Las nuevas pieles de la blanquitud

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Acéptalo. Nuestras luchas de liberación se han convertido en nuevas blanquitudes que reinventan y fortalecen al capitalismo supremacista blanco. Sólo podemos solucionar esto si miramos a la blanquitud de frente y checamos qué tantas piruetas ha dado en los últimos años para enfermarnos tanto el alma.

¿Qué tanto tienen de antirracistas les nueves mercaderes de la precariedad que comercializan con la experiencia barrial, negra e indígena, y alimentan a hambrientos algoritmos con vivencias tanto propias como ajenas?

¿Qué tanto tienen de anticapitalistas aquelles fetichistas del trabajo, que miden el valor de la gente conforme a sus niveles de autoexplotación y cansancio?

¿Qué tienen de antipatriarcales las cada vez más cínicas sectas transodiantes feministas, que colaboran con partidos de derecha y vulneran a las trabajadoras sexuales?

¿Y qué tiene de anticolonial la “representación” por la que tantes renuncian a procesos comunitarios en sus territorios? Nada. No eres nadie sin tu comunidad, y de eso trata este texto.

Entre antirracistas racistas, anticapitalistas capitalistas, feministas patriarcales y demás tragedias, nos toca hoy aceptar que la blanquitud, entendida como la ética del capitalismo, ha infectado nuestras luchas sociales y nos ha dejado débiles.

La blanquitud es una ética

Cuando Bolívar Echeverría creó el concepto de blanquitud, lo describió como la identidad ética capitalista, o sea, el sistema ético que te permite formar parte de una identidad “santificada” y recompensada por el capitalismo.

La blanquitud tiene un papel “civilizador”. Está sobredeterminada por la blancura racial, pero también por valores éticos y condiciones económicas. Por ello, en ciertos contextos, se puede habitar la blanquitud incluso sin tener piel blanca, y se puede ser desterrade de la blanquitud si no cumples con el clásico comportamiento afín al protestantismo calvinista: sacrificio constante, fetichización del trabajo, moderación, obsesión productivista, búsqueda de beneficio y todo aquello siempre regulado por una autorrepresión constante.

Pero, bueno. Probablemente has visto gente que cumple con todo eso y no le es suficiente para dejar de sentirse y verse como un zombie miserable, y es que la blanquitud es en realidad inalcanzable. Quienes habitamos el capitalismo somos seres solitarios; para muches el amor propio y las redes de apoyo sólo se sostienen mientras mantengan viva la farsa de la blanquitud, inventando identidades colectivas abstractas de las cuales sentirse parte, como la identidad nacional.

Pero ¿y si aquello entra en crisis?

La globalización erosionó la identidad nacional y, por lo tanto, la identidad colectiva capitalista se justifica hoy de nuevas formas.

Una de ellas es lo que Lugones llamó el multiculturalismo ornamental, una política que desde finales del siglo XX comenzó a incorporar la participación institucional de distintos movimientos de minorías, siempre y cuando se adaptaran a la reduccionista estructura identitaria que el sistema jurídico estatal o las empresas privadas incentivan. Eso dio visibilidad a grupos oprimidos, pero más que nada los desmovilizó.

Lo mismo ocurrió con el Complejo Industrial ONGero, en el que los Estados nación renunciaron al corporativismo estatal o estados de bienestar, y, en su lugar, abrieron la puerta a capitales privados para financiar organizaciones que a su vez capturaron movimientos sociales y los transformaron en estructuras más parecidas a una empresa capitalista que a espacios de disrupción política.

Estas nuevas formas de la blanquitud —que ya no son sólo políticas multiculturales, sino que incluso se reproducen inconscientemente dentro de los movimientos sociales— reproducen parcial o totalmente la ética de la blanquitud y han beneficiado al sistema de muchas formas.

  1. Enmascaran la soledad capitalista mediante afectividades hipócritas y superficiales.
  2. Enmascaran la falta de comunidad mediante identidades colectivas ficticias.
  3. Capturan y desmovilizan movimientos sociales.
  4. Crean nuevos grupos de influencia leales al régimen capitalista.
  5. Evitan la rebelión anticapitalista mediante la promoción de sectarismos, tribalismos, entre otros microsistemas sociales coercitivos.
  6. Siembran una cultura de workaholismo que, mediante el cansancio, desactiva la capacidad crítica.

Al más digno estilo de la lógica mercantil, las políticas identitarias contemporáneas estandarizaron y masificaron la producción de la blanquitud.

Y, mientras tanto, la blanquitud original se fortalece

Las nuevas formas de la blanquitud no suplantaron a la blanquitud “original” (aquélla sustentada en la identidad nacional y la piel clara), sino que la resguardaron y fortalecieron. Grupos que históricamente habían evadido la despolitización de sus actividades diarias, terminaron renunciando a sus tradiciones con mayor facilidad de lo que el colonialismo había logrado con procesos más explícitos. Estos modelos de la blanquitud, formas particulares de la identidad capitalista, son en gran medida el olor a putrefacción ante el cadáver del tejido comunitario genuino.

Mientras tanto la ultraderecha sigue acumulando poder gracias a la normalización de la discriminación, el control de los cuerpos, el sectarismo, la participación privada en movimientos sociales o la desmovilización de grupos críticos al régimen.

También se abre camino para fortalecer lo que Bolívar Echeverría llamaba blancura o blanquitud fundamentalista: aquel racismo siempre dispuesto a reavivar programas genocidas para resolver las crisis de soberanía del Estado capitalista.

No es coincidencia que el neoliberalismo haya impulsado el multiculturalismo al mismo tiempo que fue diseñando el sistema necropolítico que hoy ha generalizado la violencia en nuestros territorios.

“Las categorías y el pensamiento categorial son instrumentos de opresión. La opresión no puede borrarse conceptualmente” (María Lugones, 2005, “Multiculturalismo radical y feminismo de mujeres de color”. Revista Internacional de Filosofía Política, núm. 25, p. 68).

Luchemos siempre desde una hipersensibilidad al mundo y renunciando a los identitarismos

Todes caemos en las lógicas de la blanquitud, y pretender evitar esto sin detener la máquina de muerte es absurdo. Dejemos de querer encajar en categorías y dejemos de buscar certezas, pues el mundo es (y será cada vez más) confuso.

Las personas somos complejas, nuestras individualidades son esquivas, espectrales, pero pulsantes e inescapables. Asumamos esa dificultad para poder amar mejor y construir comunidades genuinas, pues es en la ambigüedad donde ocurre el encuentro y desde donde nuestra libertad se resuelve mediante la reciprocidad.

No hay por qué renunciar a la búsqueda de conocimiento, pero no tratemos de domesticarlo o poseerlo. Aprendamos impulsades por la curiosidad y dialoguemos con autocrítica introspectiva y honesta. Pero hagámoslo desde el cuidado mutuo y la diligencia, recompensades por nuestro amor a nuestros proyectos políticos y no sucumbiendo a una productividad cuantitativa.

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