Crónica

Vijay Prashad y Jie Xiong

Este artículo fue producido originalmente para Globetrotter.

“Kashgar es un lugar clave para la conexión terrestre y marítima de ‘La Franja y la Ruta’, al conectar no sólo hacia el oeste con Asia Occidental, Europa, el Mar Rojo y África, sino también hacia el sur con el Océano Índico, a través del puerto de Gwadar”, nos explica el profesor Li Bo, del Instituto de Investigación de China de la Universidad de Fudan. Según nos dijo, es “un área nuclear de la estrategia de ‘La Franja y la Ruta’”. Kashgar, una de las ciudades más occidentales de China, es la principal zona urbana del sur de la Región Autónoma Uigur de Xinjiang (XUAR). En su mercado dominical se reúnen comerciantes de toda Asia desde hace 2000 años.

A más de 1000 kilómetros al norte de Kashgar se encuentra la ciudad de Nur-Sultan, antes conocida como Astana, la capital de Kazajistán. Allí, en 2013, el presidente chino Xi Jinping habló sobre la necesidad de una “Franja Económica de la Ruta de la Seda”. Esta Franja incluiría acuerdos comerciales y redes de transporte, interacciones culturales y conexiones políticas. Más adelante, el proyecto se convertiría en la iniciativa “Una Franja, Una Ruta” (One Belt, One Road), que ahora conocemos como “la Iniciativa de la Franja y la Ruta” (BRI por sus siglas en inglés: Belt and Road Initiative). La Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma de China publicó un informe en marzo de 2015 en el que se planificaban seis corredores económicos, que se financiarían con más de 155 000 millones de dólares del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras y el Fondo de la Ruta de la Seda. Desde entonces, muchos de estos corredores, que van desde China hasta Asia Central y también bajan por Pakistán y Afganistán, se han completado. En diciembre de 2020, un tren de mercancías viajó desde Estambul (Turquía) hasta Xi’an (China), recorriendo 8 693 kilómetros de esta nueva Ruta de la Seda. El tren transportaba electrodomésticos turcos destinados al mercado chino.

Las acusaciones del Gobierno de Estados Unidos y sus aliados sobre el genocidio y los trabajos forzados en Xinjiang han colocado a la provincia más occidental de China en el punto de mira de los medios de comunicación internacionales. Esta forma de enfocarse sobre Xinjiang caracteriza la guerra de la información llevada a cabo por Washington. En nuestras conversaciones con el profesor Li Bo y el profesor Wang Yiwei, director del Instituto de Asuntos Internacionales de la Universidad Renmin, así como con intelectuales de Kashgar y Ürümqi (la capital de Xinjiang), logramos tejer un hilo argumental que incluye la dinámica del desarrollo social de Xinjiang, las amenazas del extremismo y la integración de sus problemas en la guerra híbrida más amplia desatada contra China.

Desarrollar Occidente

“La economía de Xinjiang no es tan buena como la de la costa oriental [de China]”, nos dijo el profesor Wang Yiwei. Esta realidad se comprendió hace 20 años, cuando el Gobierno chino puso en marcha el Programa de Desarrollo de China Occidental (Xībù Dàkāifā) en 1999. En 2010, Kashgar fue designada zona económica especial, con la intención de atraer inversiones al sur de Xinjiang para hacer frente a los altos índices de pobreza y convertir la provincia en una puerta de entrada a Asia Central y Europa.

En el 18º Congreso Nacional del Partido Comunista de China, celebrado en 2012, los delegados hicieron del desarrollo de Xinjiang una prioridad. La construcción de infraestructuras, el desarrollo de fuentes de energía, la vinculación de la economía de Xinjiang con la BRI y el desarrollo de talentos, surgieron como las principales rutas a seguir para la provincia, según el profesor Li. En 2019, el Gobierno de Xinjiang anunció que entre 2014 y 2018, habían salido de la pobreza 2,3 millones de personas: 1,9 millones de ellas vivían en el sur de Xinjiang, donde se concentra la población uigur. Durante la pandemia, el Gobierno chino se esforzó por encontrar una vía para mejorar la vida de los agricultores y pastores del desierto de Taklamakan, en el sur de Xinjiang. Esto ha contribuido a mantener el patrón de crecimiento del 6,1% de la población de la provincia, que en 2018 se encontraba en situación de pobreza extrema (el nivel de pobreza se redujo al 1,2% de la población de Xinjiang en 2019 y sigue con una tendencia decreciente). 

“Cuando visité Xinjiang”, nos dijo el profesor Li, “me impresionó el hecho de que la provincia está inmersa en una gran lucha. Esta lucha se manifiesta de varias maneras: en el desarrollo de la vida social y económica, en la integración de los grupos étnicos minoritarios en la amplia vida social de China y en la difícil tarea de luchar contra el terrorismo.”

La Jihad de Washington

En agosto de 2013, el imán de 74 años de una mezquita en Turpan, a 200 kilómetros al este de Ürümqi, fue brutalmente asesinado por extremistas. Estos extremistas – probablemente miembros del Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (ETIM) o del Partido Islámico del Turquestán (TIP) – ejecutaron a Abdurehim Damaolla porque formaba parte de la Asociación Islámica, que colaboraba con el Gobierno de China en la lucha contra el extremismo. En el seno de la sociedad uigur se generó un abismo entre la gran mayoría de la población, que se oponía a la radicalización por motivos religiosos, y los que se unieron al ETIM y al TIP.

Las raíces del ETIM y del TIP se remontan a las décadas de 1960 y 1970, cuando la Liga Musulmana Mundial de Arabia Saudí comenzó a hacer proselitismo con una versión radical del Islam para contrarrestar el comunismo. Los que se sintieron atraídos por estos puntos de vista abandonaron las escuelas saudíes – muchos en Pakistán – para unirse a la jihad de Washington en Afganistán, en la década de 1980. Allí, los extremistas uigures se unieron a otros extremistas centroasiáticos descontentos, con la intención de formar varios grupos que prometían la jihad contra el comunismo.

Cuando la URSS se derrumbó, estos grupos trataron de utilizar la violencia para avanzar en su agenda contra los Estados postcomunistas de Asia Central; el primero de todos ellos fue el Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU), afiliado a Al Qaeda. Los militantes uigures se unieron al Partido del Renacimiento Islámico de Tayikistán, al IMU y a la plataforma global conocida como Hizb-ut Tahrir (Partido de la Liberación). Los extremistas de Xinjiang se adiestraron luchando por la jihad en Afganistán, Siria, Libia y en los Estados de Asia Central.

En la década de 1990, Xinjiang fue testigo por primera vez de un gran ataque violento por parte de estos militantes en Ürümqi y en las ciudades más pequeñas del sur de Xinjiang. El 5 de julio de 2009 se produjo una gran revuelta en Ürümqi que causó la muerte de casi 200 personas. Desde entonces, se han producido muchos ataques de menor envergadura. “El desarrollo económico desigual”, según el profesor Wang, “es la base del terrorismo y de la ideología religiosa extremista”.

Shohrat Zakir, presidente del Gobierno de XUAR, está de acuerdo y señala que su Gobierno ha presentado un programa para “erradicar el terrorismo”. “No tiene sentido tratar esto simplemente como una guerra, como hizo Estados Unidos en Afganistán” dijo Zakir, “esta no es una guerra que pueda ganarse con la violencia, sino que debe ganarse con educación y desarrollo económico”. Al preguntarle por la formación profesional, Zakir nos explicó: “Algunos residentes allí [en Xinjiang] tienen un dominio limitado de la lengua común del país y un sentido y conocimiento limitados de la ley. Suelen tener dificultades para encontrar empleo debido a sus limitados conocimientos profesionales. Esto ha provocado que la base material de los residentes para vivir y trabajar allí sea escasa, lo que les hace vulnerables a la instigación y coacción del terrorismo y el extremismo. Todavía queda un largo camino por recorrer para que el sur de Xinjiang erradique el contexto y el suelo [que nutren] el terrorismo y el extremismo religioso”.

Una Nueva Guerra Fría

En 2011, Hillary Clinton – en ese momento Secretaria de Estado de EEUU – propuso una “Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda”. La idea era que Estados Unidos utilizara a Afganistán como núcleo de un eje Norte-Sur que desvincularía a los Estados de Asia Central de sus vínculos con Rusia y China; orientando a estos países hacia el sur de Asia y luego hacia Estados Unidos. El fracaso en la resolución de los problemas de Afganistán llevó a Estados Unidos a abandonar ese proyecto. En su lugar, se ha centrado en socavar la BRI de China.

La guerra de información que se lleva a cabo ahora contra China se centra en Xinjiang. Una vez más, Estados Unidos utiliza problemas de larga data – como el aumento del extremismo en Asia Central (alimentado en cierta medida por Estados Unidos desde la década de 1980) – para crear problemas a sus adversarios. Funcionarios chinos nos dicen que el Gobierno ha ignorado durante mucho tiempo el desarrollo económico de Xinjiang, y no ha sido capaz de gestionar plenamente los diversos agravios de los grupos étnicos minoritarios; pero la respuesta a estos problemas no es entregar la región a los afiliados descontentos de las jihads de Washington, que vuelve a jugar, como en los casos de Siria y Libia, una partida irresponsable con el extremismo islámico.