Nunca el surgimiento de un movimiento social es enteramente espontáneo, por muy sorpresivo que pueda ser. El movimiento #YoSoy132 irrumpió en un contexto peculiar, en el que parecía muy difícil que sucediera. Pero, al mismo tiempo, fue la explosión de un fenómeno social que se venía incubando durante todo el sexenio de Calderón.
Estamos hablando del momento en que Enrique Peña Nieto (EPN) parecía imparable: todas las fuerzas del Estado y los poderes fácticos se alinearon para imponer, con inversiones millonarias y sostenidas, al candidato manufacturado entre Televisa y el rancio grupo Atlacomulco del PRI. No había duda para nadie de que EPN ganaría las elecciones, y no se divisaban alternativas. López Obrador se encontraba en su peor momento como candidato. Se fue generando una repulsa a lo que el candidato representaba, que no encontraba cauce para expresarse, ni en los partidos, ni en las organizaciones sociales, ni en los sectores que tradicionalmente expresan los sentires del pueblo.
El ambiente anti Peña Nieto fue creciendo sordamente, sin manchar la impecable campaña, pero de modo constante, y comenzó a explorar sus posiblidades, por primera vez en la historia de este país, en las redes sociales. No es que a nadie se le hubiera ocurrido convocar a una marcha por las redes antes, pero fue la primera vez que una convocatoria en redes pasaba en realidad a las calles. Previo al estallido del movimiento estudiantil, surgieron dos “marchas antiPeña” difusamente convocadas, pero respaldadas por organizaciones y pueblo que requería un espacio para expresarse. Esas convocatorias fueron absolutamente autónomas, incluso en un primer momento fueron desconocidas por la campaña de AMLO.
El repudio a Peña Nieto estalló el 11 de mayo de 2012 donde nadie lo esperaba: en una emblemática universidad privada, la Ibero. El candidato debió enfrentar por primera vez a una masa adversa que lo sacó de su burbuja y le reprochó su represión en Atenco y su ideología autoritaria. Fue un sector estudiantil de clase media y alta el que, sorprendemente, fue capaz de catalizar el repudio popular al candidato del poder, lo cual muestra que ese repudio no era sólo popular. El estudiantado protestaba contra la vuelta al poder de los legendarios dinosaurios que dominaron el siglo XX; la respuesta del PRI y los dueños de los medios de comunicación a la protesta (mintiendo con descaro y difamando a lxs estudiantes) confirmó sus miedos; el burdo intento por descalificarles terminó de convencerles de luchar.
El sector estudiantil de la Ibero y otras universidades privadas estaba en condiciones de generar rápidamente discursos porpagandísticos que tuvieran impacto en diversos sectores sociales, sin necesidad de juntar la fuerza brigadista en las calles. A través de las redes, lograron crear un discurso fácilmente asimilable por toda persona que quisiera sumar su descontento a Peña Nieto, sin comprometerse con nada más que eso: ahí la genialidad del #YoSoy132. De un golpe, la loza mediática tan largamente alimentada por todos los sectores dominantes del país, fue subvertida; incluso los tradicionales dueños de los relatos mediáticos, se encontraron desconcertados ante el novísimo fenómeno. Ese fenómeno creó la ilusión (falsa) de que las redes sociales podían modificar la forma en que se trabaja la información, sin afectar el tema de la propiedad de los medios.
Fue un momento importante para buscar alternativas a un futuro político cerrado y revalorizar la movilización social en diversos estratos sociales. La fácil adhesión llevó la ola de movilización a escala nacional, y al interior del país se concretaron procesos organizativos que son imprescindibles para entender la expansión antineoliberal en el país, pero han sido poco rescatados. Esa etapa fue una acelerada escuela de formación política para mucha gente (como lo son todos los movimientos estudiantiles), acompañada de la consolidación de un discurso que ubicaba al neoliberalismo como enemigo, y al sistema político y los grandes medios como sus principales pilares.
Primera etapa: Influir o no influir en las elecciones
Después de la protesta en la Ibero y el famoso video que le dio nombre al movimiento #Yosoy132, fue convocada una movilización para el día 23 de mayo en la Estela de luz, que desbordó todas las expectativas. En esa movilización surgió la convocatoria a una asamblea masiva en “las islas” de Ciudad Universtiria para el día 30. Durante todos esos días se multiplicaron las asmbleas en todas las universidades y al interior del país.
El encuentro de masas en CU fue contradictorio: por un lado, la discusión con los estudiantes de las universidades públicas llevó al movimiento a tomar definiciones claras: antineoliberal, en contra de la imposición de Peña Nieto, en contra del duopolio televisivo, de amplia unidad y con la aspiración de cambiar el país. Por otro lado, uno de los gritos más unánimes durante la plenaria fue “huelga no”, con lo cual el movimiento renunciaba a la forma de lucha más avanzada del sector estudiantil, en un clara muestra de despolitización.
Sin embargo, el #YoSoy132 tenía un problema estrcutural: Plantear “no queremos a ese candidato” como demanda terminaba por fortalecer a otro candidato, y la lógica del movimiento implicaba influir de algún modo en las elecciones. Entre quienes tenían clara esa premisa se dieron dos actitudes: el más descarado oportunismo para usar al movimiento como trampolín de intereses partidistas y personales (Atolini es el máximo representante); y una incauta ilusión de poder limpiar el proceso electoral desde el movimiento estudiantil, con más observadores, fotos de celulares, denuncias en twitter, etc. El momento de descaro total del oportunismo electorero fue la convocatoria amañada a una marcha el 10 de junio (día del debate presidencial) que llegó al zócalo y terminó engrosando el contingente del PRD.
Por su propia naturaleza y características, el #YoSoy132 rompió con algunas tradiciones del movimiento estudiantil. Para bien en unos casos, pues dotó de un manantial de nuevas herramientas y discursos a un sector que había anquilosado sus discursos; pero en otros temas no fue para bien. Detrás del discurso posmoderno que criticaba “las discusiones eternas” y “las fomas de siempre” había una intención de no fomentar la organización horizontal. Detrás de la preferencia de las redes por sobre las asambleas había una clara intención para controlar el rumbo del movimiento, con métodos antidemocráticos. De modo que en esa primera etapa, la toma de decisiones fue elitista, en reuniones que no permitían el acceso abierto ni el libre uso de la palabra, incluso había comisiones para “mantener el orden.” Las asambleas interuniversitarias duraban todo el día discutiendo generalidades sin orden preciso, pero en la noche llegaban los activistas vinculados a algún grupo o corriente, a tomar decisiones y redactar comunicados en comisiones cerradas. Las comisiones de prensa y los contactos se concentraron en pocas manos, no elegidas entre el movimiento.
También había una intención expresa de entorpecer la organización de masas, el movimiento era disperso a propósito, los discursos posmodernos de “autonomía de cada asamblea,” “grupos de afinidad,” eran una carta abierta para que pequeños grupos actuaran sin rendir cuentas a las asambleas. “Todas las formas de lucha” se volvió un eufemismo para reconocer: “como no hay acuerdo, que cada quien haga lo que quiera.” Nunca pudo formular un pliego petitorio, sólo consignas generales; tampoco encontró nunca una fórmula fiable de representatividad (a la larga, esas carencias le pasaron factura al movimiento).
Todas esas actitudes estaban acompañadas con discrusos descalificadores: entre los contingentes de las escuelas privadas corrió la calumnia de que “los ultras de las públicas” querían apoderarse del movimiento, y había que impedirlo. En el mismo sentido, el grupo “artistas aliados” utilizó una asamblea para realizar una representación ridiculizando las formas organizativas, donde representaba a asambleístas como animales. Fue un momento de poco respeto a las asambleas, en esa etapa no fue un movimiento dirigido por las bases.
El rasgo fundamental del sector que hegemonizó la primera etapa del #YoSoy132 era que no se planteaba transformar al Estado, sino arreglarlo; y para eso apelaba a las propias instituciones, buscando forzarlas a ser lo que nunca han sido: democráticas. Por eso consideraron logros, lo que en realidad fueron eventos que se probaron intrascendentes, como el debate presidencial convocado por el #YoSoy132 o la inscripción masiva de observadores. Ese discurso y esas formas, incluso ese contenido de clase, permitió que los planteamientos del movimiento, y su propia estética, fueran asimilables por el Estado.
Nada de lo anterior le quita su carácter de movimiento de masas. Fuera de las redes y del foco mediático, el contingente estudiantil realmente representaba un sentir popular que rebasaba el repudio a EPN. Las brigadas se multiplicaron por toda la ciudad e inundaron con creatividad y frescura los espacios públicos. Se realizaron intensas jornadas de agitación y politización, se reforzó a las organizaciones sociales que estaban luchando, e incluso se generaron procesos organizativos barriales. Esa conexión con los estratos populares estuvo presente todo el movimiento, pero también padeció del sello de la época: la dispersión de planteamientos, de demandas, de objetivos.
Segunda etapa: El vacío de respuesta frente a la imposición
Como estaba cocinado, Peña Nieto fue nombrado ganador de la contienda a pocas horas de haberse realizado las votaciones, en una operación mediática de shock, el 1 de julio de 2012 fue uno de esos días en que el Estado se mete hasta la cocina para reafirmar su poder, para aplastar moralmente la lucha de quienes se reflejaron en el movimiento #YoSoy132.
Para el día siguiente a las elecciones, la posición que había sido hegemónica en la primera etapa del movimiento no tenía ya ninguna propuesta que plantear al movimiento. Una vez pasadas las elecciones, que eran lo que pretendían modificar, simplemente no sabían qué hacer. El 2 de julio hubo un marcha inmensa en la Ciudad de México, llena de coraje, rabia, ganas de luchar… y ninguna idea clara de cómo hacerlo, ni siquiera se sabía a qué instancia marchar. Una manifestante llevaba un cartel que decía “¿qué hacemos para que esto no vuelva a pasar?” Pregunta sin respuesta.
Para algunos de los que iniciaron el movimiento, ese día se terminó. Con las vías institucionales cerradas, los sectores oportunistas se dieron a la tarea de desactivar la movilización. Pero fracasaron, porque las protestas y la indignación no se detuvieron. La preocupación de qué hacer frente a la pesadilla que se presentía con EPN se extendió, las movilizaciones se fueron llenando de pueblo y otros sectores organizados.
El movimiento se negó a reconocer la legitimidad de Peña Nieto, y continuó buscando formas de movilización y organización. Fue un momento de mucha discusión, los controles antidemocráticos de la etapa anterior desaparecieron, se intentaron varias iniciativas para dirigir el movimiento en unidad a un mismo objetivo: Encuentro Nacional Estudiantil en Huexca (7 de julio), Convención Nacional Democrática en Atenco (14 de julio) y Oaxaca (22 y 23 de noviembre), se mantuvieron las asambleas populares y estudiantiles (aunque mermadas), las plenarias del #YoSoy132 y las brigadas de agitación. Hubo cercos al tribunal electoral y a Televisa, se realizaron movilizaciones el 15 de septiembre y paros en las escuelas el 2 de octubre, se multiplicaron las tomas de casetas y avenidas.
A pesar del desgaste, la necesidad de hacer fente a la imposición mantuvo al movimiento vivo. Sin embargo, mostrar el repudio ya no era suficiente. Los intereses detrás de EPN eran tan grandes que podían pagar el costo político de la imposición y seguir actuando. A la pregunta ¿qué más podemos hacer?, no se le encontró una respuesta, es decir, una forma de lucha que lograra presionar efectivamente al Estado. En términos de programa, la dispersión se mantuvo y no se lograron formular objetivos comunes, más allá de las mismas consginas generales.
Tercera etapa: La desesperación frente a la consumación
El desgaste, la desesperación y la falta de alternativas para movilizar el descontento contra EPN de forma efectiva fueron fortaleciendo la posición que veía en la acción directa la forma de trascender las acciones a otro plano de confrontación política. Utilizando la debilidad representativa que siempre tuvo el #YoSoy132, incluso inventando asambleas a modo (como “Acampada Revolución”), diversos grupos se fueron fortaleciendo hasta llegar a su máxima expresión, el 1 de diciembre, en la toma de posesión de Peña Nieto.
Anunciadas movilizaciones masivas de repudio para el día de consumación de la imposición, la policía se preparó con un gran cerco en torno al Congreso de la Unión. Sin acuerdos de asamblea, es decir, sin someter su propuesta a la decisión democrática del movimiento, pero con más fuerza que nunca, varios grupos que fueron conformando una corriente, lanzaron ese día una gran ofensiva de acción directa contra el cerco policiaco. Fueron varias horas de “batalla” en la que participaron un poco más de 100 personas, respaldadas por otro contingente más amplio y variado. Al mismo tiempo, la marcha que se convocó pacíficamente se vio atrapada en una situación hostil dada la respuesta de la policía en su contra y tuvo que hacer malabares para salir sin ser agredida.
El saldo de aquella acción fue de varios heridos por proyectiles, uno perdió un ojo, Francisco Kuykendal murió semanas después de haber recibido el impacto en la cabeza. No se rompió el cerco policiaco. Después de varias horas, el contingente marchó de San Lázaro al centro de la ciudad, rompiendo semáforos y casetas telefónicas en el camino, hasta llegar a la avenida Juarez donde desbarrancaron los saqueos y los enfrentamientos. La infiltración en esas acciones se comprobó pocos días después mediante videos de provocadores llegando en autos oficiales. La policía reaccionó tarde y, cuando lo hizo, salió a imponer el terror contra la población. Detenciones arbitrarias y golpizas tumultuarias se propinaron a personas que no participaron en los enfrentamientos. Mientras el contingente que iba organizado para la ación directa se fue disolviendo, terminaron en la cárcel catorce personas.
De regreso a las asambleas del #YoSoy132 la polarización parecía infranqueable y el nivel de debate decayó. Mientras unos lanzaban reclamos por “pervertir nuestro movimiento,” otros anunciaban “ustedes ya fueron rebasados.” Lo más deleznable fue el plantemiento de que quienes habían caído en la cárcel había sido “por ingenuos.” A pesar de eso, fue necesario mantener la unidad para no abandonar a 14 presxs políticxs del primero de diciembre. Su libertad llegó semanas después, implicó movilizaciones que presionaron al congreso local para modificar al artículo 362 del Código Penal, referente a la “perturbación de la paz pública.”
La fractura dentro del movimiento alejó a las organizaciones y sectores populares. Caminar en conjunto se hizo imposible porque la corriente que reivindicaba la acción directa siguió actuando al amparo de todas las movilizaciones que se convocaban, siendo cada vez más pocos y más aislados, hasta que fueron manejables por la policía. Se comprobó que el constante enfrentamiento callejero, sin mayor política que el ejemplo de la violencia, es una táctica que lleva a un callejón sin salida. A partir de ese momento, la desmasificación del movimiento fue rápida. Aún se realizaron plenarias del #YoSoy132 hasta enero de 2013, y después se diluyó.
El #YoSoy132 fue un movimiento de su tiempo, que recogió la necesidad y ganas del pueblo mexicano de luchar contra lo que significó Peña Nieto, pero no logró resolver el cómo. Hizo evidente la falta de alternativas tácticas y estratégicas que se vivió en los sexenios calderonista y peñanietista. Sin duda, fue parte de la construcción de la base social antineoliberal que permitió que llegara al poder la alternativa AMLO. Pero en la medida en que la 4T va cerrando su ciclo y el neoliberalismo, la violencia, y el poder de las mafias sigan ahí, la pregunta sobre las alternativas surgirá de nuevo. Del #YoSoy132 podemos aprender que las alternativas no se encuentran apostando solamente a la vía institucional, y tampoco se pueden basar en las aciones desesperadas de unos cuantos.