Carta de amor desde nuestros feminismos migrantes

Mujeres refugiadas de Myanmar (Birmania) comen durante la celebración de un evento en su comunidad en Cactus, Texas. Todas trabajan en el matadero de JBS. Foto: Encarni Pindado.

Es la víspera del 8 de marzo del 2023. En este tiempo pospandémico, el teléfono no deja de sonar. Sus vibraciones y pitidos son una constatación de que seguimos en la lucha por gobernar a los algoritmos y a la inteligencia artificial para organizarnos y que éstos no nos gobiernen. Por esos canales digitales, el fin de semana pasado, circulamos un texto-bomba de Gabriela Wiener. Allí, en el marco de unas jornadas institucionales de los feminismos blancos en España, la escritora peruana instó a las feministas contemporáneas españolas a condenar la dictadura de Dina Boluarte en el Perú convulso y herido de este momento. Y también a que las mujeres en puestos de representación popular en España pongan en el centro de sus agendas el tema del antirracismo y concreten canales de regularización para cientos de miles de personas migrantes ilegalizadas por las leyes de extranjería en ese país de la Europa fortaleza, la Europa genocida. Este texto-fuego nos incendió de emociones y pulsiones. Por eso, escribimos esta carta a muchas voces para todas las feministas y los feminismos hoy en lucha.

Todavía en pandemia, cuando muchas migrantas, desde muchos lugares, nos juntamos para discutir estrategias de resistencia contra las formas de violencia machista el 25 de noviembre de 2021, conformamos una Asamblea de Mujeres Migrantes, así, con M de migranta, como dice Ana Laura López, compañera deportada, madre y activista que nos iluminó en esa asamblea con su fuerza y su palabra.

Desde entonces, conectadas por el espacio digital y desde diversas latitudes en las Américas y Europa, nos vamos contando esporádicamente cómo (sobre)vivimos. Intercambiamos campañas, pedimos respaldo a nuestras acciones, nos contamos nuestros devenires, ponemos en común lo que nos frustra, nos circulamos canciones, noticias, emoticons y películas, en una sola palabra: nos acuerparnos digitalmente desde donde habitamos para sentirnos amadas y mostrar afecto, ternura radical para el cotidiano de todas.

Y éste es el contexto de este texto, de esta carta de amor. La energía de este segundo 8 de marzo pospandémico nos atravesó. Quisimos hacerle eco a las compas migrantas en Europa y como un ejercicio para conocernos y reconocernos, para compartirnos con otras mujeres en condición de migración o refugio, elaboramos este telar que borda muchas palabras y vidas, trayectorias y biografías que explican las formas en que las migrantas nos identificamos con muchos feminismos o incluso los invitamos a identificarse con los nuestros y abrazarnos. Hemos creado un collage polifónico de voces migrantas que no agotan las formas de los feminismos migrantes, ni mucho menos; lo hemos tejido con base en varias preguntas, como de qué manera definimos nuestros feminismos y cuáles son nuestras demandas. Un texto que escribimos en el bus de regreso de la jornada laboral, en un café antes de entrar al trabajo, luego de charlar con nuestras compañeras.

Hay tantos feminismos antirracistas y migrantes como mujeres migrantas hay en el mundo. Pero creemos que nuestras historias son importantes y deben ser contadas por nosotras mismas. Éstas somos, esto demandamos y así luchamos en este marzo de 2023; luchamos juntas por una vida que se pueda vivir y celebrar.

Teresa, migrante mexicana en el sur de Texas, trabaja en la agricultura cortando cilantro a pesar de tener casi 70 años.
Foto: Encarni Pindado.

Desde Naranjito, Esmeraldas y Quito, en Ecuador

Soy Lourdes Aldana. Soy parte de Corredores Migratorios y escribo desde Naranjito, Ecuador. Si bien las mujeres migrantas nos encontramos ante un sistema que excluye y discrimina a la migranta en todos sus sentidos, vulnerando y violando sus derechos humanos, también debemos construir una sociedad que no condene a la marginalidad a las mayorías de la sociedad, como la mayoría migrante, para que una minoría se enriquezca cada vez más. Debemos ser conscientes de esta labor tan compleja en la que se trata de luchar, empoderándonos, por un cambio de todo el orden impuesto.

Soy Karen Araujo, de Corredores Migratorios, Ecuador. Escribo desde Esmeraldas. Para mí el feminismo como migranta es llevar, en el cuerpo y la mente a donde sea que te muevas, la necesidad de encontrar un horizonte de igualdad para todos los géneros, sobre todo sin violencia. Es unirnos entre todas las que nos vimos obligadas a movernos para cuidarnos y apoyarnos. Mis demandas como feminista migrante son que se garantice para nosotras respeto, seguridad, no discriminación y no estigmatización de parte de las instituciones de los países donde vivimos, pero también de las sociedades, de su gente.

Soy una migranta que dejó a su familia, sus paisajes, su hogar en Venezuela, por razones ajenas a su voluntad. Pasé por fronteras y trochas, intentando no ser yo, intentando no ser una mujer. Me vestí tratando de no parecer mujer, ocultando mi pelo, mi cuerpo, mi voz, intentando ser lo más anodina posible, porque migrar puede no ser seguro, en especial puede no ser seguro para las mujeres, que usualmente somos objeto de todo este sucio negocio de los que lucran con la migración.

Soy Esther Gualtieri, desde Quito, Ecuador, también de Corredores Migratorios. Soy una migranta venezolana en Quito. La indignación es mi motor principal, pero no es suficiente si no se toma acción. Solía ser profesora de matemáticas antes de moverme, ahora también soy activista en favor de los derechos de las personas en movilidad humana. El feminismo para mí ha sido un encuentro y un cuestionamiento permanente. Migrar me permitió encontrar a mi tribu, ponerles nombre a mis inconformidades y aprender de este camino en la lucha de mis derechos y los de mis compañeras. Mi primera demanda como feminista es la no discriminación. Desde los grandes medios de comunicación y desde el Estado ecuatoriano somos estereotipadas y discriminadas por nuestro origen nacional. Narrativas que se van replicando hasta llegar a las instituciones educativas y a nuestro día a día. Eso afecta nuestro acceso a derechos: salud, vivienda, educación, empleo.

Exijo la sensibilización de los funcionarios públicos que están al frente del registro civil, oficinas de migración, centros de salud, fiscalías y estaciones de policía. Necesitamos procesos de regularización que abarquen el amplio número de mujeres que se han visto en la obligación de transitar pasos irregulares por no contar con documentos y visados que solo favorecen la trata de personas. Es necesaria la búsqueda activa, por parte de los organismos del Estado, de las mujeres desaparecidas en el tránsito migratorio. Pido acceso pleno para las migrantas a los derechos sexuales y reproductivos, incluyendo el aborto libre, seguro y gratuito.

Desde Zaragoza, España

Soy Claudia Castillo, migranta mexicana transoceánica en el Estado español. Las saludo y abrazo. Los feminismos para mí (sí, en plural) han sido guías, compañeros incondicionales en las horas más oscuras, consuelo, fuerza y validación cuando parecía que el mundo (o mi mundo) se caía en efecto dominó; ternura y acuerpamiento; pero también confrontación de mi macho-opresor interior; los feminismos son lo que necesito para mirar de frente al sistema racista-patriarcal y plantarle cara.

Mi demanda como feminista migranta es que se garanticen las necesidades básicas para sostener la gran aventura que es cambiar de tierra por necesidad, es decir: regularización para todas, techo, salud y trabajo digno.

En este momento soy limpiadora (aunque también muchas otras cosas). Vivo día a día el clasismo de una sociedad inmersa en la meritocracia, en la que las limpiadoras somos invisibles para la mayoría (irónicamente también esenciales), depositarias de la lástima de otros; si encima eres extranjera, te enfrentas a la sospecha permanente (puedes ser una puta, una ladrona, lo que tu imaginario quiera…); nos enfrentamos a la hipersexualización y, por lo tanto, al control de nuestros cuerpos (no mires, no sonrías, no escuches). A la limpiadora se la puede ignorar, se le puede decir de todo, se la puede abusar… total ella:

—Es palurda (no vale nada).

—No se esforzó suficiente (se merece lo que le pasa).

—Nunca hizo otra cosa.

Muchas violencias nos atraviesan como trabajadoras en la escala más baja del sistema capitalista de valores, y hay que nombrarlas. Quiero dar gracias a todas esas cómplices que me crucé en el camino:

A la cocinera de la residencia que me guardó una croqueta cuando estaba prohibido.

A la que sin conocerme me cubrió los 15 minutos que llegué tarde.

A la que me esperó en el frío de la madrugada con un café y una sonrisa.

A la casi desconocida (una “nadie” como yo) que me abrazó cuando sufrí un despido improcedente.

A todas esas otras precarias que me sonrieron y me hicieron reír aunque la jornada fuera dura.

Entre todas me enseñaron que la solidaridad son las acciones cotidianas, no las palabras que, de tan manidas, enojan. Sin ellas la palabra esperanza se habría esfumado de mi corazón hace ya días. Es urgente que expandamos nuestras conciencias para transgredir las diferencias de raza y clase, sólo las alianzas amorosas y cuidadosas nos ayudarán a que este mundo monstruoso no nos trague.

Desde el norte de Italia

Somos Máryuri González, Andreína Colón, Jhosmary Colón y Sikyú Ledezma desde Italia, pero nacimos en Venezuela. Para nosotras el feminismo es apoyo mutuo entre migrantes, especialmente entre mujeres migrantas que afrontamos los mismos desafíos y tenemos los mismos problemas en común, que vivimos la misma discriminación por ser mujeres del sur del mundo. El feminismo es la construcción de redes de sororidad desde abajo, la defensa de nuestro derecho a hablar por nosotras mismas.

Como migrantas feministas demandamos el reconocimiento de nuestras competencias y el aporte que damos a la sociedad a la cual migramos; acabar con los obstáculos que nos impiden optar por trabajos en igualdad de condiciones de las demás mujeres y hombres no migrantes. Queremos ser reconocidas por nuestras singularidades, experiencias, luchas, saberes, reconocidas como sujetas políticas que participan activamente en la construcción de la sociedad.

Al feminismo blanco y a las compañeras que lo abrazan les proponemos que se cuestionen siempre. Y, sobre todo, al momento de querer hablar de nosotras, que den un paso atrás y reconozcan que los espacios de privilegios que tienen los pueden poner al servicio de las mujeres migrantes, para que seamos nosotras mismas las que expresemos nuestra realidad, desafíos y programas de lucha.

A los movimientos de izquierda aquí y allá les exigimos la disposición de cuestionar sus prácticas y reconocer cuánto de machista o racista puede haber aún para transformar en sus formas de luchar.

Somos cuatro venezolanas migrantas en el norte de Italia, mujeres del pueblo, de la clase trabajadora, hijas de campesinas y migrantes. En Venezuela cursamos estudios universitarios y habíamos formado parte de grupos de mujeres y feministas de izquierdas, trabajando sobre todo en sectores populares de pobreza y pobreza extrema, así como contra la violencia, acompañando en primera persona a mujeres víctimas de violencias. Trabajamos desde el movimiento popular y en el ámbito institucional construyendo políticas públicas a favor de la mujer trabajadora y por la despenalización del aborto. También participamos en programas de alfabetización y de promoción de lectura en el ámbito nacional desde un enfoque freiriano; y en programas de sensibilización y formación en materia de género y derechos de la mujer, destinados a la administración pública.

Migramos hace cinco años. Dos de nosotras somos madres y migramos con nuestros hijos pequeños. En Italia nuestra vida se transformó y hemos hecho trabajos de cuidados, precarios y en negro, de limpieza, niñeras y cuidadoras de personas ancianas. En Italia nos han discriminado por nuestro origen, por nuestra lengua, por ser mujeres, por ser racializadas y por ser migrantes. No reconocen nuestros saberes y nos destinan a trabajos precarios que imposibilitan establecernos, enraizarnos y construir una vida y un futuro digno.

Poco a poco hemos ido abriendo camino en ámbitos de nuestro interés y tejiendo redes con organizaciones de izquierda y antirracistas locales, como sindicatos de base y centros sociales, y desde ahí, creando espacios con otras migrantas de varios países de África, este de Europa y América Latina.

Una de nosotras trabaja con la infancia para sensibilizar y dar visibilidad a las identidades afrodescendientes, latinoamericanas y caribeñas, con la intención de construir una cultura antirracista y antipatriarcal donde especialmente los hijos y las hijas de la migración puedan encontrar un espacio físico y espiritual dónde echar raíces.

Todas hacemos dos y tres trabajos para salir adelante, para sostener a nuestras familias y para vivir dignamente, y aun con dificultades seguimos brindando nuestro apoyo a nuestras hermanas migrantes que huyen de la incertidumbre, las crisis, el dolor y la violencia, buscando bienestar para ellas y sus familias.

Desde Bilbao, España

Soy Mariana Zaragoza, migré de México a Bilbao. Soy defensora de derechos humanos y madre migranta. Habito el territorio español desde la crianza y el intento de construir comunidad en mi barrio. Para mí el feminismo es un movimiento que lucha por la vida en todas sus dimensiones. En este sentido, el feminismo es anticapitalista, antipatriarcal y antirracista. La lucha por la vida va desde las acciones cotidianas hasta lo colectivo: desde las mujeres que luchan por sobrevivir, reunificarse con sus hijas, hijos e hijes, que logran transgredir el régimen de fronteras que las pretende anular como personas; hasta las que se organizan y exigen colectivamente sus derechos, y reivindican su existencia incomodando el perfecto orden individualista y colonial.

En las jornadas feministas en Madrid, la escritora mexicana Brenda Navarro dijo que en México se sentía feminista pero aquí, en el Estado español, no. Como mujer migranta me resonaron sus palabras porque en muchas ocasiones yo también me siento así. Otra amiga mexicana en Bilbao me decía que aquí ella no se sentía ella, y yo también me identifiqué. En esas conversaciones donde compartimos nuestros sentires, yo encuentro el feminismo, en donde podemos ser nosotras sin sentir que algo nos oprime, algo que no nos deja ser. Para mí un feminismo como migranta es aquél que tiene diversidad, en el que las mujeres que venimos de otras geografías podemos habitar sin sentir que aún nos falta poder aportar porque no conocemos el contexto. Un feminismo que asuma y construya desde la diferencia, pero no desde la otredad que muchas veces termina en condescendencia o maternalismo.

En el caso de Bilbao, hay un reto aún mayor: ¿cómo construimos el feminismo en una sociedad que reivindica su autodeterminación y en donde hay una línea muy fina entre autodeterminación y nacionalismo? Se trata de un melón muy grande, pero que es una tensión permanente entre nuestros procesos como mujeres migras y las mujeres locales. Yo aún no sé cómo resolverlo y lo vivo como una contradicción, porque reivindico que mi hija hable su idioma ancestral, que es el euskera, pero en el caso de la comunidad migranta eso puede ser sinónimo de exclusión.

El feminismo que vivo como migranta es contradictorio, me cruza por muchas emociones ambivalentes en las que siempre están presentes el colonialismo y el racismo cotidiano. También creo que hay muchos puentes que se pueden construir y consolidar; hablar desde las emociones y no sólo desde las ideas es una forma de construir un feminismo amoroso que ayude a tejer comunidad en resistencia.

Mis demandas como feminista son:

El diálogo amoroso entre las feministas migrantas y las locales. Un diálogo que escuche y reivindique nuestras luchas, un diálogo que no construya un discurso que se llene de palabras que pierdan su significado. Lo dijeron muy claro las compañeras del movimiento antirracista en Madrid: un feminismo que demuestre ser antirracista arropando la lucha por la regularización de las compañeras. Pero arropándolas caminando de la mano, no unas atrás y otras adelante.

Como migranta feminista, también demando salirnos del discurso de la identidad individualista que es punitivista, que cancela públicamente y que desmoviliza a cualquiera que pueda tener una opinión crítica y que no permite construir un movimiento social desde el desencuentro.

Mujeres refugiadas de Myanmar (Birmania) comen durante la celebración de un evento en su comunidad en Cactus, Texas. Todas trabajan en el matadero de JBS. Foto: Encarni Pindado.

Desde Buenos Aires, Argentina

Me llamo Natalia Hernández Fajardo, migré en el 2008 desde Colombia a Buenos Aires. Había situaciones de las que no lograba correrme. Entonces migré, y aunque en ese momento una amiga me dijo “que no había sido capaz de quedarme”, el camino me mostró que la migración es un movimiento de autoamor y que necesita de mucho coraje. Los dolores viajan con nosotres, como también la fuerza y estrategias de nuestras ancestras, y las del camino propio también, los tejidos construidos. Ahora pienso que al final no comencé desde cero, porque un compa que había vivido en Buenos Aires me puso en contacto con una grupa que al día de hoy son mis grandes afectos. A través de elles se abrían lugares en medio de lo desconocido. Entonces mis espacios sociales más importantes fueron siempre en la migrantada.

La migración como que nos desnuda, como que hace aflorar lo más fuerte que habita en cada une, salen los fantasmas, las luchas internas y también nuestras mayores fortalezas, los silencios salen a los gritos. Pienso que en ese sentido la migración y el feminismo se potencian, o comparten sustancias, porque son movimientos que emergen desde el cuerpo y la piel de la experiencia y memoria. Migrar, como mencionó una compañera, “es llevar en el cuerpo y la mente, a donde sea que te muevas […]”. Al migrar brotan con fuerza desde lo más íntimo, desde lo más resguardado, formas y recursos para encarar el desafío de sostener una cotidianidad nueva, en donde se hablan otros lenguajes, y en ese rehacerse se crean al mismo tiempo nuevas herramientas, nuevas estrategias, nuevas reflexiones críticas tanto del lugar de donde venimos como de los lugares donde habitamos, y en ese movimiento se crean a su vez nuevos lenguajes.

Al migrar, el universo conocido se remueve, la cotidianidad es atravesada por un entorno sin codificar que muchas veces solo responde a sus formas y que, por lo mismo, en estructuras coloniales, capitalistas y patriarcales, no tiene mayor interés en practicar la escucha de expresiones diversas, de expresiones migrantes, y por eso se nos presenta como la “otra”, ilegible, atrasada y extraña. O una otra que sólo es admisible bajo la forma de “víctima”.

En ese sentido, distintas sociedades e incluso ciertos debates de algunos feminismos, siguiendo las directrices que intentan universalizar un imaginario de progreso según parámetros occidentales, descreen de las luchas y procesos que no se ciñen a ese libreto prescrito. No sólo se convierten en sorderas de las experiencias que se tejen de forma distinta, sino que buscan contrarrestar esa ausencia hablando por nosotres.

Al mismo tiempo, otros feminismos venimos sacudiendo esas miradas victimizantes que nos despojan de recursos, creando espacios, donde al leernos entre nosotras, nosotres desmantelamos la operatividad de estructuras de poder en nuestras vidas y en la sociedad. Dentro de nuestros feminismos, nutridos por las luchas plurales (negras, indígenas, campesinas y migrantes), se interpelan y confrontan constantemente situaciones que replican lógicas opresivas al interior del movimiento feminista y que tienden a la clausura de las realidades diversas, y esto es posible, a su vez, porque los feminismos, diría, podrían ser vistos como movimientos migrantes de alguna manera, en el sentido de que permean, incomodan y transgreden lo que tocan, así como también son movilizados en el camino por las fuerzas plurales y dinámicas que contienen.

El feminismo migrante entonces podría entenderse como una cualidad intrínseca del feminismo, porque atraviesa fronteras con el intercambio de experiencias, saberes y realidades comunes y diversas entre subjetividades que desde sus cotidianidades transgreden dinámicas opresivas del sistema colonial, patriarcal y capitalista, y lo hacen desde las autobiografías que tejen los colectivos de solidaridad, contención, acompañamiento e investigación y transformación política. Si no, pregunto, ¿podríamos pensar el feminismo sin la migración?

Desde Ciudad de México

Mi nombre es Lady Junek, soy de San Cristóbal, Táchira, Venezuela, y ahora vivo en la periferia en el suroriente de la Ciudad de México. Soy una mujer migrante que salió de su país en la adolescencia. Hoy tomo parte de la comunidad de Venezolanas Globales, coordino el club de lectura de esta comunidad de mujeres venezolanas en el mundo y, además, soy estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM. He acompañado de diversas formas a las personas en movilidad. 

El significado del feminismo me hacía creer no tener una respuesta adecuada o un sentipensar coherente con todo lo leído y todo lo vivido, más allá de recordar las propuestas de grandes mujeres como bell hooks, Sara Ahmed, Alma Guillermoprieto, Chimamanda Ngozi, Virginia Woolf, Gloria Anzaldúa y Sayak Valencia. Pero para tomar parte de este telar escribí con mis amigas migrantas y comprendí que eso es el feminismo en la migración, son las redes de mujeres que con ternura y sororidad me han tendido una mano cuando no puedo más. Las mujeres que denuncian las injusticias en el tránsito y destino de cientos de mujeres, las mujeres que tienen una asociación y nos cobijan cuando no tenemos a dónde ir. Somos las colectivas y los grupos que luchamos por los derechos de las migrantas sin documentos. El feminismo se encuentra en las mujeres que cuidan, las que abrazan, las que escuchan, las que luchan. 

El feminismo, entonces, no es el mismo para todas las migrantas. Depende de diversos factores que nos atraviesan. Dentro de esta dinámica, el género, la clase, la raza y la gran confluencia de prácticas, experiencias, privilegios y representaciones inciden en cómo las mujeres migrantas experimentamos el feminismo en la migración. Las compañeras feministas que no han migrado me han enseñado que pueden acuerparnos y podemos permitirnos construir alianzas estratégicas, a pesar de nuestras diferencias de contextos, de historias, de cuerpos, de nacionalidades. Para imaginar un vivir mejor.  Porque antes de migrantas somos mujeres.

Mi principal demanda como migranta feminista en México es la seguridad para todas las mujeres. Demando que deje de existir en los aeropuertos de México el perfilamiento racial, por parte de agentes del Instituto Nacional de Migración, en contra de las mujeres jóvenes sudamericanas, categorizadas como “mulas”. Bajo este discurso amedrentan y justifican actuaciones sin sustento legítimo. Me uno a la demanda de una menstruación digna para mujeres en movilidad. A nivel institucional, exijo un modelo de atención para mujeres en movilidad migratoria con perspectiva de género.


Tenemos muchísimo más que decir, pero lanzamos esta primera carta de amor para todas las mujeres para que, en la euforia de sentirnos vivas y juntas, se conozca nuestra palabra y nuestra manera de habitar y consolidar los feminismos que pintamos en esta misiva.

Juntas, Acuerpadas, Caminando Digitalizadas, en Lucha, en Ruta, en Trocha, en Conexión, Tejiendo nuestras redes de cuidado que rompen fronteras, gritamos hoy:

¡Nunca más un feminismo sin las mujeres migrantas y refugiadas!

Un grupo de activistas promigrantes realizan un performance frente a la Secretaría de Relaciones Exteriores en la Ciudad de México, el 8 de marzo de 2023, con la pregunta central: “¿Dónde están las migrantas?”.
Foto: Inmovilidad en las Américas, noda México.
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