Brasil y la pandemia del COVID-19: la apuesta cínica y genocida de Bolsonaro

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Mientras que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha minimizado reiteradamente la gravedad del virus SARS-CoV-2, comparándolo con una “pequeña gripe” (gripezinha), Brasil se tornó en el país latinoamericano que lidera el mayor número de contagiados por COVID-19. 

Los datos oficiales reportan 125 218 (y 8 536 muertos) hasta el 7 de mayo de 2020, aunque conteos realizados recientemente por un consorcio de centros de investigación brasileños sugieren que habría, además de los datos oficiales, por lo menos 225 000 casos no notificados. A pesar de notables avances en las últimas décadas, el sistema de salud público en Brasil sigue siendo precario y es estructuralmente incapaz de enfrentar la pandemia. Actualmente en Brasil se realizan solamente 258 pruebas de COVID-19 por cada millón de habitantes. La prensa indica que la mayoría de los hospitales de la red pública se encuentran en vía de saturación y que, además, los médicos, enfermeros y técnicos hospitalarios no dispondrán de materiales adecuados ni para cuidar a los pacientes ni para protegerse a sí mismos del contagio

Frente a este panorama, en lugar de respaldar medidas serias de cuarentena y de confinamiento, J. Bolsonaro insiste en defender apenas “cuarentenas verticales”, es decir, selectivas para determinados grupos de riesgo. Defiende también el uso de la cloroquina como único remedio salvador, perjudicando directamente a la investigación científica brasileña sobre otras posibilidades terapéuticas. Para finalizar, hace unas semanas el presidente obligó a dimitir al ministro de salud (L. H. Mendetta), quien estaba a favor de medidas políticas y sanitarias adecuadas para luchar contra la gravedad del COVID-19.   

Este comportamiento de J. Bolsonaro debe entenderse como un oportunismo político, y más precisamente como una apuesta por el detrimento de la vida de lo.a.s brasileño.a.s. Para él, la implementación de medidas de confinamiento y distanciamiento social durante la cuarentena intensificaría la crisis económica, de la cual él sería señalado como responsable. Así, anticipando la crisis económica que sacudirá inexorablemente al país, Bolsonaro busca presentarse como el salvador de la economía brasileña. En otras palabras, cuando Bolsonaro insiste en que lo.a.s brasileño.a.s deben seguir trabajando y continuar con su día a día habitual a pesar de la pandemia, éste no busca evitar la crisis, ya que ésta será ineludible. Pero sí aparecer como el líder político que hizo todo lo posible para salvar la economía, una vez que el país entre en recesión. Esta apuesta supone que la opinión publica se sentiría más afectada ante las consecuencias económicas que ante la pérdida de vidas causadas por la pandemia. Por este cinismo, los brasileros, y en especial los más vulnerables social y económicamente, asumen riesgos considerables para sus propias vidas.  

Para acertar su jugada, J. Bolsonaro necesita antes dividir la sociedad brasileña y radicalizar aún más su electorado. Así, el 27 de marzo de 2020 el gobierno federal lanzó la campaña “Brasil no puede parar” (O Brasil não pode parar) en la TV y redes sociales, la cual incitaba al retorno del trabajo presencial y a la adopción de medidas mínimas de prevención frente a la pandemia (lavado de las manos, cuarentena para personas de tercera edad). Sin embargo, algunos días después, la Corte Suprema de Brasil (Supremo Tribunal Federal) prohibió dicha campaña considerando que el gobierno federal no podía gastar recursos públicos para “manipular” a la sociedad brasileña. La Corte indicó que, por el contrario, el gobierno debía esforzarse en “salvar vidas”

Una segunda estrategia de radicalización del electorado aparece el 31 de marzo, cuando J. Bolsonaro durante una locución video grabada propuso establecer un “gran pacto para la preservación de la vida y el empleo”  (Um gran pacto para a preservação da vida e dos empregos). Durante esta conferencia, J. Bolsonaro señaló que “salvar vidas” significaba no sólo salvarlas del virus (por medio de la cloroquina, y de otras medidas rudimentarias de prevención), sino también, y ante todo, de la precariedad económica, es decir —literalmente—, del “desempleo, de la violencia y del hambre”. Este último señalamiento resalta un elemento fundamental de su apuesta, ya que para él la implementación de medidas de confinamiento y de cuarentena tendrían como consecuencia una precarización todavía más aguda de un sector importante de la población brasileña, la cual se tornaría incapaz de trabajar y de mantenerse. De esta forma, Bolsonaro no solamente recurrió a la estrategia “la cura no puede ser peor que el problema”, sino que usó a su favor la frustración de personas de baja renta. Así, logró posicionarse al mismo tiempo como defensor de la clase trabajadora frente a la hipocresía de las clases medias y altas. 

Este último aspecto se evidencia también en los mensajes divulgados en redes sociales por los partidarios de J. Bolsonaro: “…¿Usted quiere quedarse en casa? ¡Pero necesita dinero y quiere que el gestor esté en el banco para resolver su problema! …¿Quieres comprar pan? La panadería tiene que estar abierta, ¿no?  …En la casa, sí, ¡pero la colecta de basura tiene que estar al día!”. Este tipo de mensaje representa perfectamente la doble jugada de J. Bolsonaro.  Primero, con ésta se evita el planteamiento de una ayuda socio-económica decente para los más vulnerables de la sociedad brasileña durante la pandemia, ya que se da por hecho que esta parte de la sociedad debe seguir trabajando no sólo para sobrevivir, sino para que la economía pueda seguir funcionando. Este primer punto esconde una estrategia “necropolítica”, como es definida por Achille Mbembe. Esto es, que vivir o morir por causa de la pandemia del COVID-19 no sea un hecho netamente probabilístico sino el resultado de una gestión política, en la cuál se sacrifica una parte seleccionada de la población, con la excusa de salvar la economía. Es precisamente para ocultar esta necropolítica que J. Bolsonaro declaró en otra entrevista que “el brasileño salta a un alcantarillado y no ocurre nada”. Con esta frase, J. Bolsonaro insinuó que la propia condición social de la población con el menor poder adquisitivo los inmunizaría contra el COVID-19.

Segundo, la apuesta de J. Bolsonaro se enfoca en deslegitimar las medidas de salud pública de prevención y contención establecidas por la Organización Mundial de la Salud durante la pandemia, reduciéndolas a representar sólo privilegios sociales. Así, la posibilidad de auto-cuarentena de algunos privilegiados existe sólo gracias a la no-cuarentena y el trabajo de otros. Es decir, se protegen algunas vidas del virus porque otros arriesgan las suyas. Por lo tanto, esta perspectiva sugiere que quien reclame medidas de confinamiento y de cuarentena formaría parte de una elite conspiradora, en contra de los intereses del pueblo trabajador. Por esto, no es casualidad que los partidarios de J. Bolsonaro recurran también a teorías conspirativas cuando se refieren a la pandemia. Una de estas teorías es que la pandemia junto a sus medidas de confinamiento formarían parte de una maquinación comunista cuyo fin sería sacar a J. Bolsonaro del poder. Finalmente, como resultado de esta jugada de J. Bolsonaro, Brasil es el único país del mundo que ha manifestado poner fin a las medidas de confinamientos que algunos estados de Brasil han intentado implementar. 

A pesar de lo descrito anteriormente, que podría hacer suponer que Brasil es manejado fácilmente por J. Bolsonaro, su estrategia de gestión de la pandemia carece de consenso político. Por el contrario, ha creado una resistencia inesperada contra el gobierno federal por parte de los gobernadores de estados y alcaldes que buscan desarrollar medidas efectivas contra el COVID-19. Incluso los gobernadores estatales y alcaldes han colaborado con el Judiciario para limitar el poder del gobierno federal en la gestión de la pandemia. Además, algunos gobernadores han desarrollado su propia geopolítica internacional para importar materiales de primera necesidad, como los ventiladores. En paralelo, los profesionales de la salud del país han criticado públicamente la gestión del gobierno federal de la pandemia y, finalmente, durante las intervención televisa de J. Bolsonaro, cada vez más brasileño.a.s protestan con cacerolazos

En este escenario resulta complicado saber si J. Bolsonaro acertará con su jugada cínica o si ésta lo hará ser removido del poder. Lo cierto es que, dentro de pocas semanas, los hospitales brasileños ya no podrán responder a la pandemia y esto podría causar centenares de miles de muertos (o más) en Brasil. En ese momento, el futuro de Brasil dependerá de cómo la población brasileña percibirá a J. Bolsonaro, como su mesías salvador o como un payaso genocida. 

 

 

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