En la última década hemos sido testigos del auge de los movimientos políticos nacionalistas y populistas, hemos sido testigos de cómo varios personajes extremos, complejos, autoritarios, narcisistas, pero carismáticos, se convierten en los líderes de las principales potencias económicas del mundo, como Donald Trump en Estados Unidos, o Boris Johnson en Inglaterra, que una vez que llegan al poder socavan y golpean las bases institucionales de los sistemas políticos, en un afán autoritario, que nos recuerda que la democracia es un sistema frágil de pesos y contrapesos.
Un ejemplo extremo de este proceso de transformación autoritaria es Turquía, gobernada desde 2002 por el Partido de la Justicia y el Desarrollo, encabezado por su líder y ahora presidente del país, Recip Tayyip Erdogan. Para la periodista Ece Temelkuran (Izmir, 1973), colaboradora de varios medios internacionales como The Guardian, The New York Times, Le Monde, la fórmula en la que Erdogan ha ido socavando la democracia turca —tratando de convertirlo en un estado autoritario, en cual el poder recae en la figura del presidente— se puede estudiar y comprender para generar una especie de anticuerpos ante esas derivas autoritarias y populistas.
Justo eso es lo que nos presenta en el libro Cómo perder un país, publicado en español por la editorial Anagrama, en donde la periodista analiza y recorre la deriva autoritaria que ha sucedido en su natal Turquía, desde que el partido liderado por Erdogan ganó sus primeras elecciones en 2002.
El libro da inicio cuando aviones de la fuerza aérea turca bombardean el parlamento en Ankara, durante el intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016 en contra del gobierno de Erdogan, quien se comunicó con la población por FaceTime a través de la cadena CNN y hace un llamado a la población para ocupar los centros de las ciudades. En las horas siguientes, millones de turcos salieron a las calles, tal y como el presidente había pedido, produciéndose enfrentamientos violentos entre los manifestantes y los golpistas, quienes dispararon a los manifestantes. Esto a pesar de que, como nos dice Temelkuran, desde la fundación de la república de Turquía en 1923 el ejército había sido la institución más respetada por la población.
A partir de ese intento de golpe de Estado, el gobierno de Erdogan endureció sus políticas de represión en contra de sus detractores políticos: cientos de miembros del ejército y de la burocracia fueron acusados de haber formado parte del complot del golpe de Estado. Cientos de activistas, miembros de la Sociedad Civil, estudiantes, fueron arrestados y encerrados sin derecho a ver a sus abogados, a sus familiares. En estos momentos Turquía es uno de los países con más periodistas arrestados sin juicio en el mundo. De acuerdo con Temelkuran la forma de saludarse entre los periodistas era: “Veo que aún no te han arrestado”. Ésta es una forma irónica de hablar del peligro que corren los periodistas por criticar al presidente. La misma Temelkuram tuvo que salir de su país exiliada y establecerse en Europa, ante las constantes amenazas que recibía por parte de los seguidores del presidente.
Pero la deriva autoritaria del régimen de Erdogan comenzó años antes. Las famosas protestas del parque Gezi en Estambul en 2013 fueron su cara más visible. Esas protestas comenzaron cuando ciudadanos y activistas intentaron detener la destrucción de ese parque ubicado en Estambul. Pero esas protestas pronto tomaron un cariz de exigencias políticas, cuando los cientos de ciudadanos extendieron sus protestas contra las medidas autoritarias que desde 2011 se habían venido desarrollando por el Partido de la Justicia y el Desarrollo, que había iniciado un proceso de restricciones sobre la libertad de expresión, con medidas como multas, las cuales en algún caso llegaron hasta los 2500 millones de dólares a medios de comunicación que criticaran al gobierno. Después de la represión por parte de la policía a las protestas en el parque, el régimen de Erdogan aumentó las medidas para acrecentar la islamización de la política, de la cultura, de la educación, destacando medidas como una reforma educativa a favor de la introducción de elementos islámicos en la enseñanza, la prohibición total del aborto, la oposición a la comunidad LGBT (en los últimos años han aumentado el número de asesinatos de odio en contra de esta comunidad), la detención de personas acusadas de blasfemia y la prohibición de besarse en lugares públicos.
Todo ello envuelto en un control cada vez más abierto por parte del gobierno de Erdogan del poder judicial que ha impuesto un control férreo sobre los tribunales y los jueces, y de la mayoría que su partido ha mantenido a duras penas en el Parlamento turco, lo cual le permitió en 2018 realizar la reforma a la Ley fundamental de Turquía. Esto implicó la introducción de un sistema presidencialista fuerte en sustitución del anterior régimen parlamentario.
Para Temelkuran, Turquía derivó hacia un sistema autoritario, pero era difícil de comprenderlo para los observadores extranjeros. De hecho, muchos periodistas y analistas extranjeros aplaudían el hecho de que un partido islámico moderado llegará al poder. Pocos entendieron el peligro que entrañaba el discurso populista, autoritario y nacionalista de Erdogan.
Es por estas razones qué Cómo perder un país está organizado como un manual de instrucciones para llevar a un país de la democracia a la dictadura de facto en siete pasos, que la autora denuncia a modo de antídoto.
Estos siete pasos que Temelkuran presenta en el libro son los siguientes: crear un movimiento, trastocar la lógica y atentar contra el lenguaje, apostar por la posverdad, desmantelar los mecanismos judiciales y políticos, diseñar tu propio modelo de ciudadano, dejar que ese ciudadano se ría del horror y construir tu propio país a medida.
Hay que mencionar que el Partido de la Justicia y el Desarrollo no es un partido político tradicional, dado que la gente está harta, cansada de los políticos tradicionales. Es un movimiento del pueblo, de esas personas que no han sido escuchadas, que han sido vejadas a lo largo de los años por los políticos y por las clases económicas privilegiadas, que se han enriquecido por sus vínculos con la clase política. El movimiento es el “pueblo” que exige respeto. Es el “pueblo” que exige ser escuchado. Pero una vez que se convierte en el movimiento del pueblo nadie más puede hablar en su nombre. El movimiento se convierte en el pueblo y su líder (el “Rais” como se conoce al presidente de Turquía) se convierte en el único que escucha y entiende las necesidades del pueblo, sin necesidad de intermediarios.
Pero la ética que pide respeto se convierte pronto en una ética del resentimiento. La culpa es del pasado reciente (los últimos treinta años, nos dicen en México) que hay que destruir para dar paso a un futuro glorioso que tiene raíces profundas en el esplendor antiguo. En el caso de Turquía, Erdogan hace referencias constantes al esplendor del sultanato y al islam como núcleo unificador de la identidad turca, que la república había mantenido en la esfera de lo privado. Erdogan insiste en el islam como el centro de las políticas públicas, para “moralizar” las conductas de los ciudadanos y de los servidores públicos. En ese sentido, urge a las mujeres a regresar a su papel tradicional de cuidadoras y habla del recato y del cuidado de la familia como el rol que deben cumplir para que Turquía pueda ser un estado poderoso una vez más.
La intención, nos dice Temelkuran, es infantilizar a la población de tal manera que el líder pueda ejercer un mayor poder y control político. En ese sentido uno de los elementos esenciales es la transformación del lenguaje político. Nada es como parecía ser, todo se deconstruye de tal manera que los conceptos ya no significan lo mismo para todos. Por ejemplo, Sócrates puede dejar de ser un filósofo griego de la Antigüedad para convertirse en un aliado extranjero del mal, un aliado de los que han oprimido al pueblo, como nos dice la autora, como muestra con el famoso silogismo de Aristóteles de “Todos los humanos son mortales”. La intención, el objetivo del populista, como nos dice Temelkura, es que el lenguaje busca hablarle directamente a la población, pero como si de niños se tratarán. Se trata de simplificar los problemas públicos y presentar las soluciones como actos de fe en las decisiones del Rais.
“Elimina la vergüenza. En el mundo de la posverdad la inmoralidad mola”, nos dice Temelkuran en el capítulo al respecto de la posverdad, en donde toca por un lado el uso de las redes sociales para tergiversar y controlar la discusión pública, pero, sobre todo, nos explica la periodista turca, para imponer la crueldad dentro del discurso público. Vemos morir a los niños de un opositor y no sentimos tristeza, no nos mueve la compasión. Al contrario, las redes sociales se mofan, justifican esas muertes. Todo es culpa de sus padres, se dice abiertamente en las redes. Y nadie detiene ese aluvión de burlas, mofas hirientes, hacia personas indefensas. La risa, la crueldad, como un elemento de deshumanización del adversario, del otro, del que no forma parte de nuestro movimiento. La deshumanización como uno de los elementos más graves de los discursos autoritarios. El otro es despojado de su condición de humano: “Es un traidor, se opone al cambio, merece morir, merece su sufrimiento”, dicen las redes sociales turcas cuando una tragedia toca a la vida de alguno de los opositores del presidente.
La crueldad se convierte así en la fase de la moralidad populista, a tal punto que la autora se pregunta si no estamos viviendo el fin de la era en que nos preocupamos por el bienestar de los otros. En ese sentido también ayuda a consolidar una idea del ciudadano ideal, que no cuestiona las decisiones del Rais, del líder, porque el líder siempre entiende, siempre sabe, lo que el pueblo necesita. Ese ciudadano que se alinea ante las decisiones del movimiento, porque el movimiento es la voz del pueblo. Ese ciudadano que, ante cualquier dejo de sombra de cuestionamiento o duda, se lanza en contra de los detractores, porque son traidores y quieren ver a su país sometido por “fuerzas extranjeras.” Al final lo que queda es el líder como representación de la nación.
Un momento estelar en el proceso hacia la consolidación del autoritarismo populista es lo que Temelkuran llama “la colonización del sistema judicial”. El fin del Estado de derecho significa el paso hacia la plena tiranía. En esta nueva configuración política, las leyes se ven como un obstáculo de la voluntad del pueblo.
El libro de Temelkuran nos da pistas para entender y mantener los ojos bien abiertos ante las derivas autoritarias de los líderes populistas. La periodista recuerda al final del libro que hace varios años los programas de análisis político de Europa trataban de entender las derivas autoritarias de Erdogan y afirmaban que esas derivas, esos arrestos autoritarios, esos deseos por destruir la institucionalidad democrática no podría pasar en Inglaterra, en Europa, en Estados Unidos. Lo que vemos con la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos es un proceso que justamente socava los cimientos de la democracia y que degrada al ciudadano que ha ido perdiendo la empatía con los otros, con los más necesitados. Basta recordar la crueldad que significa separar a los hijos de los migrantes que llegan a la frontera con sus padres. Pero lo que más puede llegar a asustar es el desprecio con el que muchos ciudadanos se referían a esos niños encerrados en jaulas.
Es ahí, en esas manifestaciones de odio, de polarización, de desprecio, en donde podemos observar el triunfo de los populismos autoritarios: en el desprecio al otro que no es como yo, en el desprecio al diálogo, a la escucha, a la posibilidad de encontrar soluciones comunes a los problemas comunes. Este es uno de los mayores aprendizajes que nos deja un libro como el de Ece Temelkuran, para entender la polarización política contemporánea.