Los aires de un nuevo proyecto siempre vienen acompañados de un doble aliento de expectativas: el entusiasmo creativo de todas las posibilidades que se abren y el miedo a fallar. El secreto para romper la inacción es mantener una receta donde las dosis del primer viento superen a las del segundo, empujando el proyecto adelante y evitando que se quede eternamente en la fase embrionaria. Estoy exactamente en este punto. Tratando de arrancar, buscando evitar la sombra del “mal paso” al dar el puntapié inicial. 

Cuando recibí la invitación para escribir en la Revista Común, cultivar una columna mensual en este vehículo hecho por tanta gente que admiro y con una propuesta fresca para fortalecer una izquierda plural –premisa que comparto completamente–, lo primero que me pidieron fue bautizar este espacio. ¡Ay, caray! Si ustedes se imaginaran cuántas vueltecitas he dado hasta toparme, con la ayuda de mis amigos (los usual suspects), con este: “Economía Ab(z)urda”. Pero, definitivamente, ahí está el título elegido. En su primera parte el nombre adelanta algo del tema preferido –la reflexión económica–, como justamente aquél que da el tono a las recurrentes preocupaciones de la columna. Lo que viene a continuación juega un poco con el mix entre el carácter no raras veces absurdo con el cual se presentan las contradicciones del capitalismo actual y, simultáneamente, con lo que sería una lectura desde la izquierda de los procesos económicos. La crítica a la economía ortodoxa y convencional por el flanco zurdo, pues.

Así, esperamos que el quehacer futuro de la “Economía Ab(z)urda” que aquí proponemos pase tanto por exponer algunas facetas aparentemente irrazonables del funcionamiento de la economía contemporánea, como por señalar posibles caminos para que la organización material de nuestra sociedad logre propiciar mejores condiciones económico-sociales para la mayoría de la población. Para no ser tan enigmáticos en nuestro arranque, vale la pena una palabrita sobre lo que entendemos por “organización material”. Al conectar la reflexión económica al análisis de la organización social que asegura la base de la reproducción material de la sociedad en la que vivimos, estamos equiparando la economía a la ciencia que se dedica a los asuntos de las relaciones sociales que enmarcan a la producción y la distribución del excedente. Está definición de “economía” es muy, pero muy, muy distinta a la definición de economía que tradicionalmente se suele dar como la ciencia que estudia “la utilización de recursos escasos susceptibles de usos alternativos”. Entender que el ejercicio teórico de la economía se ocupa exclusivamente de intentar dar una explicación lógica sobre la asignación de recursos finitos para ser “más eficiente” (sic) por obra del libre mercado, sería adoptar la definición típica de los colegas de profesión más ortodoxos. Si uno camina hacia el lado más heterodoxo de los miembros del gremio, la definición de nuestra labor invariablemente nos empuja a la idea inicial aquí presentada: la economía como expresión de las relaciones sociales históricamente determinadas que moldean a cada periodo el binomio producción/distribución. 

Bueno, dicho eso, ya salió el peine. Me considero una economista heterodoxa, con todo el “dolor y la delicia de ser lo que es”, como diría Caetano Veloso en una poco poética traducción literal. Uno de los aspectos del lado malo de asumir esta identidad es que, para los economistas marxistas más dogmáticos, un “economista heterodoxo” es un simple “blandito reformista”, un claudicante “social-demócrata” y/o un “burgués keynesiano” pura sangre. Otro aspecto maldito es que, para los economistas ortodoxos del mainstream, todo lo relacionado a la economía heterodoxa es narrativa y no ciencia en todo su rigor. Para esa gente, el economista heterodoxo, por no valerse de las premisas e instrumentos típicos de la economía convencional, sería algo así como la mezcla entre un hábil cuentero y un capcioso curandero que ofrece ungüentos bien escritos y no análisis científicamente válidos. Por otro lado, presentarse como una economista heterodoxa abre tanto el espectro en el ámbito de la filiación teórica con el que me agarro, que me permite identificarme al mismo tiempo con autores marxistas, institucionalistas, poskeynesianos radicales y del estructuralismo latinoamericano sin demasiado dolor de cabeza. Digo, siempre hay alguien dispuesto a poner el dedo en alto y acusarte a patadas de “ecléctico”. Uy, lo siento, pero esta acusación rabiosa aquí bate y resbala, querido. Para mí es más importante navegar coherente y libremente entre estas referencias que intentar alimentar la insaciable tosquedad monolítica, sectaria e intransigente de los credos de algunos comentaristas. Ya dirían Los Prisioneros, nada es peor que la “estrechez de corazón”.  

También con el afán de aplanar el terreno desde un principio y así evitar tropiezos innecesarios, más allá de la exposición sobre la inclinación teórica que me convence, vale la pena una breve aclaración sobre mi orientación político-ideológica. Breve, breve, brevísima aclaración, pues es tema que merece desparramarse en más de un párrafo y estará presente en las reflexiones que vendrán en este espacio. La democracia real y participativa –y, aguas, no hablo sólo del nivel de la política partidario-institucional, esa política que a veces erróneamente se escribe con “P” mayúscula como si fuera más importante sólo porque la “p” es más grande– es el ingrediente fundamental de cualquier nueva sociedad que sea capaz de soñar nuestra utopía. O sea, básicamente me parece que de nada sirve eructar la revolución a cada dos por tres y tratar a sus estudiantes a punta de la bota como un déspota sanguinario de algún país petrolero del Oriente. De este tipo de situación hablo cuando digo que el principio auténticamente democrático sería el deseable para empezar a dibujar el mundo que invariablemente vendrá. Así, la transformación social radical va de la mano de la democratización efectiva como práctica obsesiva, como búsqueda constante por aplicar la plena horizontalidad en la toma de decisiones, compartiendo el poder, de tal forma que la igualdad atraviese todos los niveles de nuestra convivencia y las múltiples formas de hacer política que conocemos. Sólo así, siendo “intransigentemente demócratas”, se podrá esperar cambios significativos para que el capitalismo y la democracia instrumental burguesa sean nada más fastidiosas reliquias. Ropa pasada de moda, objetos empolvados de un museo de mala curaduría –un mal curado–.            

Finalmente, y para no terminar con tanto veneno, una notita un poco más solar: el balón de la columna “Economía Ab(z)urda” fue lanzado, y ojalá siga rebotando por mucho tiempo, en la cancha del sabroso diálogo promovido por la Revista Común.