Aún no se registraba una recuperación generalizada y sostenida después de la crisis de la economía global que estalló en EE. UU. en el 2008, hace ya 12 años, y ocurre esta gran debacle provocada por la pandemia. Antes de la crisis global del 2008, tampoco se habían recuperado en el mundo los ritmos de crecimiento que declinaron a partir de la crisis de mediados de los setenta del siglo pasado. Las tasas de crecimiento promedio de 1945 a 1975 casi duplicaron las registradas en la economía de los principales países capitalistas, en los treinta años posteriores. Por algún tiempo Japón, después los Tigres Asiáticos y finalmente China, tuvieron un desempeño excepcional, al margen de la tendencia al estancamiento que caracterizó a casi todos los demás países en el período de tres décadas que va de 1975 al 2006. Son países que se incorporaron al proceso de globalización, pero con estructuras institucionales internas ajenas al paradigma neoliberal.

Después de la caída del 2008, en los principales países capitalistas tampoco se recuperan las tasas de crecimiento de antes de esa crisis global. Más bien, se reforzó la tendencia al estancamiento. Tiende a repetirse el fenómeno: a partir de una crisis aguda, las economías en un período largo de tiempo no recuperan su anterior ritmo de crecimiento. Se prefigura así en el largo plazo, no un movimiento cíclico o pendular que regrese a la economía a su anterior equilibrio dinámico, sino un movimiento circular que extiende y profundiza la caída, un proceso de causación circular acumulativa, como decía Myrdal (Myrdal, 1979).

Josef Steindl, en su importante libro Maduración y estancamiento del capitalismo norteamericano, analizó los factores inherentes a una economía con altos grados de monopolio en sus mercados y con importante presencia del capital financiero, que determinan que a partir de un agudo movimiento recesivo, como la crisis de 1929, siga una larga tendencia al estancamiento, como la que se manifestó en la Gran Depresión de los 30 (Steindl, 1979).

 ¿Por qué el crack del 29 empujó al sistema económico a esa larga tendencia al estancamiento? ¿Hacia dónde nos llevará el crack del COVID-19?

Los factores determinantes de ese movimiento circular estancacionista son más fuertes ahora que en el siglo pasado, y se pueden analizar factores nuevos que empujan en la misma dirección, de convertir una crisis coyuntural en una tendencia descendente de la actividad económica durante un período largo de tiempo.

Steindl enfocó tres factores estancacionistas inherente a lo que llamó un capitalismo maduro.

En primer lugar, el peso del capital financiero. Los sectores productivos utilizan en sus empresas un capital total que rebasa al valor del capital propio, ya que se incorpora un factor de apalancamiento derivado de capital ajeno, que es el componente financiero. Así, si el valor del capital propio de una empresa es 100, el valor de los activos totales con lo que funciona puede ser de 150 o más, dependiendo de su grado de endeudamiento (deuda sobre capital propio). Ese grado de endeudamiento puede ser algo planeado, en función de las expectativas del mercado y por tanto de las ganancias esperadas del negocio. Pero si cae su mercado, es decir su volumen total de ventas, caen sus ganancias y con ello se debilita la fuente de formación del capital propio, por lo cual su grado de endeudamiento tiende a crecer y a ponerse por encima de lo planeado. Al mismo tiempo disminuye la capacidad de pago del costo financiero de la deuda. Así es como el endeudamiento planeado se convierte en sobreendeudamiento.

Este planteamiento de Steindl es válido para la empresa, para los sectores industriales, y para la economía en su conjunto. Ni el sistema financiero acreedor, ni las empresas o los gobiernos contratan el sobreendeudamiento; es la caída de los mercados la que determina este fenómeno como ocurrió en México en 1982 cuando una caída del mercado petrolero determinó el sobreendeudamiento del país y la crisis financiera. A partir de esta caída, la economía mexicana no ha recobrado ni la mitad de la tasa promedio anual de crecimiento que se registró a lo largo de tres décadas anteriores. El sobreendeudamiento es un factor contrario a la inversión productiva, que es la palanca del crecimiento. Si existe sobreendeudamiento, una parte considerable de los ingresos tienen que canalizarse al pago de deuda o de intereses, no a la inversión, incluso cuando se renegocia la deuda con los acreedores financieros; la renegociación ha consistido en que a los países deudores les prestan para pagar, nunca para fortalecer la actividad económica. De esta manera, la crisis productiva y la financiera se refuerzan mutuamente. Tanto la capacidad de inversión productiva como la capacidad de pago financiero se debilitan, la tendencia es al crecimiento de la deuda y de su costo.

Otro factor estancacionista obedece a la estructura monopólica de los mercados en el capitalismo actual. Debido a eso una caída de la demanda no hace bajar los precios ni los márgenes de beneficios para mantener los niveles de producción vendida, es decir no se registra un movimiento para recuperar el equilibrio dinámico. Esa rigidez o falta de flexibilidad de los precios ante la caída de los mercados, determina más bien una baja en el nivel de ventas, lo cual conduce a una disminución del grado de utilización de la capacidad productiva de las empresas. La disminución del grado de utilización significa un aumento de la capacidad ociosa, lo cual tiene un efecto negativo sobre los estímulos a la inversión productiva.  Aunque el margen de utilidad de las empresas sea rígido debido al poder monopólico, al caer el grado de utilización de la capacidad productiva, la tasa de ganancia disminuye. También por esta razón se desalienta la palanca del crecimiento que es la inversión o formación real del capital.

El margen de utilidad es un porcentaje del precio o del valor total de las ventas, es la parte del precio que no es costo y en ese margen se manifiesta el grado de monopolio del mercado y la distribución del ingreso entre ganancias y salarios, y la tasa de ganancia resulta de dividir la ganancia total sobre el valor del capital invertido. La ganancia total resulta de multiplicar el margen de utilidad por el volumen total de ventas. Por tal razón, sin variar el margen de utilidad, al disminuir el grado de utilización y por tanto el volumen de producción vendida, dado que el capital es el mismo, la tasa de ganancia disminuye. La caída de la tasa de ganancia desestimula la inversión productiva y con ello frena el crecimiento de la demanda, lo cual acentúa aún más la caída del grado de utilización. Así, la disminución del grado de utilización es causa y efecto. Se forma un círculo vicioso: la disminución del grado de utilización aminora la tasa de ganancia, y la menor tasa de ganancia desalienta la inversión, con lo que disminuye la demanda y, con ello, el grado de utilización de la capacidad productiva. ¿Para qué aumentar la formación real de capital si la capacidad ociosa es alta?

Un tercer factor estancacionista que analiza Steindl es la mala distribución de las ganancias y en consecuencia de los recursos financieros. En las principales industrias que conforman la estructura productiva del capitalismo maduro coexisten pequeñas y grandes empresas. Las grandes suelen tener ventajas respecto de las pequeñas, en especial tienden a beneficiarse de las técnicas más avanzadas de producción, lo que les permite obtener una renta diferencial en el mercado y, por tanto, tienden a incrementar su capacidad productiva a tal grado que rebasan el crecimiento del mercado; en cambio, las pequeñas apenas sobreviven. La concentración de ganancias y capacidad financiera en las grandes empresas significa que las pequeñas, aunque requieran aumentar mediante su inversión capacidad productiva, carecen de los recursos; en cambio, las que los concentran son las que tienen mayor exceso de esa capacidad, por lo que canalizan recursos financieros cada vez mayores a la inversión especulativa. A eso le llama Steindl la mala distribución de las ganancias, que es tal porque las empresas que requieren recursos financieros para responder mediante la inversión a cualquier ascenso esperado del mercado, carecen de ellos, y otras disponen de sobra, por lo que no los canalizan a inversiones productivas.

Estos factores que fueron determinantes para explicar por qué el crack del 29 condujo a la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado están presentes hoy con más fuerza que entonces. A estos hay que agregar otras causas estancacionistas de mayor actualidad. Me refiero especialmente a dos: cambios negativos en la distribución del ingreso, y la presencia y dominio sobre el sistema económico del nuevo capital financiero.

A diferencia de lo que ocurrió durante la Gran Depresión, en la época actual del capitalismo —desde hace casi cuatro décadas, a partir de que se impuso el modelo neoliberal con los gobiernos de Margaret Thatcher en la Gran Bretaña y Ronald Reagan en EE. UU.— se da un proceso de concentración del ingreso en favor del capital, disminuyendo en forma significativa la participación de los salarios, fenómeno global de la economía, presente de manera muy clara en la economía mexicana (Piketty, 2014).

Vivimos una época de grandes avances tecnológicos que se aplican en los procesos productivos, aumenta la productividad del trabajo, pero al mismo tiempo los salarios descienden. Esta es causa fundamental del bache de la demanda efectiva como causa recesiva, ya que el gasto en consumo es el principal componente del mercado, y son los trabajadores los que menor proporción de su ingreso ahorran, es decir, los que destinan la mayor parte al gasto en consumo. El mayor excedente en poder del capital, que se deriva de esta discrepancia entre la dinámica de la productividad y el salario, genera un ahorro que excede lo que se requiere para la inversión productiva, y se convierte en fuente para el incremento del capital financiero que se encauza a la especulación. A partir del postulado de Michael Kalecki “los trabajadores gastan lo que ganan, los capitalistas ganan lo que gastan”, Nicholas Kaldor demostró que un cambio en la distribución que mejore la participación de los salarios, es cosa buena y no mala para la dinámica de la producción, incluso para la dinámica de las ganancias del capital (Kaldor, 1979).

Si la curva de la productividad del trabajo es ascendente, el movimiento del salario siguiendo esa pauta no sólo es posible, sino necesario para sostener el crecimiento de la economía. Es viable una curva ascendente del salario, siempre y cuando la productividad también se mueva hacia arriba. Es viable económicamente que los frutos del progreso técnico se muevan de tal modo que mejoren tanto los salarios como las ganancias. Por ejemplo, si la productividad aumenta en 10 %, las ganancias pueden aumentar en 4% y los salarios en 6%, este sería un escenario muy optimista en el cual el progreso técnico se convierte en progreso social, y hay una tendencia a la equidad. Otro escenario es que las ganancias aumenten en 6% y los salarios en 4%, aquí también habría progreso social pero no tendencia a la equidad. Otro escenario sería que las ganancias aumenten en 10% y los salarios no cambien. Un último escenario es que las ganancias aumentan al mismo tiempo que los salarios descienden, por ejemplo, que las ganancias aumentan más que el 10% que les da el incremento de la productividad, debido a un descenso de los salarios. Los cuatro escenarios son económicamente viables, ya que en todos aumenta la ganancia del capital, pero el efecto social y sobre la dinámica de la producción es distinto en cada uno. El cuarto escenario es el que distingue esta época del capitalismo en la cual se registra el progreso técnico junto con el retroceso social. La distribución funcional del ingreso entre capital y trabajo tiene un significado mayor, es la base de la distribución social, determinante del mercado que atiende la mayor parte de las pequeñas y medianas empresas y de los sectores productivos básicos, afecta a un amplio segmento de la economía y de la sociedad. Por esto, dicho aumento de las ganancias en contra del salario no beneficia a todas las empresas, se concentra en unas cuantas corporaciones y determina una situación característica de esta época, en la cual el potencial productivo determinado por el progreso técnico no se realiza, se da la paradoja de que se registra un gran aumento de las ganancias del capital a pesar de que el crecimiento es lento, la producción crece poco pero más que el empleo, la productividad también crece lentamente en contraste con el potencial tecnológico, pero mucho más que los salarios. La mala distribución del ingreso no es sólo en contra de los trabajadores, es también en contra de la mayor parte de las empresas.

Desde hace décadas domina en la economía mundial un nuevo capitalismo financiero. Predomina un capital financiero diferente al que hace un siglo definió Hilferding como la amalgama del capital bancario con el industrial. Ahora se trata de una enorme masa de capital dinero perteneciente en su mayor parte no a las grandes empresas industriales sino a ahorradores externos de todo tipo, personas y grupos de ahorro colectivo e individual para pensiones y seguros, profesionistas, gerentes y funcionarios de altos ingresos, incluso trabajadores de salarios ínfimos obligados legalmente al ahorro para el retiro. Son todos ellos propietarios del nuevo capital financiero, pero los dueños, los que tienen el dominio sobre esos fondos, son unos cuantos grandes empresarios de las finanzas. Esa enorme masa de capital dinero se mueve por el mundo a gran velocidad, superando con mucho el valor del comercio internacional. Este fenómeno ha impuesto cambios en el sistema económico. Impone nuevas pautas en la distribución del ingreso, en la canalización del crédito, en las políticas monetarias, e impone a los gobiernos las pautas de la política económica y social. Se ha convertido en el poder que regula el funcionamiento de la economía (Zermeño, 2009).

En la distribución del ingreso, el cambio que impone el predominio del nuevo capital financiero es hacia una mayor concentración en un doble sentido: en lo factorial, a favor del capital, y a favor de la ganancia financiera sobre la derivada de la producción. El aumento de la concentración factorial se explica por la necesidad de la ganancia financiera, y también por las necesidades que impone la competitividad en el contexto de la globalización. Se globalizan los derechos del capital, pero no los del trabajo, se impone la libre movilidad de mercancías y capitales, pero no de las personas. Se trata de un proceso de globalización trunco.

El crédito del nuevo capital financiero se canaliza ahora preferentemente al consumo y a los gobiernos, no a la producción. Su canalización al consumo genera burbujas en la demanda que luego revientan, ya que los ingresos de los deudores tienden a disminuir. A diferencia de la época fordista, las masas se incorporan al mercado, no por el ascenso de sus salarios u otros ingresos, sino por el crédito, lo cual es un factor de inestabilidad. Por su creciente dependencia financiera los gobiernos se someten al poder del nuevo capital financiero que les impone un paquete ortodoxo de política económica que restringe drásticamente su capacidad de realizar las políticas de seguridad y de bienestar que, en una democracia, la sociedad les demanda.

Globalización de orientación neoliberal con predominio del nuevo capital financiero marca la época de un capitalismo cuyo núcleo dominante basa el aumento de sus ganancias en una creciente renta, no en el incremento de la producción. Renta que se deriva de la propiedad monopólica de recursos tecnológicos, financieros y naturales. Su tendencia es hacia el desequilibrio y provocación de inestabilidad económica, actúa movido por el hecho de su abundancia, que lo lleva a riesgos para colocarse con expectativas de lucro, para evitar su devaluación dada su sobreoferta. Corre riesgos con la seguridad de que sus clientes predilectos, los gobiernos, acudirán a su rescate en caso necesario. Subyace en ese comportamiento inestable una contradicción de fondo: se trata de una enorme masa de capital dinero que reclama una creciente participación de la riqueza, pero no participa en su producción, ya que en su mayor parte no se canaliza a la inversión productiva. Es una necedad que conduce al capitalismo de esta época a un callejón sin salida. Aunque quizás ya encontró la salida: los grandes dueños del nuevo capital financiero, que acumulan en propiedad personal y/o corporativa enorme masa de capital dinero ya no  intentan ni podrían convertir ese volumen financiero en riqueza real. En ese nivel, ésta no se ha producido; se conforman entonces para satisfacer su afán de grandeza, reputación y reconocimiento, como diría Veblen en su Teoría de la clase ociosa, con ostentar en cantidades estratosféricas el símbolo de la riqueza que es el dinero. Estaríamos ya en un capitalismo simbólico.

Hemos señalado un conjunto de factores que se han constituido a través de un largo trayecto histórico que determinan en el capitalismo contemporáneo una tendencia a tasas promedio de crecimiento cada vez menores en períodos largos de tiempo. La tendencia al estancamiento no consiste en que sea cero la tasa de crecimiento de la economía —en el corto plazo, la tasa de crecimiento sube o baja—, pero en períodos largos la línea es descendente, tiende a cero. Esa tendencia impide que a partir de una súbita caída —como el crack del 29, o la crisis del 75 o la del 94 o la del 2008 y ahora a partir del COVID-19— se regrese pronto al equilibrio dinámico anterior. Cada crisis abrupta tiende a inaugurar un largo período de estancamiento.

Pero tendencia no es fatalidad. Después de la Gran Depresión de los años treinta la economía pudo recuperar un vigor de crecimiento sostenido por más de tres décadas, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, pero con una gran transformación de la estructura institucional del sistema. Se suplantó el capitalismo liberal por un capitalismo diferente, no liberal, con decisiva participación del Estado en la conducción de una política económica que se proponía el pleno empleo y el reconocimiento práctico de derechos sociales como la educación y la salud, entre otros. Se impuso la orientación keynesiana de la economía, los estados de bienestar y en algunos países de América Latina, estados desarrollistas impulsores de economías mixtas. Este cambio del paradigma económico condujo a lo que hoy se conoce como “edad de oro” del capitalismo. De acuerdo con el modelo de distribución de Kaldor, se demostró en ese período que podría crecer la producción al mismo tiempo que la productividad, los salarios y las ganancias del capital. Pero para que eso ocurra se debe dejar de lado el fundamentalismo de mercado.

Como tendencia no es fatalidad, para superar la gran crisis que esta pandemia ha profundizado y recuperar la capacidad de crecimiento y de su conversión en desarrollo económico y social, se requiere de una gran transformación del modelo o quizás incluso suplantar el sistema económico. Lo primero tendría que desechar el fundamentalismo de mercado, base del neoliberalismo, y reconocer que el mercado es una gran fuerza espontánea de la actividad económica, pero por sí no garantiza el pleno empleo, ni la estabilidad económica, ni el cumplimiento de derechos sociales, como la salud, la educación, la cultura, la vivienda, la conservación del medio ambiente. Se requiere por tanto que el mercado sea políticamente regulado para someterlo a las necesidades de una sociedad democrática, como propuso Polanyi.

Después de este gran quiebre causado por el COVID-19, ya nada será igual, ojalá podamos inclinar la cosa hacia algo mejor que nos aleje de la pesadilla, tanto de la pandemia como de lo que ha sido este capitalismo depredador de la sociedad humana y de la naturaleza.