Odisea Espacial: India y la militarización del espacio exterior

El pasado 14 de julio, la Agencia India de Investigación Espacial (ISRO, por sus siglas en inglés) lanzó la nave Chandrayaan 2 con dirección a la Luna. La nave está equipada con un orbitador lunar, desde el que se pretende mapear la superficie de la luna a una altura de 100 kilómetros, un módulo de aterrizaje y un vehículo de reconocimiento con capacidad para explorar su superficie durante un día lunar (equivalente a catorce días terrestres). De lograr su cometido, la misión espacial sería el primer intento de exploración humana del polo sur del satélite, y la India se convertiría en el cuarto país en lograr un alunizaje.

El lanzamiento, efectuado cincuenta años después del alunizaje del estadounidense Neil Armstrong, se llevó a cabo en el Centro Espacial Satish Dhawan, situado en la costa de Andhra Pradesh, en la Bahía de Bengala. Los medios de comunicación indios reportaron la presencia de miles de testigos y cientos de científicos que ofrecieron plegarias rituales en los templos que rodean a la base espacial. 

El primer ministro, Narendra Modi celebró el despegue de la nave Chandrayaan 2 a través de su cuenta de Twitter. Declaró que el acontecimiento demostraba la determinación de 1 300 millones de indios por expandir las barreras de la ciencia. Al resaltar que la nave fue diseñada y construida casi en su totalidad en India, festejó el orgullo que la “misión indígena” sembraba en el corazón y el espíritu de sus compatriotas. A los pocos días, Modi anunció la intención de ISRO de crear una estación espacial capaz de albergar astronautas para el año 2022, la fecha del 75 aniversario de la independencia de la República India y el fin del colonialismo británico en el sur de Asia. De lograrlo, India se convertiría en el único país subdesarrollado del mundo en impulsar un programa espacial de estas características.

El proyecto de exploración espacial en India tiene una larga historia. En 1962, el Primer Ministro Jawaharlal Nehru creó el Comité Nacional Indio para la Investigación Espacial (INCOSPAR), que quedó bajo la tutela del científico Vikram Sarabhai. En 1969, el INCOSPAR se transformó en la ISRO. La agencia organizó el diseño y construcción del Aryabhata, el primer satélite no tripulado de la India, ensamblado en las inmediaciones de la ciudad de Bangalore. El Aryabhata fue lanzado desde el cosmódromo de Kaputsin Yar, cerca de Volgogrado, en la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el 19 de abril de 1975. En su misión de cinco días, el satélite sirvió para medir los neutrones y los rayos gamma emanados por el sol y realizar experimentos diversos en la ionósfera de la Tierra. Cinco años después, en 1980, ISRO encabezó el lanzamiento de Rohini, el primer satélite indio colocado en la órbita terrestre. En 1984, Rakesh Sharma, un piloto de la Fuerza Aérea de la India, se convirtió en el primer cosmonauta indio al pasar un tiempo en el espacio exterior, a bordo de la estación espacial Soviética Salyut 7. Sharma, quien se entrenó utilizando técnicas de yoga para resistir la microgravedad, realizó fotografías multiespectrales de los Himalayas en preparación para la construcción de una planta hidroeléctrica en las montañas del norte de India.

La existencia del programa espacial Indio—desarrollado en un país en el que el 40% de los niños sufren desnutrición, la mitad de los hogares no tienen agua potable, y la mayoría de los centros urbanos sufren de alarmantes niveles de contaminación y escasez de agua—ha sido justificado de distintas maneras. Los defensores del programa espacial afirman que éste ha contribuido de manera importante al bienestar y desarrollo de la India. Las imágenes satelitales, se ha dicho, han ayudado a prevenir daños causados por tormentas, así como a monitorear la producción agrícola, permitiendo una respuesta más veloz a la pérdida de cosechas. Por otro lado, en vista del anunciado boom de la comercialización de los viajes espaciales en el futuro cercano, la experiencia de la ISRO podría dar pie a un dinámico y muy redituable sector industrial comparable al del famoso sector del outsourcing y la tecnología de la información desarrollado en décadas recientes. En términos geopolíticos, el programa espacial indio es visto como una manera de acortar la brecha tecnológica y estratégica que separan a India de su gigante vecino del norte: la República Popular China.

Muchos especialistas han resaltado que la tecnología espacial india es un ejemplo a seguir para el mundo subdesarrollado, sobre todo en términos de su bajo costo. En el 2014, la ISRO logró alcanzar la órbita Marte con una sonda espacial experimental—la Mangalyaan—con una inversión de tan solo 74 millones de dólares, un récord de ahorro en la historia de la carrera espacial. Narendra Modi, quien ganó las elecciones ese mismo año, celebró ampliamente el austero logro afirmando que el gasto era menor a la inversión hecha para producir la película Gravity del mexicano Alfonso Cuarón. En la preparación de la misión del Chandrayaan 2 solo se invirtieron 140 millones de dólares, considerablemente menos de lo gastado por China en sus proyectos equivalentes. El precio total anunciado del proyecto para construir una estación espacial para el 2022 será de 1 400 millones de dólares, a una distancia sideral de los 25 000 millones de dólares gastados en la década de 1960 en el programa Apolo.

El lanzamiento del Chandrayaan 2 ha tenido un efecto muy positivo para la popularidad de Narendra Modi. Según periódicos indios, la aceptación del programa espacial indio es generalizada entre la población del país, y cada vez es mayor el número de jóvenes que sueñan con estudiar astrofísica para contribuir al prestigio de su país. Por otro lado, los críticos de Modi señalan que la insistencia en gastar enormes cantidades de recursos en explorar el espacio no es más que una vanidosa extravagancia en un país desgarrado por el flagelo de la pobreza y el deterioro ambiental. 

Más allá de sus defensores y detractores en India, el ensanchamiento del programa espacial indio ha sido visto como el signo de una peligrosa aceleración del proceso de militarización del espacio exterior. Los triunfos recientes de la ISRO han avanzado en paralelo al crecimiento del Sistema de Misiles Balísticos de Defensa (Ballistic Defense Missiles) de la India. Esta tecnología, copada hasta ahora por EE. UU., Rusia, China, Francia e Israel, permite derribar objetos más allá de la atmósfera terrestre, incluyendo satélites o misiles dirigidos hacia la superficie del planeta desde el espacio, y augura un nuevo frente de batalla entre las potencias globales en los años que se avecinan. 

El pasado mes de marzo, sólo cuatro meses antes del lanzamiento del Chandrayaan 2, la India lanzó un misil anti-satélite (A-Sat missile) que alcanzó una altura de 300 kilómetros y demostró al mundo el músculo espacial del gigante del Sur de Asia marcando una nueva etapa en la rivalidad militar espacial que comienza a involucrar a los países más poderosos del mundo.

En los últimos años, Rusia y China han desarrollado un fuerte arsenal capaz de derribar satélites, lo que llevó a Donald Trump a anunciar en el 2018 que abogará por la creación de una Fuerza Espacial, un nuevo brazo de las fuerzas armadas estadounidenses, para estar en condiciones de responder a las amenazas extranjeras más allá del planeta tierra. India, un país que durante décadas abogó por la desmilitarización del espacio, se ha unido hoy a un nuevo club de países con capacidad militar extratosférica.  

Al margen de los ánimos nacionalistas que pueda despertar, al estar encabezada por países dirigidos por líderes con tendencias fascistas y belicistas—Modi, Trump, Putin— esta nueva carrera militar espacial aumenta de manera alarmante la posibilidad del conflicto internacional aquí, en el planeta Tierra.

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