El CIDE y el imaginario neoliberal

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Si la 4T no fuera tan torpe y no estuviera mareada con las encuestas de la popularidad de AMLO, se cuidaría mucho más con el asunto del CIDE. Parece una cuestión meramente coyuntural y es fácil querer reducir el conflicto a la imposición caprichosa de un director, pero para el espectro neoliberal, el CIDE ha pasado a ser un tema estratégico. 

La soberbia de CONACYT frente al CIDE está profundizando el distanciamiento con la clase media que (de manera un tanto coyuntural) se apartó de las élites en 2018, pero va regresando lentamente hacia un sector de la derecha neoliberal (la 4T también tiene un ala derecha, pero es de otro tipo y ahora no es el tema), impulsada por la ausencia de política hacia ese sector y por la constante confrontación simbólica de espacios que son casi naturales para el ámbito medio. 

Para la derecha neoliberal, la protesta frente a CONACYT representa la posibilidad de buscar cuadros políticos nuevos, que no carguen los lastres de quienes estuvieron orgánicamente ligados a los sexenios de Peña Nieto y Calderón (es la apuesta de Reforma y El Norte, que intentan  fabricar a Colosio Jr. y a MC como una alternativa neoliberal fuera del PRI y el PAN). 

El problema es que el CIDE tiene un rasgo que, aunque en este momento es una carga, bien aprovechado puede servir para estimular el agotado imaginario político del anti-obradorismo de derecha. El CIDE es la síntesis del neoliberalismo como proyecto de gobernanza: se trata de la institución pública cuyo propósito es formar élites tecnocráticas que reorganicen y modelen la sociedad de acuerdo a un programa económico de libre mercado. Esas élites pueden ser más conservadoras o más progresistas, pero tienen establecido un consenso sobre temas que son intocables y comparten una serie de presupuestos que forman el corazón de la dogmática neoliberal. 

La idea central que articula al CIDE es esencialmente anti-democrática: su objetivo no es formar ciudadanos, ni profesionistas, o gente más preparada para la vida, sino cuadros dirigentes de la economía y la política (una política concebida esencialmente como ejercicio técnico), que al egresar puedan pasar directamente a encabezar los órganos del Estado y, especialmente, los «quangos» de la adminstración pública neoliberal: órganos que actúan con una autonomía casi total del poder público, que no están sujetos al control democrático directo y que imponen límites a las autoridades electas que, entre otras cosas, garantizan que ciertas directrices básicas de la economía política (neoliberal) no sean alteradas (se supone que también deberían prevenir las fallas del mercado, pero en ese tema suelen fallar completamente).

En este sentido, la protesta del CIDE busca convertirse en un movimiento estudiantil y académico más amplio, pero no la tienen fácil: están buscando acercarse a la UNAM y a las universidades públicas (hasta le hacen guiños a la CNTE, tratando de aprovechar, con una mezcla de cinismo e ingenuidad, las fricciones entre los maestros y la 4T), pero la contradicción no es fácil de resolver y el matrimonio entre la universidad de élite y las universidades de masas no parece muy probable. 

La protesta del CIDE (que todavía no es un movimiento, pero bien podría serlo) ha empezado a atraer a los sectores más privilegiados y conservadores de la universidad pública, la élite del SNI, las facciones que tradicionalmente controlan el gobierno universitario y a quienes les gustaría revivir (en la UNAM o en otros espacios) un proyecto como el de Barnés: universidades públicas más pequeñas, orientadas hacia la cúpula del Estado y las empresas, con mayores exigencias académicas (modeladas en el espíritu de las Ivy League gringas o el Russell Group británico) y depuradas de los estudiantes más pobres, a los que la «educación de excelencia» considera un lastre y para los que se reservan escuelas técnicas o algún sustituto profesionalizante. 

La naturaleza paradójica del CIDE (la escuela pública elitista), impone un freno a la posibilidad de alianzas más amplias con sectores populares, pero puede servir de estímulo para la clase media que sueña con hacerse un lugar entre las élites a través del mérito individual. 

En algún punto el CIDE es fascinante; no por su calidad académica (que realmente no es descollante, aunque sí hay gente talentosa) sino por el papel que juega en la construcción del imaginario neoliberal. Esa es la razón por la que los cideítas insisten tanto en su propia mitologización: «somos los mejores», «somos imprescindibles para la democracia», «nuestros egresados están a la altura de los mejores de Estados Unidos», etc. 

Frente a ese escenario, las acciones de Álvarez-Buylla no son más que un regalo a la oposición de derechas. No sólo el diagnóstico es malo y caricaturesco, sino que la actuación prepotente no aporta nada a modificar la lógica de las instituciones públicas sometidas al control faccioso de la élite neoliberal. El revanchismo está dejando sin salida a muchos estudiantes, egresados y algunos académicos del CIDE que son críticos del neoliberalismo y que incluso son cuadros importantes en el gobierno federal y, sobre todo, en el gobierno de la Ciudad (el golpe al CIDE abre un frente a Sheinbaum en pleno proceso de sucesión). 

Para la izquierda (dentro o fuera de la 4T), la cuestión del CIDE debería servir para abrir otro debate y cuestionar si realmente necesitamos más universidades públicas (y también privadas) para formar élites y cuadros dirigentes para mantener el status quo. No se gana nada asfixiando al CIDE (que además resistirá, aunque golpeado, hasta el final del sexenio), sino que hay que plantear la reforma de esa institución y de otras que, bajo la máscara del interés público, han perpetuado desigualdades estructurales que ya sólo se expresan de modo violento. 

El gobierno de los científicos de finales del siglo XX está quebrado, pero los modos autoritarios no van a mejorar las cosas. Habría que insistir en un ejercicio de madurez y aunque a la izquierda le cueste, tendría que abrir el diálogo con el CIDE. Hay interlocutores más interesantes que lo que el combate mediático muestra y, sobre todo, hay que explicarles que el modelo de universidad que defienden (el del elitismo disfrazado de excelencia) no le está sirviendo al país ni a la democracia. 

Y perdonen si parece demasiado fresco, pero me parece que el CIDE está obligado a cambiar y no porque lo decida la 4T o el CONACYT, sino porque el modelo de país y de mundo que promovían está completamente en crisis.

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