La legitimación ya no procede de los arcanos de la representación, sino del propio ejercicio de la periodicidad práctica de su renovación.

Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez (2004), Ignacio Lewkowicz

 

La pregunta por los arcanos de la democracia en el Chile de hoy resuena en la explicación de Miguel Abensour. Este define el concepto de lo arcano como el secreto mejor guardado de un determinado orden político (Abensour, 1998). El secreto que permitió el desocultamiento de la conspiración que derrocó el gobierno popular de Salvador Allende fue de golpe develado por el bombardeo a La Casa de la Moneda. El control por aire de la fuerza empleada contra la legitimidad y legalidad constitucional del programa de gobierno popular ese fatídico día del 11 de septiembre de 1973 es el punto de partida del secreto revelado a viva voz del pacto democrático en el que las chilenas y los chilenos recuperaron la palabra democracia. Palabra que la revuelta social del 18 de octubre del 2019 fracturó de manera “incendiaria”, dejando nuevamente develada o desnuda la violencia del arcano que sostiene, hasta hoy, a la democracia neoliberal parlamentaria. En efecto, lo develado es la genealogía del principio de crueldad que configura hoy nuestra “ontología del presente” y que se originó ese ignominioso día en que la junta militar puso fin a la tradición democrática y a la profesionalización del liderazgo político. Ese día en que de golpe el programa popular de Allende es clausurado por la conspiración de Richard Nixon, la fragilidad constitucional de las Fuerzas Armadas y los partidos políticos de la derecha y oposición, también es clausurada la plebeyización de la política que tomó lugar entre 1970 y 1973. En el decir del luctuoso filósofo chileno, Patricio Marchant, el país que había logrado comenzar la construcción del socialismo por la vía pacífica, de golpe perdió la palabra. Esta sentencia —cuyos mejores intérpretes se hallan en pensadores tales como Pablo Oyarzun, Willy Thayer, Nelly Richard, Federico Galende y en uno de sus más fieles lectores, Miguel Valderrama, entre otros— puede ser interpretada desde la actualidad como la falta moderna de un Estado de palabra en la esfera de la política estatal. El golpe a la palabra sería así co-extensivo con la crisis devastadora que sufre la estructura liberal parlamentaria desde 1973 y cuyo punto más intenso de su ruina habría sido revelado por los distintos momentos de desobediencia civil y rebeliones del siglo XXI.

En el olvido completo de programas sociales, como el que tomó lugar durante la experiencia de la Unidad Popular, se puede decir que la palabra del Estado y del conjunto de sus instituciones republicanas ha dejado der ser la palabra moderna de la representación política. La crisis de la palabra es la crisis de un Estado subjetivo que se halla disociado totalmente de lo plebeyo y de las posibilidades que tienen procesos subjetivos donde lo plebeyo o, mejor dicho, donde la plebeyización de la fluidez de lo subjetivo se retire o sustraiga de lo que Verónica Gago ha llamado “razón neoliberal”. Lo plebeyo es una oposición sustractiva o en retirada de los programas neoliberales y tiene en Chile su mejor herencia en la experiencia subjetiva y política de los movimientos sociales y de trabajadores que compusieron la experiencia de la Unidad Popular. Esta retirada de lo plebeyo es al mismo tiempo la retirada de la política. En la importante hipótesis de Claude Lefort, el “advenimiento de la democracia como lugar vacío”, podemos hallar que los arcanos de la política son muchas veces el modo en que ese vacío nunca está realmente vacío. De hecho, la política tiende a la estética y a la cultura cuando la comprensión moderna de la democracia es pensada como el “alma bella” de la historia de la participación ciudadana, es decir, como pura forma en nombre de un contenido que nunca se presenta; la ausencia de democracia es el dominio de su forma. Después del Triunfo del No, en el plebiscito de 1989, esa forma no ha dejado de ser la del parlamentarismo (neo)liberal que habilitó la emergencia de la ciudadanía y los movimientos de protesta anti-dictatoriales. En el umbral del fin de la dictadura, el Chile de la alegría, que alegorizó la canción “Chile, la alegría ya viene” de la franja publicitaria de la campaña por el No, se desvaneció rápidamente. Después del triunfo plebiscitario, la atrofia de la alegría y el repliegue en la sonrisa de la angustia subjetiva —que logra captar el film de Pablo Larraín Tony Manero (2008), con una trama trágica y una narrativa igual o incluso mejor que la del film El guasón (2019)—, la hipótesis lefortiana de la “democracia como lugar vacío” se desestabiliza. En su libro Chile actual. Anatomía de un mito (l997) Tomás Moulián hablará de democracia travestida, leyendo la angustia subjetiva y la debilidad del imaginario de izquierda en el poder como las señales y los signos de la consumación de los simulacros (Moulian, 1997). El retorno de la democracia no ocurrió en el vacío, sino en la correlación de fuerzas de la izquierda tradicional moderna que se inclinaron por los consensos neoliberales heredados de la dictadura. El libro de Moulian sigue siendo el mejor libro para entender que el victorioso proyecto plebeyo de la Unidad Popular nunca estuvo en el epicentro de las fuerzas políticas que ocuparon el supuesto “lugar vacío de la democracia” y que luego siguieron ocupando en la metamorfosis neoliberal subjetividad de la izquierda en el poder. Lo había dicho ya Althusser, en su Maquiavelo y nosotros, el vacío siempre está lleno.

El cambio de régimen político no devolvió la posibilidad de procesos de creación de comunidad política. No devolvió la consigna “Crear, crear poder popular” que tomó lugar a través de la experiencia del gobierno de Allende y que el lector puede observar en el documental de Patricio Guzmán La batalla de Chile. Por el contrario, la pluralidad de comunidades que forman la memoria de la luchas de esa experiencia fueron desactivadas o destruidas por la izquierda en el poder. Así, los arcanos de la transición democrática narrados, entre otros, por la pluma del periodista de centro izquierda Ascanio Cavallo en Historia oculta del régimen militar (1988) y en La historia oculta de la transición (2012) expusieron que la alegría del advenimiento de la democracia estaba llena; llena de pactos que la clase política y las Fuerzas Armadas habían negociado a espaldas de la fugaz alegría plebeya. El objetivo de la clase política y la conversión neoliberal de la izquierda tradicional, que sucumbió en el narcótico de la comprensión de la política como arte de los consensos, no ha dejado de contribuir por más de 30 años a dejar intacta La Constitución de 1980 que se escribió en el suelo del terror de la dictadura del general Agusto Pinochet. La Constitución que hasta el 18 de octubre del 2019 funcionó como el más perfecto de los dispositivos jurídicos políticos del “pacto social”  hecho a espaldas de las demandas sociales, ha permitido el desarrollo de programas neoliberales de ayuda social. La intensificación de una subjetividad neoliberal, en la que prima la desafección y la idea de que el valor de la competitividad individual es sagrado, es promovida desde el Estado. La puesta en marcha de un régimen neoliberal que halla su éxito en el simulacro de la democracia parlamentaria y en los modos en que el neoliberalismo de izquierda ha internalizado la subjetividad de los ideologemas neoliberales sin resistencias conforman la estructura del olvido de la memoria de la experiencia de la UP.

El éxito del régimen democrático neoliberal encabezado por la coalición de partidos políticos de izquierda (Concertación y  Nueva Mayoría) no sólo ha gobernado en el olvido del programa social y popular del gobierno, que hace 50 años se convirtió en el laboratorio imaginal de la izquierda, sino que también experimentó el vaciamiento completo de un programa capaz de imaginar otro modo de existencia que el de la vida neoliberal. La izquierda neoliberal no dejó vacía la democracia como lugar de realización de las diferencias de los movimientos sociales; el feminismo, la disidencias sexuales, el movimiento indígena, el movimiento estudiantil, entre otros, escapan a la izquierda tradicional y las coaliciones de partidos políticos (Concertación y Nueva Mayoría). No es casual que el ciclo virtuoso del neoliberalismo —que permitió la normalidad entre militares torturadores, genocidas, oligarquías desvergonzadas, consumidores crediticios y plutocracias transnacionales— sea algo que, en Chile, lo realice el proyecto de la izquierda inscrita en la verdad de los simulacros de la democracia parlamentaria. Se trata, con muy pocas excepciones, de una izquierda que deshereda la herencia de la palabra democrática encarnada en la pluralidad de mundos plebeyos. De hecho, se puede decir que incluso se desliga de la palabra que, liberalmente, “parla” la izquierda y la derecha, desde la historia que significó la decapitación real y simbólica del poder expresado en la soberanía de la cabezas del rey.

La palabra democracia que ingresó en el sistema de representación moderno y cuya genealogía se halla en los procesos poscoloniales del siglo XIX se desvanece en el aire del trauma de los aviones que bombardearon La Moneda. La izquierda agrupada en la Concertación y Nueva Mayoría no produjo ni siquiera un atisbo de umbral o ruptura histórica. Por el contrario, su pulsión más decidida ha sido la de conformar el “bloque histórico” de la continuidad en y con el orden de cosas heredado del terror de la dictadura y la Constitución de 1980. Con el bloque histórico de la izquierda neoliberal (1990-2019), “las palabras y las cosas” no condujeron al umbral en el que pudiese emerger la novedad de una sociedad más equitativa y democrática, sino que radicalizaron el proyecto globalizador de la “pandemia neoliberal”. Las luchas anti-dictatoriales del Cono Sur y de toda la región de América Latina, por su inscripción en la historia de la modernidad, son luchas que habitaron el imaginario liberal de la  idea de democracia. La resistencia a los poderes autoritarios o dictatoriales es una herencia importante de la tradición liberal. Esta tradición se extenúa en dos momentos catastróficos, desafortunadamente paradigmáticos, del horizonte de la emancipación moderno criolla de América Latina. El colapso o fracaso de la palabra liberal democrática, como topología del lugar vacío en política, en la que debía realizarse la pluralidad de mundos, se consuma en la derrota del imaginario de la moderna revuelta estudiantil que terminó en el sangriento episodio de la matanza el 2 de octubre de 1968 en La Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Y, de manera más intensa en su figuración alegórica, en el sangriento golpe de Estado que terminó con la experiencia plebeya de la Unidad Popular en 1973. Estos dos paradigmas marcan la derrota moderna del imaginario político de la emancipación. Sin embargo, las interpretaciones y sobre todo su legado en la historia de la subjetividad plebeya aún no están cerradas en lo que respecta al valor político que ambas tragedias de la izquierda han tenido en la memoria viva y residual de las lógicas emancipatorias del presente. Estas experiencias, leídas y oídas por la memoria popular y plebeya, siguen orientando las luchas sociales y políticas de manera residual. Se trata de la materialidad residual de signo y huellas mnémicas que no buscan apelar a una totalidad histórica cuya verdad es abstractamente definida por teólogos de la política (marxistas, socialdemócratas o liberales). En política, la huella de conformación viva de la memoria  es siempre plural, fragmentaria y residual. Esto explica que en todo devenir profano de lo plebeyo el agente de la transformación de la pluralidad de mundos no es nunca un sujeto a priori cuyo destino está morfológicamente trazado por una gramática político-teológica. En cambio, leídas por la memoria abstracta y sin cuerpo del Estado, el carácter o potencia residual de la memoria de las luchas sociales es traducido y archivado sin ningún residuo. Así, El estado traduce el arte de las resistencias y la historia de las desobediencias civiles en el interior de la lógica de la necesidad histórica del sacrificio donde no hay fantasmas y donde los héroes están todos muertos. En el olvido de los programas sociales y de la democracia participativa, el estado chileno y, por lo tanto, la izquierda neoliberal que ha (co)gobernado durante más de 30 años, ha privilegiado el paradigma de la derrota de la experiencia de la UP. El modo en que se relaciona con la derrota del proyecto popular es de manual de ciencia política, es decir, se trata de la derrota ejemplar como propedéutico del no-saber estar en el poder. Así, esta pedagogía funciona como el a priori del rechazo de los programas plebeyos que como el de Allende, no cuentan con el saber mantener los equilibrios políticos y económicos. En el reparto capitalista de las riquezas y el poder de las instituciones, una experiencia popular de gobierno es un sin sentido. A estas enseñanzas en el no-saber estar, la ciencia política de la izquierda neoliberal ha añadido la políticas de traducción de la memoria culturalizándola hasta el punto de neutralizar los conflictos que emanan de los residuos plebeyos de la memoria viva.

En “La transfiguración de Allende y la actual crisis de representatividad”, Gabriel Salazar (2011) analiza los efectos de la crisis de representatividad y el efecto que tiene en la vida política de la actualidad. Salazar comprende la hipótesis nietzscheana de la transfiguración del líder de la Unidad Popular a partir de una de las tensiones más importantes que llevó al fracaso del gobierno popular, esto es, la tensión que se dio entre el constitucionalismo liberal de Allende y las demandas de las clases populares. Esta tensión producida por la fidelidad de Allende y los partidos de la izquierda agrupados en la UP habría llevado al colapso por la imposibilidad de mantener los equilibrios políticos. Pero una vez que el gobierno popular asumió la fidelidad a las clases populares y al movimiento obrero y campesino (impulsando la reforma agraria, la nacionalización del cobre, la revolución de la vivienda social, la  masificación de la educación, la reforma del sistema de salud, etc. etc.), el no-saber estar en el poder constituyó el gran acontecimiento de la política popular de Allende.  Pero, ¿qué es el no-saber estar en política? En términos modernos, el no saber-estar de Allende es la convicción o la fidelidad del arte de la plebeyización de la política liberal burguesa, cuyo elemento esencial es la tensión entre la ley y las demandas populares de la ciudadanía, con el retorno a la democracia que comenzó a ocurrir en el triunfalismo de 1989 y sus correlatos modernizadores. La izquierda confundió el triunfo con el olvido e hizo de este un modo eficiente de prolongar la Constitución de 1980. Esto es básicamente lo que explica que en Chile nunca se hayan resuelto los conflictos por violación de Derechos Humanos. Por otro lado, la tensión que orientó la política popular de Allende no ha pasado de ser la cosmética de la democracia de los consensos de la clase política. Ésta, agrupada en el seno de la izquierda neoliberal y sus simulacros de transformación, ha potenciado la (trans)figura de Allende como el héroe de los perdedores, el héroe que se sacrificó en nombre de una teología política cuya existencia hoy puede ornamentar museos, monumentos y relatos martirológicos. La subjetividad de la izquierda neoliberal desestabiliza la figura borgeana del traidor y del héroe. Con sus relatos de luchadores y sus héroes derrotados, los neoliberales de izquierda no son exactamente traidores, sino, más bien, la expresión del humanismo subjetivo del orden naturalizado del “capitalismo mundialmente integrado”. Es precisamente este estado subjetivo del orden el que no permite decir que habría una transfiguración de apropiación neoliberal de la figura de Allende, cuyo santoral consistiría en rendirle culto a un pater político que ya no tiene agencias en el horizonte de la representación política. Siguiendo la estela crítica desarrollada por Tomás Moulian, lo ilimitado de la transición democrática ha sido la más profunda transfiguración de la figura de Allende. El arcano de esta transfiguración se halla en la monumentalización.

La escultura en bronce de Salvador Allende realizada por el artista y escultor Luis Arturo Hevia mide tres metros de alto y la base de piedra tres metros más. Está ubicada en calle Morandé justo a las afueras del palacio de gobierno en el que el presidente elegido constitucionalmente se suicidó el mismo día en que fue bombardeado. La escultura inaugurada en la conmemoración del natalicio de Salvador Allende por el ex presidente Ricardo Lagos es inmanente a lo que Moulian, en clave gramsciana, interpreta a través del concepto de “transformismo” o “gatopardismo” para explicar la hipótesis de las apariencias “travestidas” del retorno a la democracia (Moulin, 1997). En otras palabras, la racionalidad del simulacro y los artificios de la cultura del maquillaje que hace de la política una cosmética del saber estar en las desprestigiadas instituciones del poder de Estado es uno de los arcanos mejor guardados de la izquierda neoliberal. La hipótesis de Marx de que “la estructura de la mercancía está llena de sutilezas metafísicas” (El Capital, vol. I, cap. 4) se realiza en el Estado subjetivo de la izquierda neoliberal y sus repercusiones en la articulación del principio de crueldad de los 30 años que ha gobernado y cogobernado, desplazando programas sociales que la herencia republicana de lo popular halló en la figura de Allende y en el triunfo de la UP su mayor punto de realización.

El modo de habitar la tensión entre las leyes del Estado parlamentario y las demandas sociales convirtieron a Allende en una de las figuras más carismáticas de la modernidad republicana. Su resonancia en toda la región latinoamericana llegó a ser tan importante como la de Jacobo Árbenz (Guatemala), Víctor Paz Estensoro (Bolivia), Haya de la Torre (Perú), Fidel Castro (Cuba), entre otros. Pero en la transfiguración de la izquierda neoliberal, su figuración ético-política se desvanece en las políticas del diseño cultual y monumentalizado del héroe de la derrota política, topoi icónico del paradigma de la relación entre tragedia y política. El monumento o la monumentalización de las memorias de lucha constituye uno de los componentes del arcano de la izquierda neoliberal y su compromiso con la continuidad de la democracia del capitalismo parlamentario. En la medida que la transfiguración de Allende y la experiencia de la UP es traducida como valor cultual, ésta queda inmovilizada y confinada al recuerdo de lo sido, pero sin relámpagos ni regreso intempestivo de lo monumentalizado. El valor exhibitivo o de culto, tal como fuese tematizado por Walter Benjamin y por Bolívar Echeverría, permite comprender el agotamiento del imaginario moderno de las soberanías emancipadas. Esta extenuación está inscrita en el Estado subjetivo de la clase política que, sin duda, hereda las formas políticas de las luchas históricas por la emancipación, pero que deniega de ellas traduciéndolas en valor cultural. El neoliberalismo expresa de manera real el agotamiento de la modernidad criolla. Así, el espacio moderno de la política se cierra de manera luctuosa y, sin más palabras que las que declaran la imposibilidad del retorno de la política popular. Con el héroe muerto y derrotado, la expresión de una política popular actualizada, desde la “ontología del presente”, es destituida por la transformación de las instituciones políticas en instituciones  de cultura. En efecto, la izquierda neoliberal ha hecho del trabajo de las instituciones de cultura instituciones del duelo como coartada perfecta para la retirada de una política plebeya. Esta retirada de la politicidad del devenir plebeyo lleva el nombre cultural de la memoria. Sin embargo, el diseño estatal de la memoria es abstracta, es decir, es memoria institucional de un “órgano sin cuerpo” cuyo permanente trabajo del duelo es destinado a la higienización y exorcización de los fantasmas del oscuro pasado plebeyo de la política liberal-parlamentaria de la UP.

Las estéticas culturales de monumentalización de la derrota hacen posible la denegación del porvenir (im)posible de una epopeya plebeya similar a la de la UP.  Una política cultural de contención y retirada de los conflictos sociales es, al mismo tiempo, una política que trata de impedir el retorno fantasmofísico de lo plebeyo y sus desbordes de la normalidad. La cultura es el lugar privilegiado donde la izquierda neoliberal construye —tal como lo pensara Peter Sloterdijck— la razón cínica para la castración del pater del programa social de la UP. En el orden simbólico el “buen pater” de la política plebeya no se habría suicidado en La moneda, el mito de Allende y la castración de sus agencias populares y políticas habrían sido asesinado por la horda de la izquierda neoliberal. Además de neutralizar el fantasma de una experiencia popular exitosa, el parricidio constituye un aumento en la tasa de ganancia producida por los réditos que tienen los signos mercantilizados de la cultura. El pater mercantilizado como ejemplo de un pasado infantil de la izquierda es para la horda neoliberal mucho más rentable que la un programa político basado en las conflictivas demandas de la ciudadanía. Este es el arcano que no debe ser develado, porque se trata de un arcano que cuida el lugar en que los ideologemas culturales producen la “buena conciencia” o, más precisamente, la conciencia humanista y pequeño-burguesa de reproducción del orden.

 Se puede decir que la verdad de la “tradicional cultura de izquierda” y del “sistema de representación política”— rechazado por la revuelta social y ciudadana del 18 de octubre — no desea contener las desmesuras del capitalismo de libre mercado. En su estado subjetivo no hay umbrales y no debe haber rupturas históricas de poderes instituyentes que emulen el no saber estar de la experiencia de la UP, ni menos la experiencia viva de la racionalidad de los devenires plebeyos de la revuelta en curso. En la subjetividad de la izquierda neoliberal habita el poder constituido, pero no porque lo represente, sino porque éste emana del compromiso de esos cuerpos que, alejados de la catarsis social, habitan la comodidad del poder. Por eso, los enormes deterioros y cancelaciones de las conquistas que pudo lograr y había logrado el horizonte moderno del gobierno popular de Allende no son más que ornamentos de un pasado que no debe volver, de un pasado oprimido y derrotado por las fuerzas de la racionalidad neoliberal. Esta racionalidad ha privilegiado la traducción de las memorias de las resistencias y los devenires plebeyos en cultura abstracta de los Derechos Humanos. No los derechos humanos en la materialidad de los cuerpos y en la urgencia de situar la subjetivada anti-neoliberal en la ética plebeya del que se duele por el otro, sino los Derechos Humanos como consigna o declaración abstracta que funciona como elemento a negociar en el espacio de los consensos. En el registro de una teoría visual y de resistencia a la cosificación y museificación de la cultura, Cristian Gómez-Moya deconstruye el discurso de las estéticas del archivo ahí donde la retórica del humanismo y la universalización de los regímenes escópicos coinciden con la traducción del trauma en el valor cultural de los archivos y sus correlatos en la estética del museo (Gómez-Moya, 2013). El límite de estas políticas de estetización del trauma y el terrorismo de Estado, corroborado por la revuelta social del 18 de octubre, es que lo plebeyo no tiene traducción en el interior de la máquina parlamentaria del neoliberalismo y sus dispositivos culturales que trabajan subsumidos en la cultura de la administración de discursos de la normalidad. Las estéticas culturales y normalizadoras hacen imposible re-componer una alicaída estructura democrático parlamentaria, puesta hoy en crisis por las demandas de la revuelta social y la crisis de la sanidad pública desatada por la pandemia global. Hay algo que la revuelta social comparte con la participación política durante los años en que el gobierno de la Unidad Popular vivió su siglo de oro, esto es, su deseo infinito de justicia social.

 

Referencias 

Abensour, Miguel. La democracia contra el Estado. Trad. Eduardo Rinesi. Buenos Aries: Colihue, 1998.

Moulian, Tomás. Chile actual. Anatomía de un mito. Santiago, Chile: Editorial Lom, 1997.

Salazar, Gabriel.  Dolencias históricas de la memoria ciudadana.(Chile 1810-2010). Santiago, Chile: Editorial Universitaria, 2011.

Moulian, Tomás. Chile Actual. Anatomía de un mito, Buenos Aires: ARCIS Universidad, 1997.

Marx, Karl. El Capital. Volumen I, capítulo 4. Varias ediciones.

Gómez-Moya. Cristian. Human rights, copy rights: archivos visuales en la época de la desclasificación = visual archives in the age of declassification. Santiago de Chile: Departamento de Diseño, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile : Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo, Museo de Arte Contemporáneo (MAC), Universidad de Chile, 2013.