La sociedad más allá de la comunidad de individuos: ciencia social y pandemia

La cuarentena en Italia, el famoso lockdown, estuvo cerca de convertirse en una “sesentena”. Tuvieron que pasar 56 días para que hubiera un desescalada de las medidas restrictivas desde la declaración de Italia como zona rossa, una zona en la que se veía una limitación sustancial a los movimientos de la sociedad italiana. A la cabeza de la decisión de iniciar y disipar la cuarentena se encuentra una particular asociación entre gobierno y ciencia: el comité técnico-científico que asesoró al gobierno durante el lockdown en marzo y parte de abril, y la task force [1] que sería el principal asesor del gobierno desde finales de abril en adelante.

A partir del 4 de mayo se pasó entonces a la “fase 2”, en una decisión coordinada entre gobierno y ciencia. A diferencia de México, esta fase no se establece exclusivamente de acuerdo a factores epidemiológicos, sino que también es un examen causal: si la situación de la sanidad pública se acompañaba de una estabilidad en la transmisión diaria del virus, se podía tomar la decisión de reapertura de ciertas actividades económicas que habían permanecido cerradas hasta ese momento, así como el fin de algunas restricciones impuestas a los ciudadanos en el lockdown. Sin duda, la prospectiva de pasar de ver las calles vacías, las paredes de sus casas y los estantes de los supermercados llenos de gente con cubrebocas a tener mayores posibilidades de libre movimiento creó grandes expectativas entre la sociedad italiana. El aliento fue de poca duración cuando se vio que el inicio de la fase 2 sólo permitiría ver a los que el nuevo Decreto ministerial definió como congiunti (allegados), primero, y affetti stabili (afectos estables), después. El uso de esta expresión –si bien tal vez no desatinada en términos jurídicos, al menos desafortunada en términos sociales– por parte de Giuseppe Conte, presidente del consejo de ministros de Italia, en su mensaje nocturno a los televidentes condujo a más polémica que a cualquier tipo de explicación sobre los nuevos parámetros del distanciamiento social de la nueva fase 2. No se hicieron esperar los reclamos articulados en formas que variaban desde el meme hasta la columna periodística o el comentario por parte de intelectuales en programas de televisión de opinión como Otto e mezzo.

En efecto, el primer anuncio sobre el levantamiento de las restricciones del distanciamiento social solamente refirió la posibilidad de ver a familiares, limitando enormemente los augurios y expectativas sobre esta nueva fase que habían empezado a difundirse entre círculos más amplios de la sociedad italiana. Ante la respuesta negativa y sobre todo la incomprensión detrás del significado de la fórmula jurídica “afectos estables”, el gobierno italiano –task force y el comité científico a sus espaldas– debió salir continuamente en ruedas de prensa y entrevistas para explicar el significado de esa extraña fórmula, la cual define como “estables” a unos afectos y no a otros. Que definía, en suma, fuera de cualquier consecuencia social, las relaciones que una gran parte de la sociedad italiana estima. Más allá de una reformulación o replanteamiento de esta nueva directiva, el gobierno decidió aclarar “afectos estables” con “amigos verdaderos”; un regreso indeterminado a esos “allegados”.

La decisión gubernamental por mantener una indefinición sustancial de las relaciones sociales que no aludieran al círculo familiar y a parejas logró construir una escasa e inestable base sobre la que la sociedad italiana camina de manera casi perpetua. Es notorio cómo se vio envuelta por una marea de interpretaciones que son síntoma de esa primera indefinición que, a su vez, produjo un fundamental desacuerdo social, el cual sigue sin tener mayor eco en el diagnóstico estatal de la pandemia. En este sentido, creo que la incertidumbre creada por el uso de la fórmula jurídica “afectos estables” es síntoma de una problemática mucho más fundamental a nivel científico, político y social, que precede la declaración de la fase 2. Para descubrir ese síntoma es importante detenernos un paso antes de las medidas adoptadas por gobierno, comité y task force, retrocediendo al inicio de la cuarentena. En efecto, en el discurso en el que Conte anunció el lockdown de toda Italia el 11 de marzo, vemos que dirige un mensaje a la sociedad en un inédito contexto de cuarentena:

El país necesita de la responsabilidad de cada uno de nosotros, de la responsabilidad de 60 millones de italianos que cotidianamente llevan a cabo pequeños grandes sacrificios. Para toda la duración de esta emergencia. Somos parte de una misma comunidad.

Cada individuo se beneficia de los sacrificios propios, pero también de los ajenos. Esta es la fuerza de nuestro país, una “comunidad de individuos” como diría Norbert Elías.

No es necesario entrar en análisis del discurso demasiado intrincados para notar que cuando el presidente del consejo de ministros hace referencia a la sociedad italiana, en el centro de su mensaje yacen un espacio y un sujeto: el espacio privado y los individuos que lo habitan. La lógica política con la cual se dirige a italianos e italianas parece entonces reducir la sociedad a una suma indefinida de individuos que conforma, de manera extraña, una comunidad de individuos que actúan por medio de sacrificios desde el encierro. Podría pensarse, con razón, que esta manera de pensar a la sociedad estaba principalmente dictada por el contexto de una pandemia que sería declarada oficialmente al día siguiente de su mensaje del 11 de marzo. En efecto, ¿cómo es posible ver a la sociedad italiana, cuando está recluida en sus casas en situación de cuarentena, como algo más que esos individuos que mantienen una relación exclusivamente con sus familiares, o al menos aquellos “allegados” físicamente si no es que sentimentalmente, con los que se ha quedado encerrado en esa propiedad privada?

Como se puede vislumbrar, el problema con esta visión de la sociedad no aparece cuando hacemos referencia al contexto de cuarentena, sino cuando empieza a pensarse a la sociedad en un contexto de disipación de las restricciones; cuando pasamos del mensaje de marzo al de abril y notamos una continuidad entre ambos. En otras palabras, si la capacidad de ver a la sociedad se encierra en la propiedad –en este caso la casa– y la familia –extendida condicionalmente a afectos estables–, si bien puede dar estabilidad en contextos de cuarentena en los que las medidas tienen que ser por su naturaleza conservadoras, en contextos donde la sociedad regresa a una vida que rebasa ese espacio y esos individuos, termina habiendo una profunda complicación de las dinámicas de la realidad social. Es decir, cuando vemos que comité, task force y gobierno hablan de la sociedad en los mismos términos tanto en condiciones de cuarentena como de la nueva vida social, se vislumbra que sus referencias a la sociedad tienen una doble y radical limitación en el individuo y en sus relaciones con la familia, la cual crea una situación de incertidumbre para todo grupo social que no se identifique con esas dos referencias. Podemos entonces empezar a entender que en el inicio de esta fase 2 la sociedad se preguntara: ¿estaba permitido ver a amigos? ¿Qué pasaba con los noviazgos, estaban también ellos considerados “afectos estables”?

Detrás del esfuerzo necesario por mantener a flote la salud de todo un país, tanto a nivel de salud pública como de la salud de cada uno de esos “individuos”, se transparenta una ceguera en la mirada política y científica de este gobierno, pues, como diría hace casi doscientos años Pierre Leroux, socialista francés, son hombres que “sólo ven con los ojos”. El estado de incertidumbre política que reina en la sociedad italiana, como vemos, tiene un correlato en esa ceguera científica  que no ve quiénes son los que la componen más allá del confinamiento, más allá de la “comunidad de individuos”. Al comunicarse solamente con un cierto tipo de individuo y sus “afectos estables” –esas relaciones privadas reducidas sustancialmente a la familia–, los mensajes de Conte generan confusión cuando son recibidos por el resto de la sociedad, cuyo rol en la fase 2 se limita a obedecer las prerrogativas del Decreto ministerial. En consecuencia, la circulación de ese documento –en vez de ser un momento de diálogo en el que se abre una comunicación con la sociedad y se discuten los términos de la reapertura– no apela más que a la capacidad de interpretación del individuo, quien sólo puede resolver sus dudas ante las esporádicas réplicas gubernamentales en la televisión nacional.

Sin espacio para una opinión social, las respuestas que da este extraño “Estado científico” –conformado por esos tres órganos– no informan a la sociedad italiana sino que se reducen a una reglamentación del regreso de esa comunidad de individuos al espacio público. La comunicación entre Estado y sociedad queda consumida por un vórtice político creado por esa incapacidad de razonar en torno a la sociedad, más allá del individuo, la propiedad y la familia. El Estado científico, desposeído de todo menos de un elenco de medidas que busca plasmar comportamientos, restricciones y derechos en una plaza pública que se llena gradualmente de individuos –o, cuando mucho, por “afectos estables” y “amigos verdaderos”–, desembrolla su fundamental ceguera política, producto de un cierto tipo de conocimiento de la sociedad. Así, cuando Leroux decía que hay “hombres verdaderamente ciegos” que ven “sólo con los ojos”, es porque a pesar de que estos puedan ver “ciudades llenas de hombres”, no ven a la sociedad, sino sólo a los individuos mezclados entre la multitud indiferenciada. Contra esta concepción científico-política, afirmaría: “La sociedad no se reduce a los hombres, a los individuos que componen un pueblo. La relación general de esos hombres entre ellos, ese ser metafísico, armoniosa unidad formada por la ciencia, el arte, la industria y la política, eso es la sociedad”. (Leroux, 2016: 101)

En efecto, esta pandemia ha dejado claro que uno de los síntomas que aqueja la profunda ruptura entre sociedad y gobierno es el correlato de una concepción de la sociedad que no tiene en sí las herramientas para comunicarse con nadie más que los individuos de la sociedad civil, quienes ahora se han visto habilitados para salir, con cubrebocas, a consumir en la plaza de las ciudades. Se entiende entonces por qué, al apelar a esos “afectos estables”, el Estado científico limita radicalmente y, podríamos decir, de manera anticipada, cualquier intercambio y razonamiento acerca de lo que puede significar la vida social: incluso en un contexto posterior al confinamiento, los núcleos sociales a los que apela siguen siendo los mismos que durante la cuarentena. En este sentido, solamente si el gobierno está dotado de una ciencia y una política con reflejo social más allá del individuo, podemos empezar a pensar en la composición de medidas científicas, diagnósticos políticos, que sean sociales, que tengan reflexión social. Pensar entonces desde ya en una sociedad compuesta por grupos entre los cuales circula una asociación, un intercambio de conocimiento que no resulte simplemente en la autorización para ir a un parque para encontrar a amigos – como quedó estipulado a partir del 18 de mayo en Italia –, sino sobre todo una reflexión entre conocimiento y sociedad, ciencia y sociedad, podríamos superar la fundamental falta de comunicación entre gobierno, encapsulado en el Estado científico, y sociedad. Con ello, podríamos perseguir eventualmente, como lo proponían hace 200 años aquellos pensadores socialistas, “un sistema político que correspondiera al nuevo sistema social”. (Saint-Simon, 1820)


[1] En este contexto, esta infeliz locución castrense se refiere al grupo que tiene por tarea elaborar medidas para afrontar la emergencia creada por la enfermedad COVID-19, así como para la planificación del gradual regreso a la normalidad de las diversas “actividades” sociales, económicas y productivas. En efecto, las decisiones que han sido tomadas y serán tomadas para el resto de la fase 2 estarán a cargo de un grupo de 17 científicos que estará en comunicación con el gobierno. Ese grupo está guiado por Vittorio Colao, quien fue policía y posteriormente encargado de Vodafone donde destacó por su labor de organización del smart working que le permitiría a la compañía costear una oficina en el centro de Londres.


Referencias:

Leroux, P. (2016). Cartas a los filósofos, los artistas y los políticos (A. A. García Castro, Trad.). Gedisa.

Saint-Simon, C.-H. de. (1820). Considérations sur les mesures à prendre pour terminer la Révolution, présentées au roi, ainsi qu’a messieurs les agriculteurs, négocians, manufactiers et autres industriels qui sont membres de la chambre des députés; par Henri de Saint-Simon. Imprimerie de Vigor Renaudiere.

 

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