La pandemia como cronomoto

unsplash
Foto: Artur Łuczka.

Cuando el libre albedrío se reactivó tras una pausa de 10 años, Trout transitó casi sin solución de continuidad desde el déjà vu a las oportunidades ilimitadas. 

      Kurt Vonnegut, Cronomoto

A poco más de un año de los primeros casos detectados de COVID-19 en México parece pertinente hacer un ejercicio de evaluación de lo experimentado a lo largo de estos singulares meses en los que varias dimensiones de nuestra vida se han visto resquebrajadas. Soy consciente, claro, de los innumerables y sesudos análisis que durante este tiempo han sido publicados para arrojar luz sobre los diferentes aspectos, implicaciones e impactos políticos, sociales, sanitarios, filosóficos, científicos, económicos, tecnológicos, ecológicos o psicológicos de la pandemia. Por eso, teniendo en cuenta todas las reflexiones y debates suscitados hasta ahora, me da cierto pudor participar en exceso en este ejercicio de expresión de opiniones, pues si bien creo que es necesario pensar el mundo poniéndolo en palabras para compartirlas en el espacio público, en ocasiones también resulta conveniente guardar silencio y ensimismarnos, como diría Ortega y Gasset,  para tratar de acallar temporalmente ese ruido de fondo en el que se agolpan las múltiples voces y que obstaculiza el pensar sosegado. Sin embargo, me tomo el atrevimiento de hacerlo acá porque pienso que hay un aspecto de esta profunda crisis que no ha sido tratado lo suficiente y del que quizá merezca la pena decirse algo. Se trata de la dimensión temporal de nuestras vidas en este tiempo de pandemia.

Foto: Artur Łuczka.

Para hablar de este asunto recurriré a una novela, Cronomoto, de Kurt Vonnegut, que leí en un momento crítico de mi confinamiento, cuando el tiempo había adquirido tal viscosidad que obstruía toda capacidad de hacer emerger posibilidades transitables para los sentidos y significados. Con la enrevesada  estructura  y el peculiar estilo autorreferencial del autor, el texto narra la ocurrencia de un seísmo cronológico que hace que el Universo sufra un movimiento retráctil y el tiempo se traslade de 2001 a 1991. Las consecuencias de este inesperado retorno son dramáticas: la gente tiene que volver a vivir su vida de manera determinista durante una década sin poder hacer nada para cambiar lo que hizo y lo que le ocurrió. Con el libre albedrío suspendido, cada una de las experiencias se va repitiendo. Todos tropiezan con las mismas piedras y toman las mismas malas decisiones actuando como el actor de teatro, o sea,  a sabiendas de la continuación y el desenlace de cada acto. No obstante, el momento verdaderamente crítico de la trama sucede cuando llega de nuevo el día en que se produjo el cronomoto y todo el mundo recobra su libertad porque el tiempo esta vez prosigue en la dirección que le corresponde. Como muchos ya estaban acostumbrados a hacer las cosas automáticamente, en el mundo postcronomoto se ven incapacitados para tomar el control de sus acciones. La restauración de un tiempo no repetido en el que vuelve a regir la incertidumbre respecto a las consecuencias de cada una de las decisiones provoca estupefacción y parálisis. 

En los últimos meses he empezado a pensar la pandemia como una especie de cronomoto. Claro que con este temblor temporal nuestras vidas no volvieron a transitar, afortunadamente, por las dichas y pesares experimentados en un tiempo ya acontecido. Sin embargo, para algunos de nosotros privilegiados, cuyas circunstancias nos han permitido permanecer confinados, los días han transcurrido en una especie de no-tiempo en el que todo sucede mientras nada ocurre. Este cronomoto, por tanto, no ha replegado el tiempo volviéndolo atrás, sino que lo ha desdoblado acelerando y deteniendo simultáneamente su ritmo. No es de extrañar, entonces, el estado de confusión en que algunos nos encontramos. Para salir de este desasosiego y evitar la acumulación de nuevas extrañezas, quizá deberíamos tratar de comprender algunos aspectos de esta paradójica circunstancia. ¿En qué consiste este desdoblamiento y cómo ha transformado nuestro presente?  
A mi juicio esta dislocación temporal se manifiesta de tres modos. En el primero de ellos, la detención del tiempo, experimentada en la limitación de las rutinas, la suspensión de los encuentros físicos y la paralización de las actividades, coincide con una vertiginosa  sucesión de noticias, opiniones y controversias que han llenado nuestras vidas de estrés, angustia, temores y enojos. Sin olvidar, claro, que el incremento de velocidad en la información propagada y recibida sigue necesariamente el ritmo acelerado de los acontecimientos político-científicos. Muchos de los responsables de la gestión han seguido la lógica y el principio vertido en la popular sabiduría del español  “Donde dije digo, digo Diego”  o el mexicano “Si no es Juana es Chana”, es decir, defendiendo una estrategia o la contraria según el arbitrario rechazo o aceptación de las recomendaciones expertas. La incapacidad y la desvergüenza de una clase política que da prioridad al rédito político en detrimento del bien público no ha hecho sino agravar la sensación de estupefacción de una ciudadanía sujeta al constante vaivén de sus mandatos. Por otra parte, la rapidez con la que la ciencia ha producido y avalado diferentes vacunas para hacer frente al nuevo virus es el mejor ejemplo de cómo el sistema científico-tecnológico acelera el tiempo al ponerlo en manos del ingenio humano. El cronomoto pandémico, al someter nuestras vidas a una doble cadencia, nos ha instalado en un contradictorio estado de molicie y ansiedad difícilmente gestionable. Pero me temo, sin embargo, que la situación más dramática, como en la novela, nos sobrevendrá al recobrar la libertad. No tanto porque no vayamos a saber qué hacer con ella, sino porque nos daremos cuenta de que en estos confinamientos no se habrá detenido el tiempo, sino que habremos salido a uno diferente, como personas distintas a las que fuimos. 
La segunda forma en que se manifiesta el resquebrajamiento cronológico afecta a las relaciones entre el acortamiento del tiempo y los procesos de aceleración descritos por Koselleck. El primer fenómeno responde a una concepción religiosa que achica el tiempo y adelanta el apocalipsis para reducir el sufrimiento del mundo y llevarlo a su redención final.  El segundo, en cambio, expresa una visión secularizada de la historia que no pretende reducir el lapso entre el presente y la salvación eterna, sino defender un modelo acelerado de producción en el que las innovaciones y avances humanos se van sucediendo y acumulando. A pesar de las diferencias, Koselleck es consciente de que hay expresiones del aceleracionismo científico-tecnológico actual que dejan rastros de su influencia religiosa. Sin embargo, el actual cronomoto parece haber desdibujado las fronteras marcadas entre acortamiento religioso y aceleración secular. Me explico. Cuando acababa el 2020 comenzamos a escuchar referencias a la pandemia en un tiempo pasado, como si el virus y nuestras respuestas político-sanitarias se rigieran por el calendario gregoriano o como si hubiéramos dotado de un asombroso poder mágico a la llegada del nuevo año. Con la validación de las vacunas esto volvió a suceder. Nuestra sociedad secularizada, paradójicamente, utilizó el extraordinario avance científico para ejecutar un acto de nigromancia que borraba el presente y se adelantaba a la época postcronomoto. Lo peor es que no sólo comenzamos a hablar de la pandemia en pasado, sino que hemos empezado a actuar como si ésta hubiera sido desactivada olvidando que seguimos instalados en su tiempo. Ha sido tal la confusión generada que nuestras esperanzas en la ciencia y nuestras impaciencias por salir de nuestro presente nos han llevado a acortar el tiempo del acontecimiento sin que haya dejado de acontecer. 
El último de los problemas que creo que nos impone este doble régimen temporal de parálisis y aceleración tiene que ver con las relaciones entre presente y futuro. A estas alturas parece una perogrullada afirmar que no sólo debe mirarse el pasado para entender lo que hoy ocurre, sino que, como nos ha enseñado Luhmann, hemos de aceptar que el futuro incide en el ahora. Pronosticar, vaticinar, imaginar o predecir los acontecimientos que pudieran detonar nuestras acciones condiciona las decisiones del presente. Uno no acudiría a una cita con alguien que ha conocido en una aplicación si sus expectativas no hubieran cargado su posible futuro con imágenes de una velada agradable o, si es muy optimista, de una apasionada noche de sexo. Y sin embargo, lamentablemente todos sabemos por experiencia que la mayoría de las citas son un desastre. Pues bien, la pandemia ha profundizado esta relación entre futuro y presente debido a las condiciones de ignorancia e  incertidumbre bajo las cuales tenemos que tomar decisiones. En un principio no supimos si ponernos el cubrebocas era eficaz o no para reducir la transmisión, y sin embargo, tuvimos que decidir. Tampoco supimos si quedarnos confinados totalmente o salir a la calle para apoyar a la economía de nuestros barrios, a sabiendas de que podríamos poner en riesgo a la misma gente a la que pretendíamos ayudar. Por supuesto, no nos ayudó mucho escuchar al presidente de la nación decir una cosa y al subsecretario de salud la contraria. ¿Cómo actuar con tal cantidad de posibles futuros, todos inciertos y algunos de ellos dramáticos? La parálisis del presente del cronomoto responde a la proliferación acelerada de titubeantes futuros que, para más angustia, se presentan, conocedores de los resultados, como jueces implacables de las decisiones que tomamos en un presente que será pasado.

Sinceramente no tengo idea de cómo se pueda acabar con este doble régimen temporal provocado por el cronomoto. Sólo se me ocurre callar ya y buscar formas de desacelerar el tiempo para poder salir de la parálisis y moverme a un ritmo adecuado. 

Salir de la versión móvil