La memoria, la infancia y los lugares del pasado son los primeros relatos que nos contamos a lo largo de la vida. Nacemos y crecemos en un sitio y algo se instala en la memoria, una suerte de parámetro para medirse en el mundo. No quiero romantizar la infancia, no creo que sea un período idílico y feliz por naturaleza, por esencia. Pero ahí está, hablándonos todo el tiempo. Cuando era niña mi hermano, para molestarme, me dijo que mi verdadera madre era una “húngara”, así se les conoce a las gitanas en el pueblo donde crecí. Mi madre es blanca como la leche, mi piel es morena. Mi relación con ellas, con las gitanas, se trazó por el color de la piel. Estas mujeres marcaron mi infancia, y yo aún no soy capaz de responder, ¿por qué?. Me gustaría que mi experiencia no fuera la vía para reflexionar a un Otro que es difícil de definir, porque no lo conozco, porque pasados los años sigue siendo ajeno. Y una se encuentra en la encrucijada de preguntarse: ¿cómo se habla de las vidas ajenas?, ¿cómo nombrar al Otro?

Foto: Iris Juárez

Dentro del repertorio de mitos que hay sobre la comunidad gitana, se dice que son mentirosos, que engañan y timan. Características humanas, más que gitanas. En ese ir y venir de decires sobre ese Otro, habría que considerar a quienes participan de este pueblo donde convergen campesinos, gitanos y hasta menonitas. Río Grande, municipio zacatecano conocido como la Ciudad de las Tres Mentiras (no es grande, ni hay río, ni es ciudad), es el sitio donde nací. Pienso que de alguna manera venir de un lugar que tiene fama de mentira, en esencia me convierte en mentirosa. Y quién lo iba a decir, pasados los años me dedico a comunicar, y puede que las mentiras sean el arte supremo de la palabra. Entonces, aquí todos mentimos. Río Grande, el pueblo mentiroso. 

Río Grande siempre me pareció feo. El paisajes es de llanura, con inviernos bajo cero y veranos que rondan los 40 grados. Poco urbanizado, poco desarrollado, con un tasa de pobreza de 63.3% (Coneval, 2020, Informe de pobreza y evaluación 2020 Zacatecas). Nunca entendí por qué se quedaron los gitanos si históricamente han vivido como nómadas o seminómadas. Van y vienen con las estaciones del año. Hay temporadas en las que se les ve por todos lados, sobre todo en verano. Y otras como en invierno, que hay unos pocos. Siempre tuve la sensación de que los riogenses les veíamos como parte del ir y venir de la vida comercial. Como una suerte de espectáculo que transitaba itinerante por las calles. No sabría decir cuándo comenzaron a llegar al pueblo. Mi madre nació en 1961, y me cuenta que cuando era niña los gitanos llevaban el cine a las rancherías. Ella y sus hermanos pagaban cierta cantidad y les dejaban entrar a la carpa a sentarse en el suelo y ver una película. Mientras, las gitanas caminaban por las calles ofreciendo leer la mano, curar malas enfermedades o barrer la sal. Desde mediados del siglo XX esta pequeña comunidad gitana converge con los habitantes de un complicado municipio de campesinos en el semidesierto zacatecano. 

Carlos Monsiváis pensaba que la revolución mexicana nos permitió ver el subsuelo, a los campesinos. Pensar en la imagen de los villistas entrando a la capital del país en 1914 funciona como una instantánea muy sólida para entender la metáfora que planteó. El centralismo urbano cruzó miradas con el campesino del norte. Río Grande está más cerca del norte que de la Ciudad de México. El campesino zacatecano es, todavía, el subsuelo. Y si los indígenas y campesinos han sido narrados por la nación y al mismo tiempo relegados, los gitanos son ignorados, incluso negados, vistos como extranjeros. Trouillot dijo que la historia podría pensarse desde dos significados. En el primero radican los “hechos” como proceso sociohistórico. El segundo se trata del conocimiento que vamos adquiriendo de la story de ese proceso (Trouillot, 2017).

Pero la vida cotidiana entre campesinos y gitanos está muy lejos de la teoría. No se sabe cuántos gitanos hay en México, somos incapaces de identificar su idioma, o de reconocer su forma de vida y dar condiciones para que los niños vayan a la escuela, o incluirlos en el sistema de salud público. Y es que el problema no es que estén fuera de la narrativa nacional, el problema es que como minoría étnica no son reconocidos por el Estado mexicano, el problema es que no existen en ninguna de las extensiones narrativas de la nación, ni en las leyes, ni en la historia.  

Para los riogenses esos Otros siguen siendo un espectáculo, los observamos con fascinación y curiosidad pero no seguimos más allá. En particular, esta comunidad no está del todo cerrada, hay interacción e incluso se cruzan afectos entre gitanos y no gitanos. Lo cierto es que cuesta rebasar el límite, hay objeciones por sus formas de vida y organización: su vida como seminómadas, los matrimonios a temprana edad, los niños no atienden a las escuelas, las carpas siguen operando en los frentes de las casas que construyeron, crían animales en el área urbana, no pertenecen a la iglesia católica, aunque son creyentes de la Virgen de Guadalupe y otros santos venerados en la región. Pero aquí habría que tener cuidado antes de apresurarse a sentenciar vidas que no conocemos, que son ajenas. 

Dice mi madre que los “húngaros” nos siguen, nos hemos mudado muchas veces, siempre llegan a vivir cerca. La primera vez que les tuvimos de vecinos yo tenía siete años, estaba en segundo de primaria. Ellos pusieron su carpa en un terreno que estaba justo detrás de mi casa. A veces, cuando me mandaban a hacer compras, les pasaba por el frente y mirujeaba hasta que mi cabeza ya no podía girar más. En aquellos años no construían casas, vivían en las carpas. No sé qué estaba buscando con la mirada, creo que las buscaba a ellas, a las gitanas. Con sus faldas largas y sus trapos en la cabeza. A veces, se escuchan gritos o conversaciones en una mezcla entre español y los que ahora sé que es romaní. Pero todo lo que se decía de ellos, yo no lo veía en esos segundos que tardaba en cruzar por el frente de las carpas. Entre las mentiras que se les achacaron había algunas tan absurdas como que robaban niños y los vendían en otros estados, incluso en otros países. Es probable que los niños de Río Grande, al menos los de mi generación, creciéramos creyendo que “la húngara” nos iba a robar. Reemplazaron el miedo por el coco o el señor del costal. Lo que envuelve a la comunidad gitana es “la mala fama”. 

Narrar a los gitanos desde la mera descripción me coloca en un lugar en el que no quiero estar. Pienso en esas descripciones y relatos de la más vieja y rancia escuela etnográfica. Y creo que el único camino que encontré fue el ejercicios de la crónica del yo, donde por lo menos me expongo como personaje de una historia que no me pertenece. Cuando pienso en los gitanos, también reflexiono sobre los prejuicios que yo misma he puesto sobre ellos, mi propio ignorancia y la de mi familia. Hace unas semanas pensé en visitar el archivo del municipio, ver si podía encontrar algunas fotografías e información. Le consulté a un colega que conoce bien el catálogo del histórico, me recomendó comenzar mi pesquisa en asuntos de delitos del fuero común, replicando su mensaje, me escribió: –Son los nadie y posiblemente estén en cosas de delitos del fuero común–. Son los nadie, son los nadie, me repetí y repetí. Efectivamente son los nadie. No hay interés por conocer quiénes son, qué idioma hablan y de dónde vienen. Hemos compartido el mismo espacio durante casi un siglo, y siguen siendo los nadie. Son los nadie, pienso y me retumba. ¿Qué significa ser los nadie en un pueblo donde sus habitantes de por sí son el subsuelo de la nación?

Durante mi periodo más inflamado por el feminismo, necesario pero también lleno de juicios y superioridad moral, le pregunté a una de mis conocidas gitanas, pongamos que se llama Yadira,  si quería casarse tan joven como todas las demás mujeres de la comunidad. Me respondió que no, que no quería atender a un marido, que prefería quedarse soltera. Menos de seis meses después invitó a mi familia a su boda, se casaba con un chico de otro campamento, no recuerdo si de Tijuana o Chihuahua. Me molesté mucho, aunque no era asunto mío. El día de la boda ella se veía feliz, le pregunté que si de verdad quería casarse tan joven, me dijo con una sonrisa grande que sí. Se veía más que bonita, una de las gitanas más hermosas que conocí. Los gitanos tienen formas de vida muy particulares, hay que tener mucha precaución para entrar a desvelarlas y criticarlas. Tienen sus propios valores y formas de ver el mundo. En Río Grande los gitanos no son los únicos que pactan matrimonios entre menores de edad. Mi hermano mayor, por ejemplo, se casó al filo de los 17 años y fue padre primerizo a los 18 años. Lo pongo en relieve porque hay una tendencia a señalar ciertas conductas gitanas como impropias y cuando esas mismas actividades las ejerce el resto de la población riogense, es posible pasarlas de largo. Ignoro si Yadira ha sido feliz, pero no me siento capaz de dudar de la felicidad que desplegaba el día de su boda. Hoy la vi después de diez años, vive en Río Grande, tiene tres hijos. Sigue siendo muy bonita, se veía contenta. 

Desde hace algunos años comencé a obsesionarme con rastrear la migración de donde proviene la comunidad de gitanos vecinos. Pensé que sería sencillo, ir, investigar de dónde viene, y regresar a explicarles su origen. 

Una vez le pregunté a Yara, una niña de la que me hice amiga, –¿a ustedes les han platicado de dónde viene?, ¿qué idioma hablan?–. Ella, tajante, me dijo, –venimos de Hungría, hablamos húngaro–. 

Me sentí con la necesidad de corregirla. Nunca le he preguntado a una figura de autoridad lo mismo que sí le pregunté a Yara. Para mí, equiparar “gitanos” con “húngaros” no se dio de forma orgánica; tardé años en introducirlo a mi esquema de pensamiento. En México es confuso, pues no sería del todo exacto decir que la comunidad asentada en Río Grande es gitana o húngara. En términos técnicos, las comunidades distribuidas en todo el país pueden ser rom, ludar o caló. Para el caso de los ludar, hay registros de su presencia desde el siglo XIX, provenientes de Europa, y a principios del siglo XX bajaron a México por Estados Unidos. Cada grupo tiene sus características. La más sencilla de localizar es la variante del idioma. Los rom hablan romaní, los ludar una variante que se conoce como romaní arcaico (ludar, rudari, boyash rom) y los caló español y portugués de la península ibérica. Sin embargo, entre rom y ludar también se reconocen diversificaciones en la actividad económica. Para ser honesta, desconozco si la comunidad riogense es ludar o rom; por algunos datos que he recopilado, es probable que sean ludar. Pues, desde hace unas décadas, la comunidad rom en México se convirtió al cristianismo pentecostés (Alvarado, 2013). En cambio, el grupo al que hago referencia es devoto de la virgen de Guadalupe, es decir, son católicos. No están inscritos a la iglesia católica pero veneran vírgenes y santos, sobre todo los populares en la región. Devotos fervientes de San Judas Tadeo y la Virgen de Guadalupe. 

En Zacatecas y la región (por lo menos en Durango y La laguna), entre las familias católicas se paga o agradece por protección a algún Santo o Virgen con “reliquia”. La reliquia es, al tiempo, un platillo y una tradición. La familia que haya gozado de la protección o favores de algún Santo o Virgen, el día del patrono prepara grandes cantidades de asado de carne de puerco en chile rojo, y una vasta variedad de sopas y arroz. La comida se sirve a quienes asistan a la casa donde está el altar del Santo o Virgen. Para recibir el platillo, la única condición es llevar un recipiente para que la anfitriona lo llene con comida suficiente y alimentar ese día a la familia. 

La comunidad de gitanos adoptó la tradición. No es extraño que el 12 de diciembre, por ejemplo, preparen reliquia. En este tipo de situaciones los riogenses prefieren no asistir, hay desconfianza por la manera de preparar los alimentos. Les persigue mala fama relativa a la falta de higiene. Alguna vez participé en la preparación de reliquia, era niña. Recuerdo que matan al puerco en el patio de la casa, no muy lejos del trochil (la gente que no cría puerco lo compra en el rastro municipal), se destaza, despelleja, etc. Es una cantidad de comida grande, se cocina en brazas de leña en los patios o corrales. Cierta ocasión vi gente meneando el guiso con palos de madera que –desde luego, es ironía– no han pasado por un riguroso ritual de limpieza y desinfección. El chile rojo se pone en remojo y se licua, nunca se lava. No se limpia metódicamente una reja de tomate (jitomate) para preparar las sopas. La pulcritud en este tipo de preparaciones no se equipara a la de una cocina, y no conozco a una sola persona enferma luego de comer reliquia. Pese a lo anterior, se sigue dudando de la calidad de los alimentos que los gitanos reparten. La primera vez que probé comida de la comunidad eran camarones. Cuando terminé de comer mi madre dijo burlona “guisan sabroso las húngaras”, no supe qué hacer, creo que sentí el estómago revuelto. Pasaron unas horas y se me olvidó. Como no me enfermé, creo que perdí el prejuicio. Pero no niego que algo en la mente, algo sobre la higiene me incomodó. Pero el prejuicio está ahí, dando vueltas, entre lo desconocido y lo familiar. Entre conocer lo público e ignorar lo privado. 

¿Y Quiénes son los gitanos?, ¿Una comunidad de nómadas distribuidos por todo el mundo, con sus propios usos y costumbres?, ¿Los Otros que ni están, ni forman parte de la nación?, ¿Son los nadie? En un pueblo como Río Grande, Ellos son los Otros. Nosotros somos los mexicanos. 

 –Ustedes, los mexicanos–, me dijo Yara una vez. 

–¿Tú no naciste aquí?–, le contesté. 

–Sí, pero no somos mexicanos, somos húngaros–, volvió a decir. 

Le quise explicar a Yara que legalmente es mexicana, lo mismo que yo. No estuvo de acuerdo. Ella tenía razón. 

Dentro de la experiencia infantil, entre cuarto año y sexto año de primaria, no recuerdo con exactitud, se lleva un libro de texto sobre Zacatecas. En la portada estaba la famosa pintura de Francisco Goitia, “Los Conos de Santa Mónica”. La Secretaría de Educación Pública del Estado de Zacatecas diseñó para el contenido de la materia estatal un temario que recorría geografía, historia y cultura zacatecana. Ahí conocí al indio Tenamaztle, a los Chihimecas, la importancia de la minería durante la colonia, La batalla de Zacatecas, a los Huicholes (población que para ese momento jamás había visto). Pero no estaban mis vecinos, los que vivían en carpas y que están en la memoria de mi abuela, mi madre, mis sobrinas. Me parecía lejana la narrativa de la asignatura, el libro contaba sobre un Zacatecas que yo desconocía. 

¿Quiénes son los gitanos?, ¿qué rol tienen en la Ciudad de las Tres Mentiras, en la región, en el estado, en el país, en el mundo?. El pueblo gitano ha vivido en peregrinaje, han debido migrar, huir, sobrevivir. Pero también se han adaptado a lo largo del tiempo. Algo que se ha hecho, pero no suficiente, es nombrar a los 220 mil gitanos que murieron en los campos de concentración durante el régimen nazi en Europa. Poco se ha dicho que en Auschwitz se estableció un pabellón exclusivo para roma, se llamaba Auschwitz-Birkenau “el campo de las familias gitanas”. En la historia universal occidental se silenció el holocausto roma (United States Holocaust Memorial Museum, 2021). 

De cierto modo es hasta irónico cómo dentro de las naciones los gitanos han sido olvidados, segregados y aniquilados. Y es irónico porque siempre están ahí, a la vista de todos, donde quiera que se vire la mirada: leyendo la mano, haciendo negocios, festejando en las carpas, trabajando. No se ocultan de la nación, la nación con olvido selectivo los silencia. No sorprende que a lo largo del siglo XX y los avances del siglo XXI los gitanos sigan siendo un Otro que difiere de la aspiración civilizadora en las formaciones naciones del siglo XIX y buena parte del siglo XX. Río Grande, por supuesto, participó del gran proyecto nacional de la segunda mitad del siglo pasado mexicano. El municipio destacó por ser “El granero del país” por su vasta producción de frijol. El Estado tuvo una presencia importante vía CONASUPO (Compañía Nacional de Subsistencias Populares). El paisaje rural está colmado de conos blancos que funcionaron como graneros de la paraestatal. La ilusión de la modernidad, donde campesinos, gitanos y migrantes convergen en un pueblo que se miente, que se repite y se piensa parte de la nación. En la Ciudad de las Tres Mentiras residen el subsuelo, los exiliados y los nadie. Y ahí estaba yo, mirando a las gitanas desde la fascinación, desde la curiosidad. Las mujeres morenas como yo. 


Referencias 

M. R. Trouillot (2017). Silenciando el pasado. El poder y la producción de la historia, Granada: Comares Historia.

United States Holocaust Memorial Museum (2021). “El genocidio de los Roma Europeos (Gitanos), 1938-1945, Enciclopedia del holocausto”, Enciclopedia del holocausto.

Alvarado, N. (2013). “Culto gitano (Rom y Lugar) a Santa Ana y Guadalupe, en Canadá y México«, Anales de Antropología, Vol 47-11, pop. 39-61.