La “nueva Guerra Fría”, una metáfora peligrosa

Con la invasión rusa a Ucrania nos enfrentamos a una proliferación de intentos por interpretar el conflicto actual en relación con experiencias similares en el pasado, pero “toda metáfora histórica es imprecisa” (Vanni Pettina) y catalogar el presente como una experiencia de una “nueva Guerra Fría” parte de un entendimiento inexacto sobre el conflicto del pasado siglo XX, así como de una lectura errónea de los acontecimientos actuales. Que “Putin pagará el precio por la invasión” y que “Ucrania defiende los ideales de libertad occidentales” son dos de las imágenes que Biden construyó en el discurso de la Unión el pasado primero de marzo. Son este tipo de discursos que describen al conflicto entre Rusia y la OTAN en el territorio ucraniano, como un enfrentamiento entre “tiranía y democracia”, lo que ha llevado a la opinión pública a connotar la invasión como una muestra de que estamos frente a una nueva Guerra Fría. Tanto publicaciones de izquierdas (por ejemplo, aunque no únicamente, Carlos Cruz, “La batalla por Colombia comienza”, en Jacobinlat), como otras de tintes neoliberales (como la portada de The Economist del pasado 12 de marzo: “The Stalinisation of Russia”) son muestra de la falta de imaginación histórica para darle sentido al presente, sentido que nos permitiría entender con mayor claridad el conflicto. Si el objetivo es comprender la realidad desde una mirada crítica, es necesario el intento por conceptualizar los hechos de manera más precisa.

Extracto de portada de The Economist.

Existen rasgos del conflicto que provienen del pasado y rastrear su pertinencia nos permite entender su vínculo con procesos previos. Por ejemplo, la existencia de la OTAN como una institución perteneciente al periodo de la Guerra Fría o las pretensiones rusas en Ucrania, forman parte de estos elementos más duraderos que podría llevarnos a pensar en el surgimiento de una confrontación con tintes a la del pasado siglo; las pretensiones geopolíticas ciertamente recuerdan a este periodo. Sin embargo, dichas conexiones no son suficientes para explicarnos la situación actual en clave de la Guerra Fría del siglo XX. Una situación internacional multipolar y no bipolar, la ausencia de un conflicto ideológico y el reforzamiento de sentimientos nacionalistas son elementos esenciales para comprender las diferencias entre ambos procesos.

La invasión rusa a Ucrania ha vuelto evidente que la conformación geopolítica del mundo actual ya no es el unipolarismo que nació a principios de los años 1990 a partir de la desintegración de la URSS. La concentración del poder económico, político y cultural del mundo en la nación victoriosa de la Guerra Fría (EUA) se ha ido desgajando bajo las dinámicas propias de la globalización, en las que, por ejemplo, el poder cultural surcoreano (moda, música, series), las empresas de tecnología japonesas o la manufactura china compiten con la economía estadounidense, por lo que hoy en día nos encontramos frente a una situación que recuerda más a la multipolaridad de la Primera Guerra Mundial que a ningún otro momento de la historia de los últimos cien años. El poder se encuentra distribuido, naciones como China o Japón juegan un papel esencial para entender el crecimiento económico actual; países como Rusia e Israel compiten por alcanzar a Estados Unidos en el desarrollo militar, lugar que también disputará Alemania en poco tiempo tras su reciente proceso de militarización; y eso sin mencionar a potencias afianzadas en los combustibles fósiles como Canadá, Arabia Saudita o Qatar.

Si bien la historiografía de los últimos años nos ha ayudado a entender la Guerra Fría como un proceso más complejo que la típica imagen de la competencia entre dos polos contrapuestos (URSS y EUA); es cierto que el orden internacional se encontraba dividido en dos proyectos que giraban alrededor de un antagonismo determinado por concepciones ideológicas divergentes. La situación del multipolarismo actual encuentra y enfrenta a países que poco tienen en común, culturalmente hablando, pero que comparten el lenguaje del capitalismo como modelo económico imperante. En este sentido vale la pena anotar entonces otro de los puntos centrales del conflicto: la carencia de una dimensión ideológica. 

En el siglo XX la competencia entre los llamados bloque occidental y bloque oriental se centró en la defensa de una filosofía de vida inherente al sistema económico que cada “mundo” proponía. Por un lado, la idea de libertad como el valor máximo a defender se produjo desde el centro del mundo capitalista, con EUA como centro geopolítico y su “american way of life” y “amercian dream” como proyecto de vida. Esta postura se afianzó en el bloque a través de la recuperación de posturas y de discursos que diabolizaban a la otra mitad del mundo. Por otro lado, la idea de igualdad fungió como el valor central dentro del bloque comunista. La red de países que apoyaron esta ideología se organizó tanto a partir de la conformación de estados comunistas, como de redes formales (por ejemplo, partidos políticos) o informales (como artistas o intelectuales) de simpatizantes. En ambos casos, las posturas ideológicas que se encontraban en el seno de la competencia internacional buscaban adeptos, la conformación de bloques o zonas de influencia que compartieran dicha postura.

El conflicto actual se mueve en otros parámetros, ya lo anunció Volodia Artiukh; pues carece de un enfrentamiento ideológico o de proyectos de Estado, así como de una red internacional de apoyo; el nacionalismo en el cual se basa tiende a la polarización y a la separación. Los enfrentamientos que antes se configuraron alrededor de las alianzas militares de la OTAN y el Pacto de Varsovia, hoy resultan obsoletas; por un lado, porque el Pacto de Varsovia dejó de existir con la desintegración de la URSS. Por otro porque, aunque la OTAN es un actor importante en el conflicto actual, han cambiado las causas de su existencia y su actuar. Valdría la pena preguntarnos qué tanto es ésta una organización más bien anacrónica que está destinada a perpetuar la injerencia de la política estadounidense en Europa frente a la ausencia de un comunismo del cual defenderse. El antiguo antagonismo mundial, fundamentado en la creación de vínculos y dinámicas globales como el internacionalismo, actualmente se encuentra completamente ausente; en su lugar nos encontramos con exacerbadas posturas nacionalistas que lejos están de construir proyectos o ideales a los cuales adherirse. Y aquí reside la principal diferencia con la Guerra Fría, y también, la postura más peligrosa: el conflicto se mueve entre reivindicaciones nacionalistas.

Caricaturizar a Rusia como “la tiránica nación invasora” y a Ucrania como “la nación mártir que se sacrifica por Europa” es caer en el juego de los antagonismos acríticos. Por poner un ejemplo: los vetos y marginaciones que artistas, deportistas e intelectuales rusos han sufrido en los círculos internacionales responde más a una rusofobia que a un intento de solución del conflicto y hace visible que este conflicto está movilizando posturas racistas, nacionalistas, belicistas. Y aunque toda metáfora histórica es inexacta, nombrar al conflicto actual como “nueva Guerra Fría” es traer del pasado una concepción que no tiene la capacidad de darle sentido al mundo actual. Hay que preguntarse entonces, ¿a quién beneficia esta retórica?, ¿a quién le conviene que se caracterice el conflicto con categorías inexactas? Mientras el debate olvide lo dañino que puede suponer un conflicto movido por supuestas superioridades nacionales (rusas, ucranianas, estadounidenses) o regionales (europeos, occidentales, orientales) y se centre en la adopción de anacrónicas interpretaciones, será complicado construir una postura crítica. “La nueva Guerra Fría” se convierte así no sólo en una metáfora inexacta, sino peligrosa.

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