Extranjería y latinoamericanismo en el campo editorial latinoamericano
Una reseña de Editar desde la izquierda en América Latina de Gustavo Sorá


Gustavo Sorá, Editar desde la izquierda en América Latina. La agitada historia del Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2017.


“El día en que los latinoamericanos tuvieran que ver algo en la actividad editorial de España, la cultura de España y la de todos los países de habla española se volvería una cena de negros”. Según las memorias de Daniel Cosío Villegas revisadas como parte de los documentos que el antropólogo argentino Gustavo Sorá reúne en Editar desde la izquierda en América Latina, estas fueron palabras proferidas en la década de 1930 por el filósofo Ortega y Gasset cuando supo que varios intelectuales mexicanos, principalmente economistas, intentaban negociar un espacio para sus obras en la editorial española Espasa Calpe. Las palabras del madrileño, quien nunca se caracterizó por ser un entusiasta de las tendencias literarias latinoamericanas, refleja una actitud bastante asentada entre quienes, hasta nuestros días, reconocen en los libros una objetivación especial conforme a las identidades nacionales que habría que defender de una idea de “extranjería”.

Ortega, que además usaba en su frase la expresión “cena de negros” que lleva a una imagen de desorden y primitivismo presente en los encuentros que tenían antiguamente los esclavos negros al terminar sus jornadas esclavistas al final del día, no sólo creía que la cultura española estaba en riesgo, sino la de todos los países de habla española si los autores latinoamericanos incidían en el quehacer editorial peninsular. Esto no sólo agrega datos para pensar la idea de cultura extranjera que tenía en mente el filósofo, sino que en el fondo es útil para reconocer algo que Gustavo Sorá documenta en su libro con especial importancia: el surgimiento de la figura del editor.

Esta ocupación empieza a diferenciarse claramente del impresor o del librero a partir de la década de 1920 y funge como un árbitro dentro del campo cultural y literario dentro de las naciones. Y en verdad, los editores a partir de ese momento serán responsables de los libros que leemos, pues ellos deciden qué sí y qué no vale la pena publicar en cada caso, dando forma y provocando el surgimiento (o decadencia) de movimientos literarios o de “periodos culturales”. Será así que, producto de la labor de editoriales como Sudamericana, el Fondo de Cultura Económica o incluso la catalana Seix Barral, gran parte del mundo de habla hispana pudo leer los textos de Cortázar, Márquez, Carpentier y del denominado boom latinoamericano.

No mucho después de que el filósofo español pronunciara esas palabras que recuerda Cosío, la Guerra Civil azotó la actividad editorial en España, y muchos editores madrileños y catalanes llegaron en calidad de exiliados a los países latinoamericanos con los deseos de “hacer la América”, es decir, para participar decididamente en el ejercicio editorial latinoamericano. Tanto en México como en Argentina, regiones en las que se detiene Sorá, estos grandes intelectuales y editores como José Gaos, Eugenio Ímaz, José Medina Echavarría, Enrique Díez-Canedo, entre otros, aportaron sus conocimientos y fueron recibidos por los intelectuales de los países latinoamericanos que los acogieron. En México, bajo la importante intercesión de Cosío Villegas y Alfonso Reyes, el gobierno de Lázaro Cárdenas cobijó a estos exiliados incluso brindando un predio perteneciente al Fondo de Cultura Económica, la Casa de España, que posteriormente se transformará en El Colegio de México. Aún así, no faltan los testimonios que constatan que, para un sector de la sociedad, la llegada de los españoles era vista como un peligro, pues se temía que pudieran inyectar al país de ideas comunistas. De esta forma, en ambos lados del Atlántico se construía una idea de extranjería en estrecho vínculo con los miedos de sus sociedades burguesas: una anarquía y/o comunismo de la que habría que cerrar fronteras para no perder identidad cultural.

Otra viñeta que Sorá delinea con detalle y que permite seguir hablando del rechazo a las extranjerías en el campo editorial es cuando en 1964, la administración de Gustavo Díaz Ordaz ordena alejar a Arnaldo Orfila de la dirección del Fondo de Cultura Económica. Y precisamente el escritor argentino dedica gran parte de su libro en reconstruir esa figura de editor profesional encarnada en Orfila, en un tiempo en que el FCE consolidaba su trabajo como una editorial muy bien referenciada en la circulación de ideas críticas de una América Latina en ruta clara hacia las políticas neoliberales emanadas de las escuelas anglosajonas y austriacas. Pese a que su despido fue manejado públicamente bajo el pretexto de que un extranjero no podía estar al frente de una empresa estatal (Orfila era editor argentino que había llegado a México por primera vez en 1921), la razón principal fue la publicación en el Fondo de obras incómodas con el poder.

Sobre este punto, Gustavo Sorá recuerda cómo después de la dirección de Daniel Cosío Villegas, la cual había dotado al Fondo de una línea editorial compuesta por títulos escogidos por profesores de economía que consideraban necesarios para abordar la realidad nacional e internacional, numerosos títulos que cuestionaban los fundamentos de la Escuela de Chicago fueron incorporándose al catálogo. Así, el FCE publicó Escucha Yanqui del sociólogo Charles Wright Mills en la recién estrenada colección Tiempo Presente de la Colección Popular y Antropología de la pobreza de Oscar Lewis. Sin embargo, la publicación de Los hijos de Sánchez representó todo un escándalo que hizo que una facción de los intelectuales conservadores detestara la actitud obscena y subversiva que adjudicaban a Orfila con la publicación texto y, con él, se afianzara la rectoría del Estado en el ejercicio editorial mexicano.

Para Sorá, este miedo a los “extranjeros comunistas” es tomado como síntoma de cómo estaba profundamente permeada la ideología estadounidense conforme al control de las “ideas subversivas” durante la Guerra Fría. Esto apunta también a considerar la manera en que la cultura impresa era un espacio fundamentalmente de disputa entre ideas que reafirmaban el control del Estado en este ámbito. Así, la relación del Estado como principal actor en la labor editorial fue decisiva en décadas pasadas (desde Carranza hasta el proyecto vasconcelista) e invitaba no pocas veces a pensar a la cultura en términos de diferencias nacionales.

Sin embargo, pese a esta actitud frente a la extranjería portadora de ideas comunistas, otro sector, el que realmente le interesa a Sorá, soñaba con una unidad latinoamericana, esto como reacción a los grandes editoriales españolas y anglófonas. Pedro Henriquez Ureña, Alfonso Reyes o Jesús Silva-Herzog, por ejemplo, ya habían cada uno planteado la cuestión en sus propios términos. Sorá tiene estos ejemplos en mente cuando argumenta en la tesis principal libro que “los estudios sobre el libro y la edición en Hispanoamérica no pueden recortarse por cultura o mercados nacionales. Deben combinar escalas locales, nacionales y transnacionales” (pp.21-22)

El libro de Gustavo Sorá representa un gran esfuerzo por estudiar el desenvolvimiento de las relaciones de Orfila tanto en su estancia en el FCE como en la dirección de Siglo XXI. A lo largo de nueve capítulos, Sorá presenta material importante para reconstruir la labor del editor como aglutinador de esfuerzos, ideas, contactos de muy variadas procedencias congregados con el objetivo de poner en circulación los libros que consideraba valiosos. Será por eso que después del despido de Orfila del FCE, Sorá cuenta cómo logra reunir “un ejército de 500 intelectuales” para fundar Siglo XXI en una casa brindada por la escritora Elena Poniatowska y que sirvió de primera oficina para estos intelectuales que soñaban con una editorial políticamente comprometida en entender nuestra región. Mediante la publicación únicamente de inéditos (pese a que varios escritores del boom proponían cancelar sus contratos con el FCE y llevar sus derechos a la nueva editorial), Orfila pensó en un espacio editorial que pudiera equiparase en el cuidado y prestigio de sus publicaciones a las que producía José Olympio o Gaston Gallimard en Francia.

El material que expone el libro de Sorá no sólo invita a hacer un repaso necesario a los primeros años de Siglo XXI, sino que ejercita un análisis en torno al concepto de campo editorial definido por el sociólogo Pierre Bourdieu como un espacio social con relativa autonomía y lógicas propias. Así, Sorá puede pensar las reflexiones de Orfila como continuadoras de las que tuvieron el español Saturnino Calleja, el argentino Manuel Gleizer o Julio Torri en México y que invitaban a pensar al campo editorial hispánico en virtud de elementos comunes en los que el idioma sólo será uno de estos. En ocasiones, Sorá equipara el esfuerzo del Siglo XXI de Orfila al realizado por Ángel Rama con Ayacucho o la de Víctor Landman con Gedisa. En otros proyectos se menciona también a Joaquín Diez-Canedo, editor encargado del área de producción en el FCE y que a la salida de Orfila funda Joaquín Mortiz en 1962; editoriales que fueron fundamentales en la circulación de textos que ayudaron a formar una ruta política basada en una sensibilidad común en torno a los procesos sociales latinoamericanos.

En su conjunto, los capítulos de este libro representan un gran referente conforme a los estudios editoriales latinoamericanos y permiten pensar a la labor editorial en América Latina a través de las tensiones entre las ideas latinoamericanistas y la industria cultural que crea mercados con relativa autonomía. En el libro de Sorá se muestra la manera en que Siglo XXI y otras editoriales latinoamericanas quizá no hubiesen sido posibles gracias al trabajo de decenas chilenos, colombianos, argentinos, mexicanos y un largo etcétera de editores, impresores, ilustradores e intelectuales que aportaron sus habilidades en torno a una idea para crear un espacio compartido por lectores latinoamericanos. Por último, se aporta material para pensar el pensamiento latinoamericano como un pensamiento para y desde América Latina, librado de fobias de extranjerías y relativamente independiente de los grandes centros intelectuales norteamericanos y europeos que hasta la fecha continúan marcando la agenda mundial de qué y cómo debemos leer.

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