En este primer semestre, correspondiente a los primeros pasos del nuevo gobierno de AMLO, emergió la preocupación por definir el tipo de capitalismo que representa la Cuarta Transformación. La pregunta que interroga respecto a si la política actual es o no es de izquierda, si es progresista, democrática, populista o neoliberal constituye una trampa shakesperiana a la cual la izquierda se precipitó —to be or not to be that is the question. Sin embargo, ésta impide analizar las dinámicas internas transversales a los movimientos de izquierda y en particular su compleja relación con el desarrollo del capitalismo. Durante el Siglo de las Luces, el siglo XVIII, un movimiento cultural, filosófico, científico y estético influenció la producción de grandes transformaciones sociales como la Revolución francesa y la Declaración de Independencia de Estados Unidos. El pensamiento de las Luces es específicamente europeo y corresponde al triunfo de la razón sobre la fe y las creencias religiosas, de la burguesía sobre la nobleza y el clero. Grandes filósofos, científicos y notables de la época pusieron en el centro del debate la cuestión de la libertad y el contrato social a partir de la noción de progreso. Por ello, tanto las primeras ideas del Siglo de las Luces como las del socialismo europeo comparten con el desarrollo del capitalismo las mismas dinámicas de transformación desde arriba, desde las élites. Es así que, tanto entonces como ahora, no sorprende asistir a la compleja absorción de los movimientos de izquierda por los sectores más privilegiados ni tampoco el alejamiento y la separación de éstos de su base social.
En este sentido es necesario dar un paso al costado. En particular me gustaría seguir algunas pistas para analizar nuestro presente político a partir de una reactualización de los planteamientos de George Orwell. Ello me permite lanzar al debate una pregunta polémica: ¿nuestro presidente sigue el camino de un socialismo libertario antitotalitario?
Desde 2016, las obras del escritor y periodista británico de la primera mitad del siglo XX, George Orwell, se posicionaron entre las más compradas en el sector editorial. Al mismo tiempo se reactivó un debate crítico en la actualidad política internacional que desarrolla dos tesis de este autor, la del antitotalitarismo y, más recientemente, la de la “decencia común”. En cuanto al antitotalitarismo la crítica se centra en el ascenso de gobiernos de extrema derecha que, en la realidad política internacional, muestran fuertes afinidades con el fascismo. En México, la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos se acompañó de posturas críticas. En su estrategia de comunicación se observó un uso del lenguaje que opera, a la vez, como estrategia de control y de creación de masas. En particular se recuerda su polémica toma de poder, difundida en redes sociales, y falsamente señalada como la más aclamada históricamente por los estadounidenses. Esto condujo a retomar la novela de Orwell, 1984, sobre el tema de la apropiación del lenguaje por y para la dictadura, para lograr una sociedad de control total, anunciada por el autor a partir de la Europa de la segunda posguerra. Muchos analistas consideran que la represión política de hoy se desarrolla siguiendo una trama orwelliana. Sin embargo, algunos de ellos amalgaman la crítica del fascismo (ni de derecha ni de izquierda desde arriba) y la del populismo (ni de derecha ni de izquierda desde abajo). En este sentido, a Andrés Manuel López Obrador se le reprochó un posible adelanto del totalitarismo considerado populista al atender su referencia a la novela de Orwell, Rebelión en la granja. A través de su spot preelectoral de 30 segundos, el actual presidente de México hizo llegar un mensaje a los mexicanos: “[…] Son lo mismo, fulanos y menganos, puercos y cochinos, cerdos y marranos. Pero pronto, muy pronto habrá una rebelión en la granja y se acabará con la corrupción y la violencia. Tendremos producción, seguridad, trabajo y bienestar para todos […]”.
La tesis de la “decencia común” resulta más pertinente para analizar a nuestro presente político. Este concepto, propuesto por Orwell, regresa a nuestra actualidad política, es decir a la realidad política que nace desde abajo. Habla de los valores que vienen de la base social, esto es, de personas que fueron olvidadas en el debate político y de las políticas públicas. De personas que viven una desigualdad silenciosa; personas humildes, jóvenes, trabajadores desempleados después del cierre de grandes empresas, funcionarios que perdieron su empleo al cambiar la dirección de la administración política, madres solteras, personas mayores, etc. En general, esta situación se articula con una segregación espacial. Al respecto, podrían analizarse con mayor detalle ciertas zonas geográficas, por ejemplo, Tabasco después de la crisis del empleo provocada por el sector petrolero, Baja California y su desigual redistribución de los ingresos provenientes del turismo o Veracruz, un estado desfigurado por los asesinatos y las desapariciones, donde todavía es labor de los colectivos y de la gente del pueblo la búsqueda de fosas y de los cuerpos de sus familiares. En este contexto la izquierda se alejó de su base social, volviéndose mayoritariamente progresista o cultural. Las posturas progresistas defienden un utópico reacomodo sin lucha, mientras que las posturas que utilizan la dimensión cultural se centraron en la defensa de grupos y personas en situación de marginalidad extrema, como las comunidades indígenas, los migrantes, las mujeres más vulnerables. Aun así, la izquierda dejó de lado a las fuerzas sociales y no integró a la población que vive en la pobreza, que perdió su trabajo, que sufre la segregación social y geográfica. Considerando que el voto en favor de nuestro nuevo gobierno es un voto de castigo a las políticas anteriores, pero sobre todo es el voto de la base social, aquí se sitúa hoy la crisis de lo político.
Cuando Orwell habla de “decencia común”, también habla de valores. Más allá de campos políticos, de izquierdas versus derechas, Orwell se preocupa por la formación de la república a partir de las personas ordinarias. Así, postula que en la humildad y el trabajo se forja una manera de vivir, un ethos. Estas personas, hoy invisibilizadas, defendieron valores en un cotidiano humilde. Hicieron su ley el trabajar, aprender, transmitir, desarrollar la solidaridad familiar, hacer crecer a sus hijos enseñando el respeto. Éstos son valores de la gente común —no de los intelectuales o los políticos que pretenden representarlos— que ponen por encima del dinero y del miedo a perderlo, la honestidad y la amistad, la hospitalidad, hacer el bien, no traicionar, no intrigar. Estos valores del pueblo, del pueblo que dejamos de mirar y que quiere recuperar la voz en la actualidad política internacional, tienen también que ver con una tradición, se heredan; por lo mismo se educa, para transmitir los valores de lo que llamamos la república.
Orwell representa una tradición de izquierda crítica, una forma de socialismo libertario antitotalitario —hoy diríamos que se trata más bien de una posición política ni de izquierda ni de derecha, pero sí de abajo. En este sentido, Orwell sigue la tradición de una izquierda que no se aleja de su base; por eso está tan presente en el debate político internacional.
Para cerrar, Orwell plantea un tema más concreto en torno al progreso. Jean-Claude Michéa, gran lector de Orwell, lo retoma en su último libro, Notre ennemi, le capital (Flammarion, 2017), donde insiste en la urgencia de elaborar la noción de progreso analizando si éste nos hace más humanos o nos aleja de nuestra humanidad. En este sentido, es urgente separar la noción de progreso social y económico. Ello nos permitirá construir el futuro dibujando el camino para un posicionamiento político ético.