Crónica

Vijay Prashad

Este artículo fue producido originalmente para Globetrotter.

Con cada día que pasa, las fuerzas de los talibanes se acercan más al control total de Afganistán. En la primera semana de agosto, los talibanes arrasaron las provincias del norte del país –Jawzjan, Kunduz y Sar-e Pul– que forman un arco junto a las fronteras de los Estados centroasiáticos de Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán. Todo ha sido sumamente violento. Los civiles han sufrido un dolor terrible por la intensidad de los combates. Tras retirar las fuerzas terrestres, Estados Unidos envió sus B-52 para atacar objetivos específicos en la ciudad de Sheberghan (capital de la provincia de Jawzjan); los informes sugieren que por lo menos 200 personas murieron en los bombardeos. Un ejemplo de la debilidad del Gobierno de Kabul es el hecho de que el portavoz de su Ministerio de Defensa, Fawad Aman, celebrara estas acciones.

Es poco probable que el gobierno afgano del presidente Ashraf Ghani pueda sobrevivir a los ataques relámpago de los talibanes. Los bombardeos de Estados Unidos frenarán el avance, pero no podrán revertir la marea. Por eso, las potencias regionales de Asia han profundizado los contactos con los dirigentes talibanes, quienes, al parecer, inevitablemente van a gobernar el país.

Talibanes ‘moderados’

“Los talibanes no son una entidad en sí misma”, me dijo Heela Najibullah cuando hablé con ella durante la segunda semana de agosto. “Está formado por grupos de extremistas y militantes que utilizan la retórica de la yihad para alcanzar el poder”. Najibullah, autora del importante libro Reconciliation and Social Healing in Afghanistan (2017), es hija de Mohammed Najibullah, presidente de Afganistán entre 1987 y 1992. También me dijo que desde el Acuerdo de Doha (2020) “los talibanes han demostrado con hechos que no son moderados, sino que se han vuelto aún más extremistas en el tipo de violencia que ejercen contra el pueblo y el Estado afganos”. Los talibanes han rechazado todas las propuestas de alto el fuego de las organizaciones pacifistas afganas.

Un examen minucioso de los dirigentes talibanes revela pocos cambios desde su fundación en septiembre de 1994. El rostro público de los talibanes –Mullah Abdul Ghani Baradar– fundó este grupo y fue un estrecho colaborador del primer emir del movimiento, Mullah Omar. Después de que Estados Unidos atacara Afganistán en octubre de 2001, fue Baradar quien llevó al mulá Omar sobre una motocicleta hasta su refugio en Pakistán. Baradar, que cuenta con la confianza de la inteligencia pakistaní, no hace ninguna separación entre el actual líder de los talibanes (el mawlawi Haibatullah Akhundzada) y sus dos adjuntos (Mullah Yaqoob –hijo del difunto mulá Omar– y Sirajuddin Haqqani –líder de la red Haqqani de Pakistán– ). Akhundzada dirigió el sistema judicial talibán de 1997 a 2001 y fue responsable de algunas de sus sentencias más atroces. Cuando el COVID-19 infectó a la mayoría de los dirigentes, la toma de decisiones recayó en Baradar.

En la conferencia internacional de paz de marzo de 2021 en Moscú, las diez personas de la delegación talibán –dirigida por Baradar– eran hombres (para ser justos, sólo había cuatro mujeres entre los 200 afganos del proceso). Una de las cuatro mujeres de la mesa era la Dra. Habiba Sarabi, que fue nombrada ministra de Asuntos de la Mujer en 2004 y luego se convirtió en la primera mujer gobernadora de una provincia afgana en 2005. Es importante señalar que era la gobernadora de Bamyan, una provincia en la que los talibanes explosionaron –en marzo de 2001– dos estatuas de Buda del siglo VI. En octubre de 2020, la Dra. Sarabi señaló que las mujeres afganas están “más movilizadas”, aunque Afganistán se enfrenta ahora a “un momento crucial en nuestra lucha”. Ya han aparecido informes sobre matrimonios forzados y flagelaciones públicas de mujeres en zonas controladas por los talibanes.

Reconciliación nacional

Las mujeres están más movilizadas, dice la Dra. Sarabi, pero no son un movimiento social poderoso. Las fuerzas sociales más liberales y de izquierdas de Afganistán “actúan en la clandestinidad y no son una fuerza organizada”, me dice Najibullah. Estas fuerzas incluyen a los sectores educados, que no quieren que “los grupos extremistas arrastren al país a otra guerra por poderes”. Esa guerra por poderes sería entre los talibanes, el Gobierno respaldado por Estados Unidos en Kabul y otros grupos militantes, que no son menos peligrosos que los talibanes o el Gobierno estadounidense.

Najibullah se remonta a la época en que su padre propuso la Política de Reconciliación Nacional Afgana. Una carta que el presidente Najibullah escribió a su familia en 1995 podría haberse escrito hoy: “Afganistán tiene ahora múltiples gobiernos, cada uno creado por diferentes potencias regionales. Incluso Kabul está dividida en pequeños reinos… a menos que y hasta que todos los actores [las potencias regionales y mundiales] se pongan de acuerdo para sentarse en una mesa, dejen de lado sus diferencias para alcanzar un verdadero consenso sobre la no injerencia en Afganistán y se atengan a su acuerdo, el conflicto continuará”.

Según Heela Najibullah, la política de reconciliación nacional requeriría la participación política de una serie de actores en una conferencia internacional y regional. Estos actores incluirían a aquellos que han utilizado a Afganistán para sus propias agendas nacionales, como India y Pakistán. En dicha conferencia, sugiere Najibullah, Afganistán necesita ser “reconocido oficialmente como un estado neutral”, y este “estado neutral” debería ser respaldado por el Consejo de Seguridad de la ONU. “Una vez conseguido esto, un gobierno de amplia base puede estar al mando hasta que se celebren elecciones, se discutan las reformas y se tracen los mecanismos para su aplicación”, afirma Najibullah.

Política por delegación

En los años 1990, la política del presidente Najibullah se vio debilitada por la profundización de las prácticas políticas delegadas a terceros (proxy politics). Las potencias extranjeras actuaron a través de sus emisarios armados –personas como Abdul Rasul Sayyaf, Burhanuddin Rabbani, Gulbuddin Hekmatyar y Sibghatullah Mojaddedi– para generar caos en el país. Abrieron la puerta a los talibanes, que salieron del norte de Pakistán y atravesaron Afganistán. Najibullah se refugió en el complejo de la ONU en Kabul, donde fue asesinado en septiembre de 1996, sin ninguna piedad, por los talibanes. Ni las fuerzas respaldadas por Estados Unidos y Arabia Saudí (desde Rabbani hasta Mojaddedi) ni los talibanes, estaban interesados en ningún tipo de política de reconciliación.

Tampoco están ahora genuinamente interesados en la paz. Los talibanes han demostrado que pueden hacer avances significativos y que utilizarán sus ganancias territoriales para obtener ventajas políticas; sin embargo, los miembros pragmáticos de los talibanes dicen que simplemente no tienen los recursos y la experiencia para gobernar un Estado moderno. El presidente Ashraf Ghani apenas controla su propio Gobierno, indefenso en gran medida sin el poder aéreo de Estados Unidos. Cada uno podría aportar algo en un proceso de reconciliación, pero su probabilidad es baja.

Mientras tanto, las potencias extranjeras siguen tratando a Afganistán como un campo de batalla para sus ambiciones regionales. La ceguera ante la historia gobierna la actitud de varias capitales, que saben –por experiencias anteriores– que el extremismo no puede mantenerse contenido dentro de Afganistán, sino que devasta la región. El llamado de Heela Najibullah para que se considere la Política de Reconciliación Nacional de su padre no es simplemente la esperanza de una hija. Es quizás el único camino viable para la paz en Afganistán.