneficia a una pequeña minoría del profesorado. 

Mientras la universidad se volvía más desigual al interior, se volvía más excluyente del exterior. Los aspirantes rechazados no han dejado de crecer y el incremento en la matrícula de los últimos años en la UNAM se ha basado en este modelo de desigualdad que hace recaer la mayor parte lectiva en las y los profesores de asignatura. Narro, de nueva cuenta, estuvo a cargo de la transición universitaria posterior a la huelga y logró reducir drásticamente los costos por estudiante en la UNAM (Gráfico 1).

Fuente: Elaboración propia con datos de  http://www.estadistica.unam.mx/series_inst/index.php
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Esta reducción de costos ha sido posible por los profesores de asignatura sin acceso a PRIDE ni SNI, los cuales han crecido de manera ininterrumpida ante un estancamiento de las plazas de tiempo completo (Gráfico 2). Tan sólo entre 2012 y 2018 el salario real por hora para los profesores de Asignatura A cayó un 11%, a pesar de concentrar la mayoría de las funciones lectivas y, crecientemente, administrativas de la universidad. Coordinadores de carrera, núcleo terminal e incluso de programas de posgrado son profesores de asignatura contratados semestralmente. En total, las y los profesores de asignatura concentran el 85% de los nombramientos y son el 58% de la planta académica total de la universidad. Hay más nombramientos que profesores, algunos Profesores de Asignatura mantienen nombramientos de ayudantía como forma de complementar su ingreso.

Fuente: Elaboración propia con datos de  https://dgapa.unam.mx/images/estadistica/anuario_estadisticas_dgapa_2020.pdf
Fuente: Elaboración propia con datos de anuario_estadisticas_dgapa_2020.pdf

3. El 1%

Este modelo de explotación no sólo le ha permitido reducir costos a la universidad, sino que ha configurado una clase patronal al interior de la universidad. Los profesores de carrera dependen, en buena medida, del trabajo de sus profesores ayudantes y asistentes de investigación, además de que mantienen un número reducido de clases gracias a la contratación de profesores de asignatura. Esta extracción de excedente les ha permitido incrementar sus ingresos por medio de estímulos que crecen, en tanto pueden dedicar más tiempo a la investigación. El estímulo medio por PRIDE, por ejemplo, se incrementó en términos reales entre 2000 y 2019 un 55%, mientras que el estímulo medio del Programa de Estímulos a la Productividad y al Rendimiento del Personal Académico de Asignatura (PEPASIG) sólo lo hizo en un 5%. Sobra decir que el estímulo medio por PRIDE, para profesores de tiempo completo, es 17 veces mayor que el equivalente en el PEPASIG.

El proyecto de la AAPAUNAM, al negar la existencia de trabajo académico en la universidad, logró consolidarse como una organización patronal a su interior. Los profesores de asignatura somos contratados semestralmente, regularmente recibimos pagos hasta fin del periodo lectivo y estamos sujetos a que se nos otorguen clases cada semestre. Como somos en su mayor parte invisibles, y no tenemos nombre en las bases de datos de transparencia de la UNAM, es difícil conocer la magnitud de la desigualdad que opera. El siguiente es un ejercicio para calcularla (Pueden descargar el código y datos en https://github.com/solaresig/Desigualdad-UNAM.git).

Los gráficos 3a y 3b ilustran la distribución del ingreso entre los 41433 profesores en la UNAM, de menor a mayor, por tipo de ingreso y por tipo de nombramiento. Las y los diez profesores peor pagados, incluyendo en sus ingresos los bonos de despensa, estímulos de asistencia, antigüedad y número de horas trabajadas y antes de impuestos, reciben en promedio 2145.80 pesos al mes. En contraste, los 7 profesores y las tres profesoras mejor pagadas en la UNAM reciben en promedio 258, 175.5 pesos al mes. 

Piénselo así: el profesor emérito que se supone da clase gana 125 veces más que la profesora ayudante que realmente la imparte. El 10% de los profesores mejor pagados reciben en total ingresos mensuales por más de 422 millones de pesos, mientras que la suma del ingreso total del 80% de los profesores con menores salarios es de tan sólo 380 millones. El 1% mejor pagado de la UNAM, un grupo de 415 académicos, concentran más presupuesto de la UNAM que los 12775 profesores peor pagados. 

Dejo a su curiosidad hacer algunos de estos ejercicios matemáticos de equivalencia del trabajo. Sólo dejaré una hipótesis contrafactual más. Si se estableciera el tope salarial del gobierno federal, con un salario máximo de 111,990 pesos, y se repartieran los recursos excedentes entre los 13827 profesores peor pagados, la UNAM podría alcanzar un tope mínimo salarial para sus académicos de 2 salarios mínimos. No es mucho, pero daría un nivel de subsistencia a casi mil profesores que recibimos menos de un salario mínimo y haría caer la desigualdad en casi un 9%. 

¿Qué tan mal está la UNAM? Una de las medidas más aceptadas para representar la desigualdad es el índice de Gini; un valor cercano a cero representa una desigualdad nula (todos los recursos se encuentran equitativamente distribuidos), y un valor cercano a 1 representa una desigualdad total (todos los recursos están concentrados en una persona). De acuerdo a la estimación de Carlos Guerrero de Lizardi, basada en los salarios hora-semana-mes, el índice de Gini alcanza el valor de 65, ubicando a la UNAM como el país más desigual del mundo.  Mi estimación, basada en un cálculo de ingresos totales, arroja un Gini menor, de 56.76, lo que, de cualquier modo, ubica a la UNAM en el lugar quinto de países más desiguales a nivel mundial (y un 50% por encima de la media nacional). 

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El pasado 30 de marzo, la Dirección General de Comunicación Social de la UNAM envió un comunicado arguyendo que había realizado todos “los movimientos administrativos indispensables para regularizar lo antes posible la situación de rezago en el pago salarial” y conminaba a la comunidad a regresar a actividades después de Semana Santa. Dicha postura, replicada por varias jefaturas y direcciones, ha sido reforzada y ha roto las negociaciones con las Asambleas de Profesores. El 7 de abril, el director de la Facultad de Economía, Eduardo Vega, también convocó unilateralmente a retomar las actividades, y rompió la mesa de diálogo el viernes 10. 

La reducción del conflicto a un problema únicamente administrativo revela, de nueva cuenta, la invisibilización del trabajo en la Universidad y de los modelos de explotación a su interior. Después de décadas de dominio de la AAPAUNAM, la estructura patronal y de trabajo de la UNAM se revela en los paros recientes. Dicha estructura no sólo no ha mejorado desde la época de González Casanova, sino que ha empeorado y sus principales impulsores, exrectores, funcionarios y eméritos, se encuentran en el 1% con ingresos más altos de la Universidad. Son los únicos que pueden ser orgullosamente universitarios desde el privilegio. 


Referencias

Basurto, Jorge. Los movimientos sindicales en la UNAM. Instituto de Investigaciones Sociales, 1997.

Díaz, Ángel. «Los programas de evaluación (estímulos al rendimiento académico) en la comunidad de investigadores. Un estudio en la UNAM.» Revista Mexicana de Investigación Educativa 1.2 (1996).

González Rubí, Guillermo y María de Jesús Solís. “La profesión académica hoy. Un acercamiento a las condiciones de la docencia a través de los profesores de asignatura”. Ponencia en el XII Congreso de Investigación Educativa. 

Guillen, Jaime Torres. «Dialéctica de la imaginación: Pablo González Casanova: una biografía intelectual.» (2012).

Navarro, Robles, Hernández, Narro et al, “La reforma al EPA”

Pulido, Alberto Aranda. El sindicalismo en la UNAM cifras, hechos y datos. UNAM, 2004.

Código y archivos. https://github.com/solaresig/Desigualdad-UNAM.git