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Opinión

Pablo Stefanoni

Desde hace tiempo, muchos se preguntan por qué existe una difusa simpatía hacia Vladímir Vladimírovich Putin en figuras políticas e intelectuales de las izquierdas latinoamericanas (también más allá, pero abordarlas requiere matices que están más allá de la necesidad de síntesis de esta suerte de columna/post). Hace poco, un famoso intelectual de izquierda posteaba que las declaraciones de Putin en las que explicaba las razones del conflicto (en las cuales acusaba a la OTAN por su expansionismo y culpaba a Lenin de la existencia de una Ucrania independiente) eran “brillantes”, y esa brillantez contrastaba con la mediocridad de Biden. Lo seguían decenas de comentarios aprobatorios. Ese mismo referente intelectual recomendó, para entender qué ocurre en verdad en Rusia/Ucrania, no mirar a los mentirosos medios occidentales, sino a Telesur (cadena dirigida desde Caracas), HispanTV (desde Teherán) y RT (desde Moscú). Ni siquiera dijo que había que verlos para escuchar “la otra campana”, sino directamente para conocer la verdad.

Varios gobiernos y líderes de partidos de izquierda han apoyado a Rusia, de manera explícita o culpando a la OTAN por el ataque (y hasta hablando de un potencial genocidio de la alianza atlántica pero no de las muertes reales a manos del ejército ruso, no “rojo” por si acaso). Y basta recorrer las redes sociales para ver el apoyo extendido hacia Putin de parte de personas referenciadas en la izquierda. Incluso esas fotos de Putin con lentes negros que enfatizan su estética de villano parecen resultar muy atractivas. ¿Qué presidente se “anima” acaso a envenenar a sus contrincantes? 

No es toda la izquierda, muchos han condenado la invasión, pero aquí no hablamos de ellas sino de las otras, de una vertiente más “populista” e incluso de variantes “marxistas” (aunque Marx tenía muy clara la naturaleza del imperio ruso, y hasta la exageraba). No pongo nombres porque todos sabemos de quienes hablamos; no es una discusión personal sino político-ideológica.

Algunos creen que no hay que hacer olas en nuestra “familia” para no alimentar el “macartismo”. No creo que el confusionismo ayude a la izquierda. El “macartismo” es alimentado también por las ambivalentes posiciones de las izquierdas precisamente frente a problemas “sensibles” como Cuba, Venezuela o Nicaragua… y no creo que la solución sea seguir sacando temas de la agenda de la discusión para no “pelearnos entre nosotros”. El confusionismo está suficientemente extendido en el mundo actual como para que la izquierda lo alimente.

Ua aclaración: en ningún momento se trata de “ocultar” el papel de la OTAN. Las críticas a la expansión de la OTAN hacia el Este abundan, incluso en la prensa mainstream y entre analistas de defensa. De hecho, antes de la invasión era un argumento en favor de la “firmeza” de Rusia. Pero la invasión cambió las cosas: se trata de una guerra de agresión preventiva contra un país soberano y contra su pueblo. Santiago Alba Rico lo sintetizó muy bien: “La OTAN es dañina para Europa y para el mundo. Todos los días del año son buenos para manifestarse contra ella; todos, sí, menos éste. Ucrania no pertenece a la OTAN; no hay soldados de la OTAN combatiendo en Ucrania; y no hay, desde luego, aviones de la OTAN bombardeando Moscú; ni intención alguna, por parte de la OTAN, de frenar militarmente la agresión rusa. A la OTAN se la puede –y debe– incluir en un artículo de análisis o en un ensayo histórico sobre la cronología del conflicto, pero no en una manifestación de protesta contra una guerra cuya responsabilidad señala con el dedo una sola fuente: Putin”. 

De más está decir que en países que no están en la OTAN, en la periferia rusa (Finlandia), se está volviendo mayoritaria la opción de ingresar. Es obvio que frente a un matón de barrio, cada quien, si no puede defenderse solo, buscará el apoyo de otro matón que lo proteja. Y también es bueno recordar que Ucrania renunció a sus armas nucleares en el Memorándum de Budapest de 1994 a cambio del respeto a su soberanía. Hoy se arrepienten.

En lo que siguen van unas hipótesis provisionales acerca de los problemas de nuestras izquierdas continentales para enfrentar algunos desafíos del presente.

(1) “Campismo”: valoración puramente geopolítica de todo tipo de conflicto global (e incluso local). El mundo se divide en campos y si estás en la «zona de sacrificio» en favor de la causa antiimperialista, jódete. Eso reemplaza la solidaridad internacionalista por una visión que desprecia a poblaciones enteras en función de una supuesta (y a menudo fantasiosa) modificación de las relaciones de fuerza internacionales en detrimento del imperialismo estadounidense. En Estados Unidos muchos le llaman a esto «tanquismo», por el apoyo a la invasión de Hungría por los tanques rusos en 1956. Pero si en la Guerra Fría el campismo respondía a la defensa de un supuesto sistema alternativo al capitalismo (dejemos de lado ahora el debate sobre el socialismo real) ahora sólo sirve para defender a autócratas como Assad o Putin. Sin la URSS, ese campismo termina rimando con «rojipardismo». El propio PC de la Federación Rusa evolucionó hacia eso: hoy es una fuerza que mezcla nostalgia soviética con nacionalbolchevismo. No es casual que Diego Fusaro haya sido oficialmente invitado a Bolivia y aplaudido en sus masivas intervenciones públicas por militantes y adherentes del MAS, sin que nadie notara nada extraño en un discurso que, desde el marxismo, asume de manera explícita valores de extrema derecha (por eso defiende la «familia» y critica a la «izquierda arcoiris” y se vincula directamente con espacios de extrema derecha como CasaPound u otros neofascistas). Citar a Marx y a Gramsci le sirvió, así, para traficar diversos tópicos rojipardos. Pero eso ocurrió porque había una sensibilidad difusa compartida con quienes lo escuchaban.

(2) Todo imperialismo fuera de USA es invisible. Derivado de lo anterior: hay una incapacidad total de analizar a los imperialismos regionalizados. Es obvio que para cualquier país de la periferia rusa, el «imperialismo» es Rusia. Y es obvio, después de lo ocurrido en Ucrania, que entrar a la OTAN es híper-racional. La expansión de la OTAN, como dice medio mundo, y ya lo señalamos, fue un desastre. Pero la invasión a Ucrania no es sólo un acto reflejo defensivo. Ahí no hace falta escarbar mucho, lo dijo el propio Putin, que justificó la invasión con razones imperiales rusas (Ucrania es parte de Rusia). Cuando China invada Taiwan (si finalmente lo hace) escucharemos las mismas frases de cassette (aunque ya no haya cassettes). Solo que cuando eso pase las redes sociales se llenarán de imágenes de Mao. Una prueba de los efectos de la cercanía a esos imperios regionales (aunque China ya pasó a otra liga) son los vínculos -incluso militares- de Vietnam con Estados Unidos. Los vietnamitas conocen como nadie hasta dónde puede llegar la crueldad del imperialismo estadounidense. Pero también conocen bien y tienen de vecinos a los chinos.

(3) Hechos alternativos: la izquierda latinoamericana funciona también con sus propios hechos alternativos. A menudo sin el menor esfuerzo de ir más allá y tratar de informarse. Es notable la forma en que muchos compran la «desnazificación» (basta con poner fotos de banderas nazis en Ucrania para confirmarlo). En eso no hay mucha diferencia a lo que hacen los QAnon de derecha. Claro que hay milicias neonazis en Ucrania. Y también la extrema derecha tiene menos votos que en Francia o España. ¿Qué peso tienen y dónde?, ¿qué tanto inciden en la política local? ¿Cuan infiltradas están las fuerzas de seguridad; es lo mismo ahora que en 2014? ¿Para combatirlos hay que invadir, bombardear y destruir un país y culpar colectivamente al pueblo al “viejo estilo”? ¿Cuánto incidió el propio expansionismo ruso en su fortalecimiento? Algunos parecen creer que el propio Hitler gobierna Ucrania. Pero gobierna un ex cómico judío rusoparlante.

(4) Antiliberalismo: como el anticomunismo era mucho más que «no ser comunista», el antiliberalismo es más que «no ser liberal». Es una identidad que tiene al otro polo como interlocutor y obsesión. Así como los anticomunistas de la Guerra Fría subordinaban cualquier principio a la derrota del comunismo -y podían masacrar a medio mundo en nombre de la libertad-, los antiliberales terminan desconfiando de la propia democracia y en lugar de bregar por una suerte de ilustración radical y crítica, terminan defendiendo de manera explícita o soft cualquier alternativa a la «democracia liberal» que normalmente es una coartada para el poder de autócratas o camarillas cleptocráticas. En su momento, la «democracia directa» de Gadafi y su Libro Verde fue la expresión más pura de esto. Pero hoy la simpatía que vemos por Putin entre parte de la izquierda latinoamericana debería ser un alerta de estas derivas. Si los liberal-conservadores son inconsecuentes e hipócritas, quizás deberíamos ser más consecuentes nosotros y no usar la hipocresía de los otros como justificación de la propia.

Pero en el “campo popular” latinoamericano sigue habiendo demasiado fetichismo hacia los tanques rusos… la brutalidad de esta invasión es una oportunidad para “destanquizarnos”.

(Publicado también en el DiarioAR.com de Buenos Aires)