Desde el día uno los güeros en Santa Fé sentían hacer su parte en aplastar la curva de la pandemia. Siguieron todas y cada una de las indicaciones que el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, hacía en sus conferencias de prensa. Bastará un poco de disciplina social, individual o reforzada por el aparato coercitivo del Estado, un equipo médico que pueda atender a los enfermos en el curso de un par de semanas y que la banda ancha no falle en nuestros hogares. Cuando se cansaban de intentar hacer recetas por internet, de cosas tan simples como una hamburguesa, pedían la cena por Uber Eats y Rappi, para cuidarse, acompañadas de su botella de vino de más de mil pesos que les llegaba por Amazon. En las tardes celebraban su heroísmo cantando Cielito Lindo, compartiendo videos de Thalía o quejándose sobre la cantidad de gente afuera que veían desde sus balcones. Cuatro meses después, y a pesar de todos sus sacrificios, la pandemia no cede. Seguramente, creen, por la falta de disciplina típica de las clases populares (incrementada por el mal ejemplo del gobierno populista en turno).
En algo tienen razón estos seguidores de Latinus: ellos se movieron mucho menos que el resto de la población. Mientras que la movilidad de los usuarios de Apple cayó hasta en un 90% en mayo, los usuarios de Android sólo redujeron su movilidad en un 60% (mire su bolsillo para constatar su clase social). Sobra decir que el 40% restante, más el de los trabajadores sin datos o celular, es mayor que el 0% que se requiere para parar la pandemia en seco. Hace sólo un par de años, Ricardo Anaya y sus allegados anunciaban, también en Santa Fé, el fin de los trabajadores que ocuparían las calles. En el hackatón, Salomón Chertorivski, responsable de propuesta y programa de gobierno del candidato del PAN, aún maravillado con su visita a las instalaciones de Amazon en Seattle, sostenía que la automatización resolvería el problema de la producción: los trabajadores (Informador, 2018/05/23).
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Trabajadores automáticos
La güeriza mexicana no es la primera burguesía que ha soñado con un mundo sin trabajadores que garantice, sin embargo, su nivel de consumo y status. Durante el siglo XIX los espectáculos de autómatas estaban fundamentalmente dirigidos a la clase propietaria, acostumbrada a tener exhibiciones de humanos a su servicio. En 1774 Jaquet Droz presentó a una pianista mecánica que suspiraba, veía y reverenciaba al tocar el órgano. En 1770, Wolfang Von Kempelen construyó un jugador de ajedrez mecánico llamado El Turco, el cual venció a jugadores profesionales y amateurs a fines del siglo XVIII, entre ellos a Benjamin Franklin, entonces embajador en París. En 1845 un escribano y dibujante automático, creado por Robert-Houdin, mantuvo conversaciones tendidas con el rey de Francia, Louis Philippe (Tresch, 2012). Este tipo de máquinas mezclaban ingenio mecánico con espectáculo y magia de la automatización. La burguesía de la época había transformado diversos procesos productivos, había, en su concepción, incrementado la riqueza social mediante disciplina, esfuerzo e inventiva; el último paso era la ingeniería directa de los obreros. En 1868 apareció en Estados Unidos la primera novela que incorporaba a un ser mecánico consciente en la trama: The Iron Hunter or the Steam Man of the plains. En la novela, un adolescente construía un hombre que funcionaba a través de vapor, el cual le servía como ayudante, pero sobre todo como máquina de tiro, en sus aventuras. El hombre, con un sombrero de copa que servía como chimenea, condensaba las opiniones de la élite sobre los trabajadores manuales y la idea de sustituibilidad por motores artificiales (Ellis, 1868).
Si el sistema industrial desplazó a diversos oficios artesanales, la idea de la sustitución de los humanos por máquinas ha sido, más que una ansiedad del proletariado, una ambición de las clases dominantes. Cada nueva revolución tecnológica ha traído consigo sus nuevos y propios seres artificiales. En la década de 1930 surgió un nuevo tropo en las construcciones sociales en torno a las máquinas: el miedo a una insurrección artificial. Karel Capek acuñó el término robot, derivado del checo robota que significa servidumbre, en su obra Los Robots Universales de Rossum. En ella, una firma produce robots que sustituyen a los trabajadores completamente, hasta que éstos toman conciencia de clase y se revelan contra la humanidad. El término y la trama han sido repetidos en muchas ocasiones por diversos autores, como Isaac Asimov o Philip K Dick. En ella, se sustituye simbólicamente a los obreros por máquinas, siendo éstos últimos la clase revolucionaria del fin de la historia. En la guerra contra los humanos estilo Terminator, la toma de consciencia no es colectiva sino individual, a partir de la unicidad de la Inteligencia Artificial de las redes.
Esta combinación entre fascinación y terror a las máquinas aparece regularmente como una construcción de una clase trabajadora diferente, sintética, cuya potencialidad es sustituir la agencia del proletariado. El único riesgo para la burguesía, pues, es una segunda toma de consciencia, mecánica, y la restauración de una lucha de clases. En todo caso, ambas construcciones simbólicas de las clases dominantes tienen algo en común: reproducen la idea del fin del trabajo humano en la reproducción social.
2. El fin del trabajo
“El punto ahora es liberarse del trabajo al rechazar su naturaleza, contenido, necesidad y modalidades”, proclamaba el pensador francés André Gorz en 1982 (Gorz, p. 67). La nueva ola de pensamiento respecto al fin de los trabajadores precedió a las visiones triunfalistas sobre el triunfo del capitalismo, el fin de la historia y de la lucha de clases. Para el ensayista francés, no sólo la automatización aboliría al trabajo como actividad humana, esta vez para siempre, sino que la lucha social no se encontraba en la esfera del trabajo. Por el contrario, el sector revolucionario era, a partir de entonces, no una clase trabajadora sino una no-clase de no-trabajadores. El trabajo de André Gorz dio comienzo a una nueva corriente dentro de la izquierda: la izquierda pos-trabajo. (o Pos-workists, como se prefiera).
¿Por qué esta revolución tecnológica sería diferente? Los desarrollos tecnológicos, se sostiene, requieren de cantidades cada vez menores de seres humanos para su operación. Algunos economistas, como Acemoglu y Restrepo, no tienen empacho en comparar el desplazamiento de los trabajadores en la era informática con el desplazamiento de los caballos en la primera Revolución Industrial (Acemoglu, 2016). Para algunos economistas, periodistas y empresas de consultoría, el resultado es el mismo: el fin del trabajo es inevitable, en tanto las ganancias se generan con la automatización, y un creciente número de personas son superfluas para el sistema económico. La única solución que aparece para paliar los efectos de la creciente exclusión de la vida productiva es el establecimiento de un Ingreso Básico Universal, una subsistencia asegurada para la no-clase de los no-trabajadores, que permite su subsistencia física (Economist, 2017/04/01, Becket, 2018/01/19, Skidelsky, 2015; Thompson, 2015/07; KPMG, 2020/01/20).
3. Trabajo fantasma
En 1805 el hijo de Wolfang Kempelen vendió el autómata El Turco a Johann Nepomuk Mälzel, un músico bávaro que hizo aún más famosa la creación. En las siguientes décadas, El Turco recorrió las cortes europeas, venciendo en 1809 las dos partidas que jugó con Napoleón Bonaparte. En 1826, la atracción migró definitivamente a Estados Unidos, atrayendo a la alta burguesía industrial. Después de una gira hacia Cuba, en 1837, Mälzel murió y la máquina fue destruida unos años después, en un incendio en el Teatro Nacional en Philadelphia. Durante los tres cuartos de siglo de vida del autómata, al menos 7 jugadores de ajedrez ocuparon el puesto de operarios secretos del instrumento al interior del mecanismo. La máquina requería de maestros alemanes, franceses, ingleses y norteamericanos anónimos para moverse, pensar y ganar partidas.
En 2005, Jeff Bezos lanzó el Amazon Mechanical Turc. Se trata de una herramienta que permite a empleadores post-trabajo solicitar Tareas de Inteligencia Humana (HITs) a Turkers, o, como los denomina Bezos, a la Inteligencia Artificial Artificial. En términos no reptilianos podemos llamarlos simplemente trabajadores. A través de la página, como los usuarios que compran objetos, los empleadores pueden asignar tareas a seres humanos en al menos 63 países. Estos modelos de separación de tareas y trabajo, de outsourcing extremo y desvinculación a distancia son implementados por la mayoría de las empresas de tecnología de Silicon Valley, creando una fuerza de trabajo fantasma que, en muchas ocasiones, no se considera perteneciente a la clase trabajadora (Gray, 2019). Bezos me robó la metáfora aquí.
¿Algún día nuestra inteligencia artificial artificial será sustituida por inteligencia artificial real? En realidad, aún con la crisis del COVID, la mayoría de la población forma parte de la clase proletaria, más aún que en casi cualquier momento de la historia. Aún con la brutal caída del empleo producto de la crisis del COVID, tanto en economías centrales como periféricas, la población ocupada como proporción de la población total es sustancialmente mayor hoy que en 1950, la era dorada del capitalismo industrial nacional (ver Gráfico 1). Este crecimiento implica no precisamente un incremento del trabajo como relación del ser humano con la naturaleza, sino un incremento de la proletarización como proporción de la población total. Es claro que el trabajo asalariado es y seguirá siendo no sólo el productor de riqueza y ganancias, sino la característica crucial que distingue a las clases explotadas de las élites.
Fuente: Elaboración propia con datos de Laureano, Hayashi. “Sistema de Pensiones y sus alternativas”; Banco de Información Económica, INEGI; Federal Reserve Bank of Saint Louis, Economic Research.
La destrucción simbólica del trabajo ubica al capital, en el mejor de los casos, o al ingenio y emprendedurismo de los devotos de Chumel Torres, en el peor, como los generadores de riqueza y ganancias. Ambas son, hoy como hace doscientos años, producto del esfuerzo de las y los proletarios. El nuevo sistema productivo, más que sustituir a la clase obrera por inversiones en capital ha intentado borrarlos del imaginario colectivo como fuerza estratégica. Amazon, uno de los principales ganadores de la época de cuarentena, es una empresa fundamentalmente no automatizada. Salvo algunos experimentos, sus conductores, ensambladores, empacadores y repartidores siguen siendo, aunque usted no lo crea, humanos que funcionan con agua, alimentos y oxígeno. Este tipo de empresas, en las que se pueden incluir Uber, Rappi, Airbnb, etc., automatizan un proceso de organización y remuneración del trabajo, no reemplazan funciones técnicas de los trabajadores. En contraste, sectores altamente automatizados, como la minería de veta o las siderúrgicas, han visto reducidas sus ganancias de manera tendencial en las últimas décadas.
La automatización es un fenómeno con bases reales, pero el fin del trabajo constituye a los papás de la burguesía. Es crucial combatir la ceguera hacia la clase obrera, en tanto que la ilusión del fin del trabajo no sólo impide la organización efectiva, sino que cuesta vidas al proletariado. En Singapur, esta ceguera implicó que se considerara controlada la pandemia una vez se establecieron pruebas generalizadas entre los ciudadanos, mientras que se excluía del modelo de control epidémico a los trabajadores migrantes, a pesar de que son al menos un cuarto de la población de la ciudad Estado. Cuando comenzaron a hacerse pruebas entre ellos, se descubrió que los enfermos eran al menos 26 veces más que los estimados (Stack, 2020/05/20).
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“Ustedes no mueven a México. Los obreros movemos a México. Pinches ridículos”, gritaba un héroe anónimo enfurecido. Armados con banderitas rosas y lentes de sol, los güeros de Santa Fé habían decidido bajar a la ciudad a hacer lo que mejor saben: caos vial. Un día de diversión para ellos, un día más difícil para las clases populares. Nuestro portavoz oficial tenía claro que su movimiento permitía, no sólo su subsistencia física y la de su familia, sino la reproducción de la sociedad en su conjunto. No fueron robots, ni drones, ni vehículos autónomos los que mantuvieron la electricidad en las casas, el internet constante, el agua, los alimentos, ni sus botellas de vino compradas por Amazon. A pesar de la ilusión de automatización que genera el clic y la pantalla del celular, la máquina de producción colectiva sigue siendo de carne y hueso. La lucha de clases no enfrenta humanos contra máquinas, sino a los trabajadores contra la clase ociosa.
Referencias
Daron Acemoğlu y Pascual Restrepo. «The race between machines and humans: Implications for growth, factor shares and jobs.» Retrieved 6 (2016): 2019.
Edward Ellis. The Huge Hunter: Or the Steam Man of the Prairies. B&R Samizdat Express, 2018.
André Gorz. Farewell to the working class: an essay on post-industrial socialism. Pluto Press, 1997.
Mary L. Gray y Siddharth Suri. Ghost work: how to stop Silicon Valley from building a new global underclass. Eamon Dolan Books, 2019.
Robert Skidelsky. «The rise of the robots.» Project Syndicate 19 (2013): 15-22.
John Tresch. The romantic machine: Utopian science and technology after Napoleon. University of Chicago Press, 2012.