La nueva súper producción estadounidense del director Todd Phillips refleja lo que mejor maneja el capitalismo desde su origen: hacer dinero y ganar premios con la sangre de los demás. Cientos de millones de dólares recaudados en taquillas por DC Comics y Warner Brothers en sólo algunos días y el premio León de Oro en Venecia posicionan a Joker en el centro de una revolución estética, en la que el realismo brutal, el nihilismo y el estilo negro se funden para hablar de los procesos sociales y de la vulnerabilidad de los expulsados del capitalismo. Joker se vuelve el malo perfecto. En la categoría de los superhéroes tenemos a Batman, que este año cumple 80 años de existencia. Y qué mejor manera de empezar a festejar que hacer de su antihéroe, el enigmático malo Joker, el Guasón de la sonrisa fija, un superhéroe por fin, el malo perfecto.

Durante la mayor parte del tiempo en que se desarrolla la trama, el Guasón es simplemente Arthur Fleck, protagonizado por Joaquin Phoenix. Éste nos pasea por Gotham City, que se parece a la ciudad de Nueva York de los años ochenta. La miseria lo absorbe todo. La violencia es tratada desde un realismo brutal que nos muestra una ciudad sucia, departamentos precarios y familias destruidas, una ciudad en la que desaparecieron los programas de apoyo gubernamental y se destruyó el tejido social. La tragedia de lo sórdido se expone con un ritmo sostenido, para exhibir a los excluidos del capitalismo. Arthur es un hombre soltero, frágil, que padece un trastorno compulsivo que lo lleva a tener ataques de risa cuando siente ansiedad. Vive en un pequeño departamento y cuida de su madre enferma. El edificio, al igual que todos los espacios por los que transita —trabajo, transporte, espacio público—, padecen de la misma lógica repetitiva: fragmentación, discontinuidad, vulnerabilidad y violencia. Arthur es un hombre pobre, azotado por la vida, excluido y condenado a trabajar en la calle como “hombre-sándwich”, disfrazado de payaso. Arthur sueña con una vida mejor. Se imagina como estrella cómica y quiere participar en el show en vivo de la celebridad Murray (Robert De Niro), a quien ve todos los días en la televisión en compañía de su madre. 

En Tiempos modernos, de Chaplin (1936), la trama que conduce cómicamente a Charlot es diferente. Aunque también pasa por la dureza de la repetición, en este caso es consecuencia de la Revolución industrial, que obliga a la humanidad a convertirse en una máquina más. El tiempo segmentado, el traslado, el trabajo y el reposo terminan en el absurdo, en el agotamiento y en el sinsentido. Entonces, la revolución de clase se proyectaba entre la movilización política y la utopía. Hoy, en 2019, ya no es la comedia la que marca el ritmo, sino la tragedia moderna. Como en las tragedias griegas, el azar, la sociedad o la familia aplastan al individuo ciego. No hay duda de que la risa del Guasón no puede menos que causar escalofríos. No obstante, este miedo entra en el juego del capitalismo contemporáneo. Construir un malo siempre supone la existencia de un bueno o viceversa. La gran maquinaria de la industria hollywoodense nos confunde. Una revolución estética nihilista y oscura es exactamente lo que el capitalismo desea y favorece; en éste, la única posibilidad de rebeldía es la locura. Cuando por desgracia Arthur mata a tres policías en el metro, y eso hace que en la ciudad estalle una rebelión y que Arthur entre en un “delirio psicótico” que lo lleva a transformarse en el Guasón, parece establecerse un eco entre la locura individual y la locura colectiva, lo cual hace cuestionar las fronteras de la salud mental. Es la gran performance de Joaquin Phoenix; muchos espectadores van a ver Joker para ver a un loco.

Sin embargo, la revuelta que expone Joker para dar cuenta de los excluidos por el capitalismo se opone completamente a lo que construyen los movimientos sociales contemporáneos —aquellos que transforman los cuerpos vulnerables—. Si bien la red que se está tejiendo internacionalmente entre activismo social, performatividad y movimientos ciudadanos es compleja, no representa a agentes ciegos ni a enfurecidos buscando una venganza de tipo barroco; tampoco a un rebaño de locos bailando semidesnudos sobre brasas y gozando de la destrucción. Muchos de los actores de la nueva agencia política pretenden romper con la repetición, sea ésta comedia o tragedia; buscan construir una agencia política que vaya más allá de la lucha, o del bueno y el malo —aunque sea el malo perfecto—; impulsan acciones concretas y de derechos colectivos, tratan de jugar con los roles y de matizarlos, buscan modos nuevos de organización, de recomponer el tejido social, de inventarlo o de preservarlo; para, justamente, ya no tener más miedo del otro.

En resumen, el Guasón tiene el riesgo de fortalecer la lógica nihilista que sostiene el capitalismo y, sobre todo, de simplificar las protestas sociales contemporáneas, aquellas que interrogan la realidad a partir de los cuerpos vulnerables.