Es la planificación, ridículos

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Érase una vez una economía mundial que entró en crisis: en una Gran Depresión. Los especuladores que habían inflado la burbuja financiera realizaron grandes filas para saltar de los rascacielos o cambiaron sus camas de lujo por el lecho de los ríos. Los gobiernos, aferrados a una ortodoxia económica, profundizaron la crisis al reducir el gasto con el fin de evitar un temido déficit. Finalmente, una serie de gobiernos progresistas abrazaron la sagrada palabra de John Maynard Keynes y reactivaron sus economías cavando zanjas y volviéndolas a llenar. A partir de entonces, el déficit público sería el mecanismo central de promoción del crecimiento del ingreso nacional.

Esta fábula es aprendida por cualquier estudiante de primer semestre de economía y es repetida una y otra vez entre profesores experimentados. Permite explicar, en pocas palabras, una concepción general sobre los ciclos económicos y el papel del Estado, además de tener una perspectiva moralizante sobre la vida pública. Cada crisis o recesión económica, la fábula es retomada por las cabecitas comentantes de la televisión y, de ahí, hacia la opinión pública. Hoy es uno de esos momentos en los que parece que el gobierno tiene dos caminos: el gasto rooseveltiano o la austeridad hooveriana, el déficit de Pani o la disciplina fiscal de Montes de Oca. No obstante, como toda fábula, este relato, y las conclusiones que se extraen de él, son falsas. 

 

1. El verdadero Keynes

La primera y más evidente falsedad del cuento es la temporalidad. Keynes se interesó en las potencialidades del gasto y el déficit público posterior a la Gran Depresión. En 1933, siguiendo el trabajo del joven economista R.F. Kahn, comenzó a interesarse en los efectos expansivos en la economía del gasto. En una serie de artículos en el Times, Keynes definió lo que ahora se conoce como efecto multiplicador. Si el gobierno lo dota a usted, por ejemplo, de un ingreso extra, usted lo gastaría en su mayoría en bienes de consumo. Los comercializadores y productores de dichos bienes tendrían un ingreso extra, que pagarían a individuos que, a su vez, lo gastarían en su mayoría. El efecto de incremento del ingreso se repite como ondas en el agua, con cada vez menor intensidad, pero en toda la economía. Para Keynes, este incremento de los ingresos a partir de montos exógenos de gasto se traduciría, eventualmente, en un incremento de precios una vez alcanzado un nuevo equilibrio (Keynes, 2010).  

Dos cosas valen notar. En primer lugar, que esto implica que el mercado genera por sí mismo resultados ineficientes. Por otro lado, que la preocupación de Keynes, como la de los economistas de la época, no era el crecimiento del producto e ingresos nacionales, sino retomar los niveles de empleo previos a la crisis. En una búsqueda rápida en toda su obra completa, uno encontrará apenas una docena de menciones del crecimiento, y siempre referido a la población, el capital o la riqueza. Esto tiene una explicación muy sencilla: el crecimiento no era un objetivo de política central para los economistas de la época, y el ingreso y productos nacionales ni siquiera existían como concepto generalizado. 

Es difícil imaginar una época en la que el crecimiento del PIB no fuera el único objetivo de los programas de finanzas o de los políticos, pero su cuantificación y medición eran algo relativamente secundario para cualquier economista o político durante la primera mitad del siglo XX. Los primeros experimentos de contabilizar el ingreso nacional provenían del Este socialista, interesados en la computación para sustituir al mercado. A principios de la década de 1920, Otto Neurath, un socialista austriaco parte del gobierno del Soviet de Bavaria, había definido e intentado contabilizar un “ingreso nacional”. Considerado uno de los pioneros en econometría, Neurath creía insuficiente la definición de riqueza únicamente basada en unidades monetarias (Neurath, 2005). En 1934, Simon Kuznets, un economista ruso empleado por el National Bureau of Economic Research, realizó la primera estimación sobre la magnitud de la crisis de 1929-1932 en el “ingreso nacional” estadounidense. Esa definición y arquitectura de las cuentas nacionales sigue siendo usada hasta el momento, a pesar de que, como Neurath, Kuznets señaló lo peligroso de enfocarse en las unidades monetarias como medidas de riqueza (Kuznets, 1934). La cuantificación del ingreso nacional de Kuznets era una sola de las herramientas de computación de los órganos de planificación del New Deal. 

 

2. El real New Deal

Para cuando la Teoría General de la Ocupación, Interés y el Dinero de Keynes llegó a la imprenta, en 1936, gran parte de las ideas por las que abogaba no sólo estaban siendo implementadas, sino que habían fallado. De hecho, contra la fábula contada, los gobiernos a nivel global anteriores a la santa palabra de Keynes implementaron altos niveles de déficit, con resultados más o menos mediocres. Fue Hoover y no Roosevelt el que incrementó el déficit durante la Depresión, hasta alcanzar un nivel histórico en Estados Unidos de un 5% del Ingreso Nacional, nivel que se mantuvo constante durante los primeros años de Roosevelt. Más allá del crecimiento o reglas de oro sobre el gasto público, el New Deal trató de regular y planificar lo económico a partir del Estado. La pieza clave de política era la National Industrial Recovery Act (NIRA), la cual había implementado más de 450 códigos laborales a la industria, introdujo salarios mínimos, controló precios de productos, reguló prácticas de competencia y planificó directamente sectores estratégicos que empleaban alrededor del 10% de la población. A partir del inicio de la implementación de la NRA, la economía y el nivel de empleo comenzaron a recuperarse (Roos, 1937). 

El origen de esta nueva intervención planificada del Estado era, lo adivinaron bien, la planificación soviética quinquenal. Cada país, a su modo, diseñó modelos de regulación e intervención económica emulando los planes quinquenales. México comenzó a implantar planes sexenales, nacionalizó sectores de la economía y puso en manos de cooperativas algunas industrias en declive. A pesar de que el gobierno norteamericano no reconoció a la Rusia bolchevique sino hasta 1933, cientos de miembros de la élite habían viajado a la Rusia Soviética. Los viajeros a izquierda y a derecha del espectro político norteamericano habían quedado maravillados con las capacidades estadísticas y de planificación soviética (Feuer, 1962). La fascinación por la planificación roja se incrementó aún más con el primer Plan Quinquenal de 1928 y su manejo de la crisis económica. Rusia sufrió una desaceleración en 1931-1932, pero había logrado escapar de la gran crisis basada en el crecimiento de la autoridad estatal sobre el sector rural e industrial (Gregory, 2003) A inicios de 1933 la American Association for the Advancement of Science se reunió en Atlantic City para discutir medidas de estabilización del empleo, las cuales pudieran competir con el plan quinquenal soviético (Roos, 1933). En los meses siguientes, el economista Charles F. Roos, el principal organizador del simposio, se integró al gobierno de Roosevelt, como uno de los arquitectos e investigadores de la NIRA.

En 1935 la Suprema Corte declaró inconstitucional la NIRA, lo que implicó una vuelta a la competencia de mercado que al año siguiente resultó en una nueva contracción económica. El inicio de la Segunda Guerra Mundial, con los poderes incrementados del Estado que trajo consigo y la planificación generalizada, fue un nuevo motor que sacó a la economía de una nueva crisis, con amplia legitimidad política en amplios sectores de la población. El Estado se transformó en ese momento en el planificador central, dando fin a una década de crisis intermitente. 

 

3. Helicóptero de dinero

Imagínese usted si mañana, en vez de opiniones ignorantes y negligentes por Twitter, lloviera una cubetada de dinero para todos los individuos en el país, cortesía de un helicóptero del gobierno. De acuerdo con Milton Friedman, uno de los ideólogos del neoliberalismo en el siglo pasado, no pasaría gran cosa (Friedman, 1969). La mercancía en todas las tiendas comenzaría a volar con la nueva liquidez, las manufacturas y empresas agrícolas pelearían por los insumos, incrementando el precio. Su salario también subiría, pero al final del día, el dinero extra en su bolsillo sería peso muerto, algo así como los panelistas de Punto y Contrapunto, pues el precio de todos los productos se duplicaría. Esta crítica de Friedman al déficit público era una extensión de los límites del multiplicador keynesiano en la economía, en el cual el incremento en el gasto se traduce únicamente en incrementos de precios. En los últimos días esta política se ha vislumbrado como la única salida posible a la crisis. 

En febrero y marzo, Hong Kong, Japón, Australia, Canadá, Estados Unidos y gran parte de la Unión Europea anunciaron la dotación de transferencias de efectivo directas a sus ciudadanos (Dolan, 17/03/2020), y al siguiente mes algunos países de América Latina anunciaron transferencias de efectivo similares. La mayoría de los países han recurrido a la emisión de deuda para financiar su déficit, aunque algunas grandes economías han debatido el uso expansivo de la política monetaria en combinación con el déficit público. Nueva Zelanda, que en un trimestre contrajo su economía en más de un 21%, ha comenzado a discutir financiar el déficit público no sólo contratando deuda sino incrementando la emisión de dólares (Pandi, 21/05/2020).

No obstante, la transferencia directa de dinero a los ciudadanos es, en la mayor parte de los países, una fracción relativamente insignificante del déficit proyectado público. En Estados Unidos, la Reserva Federal ha inyectado a los mercados financieros recursos equivalentes a un tercio del ingreso nacional, mientras que el déficit público a final de año llegará a más del 20% del PIB (Hansen, 15/05/2020), cuatro veces más grande al experimentado durante el New Deal. En ese país como en otros a nivel mundial, el acumulado de deuda ha llegado a niveles históricos, lo que afectará sobre todo a países del Sur global. No obstante, como en la crisis de 2008, la mayor parte de la nueva deuda resultará en una transferencia de riqueza a las grandes corporaciones y altos ingresos de la élite. Del paquete de estímulos estadounidense sólo 300 mil millones (un 7% del déficit total) se usó para cubrir un estímulo económico generalizado para los ciudadanos estadounidenses, mientras que el resto se destinó, en su mayoría, para incrementar créditos a empresas (alrededor de un 50% del total) (Routley, 30/03/2020).

¿Estas medidas han parado la crisis? En lo absoluto (Kihara, 4/06/2020). El multiplicador keynesiano se quedó sin pilas, pues a pesar de que el ingreso individual se ha incrementado más del 10%, resultado de las transferencias de efectivo, el consumo cayó 13% en abril (Chaney, 29/05/2020). Tampoco se ha cumplido la predicción friedmaniana sobre los precios, pues entre febrero y junio los precios cayeron un 1.1%, amenazando con un escenario deflacionario de largo plazo (Jackson, 29/04/2020). Sin planificación de la cadena productiva, decenas de miles de residentes recurrieron a programas de ayuda alimenticia (Jackson, 29/04/2020), se incrementó el hambre infantil, mientras que millones de toneladas han sido tiradas por la alcantarilla y millones de cabezas de ganado han sido sacrificadas y enterradas en fosas comunes (Newburger, 02/05/2020). En una época de escasez, la anarquía del mercado es más mortal que nunca.

 

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¿En qué falló el helicóptero de dinero? En este punto del artículo, usted deberá concordar conmigo que absolutamente todo. No fue el temor al déficit el que provocó la crisis de 1929, tampoco fue el gasto el que levantó a la economía, ni la inyección de recursos a los mercados financieros. No es pues, el mero debate entre la austeridad y el déficit, entre el helicóptero de dinero y el mentado cinturón, el que resolverá los grandes problemas sociales provocados por el COVID-19. Hay que recordar algo muy básico que mencionaban los diseñadores de la medición del ingreso y crecimiento: son aproximaciones a la economía real. 

Resulta una obviedad decirlo, pero no es el ingreso (básico universal o vital único o como se le diga) el que provee alimentación, vivienda o servicios de salud a la población (Gatitos, 14-05-2020). La alimentación la proveen los alimentos; la vivienda, las casas; la salud, los hospitales y medicamentos: todo eso es producido por la clase trabajadora. Cualquier salida a la crisis de producción y reproducción que enfrentamos será insuficiente si se basa en el mercado, sea financiero o manufacturero, sin un plan de recuperación industrial planificado. Es hora de exigir una nueva asignación central, democrática y socializada: una reconstrucción racional, regulada y con bienestar, de las funciones del Estado. 

La clase obrera planificada es la única que puede movernos hacia un verdadero New Deal, ridículos. 


Referencias

Feuer, L. S. (1962). American Travelers to the Soviet Union 1917-32: The Formation of a Component of New Deal Ideology. American Quarterly, 14(2), 119-149

Friedman, M. (1969). The optimum quantity of money, and other essays (No. HG538 F866).

Gregory, P. R., & Sailors, J. (2003). The Soviet Union during the Great Depression: The Autarky Model. In The World Economy and National Economies in the Interwar Slump (pp. 191-210). Palgrave Macmillan, London

Keynes, J. M. (2010). The means to prosperity. In Essays in Persuasion (pp. 335-366). Palgrave Macmillan, London

Kuznets, S. (1934). National Income, 1929-1932. In National Income, 1929-1932 (pp. 1-12). NBER 

Lepenies, P. (2016). The power of a single number: A political history of GDP. Columbia University Press.

Neurath, O. (2005). The Conceptual Structure of Economic Theory and its Foundations. In Otto Neurath Economic Writings Selections 1904–1945 (pp. 312-341). Springer, Dordrecht

Roos, C.F. (1937) NRA Economic Planning

Roos, C. F. (Ed.). (1933). Stabilization of employment. Bloomington, Ind.: Principia Press

 

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