La necesidad de avanzar hacia una agenda laboral urgente en América Latina parece incuestionable en un contexto de transformaciones estructurales y coyunturas geopolíticas alarmantes. El proceso de reestructuración global marcado por el auge de la financiarización y el descenso sostenido de la participación del sector industrial desde los años setenta en adelante, estuvo acompañado por el incremento del trabajo no registrado y por estrategias empresariales como la tercerización laboral y otras formas de fragmentación de los colectivos laborales que transformaron profundamente las relaciones predominantes en la llamada Edad de Oro del capitalismo.

En los últimos años, cambios tecnológicos acelerados y su impacto en las relaciones laborales y el proceso productivo urbano y rural, introdujeron a los servicios profundas transformaciones en las relaciones económicas y sociales que recientemente abrieron paso incluso a fenómenos como la denominada “economía de plataformas”, que descansa sobre la negación de la existencia de trabajadores y empleadores. Luego de una etapa de expansión económica y redistribución progresiva en distintos países de la región, tras el cambio de siglo, el viraje político actual en países decisivos muestra el avance de gobiernos neoliberales en lo económico, conservadores en lo político y alineados con los países centrales, profundizando relaciones de dependencia y pérdida de capacidad soberana. Las reformas laborales impulsadas en este marco pretenden refundar la estructura normativa para eliminar lo que se consideran “distorsiones”, “costos inútiles” y “trabas al crecimiento”, promoviendo la exclusión de un sector de la clase trabajadora y afectando los derechos laborales del conjunto. En este contexto, parece urgente la elaboración de una agenda de trabajo regional e internacional en la cual los países que constituyen excepciones a estas tendencias, tienen un gran papel que cumplir.

¿Por qué considerar relevantes a los sindicatos a la hora de elaborar una agenda laboral urgente cuando tanto expresiones del sentido común dominante como diversas líneas de investigación en el campo de estudios del trabajo ponen en evidencia los límites de las organizaciones sindicales, incluso sus fallas, para defender los derechos de los/as trabajadores/as? Tomaré aquí algunos ejemplos del caso de Argentina, sobre el que trabajamos en profundidad con diversos equipos, con la sospecha de que podrían resultar interesantes para otros casos latinoamericanos.

En las líneas de investigación sobre las formas de responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad contra los/as trabajadores/as durante las dictaduras (particularmente la última dictadura argentina, 1976-1983) nos encontramos con algunos líderes y estructuras sindicales que no sólo no protegieron a las víctimas trabajadoras, sino que en muchos casos las señalaron o proveyeron datos clave para reprimirlas. En las líneas sobre privatizaciones y reformas del estado en la década de 1990, identificamos nítidamente líderes y organizaciones que obtuvieron beneficios de estos procesos a costa de un retroceso muy significativo y agudo de los derechos laborales y las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora. Al estudiar el desarrollo de la tercerización laboral, nos encontramos con sindicatos y líderes con dificultades profundas para reconocer y medir el fenómeno, para considerar a los trabajadores/as tercerizados/as como compañeros/as, y para diseñar y llevar adelante políticas sindicales contra la fragmentación de los colectivos laborales, la desigualdad salarial y de condiciones de trabajo y el costo en términos de salud laboral y “accidentes”, que en muchos casos terminaron en la muerte. Algunos sectores y líderes sindicales incluso lideraron la represión de los tercerizados, y reprimieron sus protestas, terminando incluso en la muerte militantes como Mariano Ferreyra, asesinado en octubre de 2010 cuando acompañaba una protesta por los derechos de los tercerizados. Como se encargan de repetirnos desde la política, el periodismo y la ficción, podemos encontrar en sectores del sindicalismo violencia, corrupción, burocratismo, machismo y discriminación, así como estrechas vinculaciones con núcleos regresivos del poder económico y político.

Todo esto podría llevarnos a considerar a los sindicatos como parte del problema más que como una solución en el camino de la pelea por los derechos de trabajadores y trabajadoras en América Latina. Sin embargo, si esa fuera nuestra conclusión, estaríamos olvidando que en cada uno de los casos y etapas mencionados, el movimiento sindical estuvo en el centro de la escena y protagonizó muchas otras líneas de acción que frecuentemente son invisibilizadas, distorsionadas y hasta negadas, justamente por su importancia fundamental. Durante la última dictadura argentina, uno de los objetivos centrales compartidos por las fuerzas armadas y sectores clave de las dirigencias empresariales fue justamente desmantelar el poder acumulado durante décadas por la clase trabajadora argentina, que se plasmó en una estructura normativa de protección de derechos, en un movimiento sindical fuerte, centralizado, y en la presencia de delegados/as y comisiones internas que resultaron decisivos para organizar y movilizar a los trabajadores/as en los lugares de trabajo. La dictadura buscó refundar las relaciones económicas, sociales y laborales como llave maestra para la “reorganización” nacional, y el centro de esta preocupación era la confluencia de la militancia política, guerrillera, sindical y estudiantil. El “talón de hierro” militar-patronal se abatió sobre esta confluencia en las bases políticas y sindicales, y la doble tenaza de la “miseria planificada” de la dictadura y el terrorismo de estado intentó disciplinar a una fuerza social que tenía en trabajadores y trabajadoras su alma y su motor.

En la década del 90, las reformas neoliberales nuevamente tuvieron como objetivo reconfigurar este movimiento sindical que, habiendo logrado sobrevivir a la dictadura, estaba buscando rearmarse cuando la brutal hiperinflación de 1989-1990 dio un nuevo golpe a su posición estructural. En la salida de esta nueva crisis, cuando Carlos Menem encabezó una nueva ola de reformas estructurales, diversas corrientes sindicales lideraron procesos de resistencia y organización frente a la privatización, a la apertura y la flexibilización laboral, enfrentando la legitimidad del Plan de Convertibilidad de Menem que ató el peso al dólar y logró introducir en una caja minúscula los demonios infernales del hambre, la miseria y los saqueos que la hiperinflación había multiplicado. Masticando el terror a la desocupación, a la represión y a la exclusión, diversos líderes y sindicatos estatales encabezaron Marchas Federales, Carpas Blancas docentes, llevaron adelante puebladas, ampliaron los contornos de las organizaciones sindicales y organizaron a los miles de desocupados que se sumaban año a año al calor de las reformas neoliberales.

Cuando la estrategia de la tercerización laboral se expandió y profundizó, no sólo en la década de los noventa, sino también en la etapa de crecimiento económico posterior a la crisis, sumando a la divisoria entre ocupados y desocupados, y a la de trabajadores registrados y no registrados, una nueva fractura, las herramientas sindicales fueron decisivas para plantear alternativas como la inclusión de los tercerizados en el convenio colectivo de los trabajadores de la empresa principal. De la enorme multiplicidad de grupos de trabajadores y trabajadoras que enfrentaron a la tercerización, los que más lejos llegaron y más lograron fueron aquellos que alcanzaron una confluencia con organizaciones sindicales que les dieron apoyo, respaldo y lucharon a su lado. Cuando los responsables del asesinato de Mariano Ferreyra fueron condenados en un proceso histórico, numerosas corrientes sindicales pusieron la cara de Mariano en sus banderas y reivindicaron el proceso de organización de los tercerizados por sus derechos.

Los sindicatos constituyen, entonces, actores sociales fuertemente heterogéneos, contradictorios, imperfectos, cambiantes, en tensión y disputa permanente. Pero son una herramienta crucial e indispensable en las luchas de los/as trabajadores/as, como lo reconoce y la expresa la ofensiva discursiva, legal, económica y política estatal y empresarial en su contra. La multiplicidad de intentos de erosionar tanto las estructuras de representación sindical como el andamiaje de derechos laborales y construcciones institucionales sólo puede explicarse al comprender que, aún con sus limitaciones y contradicciones, los sindicatos son un factor central en la búsqueda de trascender las luchas individuales, fragmentadas, solitarias, para lograr construir el poder que sólo puede otorgar la organización colectiva.

No se trata de una transición fácil, sino de un camino que se encuentra, en efecto, con prácticas de violencia, corrupción, burocratismo, machismo y discriminación, así como con estructuras que en muchos ocasiones tienen estrechas vinculaciones con núcleos regresivos del poder económico y político. Para cada uno de estos desafíos, hay prácticas, soluciones y caminos, que en muchos casos están en movimiento y cuentan con valiosos antecedentes. Frente a la violencia, pueden desplegarse formas de organización y nuevas estrategias de alianzas y construcciones amplias. Frente al burocratismo, la corrupción, y a las estrechas vinculaciones con núcleos del poder económico y político, es imprescindible construir nuevas formas de organización que fortalezcan la vinculación con las bases, la discusión y formación profunda, y la solidaridad con otros movimientos. Frente al machismo, hay en Argentina, en América y el mundo una maravillosa ola feminista que no sólo está discutiendo las estructuras del poder sindical, dominado históricamente por figuras masculinas, sino que además está promoviendo una fusión entre las demandas laborales y distributivas con la perspectiva de género. Frente al racismo y la discriminación, hay un profundo trabajo para hacer sobre las identidades, las trayectorias y las subjetividades, así como alianzas imprescindibles con sectores migrantes crecientemente organizados.

Las discusiones sobre si los sindicatos son instrumentos de control, disciplinamiento y adecuación al sistema capitalista o por el contrario gérmenes de una revolución posible tienen ya más de un siglo y no tienen su respuesta en la teoría sino en la historia, la práctica y la disputa social. Lo que resulta indudable desde mi punto de vista es que en la discusión de una agenda laboral urgente en América Latina que busque recuperar la discusión sobre los derechos laborales, los sindicatos deberán un lugar central, y deberán ser trincheras de generación de formas de organización y transformación social que permitan dar respuestas colectivas, creativas, abarcativas y fértiles a una ofensiva que amenaza las vidas y el futuro de trabajadores y trabajadoras.