“Cuba, ¡qué linda es Cuba!”: 
Carlos Monsiváis, las izquierdas mexicanas y la Revolución cubana

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Del aura de la Revolución

La decisión del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, de condecorar el pasado 11 de febrero a Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, con la Orden Mexicana del Águila Azteca, ha despertado nuevamente el debate en algunos círculos intelectuales y políticos sobre la relación entre las izquierdas mexicanas y la Revolución cubana. Con la Revolución o contra la revolución, con Fidel o contra los Castro, el influjo de la Revolución cubana y sus héroes mitológicos ha sacado una vez más a la luz pública el frágil compromiso de ciertas izquierdas mexicanas —sobre todo aquellas que giran alrededor de la órbita del gobierno lopezobradorista y el partido mayoritario de Morena— con la defensa sin matices de las libertades civiles y democráticas. 

Una excepción histórica que confirma la regla de este débil compromiso democrático se encuentra en la obra del escritor mexicano Carlos Monsiváis. En la trayectoria intelectual del cronista radicado en La Portales y fallecido el 19 de junio de 2010 encontramos una forma singular de visualizar a la Revolución cubana que no se ajusta a los cánones dominantes de las izquierdas mexicanas realmente existentes. Monsiváis, fiel a su obsesión por impedir que el pensamiento se petrifique en un manifiesto propagandístico, ofreció una mirada de la Revolución caribeña que no admite el maniqueísmo militante ni el diletantismo pseudoilustrado. Para Monsi —como le llaman cariñosamente sus amigos—, se puede estar al mismo tiempo en contra del bloqueo y el horror de la política de los gobiernos norteamericanos hacia Cuba, y también, mantener la crítica a los procedimientos dictatoriales, al trato inadmisible con los disidentes y a las campañas descalificadoras de los que disienten dentro y fuera. Al colocarse en esta frágil frontera, Monsiváis fue blanco de ataques a doble fuego de tirios y troyanos, quienes lo acusaron de darle armas al enemigo de turno. Pero a Monsiváis, la crítica de las armas y el arma de la crítica (intelectual y moral) le impidieron mantener alineamientos incondicionales y acríticos.

De la izquierda a las izquierdas mexicanas

Si de izquierdas se trata, Monsiváis jugó un papel fundamental en el reconocimiento del carácter plural de la izquierda mexicana. Más allá de cualquier intento de encasillar a la izquierda nacional en un bloque histórico, político y cultural único y homogéneo, el cronista defendió y le dio visibilidad pública a una izquierda social —amalgama de movimientos de opinión pública, sectores intelectuales y magisteriales, corrientes sindicales, órganos de prensa, sociedades civiles y enclaves académicos— diferente, y en ocasiones confrontada, a la izquierda partidaria, heredera principalmente del Partido Comunista Mexicano (PCM) y sus distintos derivados históricos: Partido Socialista Unificado de México (PSUM), Partido Mexicano Socialista (PMS) y, finalmente -pero parece que no al último- Partido de la Revolución Democrática (PRD). Gracias a este arte de la distinción, las aportaciones de la izquierda mexicana al proceso de secularización y democratización de la sociedad y el Estado se hacen visibles al tiempo que no pueden ocultarse los resortes de sectarismo, dogmatismo y autoritarismo que animan a buena parte de su práctica y pensamiento. Monsiváis se niega a otorgarle un cheque en blanco a las izquierdas mexicanas (menos aún, por cierto, lo hace con la derecha mexicana —léase la Iglesia católica, el Partido Acción Nacional, el conservadurismo moral, los gobiernos priístas y panistas, las sociedades de padres de familia— que se convierte en el blanco favorito de su ironía mordaz en la ya famosa columna Por mi madre, Bohemios).

Si bien es cierto que Monsiváis le reconoce a la izquierda de nuestro país, por una parte, su generosidad, abnegación, espíritu de sacrificio, influencia social y ánimo de emancipación en la primera mitad del siglo XX; sus contribuciones al vaciamiento y falta de legitimidad del autoritarismo social y político y la conquista de la democracia y las libertades públicas en la década de los sesenta; y su innegable papel en la construcción de proyectos y alternativas libertarias (mujeres; minorías sexuales y religiosas; ecologistas; movimientos juveniles, etcétera) en los ámbitos nacional, regional y local en las décadas de los ochenta y noventa; también es cierto que, por otra parte, no pierde la oportunidad de cuestionar sus sectarismos atroces; su devoción irracional de la ex Unión Soviética; su lenguaje ilegible y devocional dirigido a los fieles convencidos y no a la opinión pública; su espíritu de secta; su mezquindad doctrinaria; su divorcio de la ética y pelea infértil con las libertades individuales. Es esa izquierda, más bien, son esas izquierdas las que han sostenido y sostienen actualmente una relación peculiar con la Revolución cubana. Y son ellas, además, las que Monsiváis eligió por voluntad propia como su principal interlocutor.

De la esperanza revolucionaria

En 1959, la Revolución cubana suscita en América Latina y en México, la esperanza y le propone un horizonte de sentido y una dirección al deseo y la voluntad de cambio de millones de latinoamericanos y mexicanos. En sus primeros años, el régimen de Fidel Castro, sostiene Monsiváis, es innovador, se enfrenta a la desnutrición, el analfabetismo, la falta de atención médica, impone a través de la Casa de las Américas su política cultural que mucho contribuye a la comunicación interna de los creadores latinoamericanos, defiende exitosamente su soberanía de invasiones imperiales, se proclama socialista. La izquierda mexicana, por su parte, apoya incondicionalmente a la Revolución cubana, considera ejemplares todos sus actos y endiosa a Fidel Castro y al Che Guevara (Monsiváis, 1997). Los militantes de izquierda mexicana viajan regularmente a Cuba, atestiguan las bondades de la patria socialista y a su regreso afirman que el futuro sí existe. El “Comandante Fidel” le devuelve a la izquierda latinoamericana y mexicana su vocación utópica perdida, esto es, su sensación de triunfo pese a todo. De la noche a la mañana, el voluntarismo, el fatalismo y el resentimiento de la década de los cincuenta ceden su lugar a la esperanza redentora vestida de verde olivo de los años sesenta. Para hacer la Revolución ya no se requiere memorizar los manuales soviéticos y chinos ni asistir religiosamente a los círculos de estudio del Partido o de su facción dominante (sea cual sea ésta), sino basta con aprender las lecciones “objetivas y subjetivas” de la experiencia revolucionaria del país vecino de ultramar.

De la cruda realidad

Sin embargo, no pasarían muchos años para que el optimismo de la voluntad comenzara lentamente a cederle terreno al pesimismo de la razón. A raíz de la famosa detención y posterior autocrítica del poeta cubano Heberto Padilla, Carlos Monsiváis, al igual que otros intelectuales latinoamericanos y europeos, comienza a mostrar su abierta distancia con la Revolución cubana y su líder Fidel Castro. La historia fue, palabras más palabras menos, la siguiente. En octubre de 1968, el poeta cubano Heberto Padilla recibió el Premio de Poesía Julián del Casal, por su libro de poesía Fuera del juego. El Comité Director de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), que otorgaba el premio, trató de revertir la decisión del jurado, pero sin éxito. Criticaba la vida de lujos de Padilla al amparo de la Revolución y cuestionaba el criticismo y anti-historicismo de sus poemas. La vida de Padilla cambió por completo a partir del escándalo de Fuera del juego. El 20 de marzo de 1971, el poeta Padilla fue detenido por la Seguridad del Estado Cubano. Su relación con el escritor Jorge Edwards, encargado de negocios de la embajada de Chile en Cuba, en la que participaría también el fotógrafo Pierre Gollendorf, miembro del Partido Comunista de Francia, serviría de pretexto a la gente de Seguridad del Estado, pues Edwards sería declarado persona non grata y Gollendorf, a su vez, agente de la CIA. Una vez detenido, fue conducido a Villa Marista, la prisión donde solían ser recluidos los enemigos de la Revolución. Padilla estaba ahí “por atentar contra los poderes del Estado”. Después vendría la conocida autocrítica del 27 de abril, donde el poeta cubano asumiría públicamente sus errores y desviaciones contrarrevolucionarias. Era el alto precio que tenía que pagar para poder salir de la cárcel y recobrar su libertad (Tello Díaz, 2000).

Días después, en una carta de protesta dirigida al comandante Fidel Castro se decía: “El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido mediante métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. El contenido y la forma de dicha confesión, con sus acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así como el acto celebrado en la UNEAC (…) recuerda los momentos más sórdidos de la época del estalinismo (…) Con la misma vehemencia con que hemos defendido desde el primer día la Revolución cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están ocurriendo en Cuba”. La carta de protesta fue publicada con la firma de intelectuales originarios de todas partes: americanos (Susan Sontag), españoles (Jorge Semprún), italianos (Italo Calvino, Pier Paolo Pasolini) y sobre todo franceses (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir). Hubo también un número alto de mexicanos que la firmaron: Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Fernando Benítez, José Revueltas (en la cárcel), Juan Rulfo y Carlos Monsiváis. 

El “caso Padilla” fue para Monsiváis un síntoma claro y doloroso de que la Revolución cubana estaba extraviada y de que el estalinismo cubano había impuesto en la isla un régimen comunista de carácter totalitario. La famosa frase: “Dentro de la Revolución todo; fuera de la Revolución, nada”, pronunciada posteriormente por el comandante Fidel Castro, que marca su abierta ruptura con algunos “pseudoizquierdistas” de café, sintetiza magistralmente el fondo y la forma de la nueva relación que existirá entre los intelectuales y artistas cubanos o no con el régimen heredero de la Revolución. O eres mi amigo o eres mi enemigo, esa es la nueva cuestión.

Del equilibrio de la razón y la voluntad

Todo indica que después del “caso Padilla”, la posición de Monsiváis con respecto a Cuba y su Revolución ya no será la misma. Al igual que otros intelectuales y artistas de su generación, el cronista mexicano fincó algunas esperanzas durante los primeros años de la Revolución cubana y su proyecto emancipador y liberador. Sin embargo, el peso de las evidencias lo hizo cambiar de opinión. En adelante, Monsiváis mantendrá una postura que no le impedirá condenar abiertamente el bloqueo y el horror de la política de los gobiernos norteamericanos hacia Cuba, con todo e intentos de asesinato del comandante Fidel Castro, y, también, mantener la crítica de los procedimientos dictatoriales y de la violación sistemática de las libertades civiles y políticas en la isla caribeña. Este singular posicionamiento le trajo al cronista mexicano no pocas críticas y diatribas por parte de algunos dirigentes de la izquierda partidaria mexicana y miembros de base de la izquierda social, quienes prefirieron cerrar los ojos a las sucesivas muestras de autoritarismo y de prepotencia caudillista en Cuba a fin de no darle nuevas “armas al enemigo”. Ciertamente, la efigie de Monsiváis no fue quemada en público (como sí sucedió, por ejemplo, con la efigie de Octavio Paz a raíz de sus críticas al proceso revolucionario en El Salvador), pero el cronista se salvó, milagrosamente, de algunas agresiones físicas más no verbales. Así lo afirmó el propio cronista en entrevista con Jenaro Villamil para la revista Proceso (11 de septiembre de 2006): “En tres ocasiones me ha tocado vislumbrar por mi cuenta lo que es el trato a los disidentes, con gritos de descalificación tajante. La peor fue durante la marcha en contra de la invasión a Irak. Unos estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana me vieron y se empeñaron en agotar durante tres o cuatro minutos sus dones para el insulto. No fue nada agradable, pero recordé que mi idea de la izquierda no podría detenerse en el culto a un caudillo y su permanencia en el poder”.

Del tratamiento como prisión

El trato dado a seropositivos en Cuba en las décadas de los ochenta y los noventa ilustra también la oposición de Monsiváis a las prácticas dictatoriales del gobierno de Cuba, “Estoy convencido y desde hace tiempo del carácter dictatorial del gobierno de Cuba, régimen ayudado desconsiderablemente por el bloqueo norteamericano, otra prueba y no de las menores de que el imperialismo sí existe” (Monsiváis, 2001). En carta dirigida al periódico La Jornada, el cronista cuestionó que a cuenta del bloqueo norteamericano se justifiquen la supresión de libertades civiles y la violación interminable de los derechos humanos en la isla. En particular, el escritor condenó el aprisionamiento clínico de portadores de VIH y enfermos de SIDA en 15 sanatorios especializados de Cuba, piadosamente llamados “sidatorios”, de 1986 a 1993. “Son devastadores los datos de estos campos de concentración de enfermos”, dice Monsiváis. A las objeciones formuladas a este singular “método de tratamiento”, señala el cronista, tales como la anulación de los derechos humanos de seropositivos y enfermos, la segregación inaudita, la decisión teológica de considerar a un conjunto de personas “portadoras de un mal”, entre otras, el régimen de las libertades “siempre pospuestas” responde que “el método de prisión preventiva impidió la rápida propagación de la enfermedad, garantizó una atención inmediata y provocó que los enfermos formaran grupos de ayuda mutua”. Con ello, el régimen cubano oculta, asegura Monsiváis, la severidad de la pandemia del SIDA, se inhiben las grandes campañas preventivas, se le impone a los internados la doble condición de enfermos y de nuevos leprosos medievales y se subraya el nuevo carácter asocial de los enfermos, que no merecen la libertad de movimiento al no ser responsables de sus actos. El alegato del cronista es muy sencillo: la segregación de los enfermos por orden estatal, en función de una política de salud deshumanizada y de una cuarentena inexistente.

Del futuro como democracia

¿Qué horizonte vislumbraba Monsiváis en la isla, luego de que Fidel Castro renunció a la presidencia de Cuba, después de 50 años en el poder, el 19 de febrero del 2008?, ¿cómo interpretó la elección de su hermano Raúl Castro, como nuevo presidente cubano?, ¿cuáles fueron las nuevas imágenes que proyectaba la sociedad cubana después de la era Fidel? En un primer momento, el escritor mexicano expresó cierto pesimismo con respecto al curso de los acontecimientos: “Que esta dictadura en su parte más cerradamente unipersonal termine por voluntad del dictador no me representa un avance, sino un estado de cuentas. Yo llegué, me arraigué y me voy porque así lo dictan mis condiciones físicas” (Entrevista de Juan Solís, El Universal, 20 de febrero de 2008). Sin embargo, el pesimismo de Monsiváis se fue moderando con el paso del tiempo. Para el escritor, lo que más importa registrar en la Cuba post-Fidel es la relación del Estado cubano con la sociedad, que incluye, obviamente, a los artistas, jóvenes e intelectuales. Ahí es donde pueden rastrearse los nuevos signos de la política democrática cubana: “Una democracia unipersonal y un socialismo dinástico no forman parte de las condiciones exigibles de la vida democrática del siglo XXI”. A diferencia de otros analistas de izquierda que pusieron acento en la continuidad del proceso revolucionario con el relevo pacífico y pactado del poder de Fidel a su hermano Raúl Castro, Monsiváis prefirió centrar su atención en los cambios que estuvo y está experimentando la sociedad cubana en la era post-fidelista. En efecto, los debates cada vez más frecuentes en Internet, el surgimiento de famosos blogueros como Yoani Sánchez, el movimiento de las Damas de Blanco, las críticas públicas a los programas de gobierno y a las políticas del Estado cubano llevadas a cabo en el pasado, el nacimiento de foros ciudadanos, el acceso y compra de computadoras y teléfonos celulares por parte de algunos sectores (minoritarios) de la población, son todos ellos botones de muestra de la emergencia de una todavía débil y joven pero, al mismo tiempo, vigorosa sociedad civil en la isla. A ciencia cierta, nadie sabe hacia dónde irán las cosas, “mi capacidad de clarividencia, está cubierta de dudas”. Sin embargo, lo cierto es que al Estado cubano y sus órganos de seguridad cada vez les resulta más costoso frenar por la fuerza y la represión esa energía cívica que fluye lentamente por las venas de la sociedad cubana.

PD que no quiere irse a dormir antes que anochezca

¿Qué diría Carlos Monsiváis de la represión a las protestas populares en Cuba de los días 11 y 12 de julio de 2021?, ¿qué pensaría sobre la presencia del presidente de Cuba, Díaz-Canel, en los actos conmemorativos del 201 aniversario de la Independencia de México en septiembre de 2021?, ¿qué posición asumiría frente a la decisión del presidente mexicano, López Obrador, de condecorar el pasado 11 de febrero a Díaz-Canel con la Orden Mexicana del Águila Azteca?, ¿qué pronunciamiento realizaría sobre la existencia, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de 1034 personas privadas de su libertad por motivos políticos hasta noviembre de 2022? No lo sé. No soy profeta. Pero sospecho que la posición del famoso defensor de las causas perdidas sería prácticamente la misma: condenar el bloqueo norteamericano a Cuba y denunciar, al mismo tiempo, los procedimientos dictatoriales, la ausencia de libertades democráticas, la violación interminable de los derechos humanos en la isla y el trato inadmisible dado por el régimen cubano a los disidentes (que no son agentes del Imperio) de dentro de Cuba.


Referencias

Monsiváis, Carlos (1997), “La izquierda mexicana: lo uno y lo diverso”, Fractal, año 2, número 5, abril-junio, pp. 11-28.

Monsiváis, Carlos (2001), “Comentarios de Monsiváis sobre el trato a seropositivos en Cuba”, Carta al Correo Ilustrado, La Jornada, 6 de junio, p. 2.

Tello Díaz, Carlos (2000), “El caso Padilla (La Habana, 27 de abril de 1971)”, Nexos.

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