Opinión
Jorge Puma
Un estridente sector de la joven derecha latinoamericana suele defenderse de la crítica arguyendo que ellos no son conservadores y ni tardos ni perezosos se arropan en la venerable tradición progresista del liberalismo. Incluso se declaran orgullosos defensores de la diversidad sexual y cultural, banderas que difícilmente identificaríamos con la derecha. Sin embargo, es desde esa misma esquina que no se desaprovecha la ocasión para atacar el discurso “totalitario” de un pretendido “marxismo cultural” que, según ellos, permea todo la cultura popular contemporánea, Hollywood incluido.
El origen de este discurso no es fácil de adivinar si nuestras coordenadas se reducen a la tradición política latinoamericana y no volteamos a mirar la historia política de Estados Unidos. Sólo así descubriremos que desde los años treinta la derecha norteamericana comenzó un proyecto político e intelectual para detener cualquier intento de reforma política que afectara los intereses de la elite empresarial en Estados Unidos primero y en su esfera de influencia global después (Véase Phillips-Fein, 2010). El proyecto aumentó en complejidad con la alianza entre los grupos pro-empresariales con un grupo de intelectuales austriacos exiliados del nazismo. Estos le proporcionaron un potente discurso liberal con el cual justificar la postura de estos grupos de interés, pero también un conjunto de ideas sobre la izquierda “marxista” que suelen repetirse machaconamente en el discurso de sus herederos. Cuando desde las redes sociales o los libros de las tiendas de conveniencia nos llega un texto sobre el tema, la primera reacción es desecharlo por verlo como una imprecisión o una caricatura de lo que sería el “verdadero” marxismo. Sin embargo, la literatura reaccionaria sobre la izquierda tiene una historia que vale la pena entender si es que la propia izquierda quiere responder efectivamente a estos nuevos inquisidores.
El artículo de Yankel Peralta trata sobre una de las últimas iteraciones de esa interpretación de la historia de la izquierda. El texto identifica la reacción de la derecha norteamericana al shock de los años sesenta, incluyendo la persistente popularidad de la teoría crítica y sus ideas, pero descarta muy pronto la posibilidad de la existencia real de una lectura simplificada de ese marxismo francfurtiano entre la izquierda universitaria de nuestro vecino del norte. Al tomar el camino de una crítica conceptual, el lector mexicano o latinoamericano de izquierdas no adivinaría ni por asomo que la lectura de la derecha debe bastante a los análisis de varios renegados excomunistas que compartían varios supuestos filosóficos con sus excompañeros (véase Oppenheimer, 2016). Tampoco comprendería del todo la obsesión por los temas culturales o sociales, ni lo rápido que se iguala al marxismo con las luchas reivindicativas. Sólo en la historia particular del siglo XX estadounidense se hace obvio que la disputa sea por la “cultura”, pues allá el movimiento obrero fue cooptado por el “liberalismo”, o reducido a la impotencia, y las ideas “socialistas” se convirtieron en una etiqueta segura para la marginalización hasta apenas 2016.
Atacar como pseudo-concepto la etiqueta del “marxismo cultural” nos impide entender a una derecha que se precia de balancear el liberalismo, el tradicionalismo y un sector de ex-izquierdistas de tiempos de la Guerra Fría. Es desde ese frente popular invertido que hace sentido responder al reto de una Nueva Izquierda muy específica, la norteamericana (para una historia de la conformación de la alianza entre estos grupos véase Nash, 2014).
Tomemos en cuenta que la izquierda norteamericana de inspiración marxista es una presencia marginal en la escena política estadounidense desde la cacería de brujas Macartista y que el fugaz renacimiento del radicalismo en los años sesenta se apagó muy pronto con la contrarrevolución de Reagan. De los rescoldos de la larga retirada a las universidades surge la fantasía reaccionaria del marxismo cultural. Una leyenda que se nutre de la desconexión entre la izquierda en el campus y los movimientos reivindicatorios o, en otra lectura, la sincronía entre los cada vez más particularistas movimientos políticos de las “minorías” y lo que se entiende al norte del Bravo como izquierda. Sin embargo, el éxito del discurso de la derecha norteamericana —que habría que tener cuidado de llamarla conservadora pues incluye un ruidoso sector ultra-liberal— reside en usar la coartada del anti-elitismo populista y la hegemonía de la idea democrática de respeto a las mayorías para ahogar cualquier impulso reivindicatorio. El debate es complejo, pero la renuncia de la izquierda norteamericana a construir una idea propia de nación y un proyecto común más allá de los derechos de las minorías contribuye a dar credibilidad a esas ideas (para un intento desde la izquierda de rescatar la idea de nación en el contexto político actual y su crítica véase (Kazin y Abrahamian, 2019).
Yankel Peralta nos invita a confrontar el discurso de la derecha que intenta igualar el proyecto liberador del marxismo con ideas totalitarias o una bizarra teoría conspirativa. Sin embargo, esa confrontación debe incluir una mejor comprensión de las raíces políticas y económicas de la derecha. Atenerse a las categorías de progresismo y conservadurismo abren la puerta a una confusión en el contexto latinoamericano y las izquierdas no pueden darse el lujo de no identificar correctamente a sus contrincantes.
Referencias
Kazin, M., y Abrahamian, A. A. (2019, July 9). American Nationalism: A debate. Dissent, 66(276), 20-26.
Nash, G. H. (2014). The conservative intellectual movement in America since 1945: Open Road Media.
Oppenheimer, D. (2016). Exit Right: The People who Left the Left and Reshaped the American Century: Simon and Schuster.
Phillips-Fein, K. (2010). Invisible Hands: The Businessmen’s Crusade Against the New Deal: WW Norton & Company.