Educación y vínculo pedagógico en tiempos de pandemia

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La vertiginosidad con la que ha avanzado la pandemia provocada por el virus SARS-COV2 en nuestro país y en todo el mundo, ha hecho que todas las dimensiones de nuestra vida se vean trastocadas. El mandato “Quédate en casa” ha llevado a una buena parte de la población a permanecer en sus hogares (quienes pueden hacerlo), aunque, claro está, en condiciones completamente desiguales que se revelan hoy con más brutalidad.

En este contexto, parece necesario preguntarnos: ¿Qué está pasando con la educación en tiempos de pandemia? Especialmente con la educación escolar. ¿Qué necesitamos de ella? ¿Hacia dónde deberíamos apuntar el trabajo pedagógico? Todas estas preguntas se agolpan de pronto y parece que no hay tiempo para pensarlas, pero también parece que es urgente hacerlo.

Ante el rápido avance de la pandemia, desde el día 23 de marzo, la Secretaría de Educación Pública (SEP) de México, suspendió las actividades en las escuelas para todos los niveles. De manera casi paralela fueron empujándose estrategias y programas de educación a distancia, primero en las universidades y escuelas privadas, y ahora se espera que se haga extensivo también en la educación básica. Para ello, la SEP ha declarado que se fortalecerá el programa “Aprende en casa” para educación básica, que pretende generalizarse a partir del próximo 20 de abril en todo el país. De acuerdo con el propio secretario de educación, Esteban Moctezuma, con este programa “se llegará a todas las regiones del país a través de distintas plataformas digitales o televisivas; incluso a través de transmisiones radiofónicas dirigidas a comunidades aisladas, incluidas las indígenas, pues no solo se trata de que la educación a distancia sea sinónimo de conectividad e internet”.

Pero, ¿qué implicaciones concretas tiene este avanzar en los procesos escolares sin detenernos, sin parar a pensarnos, a considerar por dónde y cómo debemos continuar? ¿Con qué condiciones reales contamos para mantener los procesos educativos? ¿Qué dificultades y contradicciones quedan al descubierto al movernos hacia las distintas plataformas digitales o televisivas con afanes educativos? 

El viraje hacia soportes digitales, no es nuevo, pero en el contexto de la pandemia propone una serie de dificultades y desafíos que son específicos de la coyuntura, al tiempo que devela múltiples contradicciones que van desde el ámbito subjetivo, hasta el estructural,  pasando por el pedagógico y el técnico. Estas contradicciones adquieren particularidades en el caso de nuestros países periféricos. Las dificultades de acceso por parte de estudiantes, las complicaciones y sobrecargas de docentes para trasladar los procesos al ámbito virtual, la incertidumbre, encuentran eco en Argentina, Chile, Brasil, México…Y en medio de todo, aparece una y otra vez la interrogante por la manera en que este tornado trastoca las relaciones pedagógicas y a los sujetos que las configuramos y nos configuramos en ellas.  

Acá van algunas consideraciones que se suman a las múltiples reflexiones que han lanzado docentes, estudiantes, madres y padres de familia, y que valdría seguir recuperando para abonar a una reflexión que, desde ya, sabemos inagotable, pero también (como todo en estos días) urgente.

Hay algunas preguntas que me parecen fundamentales para abrir la reflexión. ¿Con qué propósito se hace el llamado a trabajar por medio de la educación a distancia en tiempos de pandemia? ¿Para mantener el proceso educativo? ¿Es ello posible realmente y en qué condiciones? ¿o en realidad lo que se busca es simplemente sostener la demanda de escolarización?  Y ¿cuáles son las diferencias entre educar y escolarizar en este contexto?: ¿para salvar el semestre o el curso escolar?, ¿justificar el pago de las cuotas escolares?, especialmente en el caso de las escuelas privadas. Por otro lado, ¿es posible pensar el trabajo en línea y la educación a distancia para contribuir a menguar el aislamiento y generar espacios de acompañamiento, contención y cuidado?, ¿cómo hacemos para mantener el vínculo pedagógico a la distancia?

La urgencia que impone la emergencia de salud ha hecho que el movimiento de lo presencial hacia la educación en línea no se dé de manera planificada, esto provoca que, en muchos casos, las y los maestros se vean envueltos en situaciones de mucho estrés y sobrecarga de trabajo, al tiempo que se generan procesos desordenados en los que emergen obvias dificultades de traspaso de procesos educativos que fueron diseñados para ser presenciales a estrategias online. Muchas veces, las y los docentes no están en condiciones de suscitar procesos de educación a distancia ya sea porque tiene dificultades con el manejo de las herramientas digitales o porque simplemente no cuentan con el equipo básico: computadora personal y acceso estable a internet; no podemos negar la situación de pobreza y precariedad en la viven miles de profesoras y profesores en nuestro país, sin mencionar el enorme trabajo que significa adaptar un programa presencial a un formato a distancia. Y aquí es necesario reconocer las dificultades técnicas y pedagógicas.

Otro de los aspectos que resultan preocupantes es la manera en que la escuela entra en la casa. Con todas las contradicciones, desigualdades, exclusiones y violencias que atraviesan a la escuela, lo cierto es que ella también es un espacio de encuentro, de construcción de relaciones, de trabajo, de producción colectiva, hasta de refugio. Y es cierto, dentro de la escuela —no sólo de su espacio físico, sino de sus márgenes como institución— se configuran lazos sociales, encuentros y desencuentros que desbordan el mandato productivista de la calificación  y el certificado. Sin embargo, en el movimiento hacia la educación a distancia, ¿qué es lo que queda? ¿qué es lo que prevalece de las posibilidades de encuentro que habilita la escuela? 

En recientes reuniones con docentes de diferentes niveles educativos (todas en línea) se escucha la preocupación de maestras y maestros que están asumiendo la responsabilidad de trabajar para mantener, de alguna forma, el vínculo pedagógico; un vínculo que no descansa en las tareas, instrucción y calificaciones, sino en el encuentro, en el trabajo conjunto y la construcción colectiva. El desafío es inmenso, y ante las demandas generales de la empresa educativa a distancia, a menudo las y los maestros nos encontramos en dificultades para mantener —de alguna forma— el vínculo pedagógico que posibilita el encuentro frente a frente. En esa línea, es necesario cuestionar la ampliación del espacio y el quehacer escolar, no ya como momento de encuentro y de vínculo, más bien como proceso instruccional y de elaboración de tareas.

El traspaso de lo presencial a lo online no debería reducirse a subir programas, enviar lecturas, abrir foros de discusión virtual y calificar trabajos, sin embargo, ese es un riesgo permanente que devela, entre otras cosas, la gran complejidad de generar procesos pedagógicos a distancia y las dificultades que tenemos tanto estudiantes como docentes para diseñarlos y hacer parte de ellos. Quienes llevan tiempo trabajando en educación a distancia o en línea, saben muy bien que tiene sus especificidades y complejidades.

Por otro lado, se ha obviado con demasiada indolencia que muchas maestras —y maestros también—al estar en sus casas, ahora deben dedicar más tiempo a los cuidados de la familia, el hogar, las compras, los cuidados en general. No está de más recordar que para las mujeres el trabajo está triplicándose. Cada que tenemos reuniones en línea con maestras y maestros, más de una vez se asoman niñas y niños jugando, llorando, riendo, demandando atención y cuidado. Porque todas y todos necesitamos cuidarnos —ahora más que nunca—, y eso demanda tiempo y atención. No es cierto que porque se está en casa se tiene más tiempo libre, por el contrario, lo que se está verificando es que la educación en línea está demandando más trabajo para las y los docentes, lo que sumado a las tareas de cuidado genera un exceso de carga de trabajo.

Como se ha venido diciendo, la educación a distancia parece estar haciendo más evidentes las desigualdades sociales, económicas, culturales y de género; al tiempo, profundiza los procesos de exclusión. Pensemos en la educación superior. Esperamos que a una universidad pública ingresen personas de clases sociales empobrecidas. Sabemos que ello no se cumple enteramente, pero también sabemos que efectivamente es posible que ingresen personas que, si tuvieran que pagar cuotas, no estarían en la universidad (y así debe de ser, aspiramos a universidades públicas abiertas a todo el mundo). Esto hace que una buena parte de las y los estudiantes de nuestras universidades públicas no cuente con las especificidades tecnológicas que demanda la educación a distancia (internet, computadora personal, un espacio para llevar a cabo sesiones en silencio, tiempo disponible para las tareas y lecturas, etcétera). Tenemos estudiantes que regresaron a sus comunidades de origen, donde no tienen estas herramientas; tenemos estudiantes que ahora deben trabajar para garantizar un ingreso a su familia. En el caso de las mujeres, la situación es doblemente (o triplemente) complicada: deben cuidar familiares, dedicar buena parte de su tiempo a los cuidados de la casa. Para inmensos grupos de la población estudiantil resulta sumamente complicado trasladarse a la versión en línea del proceso escolar, y, así, la exclusión adquiere una nueva forma y tiende a profundizarse. 

Para el caso de la educación básica, el problema se vuelve incluso más dramático. El proceso de educación a distancia para niñas y niños, dependerá en mayor medida de las posibilidades de acompañamiento de la familia, aunadas a las condiciones materiales del hogar, del acceso a la computadora, al internet. Y lo cierto es que las familias son diversas y en estos momentos están siendo atravesadas por necesidades particulares. No siempre hay un lugar para estudiar o alguien que pueda acompañar a las niñas y niños para hacer tareas, solucionar dificultades técnicas y todo lo que va presentándose. En la mayoría de los hogares de este país se vive en pobreza, y a esto hoy habría que sumar la preocupación por los empleos que día con día se pierden, la amenaza real de enfermarse, los miedos, las incertidumbres que necesariamente atraviesan la vida de niñas y niños. En estos tiempos, se revela, con una brutalidad que es dolorosa, cómo las posibilidades de acceso a la educación pública no sólo pasan por tener un lugar en la escuela, sino por contar con las condiciones mínimas de vivienda, alimentación, salud, seguridad social para las familias, acceso a las tecnologías, entre otras. De ahí que los procesos de desigualdad y exclusión estén develándose y profundizándose en este tránsito.

A esto, habría que sumar el problema sobre la seguridad de datos y de la intimidad de niñas y niños. Como hemos sabido son múltiples las denuncias ante la filtración de datos a partir del uso de plataformas de comunicación virtual; a las infancias, esto las coloca en una situación especial de riesgo.

Ahora bien, en el caso de las escuelas privadas, a todo lo anterior se suman algunas particularidades. ¿De qué manera interfiere el cobro por la escolarización, que no sólo es por clases presenciales (que ahora no serán), sino por el uso de la infraestructura de las escuelas? ¿Ahora deberían pagar menos? ¿Y quién pagaría el sueldo de las y los docentes? Cada vez hay más estudiantes que están advirtiendo las dificultades técnicas para cursar a distancia (exceso de tareas, dificultad para trabajar en las plataformas), pero también las y los docentes han advertido que la demanda por parte de las empresas escolares les está haciendo trabajar tres veces más que lo habitual, mientras que sus sueldos permanece igual.

Hay quienes ya han convocado a que, mientras dure la pandemia, todas y todos los estudiantes aprueben los cursos. En algunos países esto ya fue adoptado por los ministerios de educación. Me parece que la opción es sensible a las condiciones reales de desigualdad, a las dificultades de hacer educación a distancia y sobre todo, reconoce que estamos en una situación excepcional en la que nos atraviesa el miedo, el dolor y la incertidumbre individual y socialmente. Pero también considero que debemos seguir preguntándonos qué alternativas podemos construir desde el campo educativo, que no caigan en la lógica de la escolarización productivista, sino que sean capaces de acompañar.

En este sentido, unas preguntas que me parecen radicalmente necesarias son: ¿cómo generamos procesos pedagógicos que reconozcan la necesidad de acompañamiento, de construcción de solidaridades, de cuidado, que sean viables aún a la distancia? ¿cómo caminamos hacia la construcción de reflexiones colectivas que nos permitan tejer vínculos pedagógicos y lazos comunitarios por medio de las herramientas tecnológicas? Pensando que estos procesos nos son urgentes ante todo lo que nos atraviesa. 

Hoy parece fundamental ampliar los espacios de encuentro y discusión en torno a la educación que queremos y necesitamos, en estos tiempos que nos imponen distancia,  pero que nos llaman al cuidado y al acompañamiento.

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