Hace dos días mi papá me obsequió otro libro de Svetlana Alexiévich. Ya llevaba varios días insistiéndole en que buscara entre su torre desordenada de libros, fotocopias, periódicos antiguos y otros materiales de consulta, el libro de La guerra no tiene rostro de mujer. Desde que cayó en mis manos, lo he considerado parte de la literatura que voy añadiendo a mi pequeña biblioteca feminista. En algún momento se lo cedí a mi papá, un asiduo lector de la literatura rusa. Se me extravió hace un tiempo porque no lo consultaba muy seguido: es un texto doloroso desde mi punto de vista. Sin embargo, ese libro regresó a mi mente como regresó la guerra ante nuestros ojos.

En esos momentos, en la web se estaba generando una discusión que entrelazaba el conflicto bélico europeo con el 8M. Entre las diversas situaciones mediáticas se replicó la imagen de Anastasiia Lena, la Miss Universo que supuestamente se había unido al ejército ucraniano y que algunos medios transformaron en nota vendible. Resultó ser falsa, pero para ese entonces ya se había convertido en una posverdad. Una gran parte de los usuarios replicaron la nota para darnos lecciones sobre igualdad y buen feminismo. Los internautas volvían recurrentemente al falso dilema de quién es merecedora de la medalla feminista y quién no. En algunos círculos de amigas y amigos nos preguntábamos: ¿Qué tiene que ver un conflicto con el otro? Nos inquietaba saber por qué la guerra, en vez de provocar indignación, se había convertido en un instrumento de ataque a las mujeres y al movimiento feminista. Además, nos preguntábamos por qué les resultaba novedoso ver a una mujer en el ejército.

Finalmente encontramos el libro entre la pila de cosas personales de mi papá. Me regresé a las primeras páginas donde Svetlana da inicio con una interrogante histórica: “¿Desde cuándo las mujeres han formado parte de los ejércitos profesionales?” La historiografía, como en otros campos de la ciencia, ha borrado a las mujeres de esa parte de la historia y la ha convertido en La Historia del Hombre, del gran heroísmo masculino. Y a pesar de que las académicas feministas se han esforzado en visibilizarlas en este campo, la narrativa patriarcal de la historia refuerza en el imaginario social la aparente ausencia de las mujeres en la guerra. La guerra no tiene rostro de mujer, como el título anuncia, es una crítica a la eliminación de la mujer como sujeto histórico. Y un recordatorio de que ellas, las mujeres, siempre han estado ahí, en el frontline: como soldados, conductoras, cabos mayores, sargentos, capitanas, médicos, enfermeras, mecánicas de aviación, encargadas de enlaces y transmisiones, francotiradoras, partisanas. Todas ellas entrelazan sus testimonios para mostrarnos ese rostro, el rostro real y dramático de las mujeres en la guerra.

Fotografía tomada de Narrativas y otras Lunas.

A decir verdad, Svetlana hace un trabajo excepcional al reconstruir toda una narrativa femenina de la guerra a través de la memoria de las mujeres soviéticas que regresaron del campo de batalla a sus casas silenciadas por el régimen. Ahí están sus voces, y sus voces desafían la historia de la Gran Guerra Patria, de la Victoria, del belicismo. Las mujeres hablan desde el amor, desde las pequeñeces cotidianas y de los horrores que se vivieron en el frente. Las voces de las mujeres le dan humanidad a la guerra. Aterrizan el idealismo masculino. Por cierto, la escritora —de padre bielorruso, madre ucraniana y crecida dentro de la gran cultura rusa—  es el ejemplo vivo de lo difícil que es abordar las adscripciones identitarias en contextos de guerra internacional.

Y más allá de Occidente también están las mujeres Nuer, en África, que actualmente siguen defendiendo el territorio y son parte de las disputas por el ganado en las guerras tribales. En América Latina, la participación activa de las mujeres en los conflictos armados y el rol que han desempeñado socialmente en tiempos de post-guerra son poderes que no se han reconocido lo suficiente en la actualidad. ¿Es necesario que sigamos visibilizando a las mujeres en ese campo a pesar de que repudiemos la guerra tajantemente? Sí, porque nos invita a pensar que la vida de las mujeres siempre ha estado en riesgo.

Sobre esta cuestión urge enfatizar que el cuerpo de las mujeres no solo se ha instrumentalizado en el campo de batalla: también se ha constatado por la historia y el Derecho Internacional que las mujeres son el botín de guerra. Las mujeres soviéticas relatan con mucho dolor cómo sus compañeros del Ejército Rojo violaban constantemente a niñas alemanas. Han pasado siglos desde que la violencia sexual funciona como un arma de guerra en los conflictos armados. El peritaje antropológico que realizó Rita Segato, tanto en el caso de los crímenes sexuales cometidos contra mujeres q’eqchís en Sepur Zarco durante la guerra civil en Guatemala, como en el caso Campo Algodonero en México, le permitió a la antropóloga formular la hipótesis sobre la violencia expresiva que se ejerce sobre cuerpo de las mujeres: “El cuerpo de la mujer alegoriza el cuerpo social, y la dominación sobre el mismo simboliza el poder jurisdiccional de un territorio”. En ese cuerpo se inscribe un mensaje dirigido al enemigo. Es lo que ella conceptualiza como La pedagogía de la crueldad.

En ese sentido, las mujeres han estado en la guerra y se ha librado una guerra contra las mujeres, parafraseando el libro de Rita Segato. Y por más fútil que nos parezca la discusión que traen los usuarios de las redes sociales sobre cómo las feministas debemos de aplicar la igualdad, su razonamiento es claro: Si realmente quieren igualdad ¡vayan a reclutarse! Porque desde su visión reducida de la historia, y desde su visión limitada del feminismo, la igualdad significa circunscribirnos al referente masculino e “igualarnos” a los hombres en los peores momentos en la historia de la humanidad, ¡como las guerras! Es en estos contextos beligerantes cuando la vida de las mujeres realmente corre peligro…como lo hubiera estado la vida de la modelo Anastasiia Lena si en realidad se hubiera unido al ejército ucraniano.

Fotografía tomada de Cientounlibros.

La fascinación virtual que suscitó la nota de Lena es una contradicción. Por un lado, se reprochan las protestas feministas cuyos reclamos son por la violencia feminicida, estructural y sistemática que se ejerce contra las mujeres y, por el otro, celebran la valentía de otras mujeres cuando entregan su vida a la patria, al ejército y al corporativo. Además, esta comparativa se da a nivel global, como señala la filósofa española Amelia Valcárcel, cuando en la opinión pública se contrasta a las mujeres que viven el machismo extremo y la opresión directa de un Estado totalitario (en el imaginario siempre aparecen países como China, Afganistán, Irak, la India) con mujeres que habitan en democracias liberales en las que se han reconocido, por la vía constitucional, sus derechos políticos, sociales y culturales. Desde esta percepción social se validan, se reprueban o se anulan simbólicamente las luchas feministas con todas sus manifestaciones público-civiles.

  ¿Qué les importa a las personas que comparan una guerra con un movimiento? Esa fue la pregunta final que nos hicimos en aquella conversación. ¿Califican de “acto vandálico” las protestas feministas cuando las mujeres son disruptivas y subvierten el orden público, pero aprueban la violencia cuando son instrumentalizadas por el sistema?  Un sistema que, de hecho, utiliza tácticas de represión, tortura y desaparición. ¿Desprestigian la lucha con «Esas no son las formas», pero romantizan la guerra e incluso la sexualizan a través de las mujeres como Lena? Hay dos cosas que desde su juicio moral niegan estas personas. Primero, la existencia de la violencia de género como problemática estructural en nuestro país, y por consecuencia, la responsabilidad del Estado para garantizar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia. Y segundo, la autonomía de las mujeres en la organización y la resistencia civil.  Un amigo y yo coincidíamos en la necesidad de transformar el sentido común, empezando por enseñar el valor de la vida en todas sus formas, que incluya el concepto de dignidad y las libertades fundamentales. Y en ese camino que aún nos queda por transitar, aun es primordial rescatar el papel de las mujeres como sujetos activos de la historia como elemento de análisis que nos permita cuestionar las representaciones culturales y prejuicios que circulan en la actualidad.