Defender los derechos de las divergencias sexo-genéricas y la cancelación

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Abogo por cancelar los linchamientos porque destruyen a las personas, degradan el debate público, dan espacio a la sinrazón y al juego sucio, y suelen ser capitalizados para toda clase de fines. Como leí alguna vez, ellos desnudan a quien entierra el cuchillo, pues en el acto desparraman sus entrañas.

En México, esto es cada vez más frecuente: a veces con temas irrelevantes, a veces con el fin de crear tendencias, otras muchas, de modo espontáneo, ante un genuino descontento. Ahora quiero hablar del más reciente escándalo sobre el programa El Aquelarre de la televisora pública Capital 21, conducido por Renata Turrent el pasado 21 de septiembre, en el que aparecieron como invitados personas con un discurso que en ese y otros momentos se ha mostrado abiertamente transfobo por sus consecuencias y fundamentos.

A sólo unas horas desde su transmisión, las reacciones fueron inmediatas y muy duras, y han puesto en la mira a la conductora, analista y abierta militante de Morena. Como en otros casos parecidos, no hay duda sobre la responsabilidad editorial de quien lleva un medio de comunicación, no ante las opiniones de sus invitados, pero sí ante la apertura a dichas voces. Para este caso, dar cabida a quienes insisten en atacar la “ideología de género” o en la lógica del “borramiento de las mujeres” o en una postura de biologización esencializante de las subjetividades, es dar cabida a un discurso que atenta contra las divergencias sexo-genéricas y contra una larga tradición del feminismo sin tener ninguna contraparte que permitiera, al menos, un equilibrio. La comunidad trans ha sido muy clara en momentos semejantes: sus derechos no están a debate, pero sí se debe dar cabida a sus argumentos. Postura compartida por muchas otras mujeres y hombres que creemos en que la libertad sexo-genérica debe ser parte de toda agenda de izquierda.

Pero, en este caso, como en tantos otros: a río revuelto, ganancia de pescadores. Mientras un sector de la comunidad LGBTQIA+ se siente genuinamente agraviado y demanda una respuesta coherente, esto rápidamente se amplifica hasta volverse un ataque al que se trepan los detractores del proyecto que defienden Capital 21, la conductora del programa y sus aliados. Ambas realidades coexisten y se presentan como una sola. Esta es la tragedia que empaña el debate público sobre asuntos tan sensibles como la violencia o los límites o no a la libertad de expresión.

Y ya instalados en la frontera entre la llamada a cuentas y el linchamiento, los temas de fondo dejan de ser tratados con seriedad y pasan a segundo plano. Se banaliza todo y se empobrecen nuestras herramientas de comprensión. Como en este caso, por la misma ruta, he visto cómo se agrede a reconocidas luchadoras por los derechos de la comunidad LGBTQIA+; mujeres trans y mujeres cis ahora ausentes de las redes sociales por el grado de vulneración del que han sido objeto. La batalla se pone en el terreno de tod(e)s contra tod(e)s, y sólo resisten quienes tienen una agenda muy clara: invadir toda discusión genuina para llenarla de odio y promover la polarización. 

De modo que no tengo dudas, el feminismo no debe ceder ante la neobiologización de nuestras subjetividades, ni ante la necesaria defensa los derechos de la comunidad LGBTQIA+. Tenemos que luchar, pero no por todos los medios. Forma es fondo. El linchamiento ha demostrado ser una espiral que se vuelca sobre quien sea. Las linchadoras de ayer –muchas de las que se lanzaron sobre otras de modo despiadado hace unos años– han sido las víctimas de hoy. Y los resultados de estas campañas son francamente nulos. Ni quienes defienden posturas antitrans han convencido, ni quienes defendemos los derechos de las divergencias sexo-genéricas hemos avanzado. No ha sucedido, entre otras razones, porque hemos provocado un clima de silenciamiento por temor al linchamiento y la cancelación. 

Por todo esto, creo firmemente que va siendo hora de que quienes abogamos por otros mundos posibles, salgamos a demostrar que somos capaces de discutir racionalmente por qué no se debe promover en ciertos espacios –como un canal público– a quienes tienen discursos antiderechos. Es hora de que argumentemos las razones por las cuales estamos convencid(e)s de que desviar la discusión hacia la libertad de expresión o la pluralidad democrática es una trampa retórica. Argumentemos contra quienes mezclan sin criterios teóricos ni prácticos bien fundamentados diversidad sexual, género, identidad, capitalismo, pornografía, trata y trabajo sexual para construir un Frankenstein raquítico y neoconservador. Pero también conviene que nos demos cuenta cómo se utilizan estas discusiones para abonar al golpeteo político en nuestro país: no podemos hacernos de la vista gorda. 

A tod(e)s nos toca asumir nuestras responsabilidades. Va siendo hora de pensar más, escribir más y argumentar más, porque quienes defendemos derechos aspiramos a un futuro de libertad y no de temor ni opresión.

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