En defensa del FONCA y el mecenazgo del Estado

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En estos tiempos de perspectiva económica desoladora y recortes presupuestales, ¿cómo justificar el mecenazgo del Estado? ¿Cómo debe manejarse? Escribo lo siguiente a partir de mi experiencia con el FONCA desde dos campos, como investigador en una red internacional de políticas culturales y como escritor. Los apoyos de este fondo me han sido fundamentales y aquí intento aportar al debate sobre su papel y actual transformación.

Dos sistemas: SNCA-SNI

La ley de Sayre sugiere que la visceralidad de cualquier disputa será inversamente proporcional a la importancia del tema. Su autor, al ser profesor de Columbia, remataba: por eso la política universitaria es tan enconada, porque lo que está en juego es tan poco. Algo semejante sucede con el FONCA y en específico con el SNCA (Sistema Nacional de Creadores de Arte), sobre todo cuando se compara con otros ámbitos de la política cultural o con el SNI (Sistema Nacional de Investigadores). Estos dos sistemas forman el eje principal de la política pública que busca fomentar la producción de propiedad intelectual en el país.

En comparación con el SNI, el SNCA siempre ha sido mucho más precario, una diferencia que además de estar normalizada continúa en proceso de precarización. En el intercambio de opiniones sobre el SNCA con frecuencia se menciona como negativo que alguien saque el estímulo varias veces y hay propuestas de que se limite el número de ocasiones en que se puede recibir o que no lo puedan solicitar quienes ganen dos veces el estímulo mensual. ¿Qué pasaría si aplicáramos los mismos criterios al SNI? De entrada, habría que eliminar a buena parte de los investigadores en el sistema, comenzando por todos los que tienen el nivel más alto, SNI 3. ¿Por qué exigirle o negarle a los artistas cosas que con los investigadores parecen válidas?

Uno de los indicadores más utilizados por las universidades en México para demostrar sus logros es cuántos de sus académicos están en el SNI. Se toma como un indicador incremental y positivo: entre más investigadores haya en este Sistema, durante más tiempo y con nivel más alto, es mejor. Esto se puede comprobar en los informes anuales de cualquier institución educativa. De nuevo, ¿por qué se cuestiona menos que los investigadores reciban un estímulo? ¿Por qué no existe la misma percepción para el SNCA y quiénes logran ingresar a él?

Como sucede con frecuencia, seguir el dinero y otros números puede traer respuestas. El SNCA se conforma por 600 miembros cada año. Si sumamos a Jóvenes Creadores, el FONCA tiene 825 becarios por año (sin contar eméritos ni escénicos). El SNI tiene 30,549 a enero de 2019, última fecha en que actualizó su padrón de beneficiarios. Es decir, el SNCA beneficia a una población equivalente al 2% del SNI. ¿La cultura mexicana corresponde al 2% de la investigación nacional? Difícilmente. Para ingresar al SNI parte de los requisitos es tener doctorado y un contrato laboral que incluya 20 horas de investigación: solo una minoría puede intentarlo. Para las becas del FONCA no es necesario siquiera tener la primaria terminada (porque sería absurdo). Esta correlación indica una primera respuesta sobre la rispidez alrededor de las becas del FONCA acorde con lo que menciona Sayre: se debe en buena medida a que se trata de recursos mucho menores a dividir entre una población mucho mayor. Una intervención digital sobre una escultura de Liu Qiang que fue muy popular en redes sociales da una imagen elocuente de este fenómeno:

Escultura de Liu Qiang.

Prioridad y presupuesto 

Cómo se integra y distribuye el presupuesto cultural es un proceso complejo que en México sigue pendiente aclarar: qué se entiende por gasto en cultura, cuánto se gasta y con qué resultados. Usaré aquí algunas cifras que pueden ayudar a comprender mejor las dimensiones de ciertas cosas. No está de más recordar que en cuestión de política pública los montos asignados indican la prioridad que para el Estado tiene cada rubro.

Empecemos por las becas que he mencionado del FONCA. El presupuesto anual para los estímulos del SNCA y de Jóvenes Creadores juntos es de unos 250 millones de pesos. Si es poco o mucho, depende de con qué lo comparemos. Alcanza, por ejemplo, para comprar medio estadio de béisbol a precios actuales. Por otra parte, es menos de la mitad de la nómina mensual del SNI (550 millones) o del presupuesto anual del propio FONCA (unos 600 millones). Esto último es importante tenerlo presente en su reformulación, pues si solo se conservan los programas de becas se habrá perdido la mayor parte de lo que este fondo era. Para seguir con las comparaciones, en 2017 el presupuesto del SNI (5,883,608,707.09 pesos) fue mayor que el presupuesto total recibido por Secretaría de Cultura (5,093,311,778.00 pesos), la cual logró ese estatus apenas un par de años antes pero tuvo un recorte frente a los recursos de años previos. El oropel ministerial salió caro y muestra cómo otorgarle ese rango no fue sino una gesticulación tan mexicana, apartada de una priorización presupuestal. La distancia entre ambos presupuestos subraya cómo la cultura no es una prioridad para el Estado mexicano (o lo es mientras sea barata, de preferencia gratuita).

Sería justo en cuanto a estos sistemas de producción intelectual que los artistas recibieran el mismo trato que los investigadores. Que los recursos fueran si no iguales, sí semejantes para beneficiar a más creadores, con al menos opción a seguro de gastos médicos mayores como incluye el SNI. Y, sobre todo, normalizar que en ambos casos seguir recibiendo los estímulos es un objetivo del programa si se mantiene la producción. La realidad apunta en sentido contrario, porque desde antes de la desaparición de los fideicomisos gubernamentales, el SNCA tendía a una precarización mayor, volviendo este desbalance sistémico.

Un ejemplo claro es que las reglas de operación del SNI indican para el nivel más alto (SNI 3) un monto de 14 UMA mensuales. Esto era semejante al SNCA, cuyas reglas anteriores indicaban un monto de 15 salarios mínimos. Sin embargo, en las reglas de operación más recientes el SNCA perdió el anclaje a una medida que se actualice cada año y este monto se fijó en 32 mil pesos, que se irán erosionando anualmente debido a la inflación. Para dar un punto de comparación, si esto no hubiera cambiado con los dos últimos incrementos que ha habido al salario mínimo (de 20% cada uno), el monto mensual del SNCA andaría en unos 55 mil pesos mensuales. Aquí el reclamo no es por esta cantidad, sino por haber dejado el estímulo a la deriva inflacionaria.

La danza de los millones

En 2016 la Secretaría de Turismo le pagó 47.4 millones de dólares al Cirque du Soleil para que desarrollara un espectáculo basado en la historia, música y cultura de México. A unos años, ¿qué queda de ese gasto que equivale a cuatro años de estímulos a creadores? Este tipo de caprichos millonarios se da con una frecuencia e intensidad que permite ver cómo los montos destinados a becar artistas son mínimos en el gran fresco (a veces bruegueliano) de cómo se gasta el dinero en el país.

La Reinas Chulas hicieron un estudio sobre el presupuesto cultural de la Ciudad de México que arroja cifras muy elocuentes. En 2014, el presupuesto cultural para Benito Juárez y Cuauhtémoc fue de 3 millones. En Tlalpan y Coyoacán, 8 millones. Mientras tanto en Iztapalapa fue de más de 326 millones. Es decir, se gastó en un año más que el presupuesto anual de becas a creadores. Invertir semejante monto en gasto cultural puede ser algo innovador y avezado, pero hay preguntas que quedan sin respuesta. ¿En qué se gastó específicamente? ¿Dónde se pueden ver los resultados?

A principios del año pasado, Saúl Hernández documentó las asignaciones que se hicieron en el ramo de cultura el sexenio anterior: una auténtica danza de los millones. Esta hoja de cálculo permite observar cómo entre 2013 y 2018 se entregaron montos millonarios a asociaciones de la más diversa índole. En números redondeados, en el último lugar, como si fuera un mal chiste, aparece una donación de 3 mil pesos al Instituto Politécnico Nacional. En el extremo opuesto, quién más recursos recibió fue la Asociación Azteca: 807 millones. Por si fuera poco, Fundación TV Azteca recibió otros 48 millones. Asociaciones de ex funcionarios como Poder Cívico y Puerto Cultura recibieron 180 y 95 millones respectivamente. Fundación BBVA Bancomer: 48 millones. Espacio de Vinculación parece ser la entidad mediante la cual Televisa recibió 42 millones para hacer unos programas. La Fundación Cultural Cristo Rey Acapulco: 27 millones. Llama también la atención como otros órganos gubernamentales, que tienen un presupuesto mucho mayor, recibieron una tajada del exiguo presupuesto que en comparación le otorga el Estado a la cultura. La CFE 73 millones para un museo y otros 43 para su Fundación. El IMSS 66 millones. Secretaría de Marina, 32 millones.

Es cierto que una beca del SNCA coloca automáticamente a quien la recibe en el decil más alto de ingresos de este país. Pero la indignación que genera el que un artista reciba 30,000 pesos mensuales parece un despropósito ante esta entrega directa de más de 8 mil quinientos millones de pesos a 1,378 destinatarios sin ninguna rendición de cuentas sobre los usos del dinero (el monto es tan alto que debí pedirle ayuda a mi amiga matemática Yecyotl para dar con el total). Los recursos que se repartieron de esta manera fueron superiores al presupuesto sexenal del tan criticado FONCA. Aunque esta manguera de presión presupuestal parece haberse cerrado, no ha habido seguimiento alguno y mucho menos consecuencias u oprobio sobre los receptores de esos fondos, aunque lo errático de las asignaciones ya se ha documentado. Indignante debería ser que algunos de los principales coreógrafos de esa danza hayan obtenido cargos públicos en esta administración, la más evidente, la de Esteban Moctezuma Barragán, anterior presidente de Fundación Azteca (que se llevó un diezmo completo del total) y actual secretario de Educación.

Política cultural y calidad artística

¿Y qué pasa en otros países? Pondré a continuación algunos ejemplos de naciones escandinavas, que con frecuencia aparecen como las mejor evaluadas en cuestiones de desarrollo. La distancia entre su realidad y la mexicana es abismal, pero sus modelos pueden dar algunas pautas en cuanto a mejores prácticas internacionales; modelos que, a grandes rasgos, se basan en un sistema de impuestos altos aplicados de manera escalonada para redistribuir la riqueza y financiar un estado de bienestar.

En comparación a lo que he mencionado antes, lo primero a resaltar es que en estos países sí hay esquemas semejantes al SNCA, pero no hay algo equivalente al SNI, por la sencilla razón de que los sueldos académicos se han incrementado de acuerdo con la inflación y no es necesario compensarlos con estímulos. Por ejemplo, el Consejo de las Artes finlandés (Taike) reparte unos 40 millones de euros anuales, equivalente al 7.5% del presupuesto cultural, para una población de 5 millones y medio (menor a la del estado de Guanajuato). Se podría decir que este es un lujo de países ricos, pero es un monto similar al que se usó para contratar al Cirque du Soleil. Sin importar las limitaciones del presupuesto nacional, los gobiernos siempre lo llevarán a las áreas de su interés. Una de las razones por las cuales se mantiene el papel del Estado como mecenas cultural es porque se ha demostrado que aun en países como Noruega, donde ha habido un aumento sustancial en el crecimiento del ingreso, el de los artistas ha disminuido.

Otro punto a tomar en cuenta con respecto a estos sistemas de estímulos como política pública tiene que ver con la falsa cita atribuida a Otto von Bismarck, según la cual es mejor no ver cómo se hacen dos cosas: las salchichas y las leyes. Toda política pública y el marco normativo en que se basa tendrá ambigüedades e incongruencias, un aspecto desprolijo (messiness, se le dice en inglés) por la variedad de los actores y factores que afectan su elaboración. En cuanto a la política cultural dirigida a artistas, esto comienza con la definición misma de “artista”.

Desde la perspectiva de la política cultural, “artista” se puede determinar de acuerdo con tres criterios: ingresos, obra e identidad. Si nos vamos a los ingresos por obra (eres lo que cobras), sin tomar en cuenta estímulos o premios, el censo de artistas daría un resultado muy flaco. Por el contrario, si lo definimos por identidad, este país —y seguramente cualquier otro— sumaría cientos de miles de artistas. Pensemos, hipotéticamente, en alguien que se presenta como poeta y puede que algún día ilumine la lengua con su obra, pero a la fecha la posteridad sigue a la espera de sus primeros versos. Este poeta tiene todo el derecho a sentirse como tal por inclinación, pero también es probable que se enoje con el FONCA porque a él no le otorgue beca (haya concursado o no).

Por ello, de las tres posibilidades, la única que permite una base más objetiva para evaluación es la obra. Un acuerdo absoluto sobre la calidad o el valor en el arte es prácticamente imposible. En general, la calidad de un bien tiene que ver con características jerarquizables que se pueden medir de manera objetiva. El valor de los bienes culturales no entra en este modelo pues es ante todo simbólico y su apreciación subjetiva. El juicio estético depende del contexto, de convenciones sociohistóricas y de los consensos que se forman mediante instancias de legitimación. Se trata de un valor múltiple y cambiante, lo que se puede observar en la diferencia en estima que en pocas décadas han tenido autores como Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez o Roberto Bolaño. Y aun así, es lo más objetivo que tenemos para definir la calidad artística: consensos más o menos fundamentados.

El jurado: hay cofradías siniestras que se apoderan de todo

La frase de Gabriel Zaid en este subtítulo representa la impresión generalizada sobre las comisiones que deciden los estímulos del FONCA. Los miembros de esas comisiones que me han beneficiado no me reconocerían si coincidiéramos en un elevador; difícilmente podría aseverarse que tenemos oscuros vínculos de compadrazgo. Sin embargo, una de las mayores paradojas del FONCA es que para verificar que la asignación de becas era transparente había que otorgarlas. A pesar de haber pertenecido en dos ocasiones al SNCA, el proceso de evaluación que decide quién ingresa sólo me quedó claro cuando fui juez. Me parece que este procedimiento se fue depurando en sus décadas de operación y una debilidad del Fondo fue no poder comunicarlo. Considero importante que se conozca, como un ejercicio de transparencia y con la idea de que pueda conservarse para no comenzar de cero nuevamente.

Después de dos fases previas, en las que se comprueba que el material esté completo y corresponda a la convocatoria, se pasa a la fase donde el jurado evalúa. La evaluación se divide en tres áreas, dos de la cuales tienen dos aspectos a calificar: obra (calidad), trayectoria (reconocimiento crítico y premios) y proyecto (calidad y viabilidad). Cada uno de estos aspectos puede recibir una calificación de 0, 10, 15 o 20 puntos, dando 100 como el máximo posible. Cada miembro del jurado pone su calificación y emite un voto a favor o en contra de que el candidato sea seleccionado. De la suma de las actas de los cinco jueces depende la selección.

Cuando me tocó ser juez participaron 145 candidatos y tuve un mes de plazo para revisar sus proyectos. El primer expediente digital que abrí tenía unas 700 páginas. Esto puede variar por disciplina, pero el trabajo que implica revisar el material no es menor. En el proceso de revisión hubo tres solicitantes que me parecía justo que recibieran el estímulo. Ninguno quedó. En el proceso no hay espacio para abogar por alguien, la decisión depende enteramente del consenso de los jueces a partir de las hojas de evaluación que entregan por separado. Los candidatos que obtuvieron cinco y cuatro votos obtuvieron la beca casi en automático. La discusión que hubo fue para ver cuáles de los casos que había con tres votos y la mayor puntuación alcanzaba un estímulo y por qué.

Considero importante mencionar que dos de los cinco integrantes de la Comisión eran creadoras y que el criterio con el que se decidió la última beca fue para balancear la representación de género en la lista final. Estas cuestiones se debieron al azar (la integración del jurado se sortea) y fueron discrecionales a ese jurado específico, pero podrían consolidarse mediante su reglamentación en el proceso.

En los resultados del año siguiente al que participé como juez, dos de los tres que según yo merecían el estímulo lo recibieron. Esto indica, por un lado, como en todo concurso, siempre interviene la fortuna (el voto de un solo jurado puede ser suficiente para quedar o no), y por otro lado que, como en casi cualquier rubro, la persistencia termina siendo premiada. Algo que subraya la experiencia de varios escritores que solicitaron en repetidas ocasiones la beca de Jóvenes Creadores (en un caso siete veces) y nunca la ganaron, pero años después obtuvieron el ingreso al SNCA, o sin conseguirlo han seguido escribiendo, lo que debería siempre ser lo más importante.

En 2018 participaron 145 candidatos en el rubro de narrativa. No hay límite de participación: concursaron todos los que quisieron. En general en el FONCA se otorga una beca por cada 10 postulaciones, si hay fondos para ello. Es la misma proporción de ingreso a la UNAM. Sobre los resultados de ambos procedimientos hay quejas, pues el número que se queda fuera es mucho mayor al que ingresa. Sería interesante tener la proporción de postulación-ingreso al SNI, que debe ser bastante más inclusivo. Es lo que permite contar con más recursos.

La contingencia a causa de la pandemia ha venido acompañada por un incremento de consumo cultural, al menos entre quienes se han podido quedar en casa. El presupuesto federal en su postrimería será tan escaso como el oxígeno para un paciente con síntomas avanzados, pero aún así esperemos que se tenga presente cómo la cultura permitió a una parte de la población mantener la cordura, y cómo en casos similares (Vasconcelos después de la Revolución o el New Deal tras la gran depresión de 1929) el arte ha servido como motor de reconstrucción y desarrollo.

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