Hace algo más de un mes el tráiler de Nuevo Orden de Michel Franco reventó la discusión en redes sociales sobre el clasismo y racismo de las élites mexicanas blancas (la güeriza, el mirreynato, los whitexicans o como prefiera llamarlos). La película se estrenó hace un par de semanas y dejó ver que el tráiler no reflejaba ni una mínima fracción del profundo desprecio de Michel Franco a los pobres, morenos y trabajadores. Tengo que darme un respiro, escribiendo estas líneas, para poder continuar viendo el panfleto supremacista blanco financiado por los gobiernos de México y Francia (en un link gratuito que tumbaron rápidamente, porque por supuesto que no pienso darle ni un centavo).

Es imposible resumir el festín de tropos racistas y clasistas que se presentan cuadro por cuadro, y otros han hecho un mejor trabajo al respecto (ver aquí y aquí). Me limitaré a comentar un espacio central dentro de la narrativa de la película: la Casota del Pedregal. 

Jardines del pedregal de MidCentArc . Bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0


1. El Pedregal

En algún momento de 1948, mi abuelo decidió bajar a pie desde los pedregales que suben al cerro del Ajusco hacia el Pedregal de San Ángel. Después de haber migrado desde Morelos, su familia se había dedicado a producir carbón vegetal en los alrededores del río de la Magdalena. El dinero era poco, y a sus trece años ya había intentado trabajar en “México”, como ayudante de panadero y zapatero. Ese día de 1948, mi abuelo se presentó a una nueva construcción de la zona sur de la ciudad, donde los trabajadores estaban aplicando una mezcla blanca a las paredes que él nunca había visto: yeso. Ese fino polvo blanco lo siguió el resto de sus días. 

Ese año había grandes obras de infraestructura en la zona, circundando el proyecto de Ciudad Universitaria de Mario Pani. El año anterior Luis Barragán y Max Cetto habían comenzado el esbozo de Jardines del Pedregal. El proyecto les permitía a los arquitectos experimentar con diseños modernistas incorporando la piedra expuesta dentro de construcciones de lujo para la élite blanca mexicana y se incorporaba a otros experimentos de fraccionamiento. En los mismos años se construyó Ciudad Satélite, proyecto de Pani y José Luis Cuevas, intentando conformar un circuito de ciudades suburbanas que se comunicaran entre sí: Pedregal, Satélite y Chapultepec Heights (hoy conocido como Lomas de Chapultepec). En 1958 comenzó la construcción de la arteria que comunica estos enclaves: el Periférico. 

Desde los marcianitos encontrando Ciudad Satélite hasta el paraíso volcánico en la publicidad de Jardines del Pedregal, estas casotas negaban, de manera más o menos explícita, su relación con el centro de la ciudad, industrial y popular.  Al mismo tiempo, dependían de los trabajadores de la construcción y domésticos que provenían de las colonias a su alrededor, como los Pedregales de Carrasco y San Nicolás, el pueblo de Santa Fé, o la colonia Tacubaya. Para controlar su flujo, los arquitectos establecieron complejos sistemas de vigilancia, calles circulares y casetas de acceso restringido.

En esos años, mi abuelo conoció a mi abuela. Emigrada a los quince de Tlaxcala, ella era trabajadora doméstica de planta en una de esas casotas. Ambos construían y reconstruían el orden del hogar burgués blanco que se diferenciaba constantemente de ellos. Al final de sus días, después de 71 años de trabajo como yesero, mi abuelo recordaba con orgullo cómo había cumplido su promesa a mi abuela de hacer una casa grande. En ella hoy, ya sin ellos, viven la mayoría de mis tíos, primos y sobrinos. 

Desde niño me pareció que la casa de los abuelos se parecía demasiado a las de las películas, con un cuadro tipo Bob Ross y una puerta de cocina con una ventana circular al medio. De alguna manera, mi abuelo había replicado el hogar burgués en la misma colonia donde antes hacían carbón vegetal, y también ahí mi abuela reencontró la explotación doméstica. Cuando le pregunté a ella si había disfrutado la transición de estar de planta en las casotas del Pedregal a tener un hogar propio, ella simplemente alzó los hombros: “Era lo mismo”. 

«Qué bonita casa, te quedo muy bonita» —dice el político invitado a la fiesta—. «La diseñó Daniel» —responde el padre orgulloso en Nuevo Orden—.

2. La destrucción creativa

Las Casotas del Pedregal crecieron en los siguientes años con las obras de Matías Goertiz, Antonio Attolini (abuelo), Augusto Álvarez, entre otros. Otros complejos habitacionales se ubicaron del otro lado de Periférico, y el enclave creció hacia el Ajusco con la construcción de El Colegio de México, Imevisión (posteriormente privatizada a Tv Azteca), Flacso, Reino Aventura y el Fondo de Cultura Económica en la Carretera Picacho-Ajusco entre 1976 y 1993. Las nuevas unidades habitacionales y centros comerciales desplazaron a muchas colonias populares de los Pedregales hacia arriba, subiendo la Carretera Picacho-Ajusco. Al pasar de los años se mudaron los Krauze y los Ferriz, los Portillo y los Zedillo, los Pinal y los López Dóriga. La incorporación de la piedra de la zona se limitó, crecientemente, a las barreras físicas que diferenciaban las Casotas del Pedregal de los entornos populares donde se instalaban. Cuando le preguntaban a mi papá confirmar el nombre de su colonia, él se sentía obligado a aclarar: “No, atrás de la barda”. 

Al mismo tiempo mi abuelo inició a sus hermanos pequeños y a todos sus hijos en el negocio de la construcción de las Casotas. En esos años mi papá comenzó la carrera de arquitectura y cursó las materias que pudo mientras trabajaba, como hasta la fecha, como pequeño contratista. Al acabarse el terreno en los noventas, había menos construcción de casotas, así que la familia se especializó en la remodelación de interiores. En las siguientes décadas los trabajadores de la construcción se dedicaron a mantener al hogar burgués en su perpetua destrucción, reconstrucción y renovación. 

Las élites blancas nunca están a gusto con sus hogares. La destrucción creativa que creen realizar como parte de su emprendedurismo lo trasladan al hogar con un perpetuo ímpetu de renovación fastuosa y dispendiosa. Mi abuelo se quejaba, en los últimos años, del dolor que le provocaba destruir las molduras y escayolas que algún otro yesero había tardado horas en delinear, para sustituirlas con aplanado simple, ahora de moda. Los trabajadores que producen y reproducen esos espacios familiares a veces reciben algo de ese dispendio, en lo que los ricos deben considerar trickle down economics. A veces mi papá lograba rescatar algo que estaban a punto de desechar, como una sala en perfecto estado o un librero con un detallito. Las más de las veces, no obstante, tenía que aceptar algo de lo que les sobraba para completar el pago (pues siempre se quejan del precio final). Así, por ahí de 1997, nos llegó una computadora que nunca pudimos hacer funcionar. No le pierden. 

Los invasores y trabajadores de la Casota del Pedregal en Nuevo Orden sólo están interesados en la destrucción y el saqueo. Muebles en perfectas condiciones son tirados desde los balcones. Otras pertenencias de valor son extraídas por los manifestantes, transportadas de algún modo a sus vecindarios, para luego ser quemadas en la calle. Los pobres sin rostro en el panfleto de Franco proceden, entonces, a destruir los carros en los que las transportaron, pintarrajear las casas alrededor y matar a sus vecinos. En este banquete de imágenes clasistas, los trabajadores de la Casota sucumben rápidamente a la violencia sin sentido ni objetivos. Una de las trabajadoras domésticas (morena y sin nombre) se atreve a comer un bocadillo que ella misma cocinó de la bandeja durante la fiesta. Este es un claro signo para el director de lo que viene después, pues se trata ni más ni menos de la encarnación del terror de las señoras copetonas. En el siguiente acto es la misma que mata a la dueña de la mansión y roba todas las joyas familiares, mientras ríe como desquiciada.

3. El zaguán

Un antiguo empleado de la familia, Rolando, logra pasar el laberinto de casetas, guaruras y zaguanes que llevan a la mansión de los güeros de la historia y logra llegar, gloriosamente, al estacionamiento. Requiere un préstamo de 200 mil pesos pues su esposa Elisa, quien trabajó muchos años con la familia, requiere una intervención en un hospital privado, después de que los manifestantes desalojaran a todos los pacientes del IMSS. A Rolando se le mantiene en el zaguán durante el resto de la subtrama, que dedica como diez minutos a describir la complejidad de las relaciones interpersonales entre las dos familias que se unen en el matrimonio de Marianne y Alan. No sabemos nada más de Rolando, quien aparece sólo como ave de mal agüero en la película de Michel Franco: su llegada al zaguán a pedir dinero es el prólogo de la llegada de otros morenos con instinto asesino. 

Siento que reconozco ese zaguán, o está igualito a todos los demás. En ocasiones, acompañando a mi papá, teníamos que pasar ese laberinto de casetas y, en ocasiones, entraba en el complicado laberinto de puertas de servicio para llegar al lugar de trabajo. Ahí se nos mantenía, en el zaguán, cuando había que cobrar, esperando la salida del patrón. Ese zaguán me recuerda, también, a otra entrada de una Casota del Pedregal en la que estuve la noche del 1º de julio de 2012. Entonces era uno de los voceros de la Facultad de Economía de la UNAM en la Asamblea General del #Yosoy132. Un par de voceros de de la UNAM nos habíamos enterado de que ahí se estaba realizando un “Cuarto de Paz” que daría un comunicado oficial del movimiento ante las elecciones. No obstante, en la Asamblea realizada menos de una semana atrás no se había contemplado nada por el estilo, pues el movimiento delinearía su postura hasta la Asamblea del 4 de julio, a realizar en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Queríamos, pues, evitar que los compañeros rompieran un acuerdo de asamblea, pero, aunque ya nos habíamos visto, no nos reconocieron. En el zaguán nos detuvieron una vocera del ITAM, y un compa arquitecto, creo que del taller Max Cetto, mientras la gente de adentro resolvía qué hacer con nuestra incómoda presencia. Estuvimos ahí un buen rato, en la entrada, discutiendo. Por la naturalidad por la que iba y venía Atolinni (ahora sí el de Twitter), yo supuse que era su casota: en realidad era de Layda Sansores.

No pretendo tirarme al suelo con la anécdota, sino mostrar el profundo arraigo que la ideología de la desigualdad tiene entre las élites blancas, incluso las jóvenes progresistas. El terror hacia los estudiantes de las universidades públicas era recurrente entre los compas de las privadas en esos meses, enraizado en la geografía de la desigualdad en la ciudad. Unos meses antes habían corrido rumores que en la UNAM se habían llenado camiones para ir a “reventar” la Asamblea del movimiento en la Universidad Iberoamericana (en el enclave de Santa Fe). Una asamblea sí y la otra también corría la amenaza de la ruptura de las universidades privadas. Para Denise Dresser, la incorporación de las universidades públicas había sido el inicio del fin del movimiento estudiantil. Para Franco, la llegada de Rolando al zaguán es el preámbulo de esa otra invasión, de la violencia homicida de los manifestantes morenos. Las manifestaciones violentas son, a su vez, el preámbulo de la violencia organizada de los morenos: el ejército al tomar el poder. 

El tercer acto de la película se concentra en el secuestro por militares de un grupo de jóvenes blancos de clase alta (entre ellos Marianne, la novia de la boda). La crítica de Franco a la militarización no proviene del crecimiento del complejo industrial castrense, o de la guerra contra las drogas, o de la compenetración con corporaciones capitalistas. Como en el resto de la trama, la violencia es racial, de morenos contra blancos, extrema, y cuyo único objetivo es la revancha.  La brutalidad de los militares a los blancos es desencadenada por la mirada de las élites a sus rostros, por la lujuria popular hacia los cuerpos blancos, por la ruptura de límites entre ambos grupos (como al abrir las rejas), o cuando un soldado no sabe escribir un apellido en francés (en serio). Al final de la trama, el secuestro termina en asesinato, sin ningún motivo aparente más allá de la revancha racial y de clase. 

Los güeros de Franco se encuentran secuestrados por morenos, literal o simbólicamente, al depender de ellos en los espacios privados y públicos, desde la enfermera que mantiene con vida al patriarca de la familia hasta el General líder del ejército. Sólo hay dos modelos de morenos en su universo: los leales hasta la muerte a sus patrones (tipo Uncle Tom) o los violentos irracionales traicioneros (estilo The Birth of a Nation). La tragedia de los blancos es que no pueden saber cuál es cual y nunca saben en quien confiar. Pobres. 

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Llámenme idealista, pero sí me ha sorprendido el éxito que la película ha tenido sobre las élites blancas liberales en México y el exterior. Ganó dos Leones de Oro en Venecia (los que trae de aquí para allá el director para evitar la crítica) y ha recibido defensas a ultranza de comentaristas profesionales en medios de comunicación (Expansión, Milenio,  El Universal,  Letras Libres, etc.). También ha recibido el reconocimiento de las buenas conciencias de intelectuales como Catalina Pérez Correa, Mauricio Merino y José Woldenberg. Ya no sé si de chiste, José Luis Lezama comentó: “presenta un lado oscuro de la sociedad mexicana.”

La defensa de la película se identifica, sobre todo, con Marianne, la encarnación de la burguesía progresista blanca con conciencia social. Fernanda Solórzano dedica la mayor parte de su reseña a hablar sólo de ella, en la subtrama que inicia con la llegada de Rolando a la casa. “Ella (Marianne) decide dar el dinero que ha ido recibiendo como regalo de bodas por parte de los invitados. Para disponer de su propio dinero esta mujer, adulta, debe de pedir permiso de dos hombres: de su padre y de su futuro novio. Y eso es un comentario, agudo, creo, al conservadurismo de esta clase alta.” Solórzano, como Franco, mueve rápidamente el foco de la mujer trabajadora a punto de morir a la independencia económica de la mujer blanca de clase alta. Ese comentario le resulta mucho más interesante que las motivaciones, historias, rostros o nombres de las clases trabajadoras. A Solórzano le parece natural que esta violencia de las clases populares sea no específica, brutal, desordenada, irracional y puramente vengativa. De hecho, le parece la representación más adecuada de la protesta anti-desigualdad: “Este es el punto en el que se empalman más la realidad y la ficción”. 

No es trivial pero tampoco una coincidencia, que una de las representaciones más ofensivas del racismo y clasismo en México haya sido creada, producida, difundida y aclamada precisamente por las élites liberales del país. Estas élites han construido y reconstruido una ideología de la desigualdad, remodelando cada cierto tiempo el prototipo de burguesía buena onda mexicana. Nuevo Orden no sólo revela los ojos desde donde ven la desigualdad (la sensibilidad de Marianne), ni su lugar (la crítica social desde adentro de la Casota del Pedregal), sino la única posibilidad que ven de orden: Que siga la fiesta.