¡Fue el Estado! Defender la centralidad del trabajo

El 10 de mayo, en el periódico El País, Emiliano Monge nos invitó a repetir la frase iluminada con velas en el Zócalo mexicano en noviembre de 2014: “Fue el Estado”. Un mensaje que expresaba  la indignación frente a la matanza disfrazada de desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, en la región norte del estado de Guerrero. “Fue el Estado” se convirtió en  un grito ante la injusticia y el sinsentido de un absurdo institucional que se volvió criminal. Dio voz a la exigencia de un orden nuevo, formulada desde la sociedad civil; un orden en el que la libertad pasa por la justicia: ¡no más crímenes en nuestro territorio! Este mensaje se difundió en redes sociales y contó con un fuerte respaldo en la prensa internacional, mientras que a nivel nacional dio lugar a controversias, existiendo planteamientos que pretendieron minimizarlo y reducir la responsabilidad al presidente municipal de Iguala, José Luis Abarca.

Élodie Ségal

Quiero tomar en serio a Emiliano Monge y reflexionar sobre lo que significa repetir “Fue el Estado” en el contexto de la Cuarta Transformación. En particular, me interesa formular algunos puentes entre la afirmación “Fue el Estado” y la noción de trabajar el Estado, es decir, abundar en la necesidad de considerar al Estado a partir de un concepto crítico de trabajo.

En su columna, Emiliano Monge denuncia la imposición de un “Estado bandido”, ocupado por funcionarios profesionales de la delincuencia, y la producción organizada de víctimas despersonalizadas en nuestro territorio desde las estructuras estatales. En particular considera el caso del secuestro con violencia sexual y física orquestado por el ex gobernador de Puebla, Mario Marín, contra Lydia Cacho, haciendo una lectura del mismo a partir del ensayista español Rafael Sánchez Ferlosio. Este autor presenta una tipología de los delitos profesionales que pueden ser cometidos por un funcionario: el delito común, el delito paraprofesional y el delito profesional.

Situar el debate en torno al involucramiento del Estado en la violencia criminal permite reformular el difícil posicionamiento de las instituciones públicas mexicanas hoy. En efecto, actualmente, los servicios públicos mexicanos están experimentando un dilema entre, por un lado, la reducción de los presupuestos estatales impuesta por el nuevo gobierno y, por el otro, la permanencia de lógicas gerenciales heredadas de lógicas productivistas. Por eso es útil recordar y repetir “Fue el Estado”, porque, como dice  Monge, “no es ni será nunca una frase pronunciada al vuelo, por el contrario se trata de la sentencia misma de nuestra época”. 

El Estado es un lugar de trabajo y, si queremos que éste dé prioridad a la justicia, debemos reconocer primero de dónde partimos y tener en cuenta la presencia en este ámbito de la violencia criminal. La misma se presenta como una realidad articulada tanto a la cuestión de la alienación como de la emancipación. Retomando la tesis de la centralidad del trabajo, que lo piensa como capacidad para transitar de la alienación a la emancipación, es importante analizar cómo dicha capacidad se hace extensiva al Estado y desde éste se proyecta promoviendo la organización política de ciudadanos y ciudadanas. Sin embargo, desde hace algunos años la tesis de la centralidad del trabajo viene perdiendo consistencia. En este sentido, Bertrand Ogilvie, en su libro de 2017 (Le travail à mort. Au temps du capitalisme absolu, L´Archnéen, París, 2017), defiende la tesis del trabajo a muerte, cuestionando al trabajo como posibilidad de libertad y fuente de emancipación. Según él, entramos en una nueva fase histórica del capitalismo, la del capitalismo absoluto, enfocada en el exterminio del otro. Ésta vuelve a traer a los espacios de trabajo todas las categorías históricas vinculadas al exterminio: la guerra, Hiroshima, el Genocidio,  el Holocausto, el Goulag, etc. En gran medida, su tesis se sustenta en el modo de evaluación total de los trabajadores, a quienes se les imponen nuevas formas gerenciales invasivas. Para B. Ogilvie, desde el siglo xix el término trabajo trae consigo una confusión, porque el propio término refiere realidades distintas. La tesis del trabajo a muerte es diferente a la tesis del fin del trabajo. Pero, en su intento por dar nuevas definiciones al sistema de producción capitalista actual, desestabiliza la posibilidad de observar las resistencias sociales, individuales y políticas que se gestan en los espacios laborales.

Es justamente porque entendemos que el trabajo es un lugar en el que se expresa un nuevo modo de dominación que no debemos abandonar ese espacio. Por ello es urgente oponer a la tesis del trabajo a muerte la tesis de la centralidad del trabajo. Christophe Dejours sigue abriendo puertas en este sentido, recordándonos que trabajar es siempre un acto subversivo. C. Dejours se apoya en la filosofía política, la sociología y el psicoanálisis para analizar la complejidad de la tarea. Al realizar su labor el trabajador inventa, se adelanta, interpreta, crea nuevas reglas de manera subversiva. Aunado a esto, el colectivo transforma las normas prescritas y lo subversivo individual real en una cooperación capaz de re-modelar las organizaciones y sus funcionamientos. Es en el corazón de esas dinámicas sutiles que se juega la democracia política de hoy.

La Cuarta Transformación brinda la oportunidad para que los funcionarios del Estado trabajen de acuerdo con nuevas reglas de juego. Repetir “Fue el Estado” es una manera de mostrar que estamos en pie y haciendo obra común para detener y eliminar la crueldad del Estado, y sus representantes. 

 

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