A partir de 2005 me adentré a conocer asentamientos irregulares. Me pareció que si existía creatividad y compromiso social desde la arquitectura y el urbanismo era en esos entornos donde se podría pensar críticamente la pertinencia de dichas disciplinas, justo en donde parecen no ser necesarias ante dinámicas informales, enmarcadas por organizaciones sociales (agrupaciones como «La organización de pueblos y colonias», «el movimiento antorchista», entre muchos otros) que se mezclan con autoridades, gobiernos, diversos tipos de comercios, etcétera. En otras palabras, se trata del devenir de una sociedad ajena a las normas y a la propiedad privada que establece nuevos códigos de comportamiento y coloca a la fantasía de la precariedad como motor de la propiedad informal.

Nada de lo que había entendido sobre planeación de ciudades y su diseño tuvo cabida en una simultaneidad heterogénea de dinámicas e intereses que se desencadenaban en múltiples direcciones y que tenían por sustento la supervivencia de las familias. Desde entonces y por los siguientes diez años, me convertí en un asiduo visitante a asentamientos irregulares en los municipios de Chimalhuacán, Chicoloapan, Texcoco y conocí otros en Ecatepec, Ixtapaluca y los Reyes la Paz, todos en el oriente de la ciudad de México.

Esta es una realidad que reta la imaginación y se conforma como una fuerza superior a la captura teórica del conocimiento urbano. La producción informal de suelo habitacional es una extraordinaria opción para que personas de bajos ingresos, o que no son susceptibles a un crédito inmobiliario, se hagan de un patrimonio a largo plazo, tanto del terreno como lo que invierten en él: materiales y mano de obra que tienen valor de uso y no de intercambio. Así consolidan los barrios sus códigos y costumbres: en general las personas que compran un lote lo van a habitar muchos años y es un proyecto de vida para muchas familias. Existen todas las razones para apostar por este modelo: no hay costo de financiamiento, no hay movilidad de venta y renta, con lo cual no existe una verdadera especulación. Son espacios donde uno puede estar sin la necesidad de pagar renta, por ejemplo en una crisis.

Foto: Arturo Ortiz-Struck.
 

Dicho lo anterior, la producción urbana informal se da en medio de conflictos de muchas índoles. Para una familia está el conflicto elemental de asentar su vivienda en donde no hay nada más que tierra en breña, sin condiciones de higiene, sin acceso a servicios del Estado, pero a cambio de la promesa por una propiedad que se consolida años después, cuando el Estado otorga el título de propiedad. Para las organizaciones sociales que venden lotes existen conflictos de tenencia de la tierra, la imposibilidad de atender a la población con servicios básicos y de contener actividades ilegales. Además existe el conflicto estatal o municipal de supeditarse a la voluntad de organizaciones sociales que también son conglomeradores de votos en épocas electorales.

Hay una imposibilidad estatal de planear un territorio cuando los grupos desarrollan, a partir de una lógica externa a la de los planes de desarrollo, un suelo urbano en lo que fue un rancho o un ejido. En ocasiones estas organizaciones encabezan gobiernos municipales y se hacen cargo de cosas que el Estado o la federación no puede, como la construcción de escuelas y calles, pero en medio de todo aquello, hay jóvenes con ganas de cambiar las cosas. Algunos de estos jóvenes inician en una fiesta a cuestionarse la realidad y toman en sus manos acciones de corte político que implican la emancipación a una configuración del orden establecido, entornos donde se atomizan expresiones musicales, de grafiti y tatuajes que simultáneamente se construyen en ámbitos ideales para el comercio y consumo de sustancias, desde el cemento o el activo, el cristal, hasta los ácidos y las tachas, pasando por la mariguana y la coca rebajada. Algunos de los jóvenes que conocí entonces fueron asesinados, otros encarcelados por policías extorsionadores, y alguno más terminó trabajando para un cartel local. Todos aquellos chicos fueron papás muy jóvenes, prácticamente todos maltrataban a sus parejas. También conocí a otros jóvenes, quienes encontraron trabajo en la industria o en una tienda, quien terminó sus estudios universitarios y de manera formal obtuvo puestos de trabajo en instituciones gubernamentales o en la iniciativa privada: arquitectos, administradores, contadores, pero sobre todo maestros de primaria y secundaria.

Los códigos de aceptación y éxito social se fundamentan en la representación materialista de muchos de los habitantes, la televisión más grande, el estéreo y las bocinas en el coche, el celular más nuevo, los tenis de marca. En los límites de la precariedad se presenta un fetichismo material que no tiene otra utilidad que la representación de un individuo o una familia en sociedad. Pero curiosamente estos códigos se mezclan con la insuficiencia ontológica que encuentra salidas en iglesias cristianas y organizaciones como Pare de Sufrir que, además de explotar el vacío de las personas, congregan a grupos de personas que en ocasiones son solidarias. Otra constante es el fútbol en fines de semana, muchas canchas se llenan los fines de semana, con equipos de muchas categorías: el Real Madrid, contra los Pumas, el Inter de Milan contra el Boca Juniors, el América vestido de amarillo, contra el América vestido de negro, en un sin fin de canchas conocidas como llaneras. Partidos que terminan con cervezas en la orilla del campo. En estas canchas se conforman otras redes sociales que le dan un poco de orden a las diferentes dinámicas, se reconocen los de un barrio con los de otro, los de una preparatoria con los de otra, los de un comercio con los de otro. Se conocen de vista y apodo, se saben las historias mutuas de oídas, se saludan a la distancia y pueden incluso tomar una caguama juntos al final del partido, pero también ahí se marcan territorios, se establecen límites que obedecen a la ley del más fuerte. La testosterona se me figura como un instrumento de negociación permanente, la virilidad más tonta y necesaria para indicar quién entra y quién no a la calle, quien cruza por el barrio, o si el extraño tiene que darse la vuelta por otra parte para que no se revienten a puñetazos por pasar enfrente uno del otro. Muchas enemistades se forman por razones un tanto extrañas: una pelota que cayó en el patio del vecino y no la devolvieron, quien deja la basura junto a la puerta de alguien más, quien rayó el coche del vecino con una bicicleta, a quien no invitaron a una reunión de amigos de la calle. Conflictos que en ocasiones se materializan en gritos y mentadas, o bien, en puñetazos.

Foto: Arturo Ortiz-Struck.
 

Una extensión de la masculinidad que se despliega en estos entornos son los perros. Muchas familias tienen perros bravos, que sólo parecen hacer caso a quien les da de comer. Además de los millares de perros callejeros que deambulan escuálidos entre las banquetas, las tienditas y las salidas de la escuela. Los perros se reproducen sin control, habitan las calles, las coladeras y las entradas a las colonias, a veces forman jaurías que recorren los barrios en busca de algún incipiente tiradero de basura. Hay quienes reclutan a algunos de estos perros para organizar peleas entre ellos, también de gallos, las apuestas se disipan en reglas tan claras como una posible golpiza, y todo aquello se combina con otras fiestas de música electrónica, la cultura de la patineta y los empleos informales en puestos de la calle, en mercados sobre ruedas, en locales de pollos rostizados o panaderías, jarcierías, papelerías, taquerías y un sin fin de otros locales que distribuyen el empleo local de baja calidad. Son empleos que por lo general no cuentan con contratos laborales, no se pagan por nómina y tampoco ofrecen seguridad social, pero habilitan el flujo de efectivo que distribuye bienes y posibilidades. Este flujo tiene interrupciones financieras agresivas, tiendas como Coppel, Famsa o Banco Azteca que ofrecen crédito al consumo con altísimas tasas de interés; captan todo el dinero que pueden. Otros servicios financieros aparecen desde diversas fuentes públicas y privadas, muchos de ellos se enfocan en dar crédito a las mujeres.

Las mujeres son el sustento de todo aquello que permite la producción de suelo urbano informal, en ellas recae principalmente la congruencia, pero también el trabajo de llevar adelante una casa de la nada, en ellas recaen los hijos y en muchos casos los ingresos familiares, el pago de deudas, pero sobre todo en ellas recae la responsabilidad por los otros, la solidaridad y la familia. Lamentablemente en ellas también recae en ocasiones la violencia contenida de los hombres, las masculinidades tóxicas y las inseguridades de género de un sin fin de machos que terminan borrachos a la menor provocación, bailando con los transexuales en los bailes de los sonideros, gastando su ingreso en rines para el coche. En ellas recae la cuota de “Pare de sufrir” y del equipo de fútbol a donde juegan sus niños, el trabajo doméstico, alimentar al perro y mantener la casa.

Las relaciones sociales se desdoblan para establecer redes de interacción en las que los estratos de poder emergen para construir escenarios de alta vulnerabilidad donde la ley del más fuerte domina sobre lo demás, y esto aplica en diferentes magnitudes y direcciones. Mientras un joven violador puede someter a sus víctimas, un vendedor de mariguana puede reventarlo, mientras que otro personaje podría quitarle sus viviendas a ambos por falta de pago a alguna organización. En estos sitios la policía no entra, y no porque no pueda o quiera, sino porque como son nuevas zonas urbanas, no existe en la estructura policiaca elementos para proteger a una colonia que no está registrada. Pero también porque los policías son denominados «cerdos», apelativo que han ganado por extorsionar automovilistas, sembrar narcóticos a jóvenes para también extorsionarlos, vender culpabilidades a los ministerios públicos, asociarse con criminales y siempre estar involucrados en los crímenes. Si uno revisa las notas rojas de esos municipios, una gran cantidad de los detenidos han sido policías, judiciales o militares.

La lucha por la propiedad, pese a todo, atraviesa la precariedad y el hambre, las violaciones a niños y niñas, la violencia intrafamiliar y entre vecinos, la ausencia del Estado, así como todo tipo de condiciones que envuelven un escenario compuesto por la desconfianza mutua, el oportunismo y, paradójicamente, también por la solidaridad, el compromiso común y el cuidado familiar, todo por tomar un pedazo de tierra que será convertido en propiedad privada, en una colonia más que tendrá todos los servicios.

Las flaquezas humanas se presentan en cada situación al mostrar el conjunto de conflictos irresolubles que se alinean sorprendentemente para lograr una estructura urbana ortogonal, con calles pavimentadas y banquetas de concreto, con drenaje, alcantarillado, tuberías de agua y postes de luz, con casas de dos pisos rodeadas de pequeños comercios de todo tipo, con transporte público institucional.

Aún así los precedentes quedan grabados en las entrañas, los resentimientos afloran en capas de reclamos y señalamientos que duran años y que se van transformando en mitos.

La vorágine subyace al orden estructural de las calles, a los nuevos logros de equipamiento e infraestructura, a los avances de las familias en la construcción de sus casas, subyace a los fantasmas de tragedias cuando el crimen aflora o cuando los vicios arrasan con jóvenes y adultos o cuando una enfermedad socava la integridad familiar.

Existe un orden precario que se visibiliza en aspectos sencillos como no meterse en la fila de las tortillas, esperar el turno para subirse al micro o para entrar al cajero, a veces ese orden se altera, por ejemplo, cuando hay ley seca, todas las tienditas venden lo que sea sin miramiento; ese orden tampoco funciona cuando los habitantes son obligados a participar en marchas y plantones, cuando entregan sus credenciales de elector en elecciones, cuando suspenden los programas sociales porque los gobiernos federales y estatales no son del mismo partido, cuando es hora de pagar impuestos, cuando es común colocar diablitos para robarse la energía eléctrica o cuando un grupo comienza a cobrar derecho de piso y obliga a otros al comercio de narcóticos. Es tierra en negociación constante, milímetro a milímetro, es el devenir de múltiples intereses y objetivos que se desplazan unos sobre otros, que se devoran mutuamente, se minan, se destruyen, se impulsan y se reproducen sin control ni dirección.

Es una sociedad que se desdobla sin plan, a un alto costo subjetivo y material, nadie sabe cuantos kilómetros cuadrados se producen de ciudad informal cada año, pero la dimensión demográfica en este tipo de expresiones urbanas suma millones en todo el país.

En las últimas semanas he realizado recorridos por estos municipios. Las dinámicas cotidianas, pese al COVID-19, siguen vigentes y no parecen modificarse por las recomendaciones sanitarias. Mercados y comercios abiertos, colas para subirse al transporte público o para tirar la basura en un camión, la imposibilidad de dejar solos a los niños y la necesidad de dejarlos con los abuelos, población en riesgo. Si bien hay bastantes personas que pueden trabajar desde sus casas, las gran mayoría utiliza su cuerpo como valor de cambio, su fuerza de trabajo les permite una plusvalía de subsistencia: obreros, trabajadores de la construcción, trabajadoras domésticas, comerciantes y un sin fin de otras actividades que se realizan sin la menor alteración.

El tamaño y forma de las viviendas por lo general producen entonos obscuros y con poca ventilación, en general las proporciones de las habitaciones son correctas para el uso de una familia, pero insuficientes para permanecer indefinidamente: en muchos casos una casa aloja a dos o tres familias. Muchos jóvenes salen a pasar el tiempo en las calles, están solos porque los padres salen a laborar, por lo que la vida diaria sin escuela, sin dinero y sin trabajo se vuelve profundamente opresiva para los jóvenes, que no siempre toman las mejores decisiones y colocan a las indicaciones sanitarias en el cajón de los regaños.

Algunas personas usan mascarilla, alguien por ahí carga gel sanitario, pero la gran mayoría no. Veo una dinámica cotidiana que simplemente no puede atender los requerimientos sanitarios, la economía de las familias es incapaz de sostener un aislamiento, pero tampoco existen mecanismos para que soliciten las famosas ayudas que dará el gobierno a través de la SHCP, a las PYMES, y a los empresarios informales «registrados».

No sé como un gobierno pueda atender una coyuntura como la actual en estos sitios. Me parece que es una población acostumbrada a no recibir las mejores oportunidades y están a expensas de partidos políticos, organizaciones sociales, la demanda cotidiana por el sustento, el crimen, etcétera. El mensaje gubernamental consiste en que se atenderá primero a los pobres, y han anunciado medidas como pago anticipado de pensiones para adultos mayores, el progrgrama Jóvenes construyendo el futuro y becas para estudiantes. Recursos que sin duda ayudarán al sustento familiar en esta época, pero no veo estrategias que configuren empleo a futuro. La estrategia no impulsa modelos productivos, de por si difíciles de instrumentar, por el contrario, se podrían crear condiciones estratégicas que habiliten legítimamente modelos de desarrollo social y económico mediante la planeación territorial. Tampoco veo una estrategia que garantice condiciones preventivas de sanidad, salvo la comunicación federal que se vuelve abstracta y lejana.

Pero más importante, estas zonas en donde domina el devenir desarticulado de una sociedad que no ha tenido espacio en la formalidad económica, ni ha sido prioridad de gobiernos anteriores, no parece tener forma de interactuar con el Estado, exigir y participar políticamente. Además, no encuentro propuestas gubernamentales para una nueva articulación política.

Foto: Arturo Ortiz-Struck.