Samantha Mino Gracia (Programa de Asuntos Migratorios IBERO Ciudad de México)

Gabriela de la Rosa Luna (Universidad Autónoma de la Ciudad de México)

Hablar de migración en las Américas implica nombrar las diferentes formas de violencia que afectan al continente. El estallido del éxodo desde Venezuela, en el que alrededor de 4 millones de personas se han visto forzadas a migrar (International Organization for Migration (2022) World Migration Report 2022,  Ginebra Suiza), es un ejemplo de la magnitud de la movilidad humana a causa de factores estructurales como son la inestabilidad económica, la pobreza, la crisis alimentaria y la violencia sociopolítica.

Hace algunos años, la migración de las mujeres había sido considerada silenciosa o invisible, al menos en el corredor migratorio por y desde Centroamérica hacia Estados Unidos. Las caravanas que atravesaron el territorio mexicano en los años 2018 y el 2019 mostraron una realidad abrumadora, no sólo la presencia masiva de mujeres y niñas en la migración, también resaltaron que a estos factores de expulsión ya descritos se sumaban las condiciones de desigualdad y de violencia de género que obligan a las mujeres a salir de sus comunidades.  

Con estas ideas, el Proyecto (In)movilidad en las Américas y La Laboratoria organizaron el conversatorio “Asamblea de Mujeres Migrantes en las Américas”, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Este espacio, compartido entre migrantas de y desde diferentes lugares, tuvo el objetivo de nombrar y visibilizar las violencias perpetradas por parte de los Estados, ya sea a través de la vulneración de derechos, la omisión frente a la violencia de género, la creación de políticas migratorias basadas en la contención y en la militarización de fronteras y la expulsión de personas con necesidad de protección internacional ​​—o que buscan mejores condiciones de vida—, tanto en los países de origen, como de tránsito y destino. 

También la Asamblea tuvo la finalidad de abrir un espacio de diálogo, de compartición de saberes y escucha sobre las poderosas estrategias que estas mujeres han elaborado de cara a las violencias que enfrentan, y que nos dibujan un mapa esperanzador que da cuenta de la organización, el acompañamiento, la comunidad y la solidaridad que ellas, junto a otras mujeres, siembran y hacen crecer en los lugares a los que llegan. 

¿Pero qué las motiva a migrar? En el caso de las mujeres, la violencia de género puede ser uno de los factores más determinantes a la hora de tomar la decisión de mudarse a otro sitio, como lo cuenta Delia Colque, una mujer boliviana aymara, migrante y madre transnacional, que desde el 2005 migró a Buenos Aires, Argentina, huyendo de la violencia machista que vivían ella, su madre y sus hermanos: 

Yo no había pensando en ningún momento en migrar, no fue algo que yo hubiera planeado, fue algo que se dio de manera circunstancial, de la noche a la mañana. Fue por mejorar las condiciones económicas también, para ayudar a mi familia a salir de la casa del hombre violento que era mi padre. 

Sus palabras hablan de lo definitivo de su decisión, en la cual no sólo está la necesidad de huir de la violencia, sino también de buscar las condiciones para liberar a su familia del agresor. Otro caso es el de Yolanda Varona (migrante mexicana, deportada de Estados Unidos y separada de sus hijos), la violencia estuvo presente desde las primeras etapas de su vida. Ella nos habla de las profundas huellas que esas experiencias dejaron en su niñez y en la etapa adulta. Al igual que Delia, Yolanda migra para huir de su agresor. Sin embargo, la mayor indignación que expresa es a causa de la violencia ejercida por el gobierno de Estados Unidos al separar a las familias y alejar a las mujeres de sus hijos e hijas mediante la deportación. Condición que ella vive y que le motivó a conformar el movimiento “Dreamers’ Moms USA/Tijuana”.  

Otras razones de las expuestas por las mujeres que tejieron esta asamblea es la violencia sociopolítica, como es el caso de Alba Pereira, una mujer venezolana que se vio obligada a migrar hace 18 años tras ser expulsada de su país por apoyar de manera activa el paro laboral de los empleados de Petróleos en 2002, que representó un momento clave en la historia de Venezuela, caracterizado por la polarización de distintos sectores de la sociedad (López Maya, octubre 2002) y que afectó el derecho a la libertad de expresión de Alba y la forzó a dejar todo lo que había construído en el lugar donde nació.

Otro impulso para emprender el viaje del que poco se habla, pero que está presente con gran intensidad, es la necesidad de buscar al hijo desaparecido. El 19 de enero se cumplieron 12 años de la desaparición de Óscar Antonio López Enamorado en Jalisco, México. Dos años después, Ana Enamorado —su madre— llegó desde Honduras a este país. Desde entonces, y  junto con otras mujeres, ha conformado una red para buscar a sus hijos e hijas migrantes desaparecidxs en territorio mexicano. Las palabras de Ana durante la Asamblea muestran dolorosas verdades sobre la crisis de violencia que existe en México y que ha dejado más de 90 mil personas desaparecidas. Sin embargo, en el caso de las personas migrantes, las cifras son poco claras y las condiciones de clandestinidad en las que las políticas migratorias mexicanas los obligan a viajar aumentan drásticamente su vulnerabilidad, haciendo de esta población presa de terribles agravios, que van desde asaltos y accidentes, hasta desapariciones, secuestros y asesinatos.

Esto se complejiza cuando hablamos de mujeres migrantes, pues como menciona Ana, sus desapariciones son doblemente invisibilizadas. Además corren el riesgo de sufrir otro tipo de agresiones, como violencia sexual o ser víctima de trata de mujeres. Pero todas estas violencias no son exclusivas de México. Pagar con sangre la necesidad o deseo de migrar para empezar de nuevo en otro lado se ha convertido en una funesta y dolorosa realidad debido a las necropolíticas promovidas por dirigentes y partidos políticos alrededor del mundo. En ese sentido, Quxabel Cárdenas, migranta hondureña radicada en Costa Rica, pidió dedicar esa sesión a Norma Rosa Saravia, una mujer de Nicaragua que fue asesinada por un traficante de personas en marzo de 2021, mientras intentaba llegar a Costa Rica. Sus vidas merecen ser nombradas, buscadas, cuidadas.

La xenofobia y el racismo que está detrás de las violencias más brutales, también puede ejercerse desde la cotidianidad al momento de integrarse al lugar de destino. La persecución de la migración, el cierre de fronteras, la expulsión de los países en los que se intenta vivir, son sólo algunas de sus caras. A Quxabel le quedó muy claro durante las reuniones con otras mujeres migrantes, percatándose de lo que llamó una mutilación social causada por la xenofobia, que ha empujado a algunas de sus compañeras a negar sus raíces, esconder el acento o maquillar las características que delatan sus orígenes, buscando evitar la discriminación que se ejerce en contra de sus cuerpos y vidas. Por su parte Natalia Hernández, colombiana en Argentina e integrante de la Revista Amazonas, también lo denuncia: 

Se suele decir ¡váyase a su país! y yo siento que eso en mí generó una sensación de tomar prestado. Como que le debo a alguien, como hay una deuda, y eso de lo ajeno yo creo que eso es importante abordarlo porque limita y restringe nuestra movilidad. 

Por otro lado, el acceso a un empleo digno, con pago justo, acorde a sus formaciones y saberes y libre de explotación, es otro obstáculo a veces difícil de franquear para muchas de las mujeres que migran. Como lo expone Lourdes Aldama, venezolana en Ecuador, quien se vio forzada a trabajar como recicladora a pesar de su formación académica, empleo que tuvo que dejar por los esfuerzos que un trabajo así exige al cuerpo, especialmente a su edad. Delia Colque también abandonó su trabajo de quince años como costurera en Argentina, empleo que además de precarizado hizo mella en su cuerpo dejándola con hernias de disco, ahora ha decidido y ha encontrado las posibilidades para retomar sus estudios en Bolivia.

Pero migrar es más que los obstáculos, y las mujeres que compartieron sus voces y saberes para conformar esta Asamblea lo han experimentado en la piel. Migrar les ha permitido conocer, conocerse y reconocerse en otras. Migrar ha sido un aprendizaje. Para Anayelisth Carpio y Esther Gualtieri, ambas migrantas venezolanas que viven en Ecuador, conocer sus derechos no solamente es necesario para saber defenderse, sino para exigir y resistir. Para Yolanda, Quxabel y Ross Olivera —migranta mexicana en Estados Unidos— ha sido el hacerse conscientes de las violencias que las atraviesan y reflejarse en las historias de otras mujeres para combatir junto a ellas esas opresiones. Lo mismo para Susana Vázquez, mujer cubana en México, para quien reconocerse como migrante la ha inspirado a brindar acompañamiento y crear, junto a la “Colectiva Caminantas”, redes de apoyo para mujeres en tránsito migratorio.

Natalia Giraldo, colombiana en Brasil, apuesta por el poder del arte para visibilizar opresiones pero también para combatirlas, forma parte del colectivo “Magdas Migran”: 

Hemos encontrado una metodología artística para luchar en contra las violencias patriarcales contra las mujeres migrantes y lo que intentamos traer desde el colectivo, pues, es, digamos, entender y entendernos como migrantes, cómo nos identificamos y las violencias que podemos pasar y las opresiones, también estamos en esa búsqueda de cuestionar la blanquitud, de cuestionar el racismo.

Esther, por su parte, cree en la capacidad de la educación como herramienta de cambio, creando desde el colectivo “Araguaney Educar” espacios educativos informales para infancias migrantes, enfrentando así los discursos racistas y xenófobos: 

Esto es muy importante porque siempre se ha visto la migración como un problema y debería de empezar a verse como una oportunidad.

Eso mismo piensa Delia Colque quien desde “Ni una Migrante Menos” lucha para denunciar políticas migratorias racistas, las opresiones que viven las personas migrantes, pero sobre todo, los múltiples aportes culturales, económicos, sociales y políticos que quienes migran abonan a  las sociedades a las que llegan. Ella finaliza afirmando: 

Creo que de alguna manera escucharnos, encontrarnos en otras mujeres migrantes, nos ha ayudado a fortalecernos, organizarnos, a visibilizar problemáticas, pero también fortalezas.

Las voces en esta asamblea abrieron diferentes formas de mirar la migración, pero todas desde el lente de sus vivencias. Vivencias de dolor por las violencias que han experimentado, que las han hecho huir para empezar de nuevo. Pero también historias de resistencia, de lucha, de solidaridad y de creatividad, las cuales se entretejen con las de otras mujeres, dejando en sus caminos bordados de dignidad a lo largo de América.


Referencias

López Maya, M. (2002).  El golpe de Estado del 11 de abril en Venezuela y sus causas. Revista Sociedad y Economía, núm. 3, octubre 2002, Universidad del Valle Cali, Colombia.