La revolución de los afectos:
¿Qué diría Kollontái del poliamor?

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Hace unos meses, después de leer el texto La juventud y la moral sexual de Alexandra Kollontái en el círculo de lectura “Las marxistas reloaded”, una compañera comentaba que si bien actualmente no estamos llevando a cabo una revolución armada, tal y como la tenía en mente el pensamiento marxista del siglo XIX y XX, es una idea interesante pensar que sí estamos experimentando una revolución que se está llevando a cabo todos los días de manera cotidiana: la revolución de los afectos. Kollontái analizó como nunca nadie antes al amor, al señalarlo como un factor que no sólo era una reacción biológica o una cuestión puramente psicológica, como la mayoría pensaba en aquel entonces, sino también como un fenómeno social, político, cultural y, por supuesto, económico. Esto implicaba un parteaguas para el estudio de los sentires y para lo que hasta finales del siglo XX las ciencias sociales comenzaron a nombrar como sociología de las emociones.

La importancia del análisis de Kollontái puede ser resumida en tres aspectos. Primero, era relevante porque surgía de unas condiciones histórico-materiales muy específicas que permitían que el tema fuera pensado. En palabras de la misma Kollontái, el tiempo en que ella escribió sobre el amor, éste era un tema que interesaba aún a muy pocas personas debido a que antes del triunfo de la revolución las prioridades de todes, particularmente de lxs revolucionarixs, eran sobrevivir y luchar para que la revolución resultara victoriosa (Kollontái, 1978, p. 122). Así que esta nueva concepción sobre el amor no estaba siendo pensada desde cualquier lugar, sino ni más ni menos que desde el primer Estado obrero del mundo: la Unión Soviética; es decir, desde el primer sitio donde la propiedad privada había sido, al menos formalmente, abolida. Esto resulta central si tomamos en cuenta que, en el diagnóstico marxista sobre las sociedades modernas, el entrelazamiento entre patriarcado y capitalismo se da con el surgimiento de la propiedad privada que tiene como resultado a la familia hetero-patriarcal burguesa (Engels, 2006; Bebel, 2018). 

En segundo lugar, el análisis de Kollontái tiene una relevancia histórica, pues en su ensayo encontramos una periodización de las transformaciones del amor a través de tres etapas: Antigüedad, Edad Media y Modernidad. En la Antigüedad, o lo que ella llama “etapa del patriarcado”, era central el sentimiento de amor hacia los hermanos, a este tipo de amor Kollontái lo denomina amor-amistad y sólo podía darse entre hombres, ya que en aquel entonces las mujeres no figuraban como sujetas sociales. Además, el amor-amistad juega un papel de cohesionador social para la colectividad, pues debido a la incipiente formación estatal, resultaba de suma importancia la unión entre los miembros de la tribu. Posteriormente, en la Edad Media, el amor será útil a los intereses de las familias nobles y la guerra. Así, los lazos de matrimonio se llevaban a cabo por intereses económicos que podían dotar de una mejor posición a las diversas familias; al mismo tiempo existió también el amor entre caballeros y doncellas que funda la separación entre el amor-espiritual y el amor-sexual, con el propósito de que los caballeros, debido a un amor que nunca podrá consumarse, se entreguen por completo en el campo de batalla. Será hasta la Modernidad que el amor espiritual y el amor sexual se fusionen como consecuencia del ascenso de la moral burguesa durante los siglos XIV y XV, ya que para esta clase social resultaba de la mayor importancia que el amor y el matrimonio fueran equivalentes para fortalecer la acumulación de capital al interior de la familia. (Kollontái, 1978, p. 129-139)

En tercer lugar, y este es el punto que más nos interesa, el ensayo de Kollontái no sólo piensa al amor como factor socioeconómico y lo estudia a través del tiempo, sino que también crea su propia propuesta. El amor con el que Kollontái sueña desafía los límites entre la vida privada y la pública, al sacarlo del espacio de la familia tradicional burguesa, donde el capitalismo lo había encerrado, y ponerlo en el centro de la comunidad, como un amor que no es único y privado, sino múltiple y libre: el amor-camaradería. Kollontái nos dice: “Por muy grande que sea el amor que una a dos individuos, por muchos que sean los vínculos que unan sus corazones y sus almas, tienen que ser mucho más fuertes, más orgánicos y numerosos los lazos que los unan a la colectividad. «Todo para el hombre amado», proclama la moral burguesa. «Todo para la colectividad», determina la moral proletaria. (Kollontái, 1978, p. 147-148)”. Así, una de las más importantes pensadoras del amor libre del siglo XX, pone en el centro de su ideal de amor no a los individuos sino a la colectividad. Ahora bien, ¿por qué creo que es relevante preguntarnos qué diría Kollontái del poliamor?

Para mí, la importancia de esta pregunta está en reconocer las diferentes propuestas que han surgido a lo largo del tiempo, como respuesta a la monogamia burguesa, y que han buscado desafiar los límites capitalistas, coloniales y patriarcales del amor, para ponerlas en diálogo y poder reconocer si estas formas otras de relacionarnos verdaderamente escapan, o al menos desafían, estas estructuras de poder; o si simplemente son una modalidad más dentro del mismo juego de los poderosos. Para ello será importante hacer al menos una breve incursión en el mundo de lxs poliamorosxs. 

Angie Lorena Aldana Laitón, socióloga colombiana y poliamorosa del colectivo “Poliamor Bogotá” nos dice que parte de la fortaleza del poliamor está en no fijar una definición absoluta y en su lugar mantener cierta flexibilidad para las distintas modalidades que se den del mismo. En términos generales el colectivo lo define como “la filosofía y práctica de amar a varias personas simultáneamente de forma consensuada, ética, responsable, honesta y no-posesiva” (Aldana, 2018, p. 188). También, Aldana agrega que el poliamor se sostendría en dos elementos fundamentales “(i) la deconstrucción del amor romántico y (ii) la ruptura entre amor y sexo” (p. 189). El primer aspecto tiene que ver con una crítica que ha sido desarrollada principalmente por los feminismos, pues la idea de que “el amor todo lo puede” o de que “vale la pena sufrir por amor” han resultado en siglos de opresión y violencia para las mujeres. El segundo punto, por otro lado,  me parece de lo más sugerente, debido a que es el amor en la modernidad capitalista, como ya lo explicamos, aquel que fusiona al amor espiritual con el amor sexual por vez primera; por ello, si el poliamor pretende terminar con esta unión, podría ser este punto uno de sus potenciales revolucionarios.

A partir de que el poliamor se define como no sexo-centrico, es decir “que pretende establecer y reconocer vínculos más allá del amor sexo-afectivo, y con esto, la posibilidad de tener al mismo nivel jerárquico otras relaciones, bien sean de amistad, familiares, platónicas, etc.”, el poliamor se encuentra con diversas dificultades. En palabras de la propia Angie, este es uno de los mayores retos poliamorosos, pues “emerge la tensión entre el cuidado de sí y el cuidado de los otros” (p. 190). Frente a este planteamiento me surgen dos cuestionamientos: (i) que se oponga el cuidado del individuo frente al cuidado colectivo, ¿es una contradicción del poliamor o es una contradicción propia del sistema capitalista —y con ello de todas las relaciones que estén inmersas en él—?; y (ii) en esta tensión ¿cuál sería la posición de las mujeres? ¿no solemos estar más dispuestas, debido a nuestra socialización, a cuidar de lxs demás?

Hago hincapié en estas dos problemáticas porque implican ser conscientes de las desigualdades que crean, tanto el capitalismo como el patriarcado, en las relaciones interpersonales y me parece que Kollontái entiende perfectamente ambas cuestiones. En primer lugar porque la propuesta de amor de Kollontái, el amor-camaradería, tiene como base la “solidaridad de espíritu”, la cual implica la capacidad de desarrollar simpatía, delicadeza y entendimiento por las necesidades y capacidades de cualquier persona (Kollontái, 1978, p. 143). Así, nuestros cuidados y afectos no se reducen a la red de vínculos que elegimos procurar, como ocurre en el poliamor, sino a cualquier persona que sea parte de nuestra comunidad. ¿Por qué? porque la comunidad está al centro y la comunidad somos todes. Kollontái también nos dice que, cualquier tipo de amor que no desarrolla esta cualidad se convierte en un Eros sin alas, el cual “tiene por base la desigualdad de derechos entre los sexos en las relaciones sexuales; esto es, está fundado en la dependencia de la mujer con relación al hombre, todo lo cual necesariamente ahoga toda posibilidad de experimentar un sentimiento de camaradería” (Kollontái, 1978, p. 144). 

En segundo lugar, desde mi perspectiva, el amor-camaradería logra resolver la tensión entre cuidar a los demás o cuidar a sí mismx, propia del amor en el capitalismo, porque tiene propuestas concretas para terminar con esta contradicción que nos pasa factura particularmente a las mujeres. En otras palabras, Kollontai le pone infraestructura a su ideal de amor y por ello en su pensamiento constantemente encontramos propuestas como: casas cuna, comedores comunitarios, casas hogar, patios de juego, etcétera, que apuntan a colectivizar los cuidados y los afectos. La propuesta no es resolver la tensión entre cuidar a lxs demás o cuidar de sí mismx con horas de terapia ni ejercicios de introspección y autoconocimiento que receta el poliamor, sino impulsar acciones concretas que dinamitan esa contradicción porque, de hecho, desarticulan lógicas propias del capitalismo y el patriarcado.

Si el poliamor no tiene cómo sortear la contradicción individuo – comunidad más allá de soluciones que apuntan a la capacidad individual de gestionar nuestras emociones, terminará cayendo en el problema de los cuidados que las mujeres hemos gestionado y trabajado históricamente. ¿Y no es esa la máxima trampa del amor romántico que las mujeres hagamos trabajo de cuidados por amor? Resulta, entonces, que los dos elementos que Angie señala como fundamentos revolucionarias del poliamor no se sostienen, y, por tanto, los planteamientos que crearían una tensión entre el poliamor y el capitalismo operan únicamente en un nivel subjetivo:

Todas estas prácticas [de autoconocimiento] están ligadas a un juego de verdad que supone un sujeto soberano de sí mismo, capaz de conducirse racionalmente, la razón se convierte en el sujeto mismo. La responsabilidad que esto implica está basada además en la existencia de una consciencia absoluta de las líneas de fuerza que lo atraviesan, las relaciones de poder en las que está inscrito y el dominio absolutamente transparente de su libertad.

(Aldana, 2018, p. 195, el resaltado es mío.)

¿Un sujeto soberano, con consciencia absoluta de las fuerzas que lo atraviesan y las relaciones de poder en las que está inscrito? Bajo las condiciones sociales actuales, me temo, que estos super sujetxs son difíciles de encontrar, y sin embargo, si estas personas existieran, me pregunto: ¿su comprensión y conciencia sobre las relaciones de poder que les atraviesan anularían que, de hecho, estas existan y operen? La respuesta es no.

De todo ello me surgen varias reflexiones. La primera es que considero que no sólo basta con pensar formas otras (fuera de las lógicas capitalistas, patriarcales, coloniales y heteronormadas) de relacionarnos y de gestionar nuestros afectos, también tenemos que luchar por crear las condiciones sociales y materiales que nos permitan pensar y experimentar esas formas otras, sino nos quedaremos atrapadxs en lo que desde mi punto de vista ocurre hoy, que es inventar nuevas palabras que disfrazan lógicas y prácticas que son milenarias. Este es el caso del poliamor, que en el fondo beneficia, en gran medida aunque no únicamente, a los grupos que están en el poder, es decir, principalmente a los hombres, blancos y heterosexuales. 

La segunda reflexión, es que considero que es importante pensar en las posibles relaciones que hay entre estas propuestas de amor y nuestras geografías. En el caso del amor-camaradería de Kollontái habría que preguntarnos si existen afinidades entre esta propuesta de amor y los contextos latinoamericanos en los que en muchas ocasiones las lógicas comunitarias aún prevalecen ¿no será posible que esta forma de amor ya exista por sí misma en los diversos pueblos del Sur global donde la comunidad es central? y entonces, ¿no será más fácil pensarnos en términos de amor-camaradería, que requiere hacer colectivos los cuidados y afectos, que en términos del poliamor, que requiere de individuos completamente autónomos, independientes y capaces de gestionar sus emociones?

Por último, sospecho profundamente de quienes piensan y en ocasiones demandan estas formas otras de relacionarnos, desde perspectivas que no toman en cuenta los contextos sociales y económicos de la gran mayoría de las personas. En otras palabras, para mí, el predicar poliamor sin buscar despatriarcalizar, descolonizar y desafiar los límites de la propiedad privada capitalista ¡es pura palabrería! Porque entonces sólo podrán acceder a estas formas otras de relacionarnos quienes tienen cierta posición socioeconómica que les permite sostener ese estilo de vida, y no queremos que nuestro amor sea un estilo de vida al que accedemos como una mercancía más, ¡queremos que nuestro amor sea revolucionario, múltiple y libre! 

Entonces me pregunto, ¿es el poliamor una contrapropuesta al amor burgués en el capitalismo-patriarcal o es un síntoma del mismo? Lo curioso es que esta misma sospecha se asoma al final del artículo de la propia Angie:

Para que el dispositivo del amor tenga efectos más contundentes sobre la sociedad que critica, es necesario conectar las luchas del sujeto y las de la sociedad. Caer en el individualismo hace que el poliamor se convierta en un instrumento de la política neoliberal que pretende destruir los lazos sociales y, por ende, la fuerza política de los movimientos sociales, todo en nombre de la libertad.

(Aldana, 2018, p. 197)

Y ahí está la cuestión clave, no habría porqué “conectar” las luchas del sujeto con las de la sociedad si las luchas emergen desde la comunidad misma. Pienso que quizás, en un mundo donde todas las certezas se caen a pedazos, la certeza que alguna vez pudo haber brindado el amor está cada día más imposibilitada de ser. En un mundo donde todo, incluso nuestros afectos, son pensados como una transacción “entre pares”, el poliamor resulta muy adecuado, porque según el capitalismo todxs somxs iguales y los intercambios son entonces “justos”. Cuando no hay tiempo para cuidar de lxs otrxs y el individuo es la medida de todas las cosas, es más fácil aceptar que nunca podremos cuidar y amar a ese ente abstracto que desconocemos porque casi nunca lo experimentamos: la comunidad. El poliamor resulta novedoso y atractivo hoy porque es un discurso que no implica modificar las condiciones materiales actuales, puede suceder aquí y ahora tal y como las cosas ya están dadas, al igual que el amor monogámico-hetero-patriarcal.


Referencias

Aldana Laitón, Angie. (2018). Del poliamor y otros demonios. Maguaré, vol. 32 (jul-dic), pp. 185-198.

Bebel, August. (2018). La mujer y el socialismo. España: Ediciones Akal.

Engels, Friedrich. (2006). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid: Fundación Federico Engels.

Kollontái, Alexandra. (1978). “La juventud y la moral sexual” en Autobiografía de una mujer emancipada. Fontamara.

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