Estados amurallados, soberanía en declive de Wendy Brown

Brown, Wendy, Estados amurallados, soberanía en declive, Barcelona: Herder, 2015, 128 pp.

Estados amurallados, soberanía en declive, publicado originalmente en 2010, ha sido traducido recientemente al castellano por editorial Herder. Su autora, Wendy Brown es una profesora universitaria en la Universidad de California-Berkeley, filósofa política y activista feminista que ha participado en los debates más importantes a propósito de la crisis civilizatoria contemporánea, lo que ha convertido a su obra en un referente fundamental para la intelectualidad de izquierda, en la búsqueda por renovar su caja de herramientas para la comprensión de nuestro tiempo. Otros volúmenes traducidos al español son: El pueblo sin atributos: la secreta revolución del neoliberalismo y La política fuera de la historia, en el primero se discute la subjetividad política producida por el neoconservadurismo y en el segundo, se adentra por los caminos de la teoría política, pasando revista por autores como Karl Marx y Michel Foucault. Por su parte, el libro que aquí se reseña argumenta que los nuevos muros de los Estados nación constituyen la iconografía del debilitamiento de la soberanía estatal pues, contrario a lo que pudieran denotar, la erosión de la soberanía genera la exaltación por construirlos. Este análisis propone un tratamiento al transcurso del amurallamiento como un fenómeno histórico unitario, ello supone conectar analíticamente lo que en apariencia no tiene vínculo, mediante la identificación de estrategias de legitimación comunes, su funcionamiento, sus recursos tecnológicos, así como sus efectos y fracasos al modificar la función soberana de la frontera territorial. Es por esto que las proposiciones de Brown constituyen una ruta para comprender la emergencia de un mundo social –resultado de la globalización neoliberal– cada vez más antipolitizado y dominado por el capital, en donde la dimensión simbólica, imaginaria y material de los muros, actúa todos los días como un movilizador ante el derrumbe de un viejo mundo (ideal) democrático y soberano. En otras palabras, es plausible afirmar que la propuesta de Brown surge a partir de la constatación de que el mundo se está amurallando.

La edición que aquí se refiere cuenta, además, con un elogioso prólogo del distinguido filósofo francés Étienne Balibar quien señala que la perspectiva de Brown, nunca ha sido la de un “sujeto femenino” que proyecta su particularidad en el mundo, sino el punto de vista crítico de una teórica que percibe la universalidad de sus planteamientos sin desconocer las diferencias internas, entre ellas, la división sexual y la distribución por género de los roles. Lo anterior, dota a la obra de consistencia argumentativa y utilidad política, ello, no obstante, deja al lector juicioso la tarea de actualizar los planteamientos de Brown de cara a los acontecimientos de los últimos años, por ejemplo: la formación de caravanas migrantes hacia Estados Unidos, traslados masivos con dirección a Europa y numerosos desplazamientos resultado de conflictos armados que corroboran la urgencia por reflexionar en torno a esta cuestión. A esto se añade la complementariedad que los postulados de Brown pueden encontrar con reflexiones dedicadas al estudio de las motivaciones y detonantes de la movilización humana, cada vez más trágica, por el globo.

Ahora bien, ¿contra qué o quién se emplazan estos muros? El primer capítulo, “Soberanía en declive, democracia amurallada” es dedicado a responder a esta cuestión mediante la revisión de la evidencia que manifiesta la creciente proliferación de construcción de murallas alrededor del mundo, así como sus alicientes. El examen de Brown muestra que estos muros se erigen para la contención de agentes no estatales transnacionales, es decir, individuos, corporaciones, movimientos, organizaciones e industrias; quienes, desde la mirada de los promotores de muros, constituyen una amenaza cultural, religiosa, étnica o económica-política. Esto quiere decir que los muros se levantan como reacción a las relaciones transnacionales más que a las internacionales y por lo mismo no responden a una idea de defensa frente a potenciales ataques desde otros poderes estatales. Sobre la identificación de esta distinción –entre el ideal de representación estatal y su debilitamiento soberano– discurre la argumentación de Brown, pues esta diferenciación indica la ineficacia de los muros, entendida como su incapacidad para generar efecto en los términos de la función a la que oficialmente se destinan, esto es, el avance de la migración masiva y los traspasos criminales. Junto a esta evaluación de las condiciones de producción de los muros, la autora subraya la paradoja en la que el Estado y la soberanía aparecen cada vez más como elementos diferenciados y distanciados. Así, el Estado construye muros, invierte recursos en su puesta a punto y gana popularidad por ello; esto no es más que la escenificación de un poder que no existe más pues la soberanía ha emigrado hacia el dominio del capital, este es, precisamente, un rasgo compartido por los nuevos procesos de amurallamiento.

Entonces, ¿en qué sí son eficaces los muros? Son vehementes en moldear el ansia de separación, segregación y segmentación de las sociedades contemporáneas, en una confusa división entre lo interior y lo exterior, entre el amigo y el enemigo ya que, los muros no pueden bloquear lo exterior sin dejar de promover una obsesión por la seguridad como forma de vida. En otras palabras, los muros de hoy son performativos, es por ello que se sostienen en su teatralidad pomposa y no sólo en la visibilidad de los materiales de su construcción, sean estos hormigón y componentes improvisados o el acero y la tecnología de frontera para la vigilancia. En este punto la argumentación de Brown se apoya fundamentalmente en los estridentes ejemplos que constituyen la barrera fronteriza de Estados Unidos y El Muro de Israel los que, a su juicio, exponen con mayor acento la diferencia entre los objetivos y los efectos, así como la popularidad que convoca su visibilidad, costo y dimensiones. Esto, sin embargo, no impide que la autora remita también a las experiencias menos conocidas de Sudáfrica, Arabia Saudí, Marruecos, India, Uzbekistán, Botsuana, Tailandia, Malasia, Egipto, Irán, Brunéi, China y Corea del Norte. La pléyade geográfica a que estos nombres nos remite, corrobora la globalización del fenómeno de cercamiento contemporáneo. Tanto el caso de la frontera México-Estados Unidos como el israelo-palestina ocupan un lugar simbólicamente relevante, aún así, no se deben dejar de lado los casos asociados al proceso de amurallamiento con móviles distintos, es decir, en donde ni el capital ni la guerra religiosa actúan como los determinantes principales. En esta cuestión la lectura crítica del libro de Brown puede probar y extender su tesis en relación a otros sitios y particularmente a aquellos fuera del Norte Global.

El capítulo segundo se titula «Soberanía y cercamiento», en él se establecen los vínculos entre estas dos categorías a través de la reconstrucción de los sentidos amorfos de la palabra «soberanía», así, el capítulo avanza sobre dos caminos. Por un lado, explora a los clásicos de la filosofía política –John Locke, Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau– en su consideración sobre la centralidad de la noción de espacio para la soberanía; y por otro, alterna con teóricos modernos como Carl Schmitt –fundamental en el razonamiento de Brown– al tiempo de debatir con contemporáneos como en el caso de Antonio Negri. Esto es lo que le permite a la autora establecer la importancia del cercado para la edificación de la soberanía, como rasgo teológico. A partir de ahí, el segundo camino explora cómo los factores que erosionan el formato tradicional de la soberanía, producen una reacción exponencial de violencia. La autora apunta que en estas dos vías se configura la actual conflictividad. La primera, resalta el carácter teológico de la soberanía, en una época de religiones que no son más nacionales, sino trasnacionales. El segundo y más recurrente en la literatura, trata al capital como un soberano sin espacio de soberanía. Asistimos pues, a la derrota del conjunto de mecanismos de gestión del conflicto que fueron construidos durante el siglo XX. Brown no puede dejar de señalar, nuevamente, las paradojas de nuestro tiempo concentradas en el estatuto ambiguo del Estado y la soberanía. El Estado aparece como el último protector de los refugiados y apátridas al ser el mediador entre el capital y la nación. Por lo tanto, los Estados continúan siendo actores globales de importancia en la medida en que pueden sostener o el discurso político-moral sobre los derechos humanos y aún más relevante al ser el último terreno de ejercicio de la ciudadanía política y resguardo de garantías jurídicas.

En el tercer capítulo “Estados e individuos” y el cuarto “El deseo de amurallar”, Brown resalta la intersección entre las motivaciones de los Estados y los ciudadanos como imbricación de fuerzas materiales y subjetivas deseosas por amurallarse, desde una codificación del conflicto como algo externo y permanente en la tardomodernidad. En el capítulo tercero se desarrollan ejemplos que corroboran la eficacia de los muros en la organización de paisajes psíquicos que generan identidades culturales y políticas. Esta lectura de los muros sugiere que para apreciar la forma en que funcionan es importante comprender los contextos nacionales en los que se justifica su construcción; el trabajo de Brown no integra esta línea, pero enuncia su relevancia para futuros escritos. Por su parte, en el capítulo cuarto, las disquisiciones se enlazan con una aproximación psicoanalítica apoyada en las ideas sobre la defensa de Sigmund y Ana Freud, a través de la cual, Brown muestra que el imaginario en torno a los muros es de hecho una cuestión material que abarca relaciones específicas del inconsciente. Así, la autora afirma la existencia de distintas fantasías psíquicas, angustias y deseos (con dimensión de género) que alimentan la pretensión del amurallamiento a la vez que cohesionan un imaginario nacional. Por consiguiente, la soberanía erosionada tiene como efecto el reclamo de mayor seguridad y control, lo que hace cada vez más proclive la aparición de estos enclaves, destinados a fracasar. Su incapacidad, sin embargo, lleva al paroxismo el despliegue securitario y punitivo frente al otro extranjero asociado a la delincuencia, violencia y desempleo.

Finalmente, es preciso enmarcar el aporte de Brown en los debates políticos más recientes, en los que se involucra la universalidad del dominio de la economía y la forma particular que asumen los derechos de las sociedades en la escala nacional. Se abre un escenario con posibilidades entremezcladas lo que hace difícil el discernimiento de posturas totalmente puras: izquierdas y derechas se enfrentan cada vez más a dilemas desde los que asumen directrices no determinadas a priori. Por el contrario, se ha abierto un espacio que es habitado por posicionamientos de mayor difícil resolución. Por un lado, el ascenso de movimientos ubicados a la derecha que han logrado capitalizar electoralmente los miedos y las angustias que se expanden por el cuerpo social, asociadas a distintos niveles de descomposición; levantando incluso novedosos discursos contrarios a la apertura de las fronteras. Por el otro, se ha colocado a las distintas izquierdas en una posición frágil y ambigua; pues estas han privilegiado la casi imposible recomposición soberana –que reclama control sobre el mercado y el capital– lo que las ha hecho ceder frente a los ánimos que exigen una ampliación de los distintos ámbitos de la seguridad a costa de espacios de libertad colectiva; elaborando estrategias políticas de fortalecimiento del aparato estatal. Esta valoración requiere matices en casos nacionales, sin embargo, su delineamiento en trazados generales hace parte del envejecimiento de las brújulas políticas. Más allá de las controversias y ambigüedades en las que han entrado las diferentes perspectivas ideológicas, asistimos a una nueva articulación que tensa la relación entre los Estados y el capital respecto de la soberanía, en la que los muros operan decididamente como embalses, pues su construcción sólo puede pretender regular los flujos transnacionales y no impedirlos.

 
Brown, Wendy, Estados amurallados, soberanía en declive, Barcelona: Herder, 2015, 128 pp.
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