AMLO y los movimientos sociales. Más allá de los caballos de Troya

Hablar de la forma en que algunos sectores de movimientos sociales como el feminismo, el ecologismo o la diversidad sexual pueden volverse funcionales al statu quo es algo siempre delicado. Hace apenas unos días, el presidente López Obrador nos mostró cómo no hay que hacerlo. Por suerte, no es la única manera de acercarse a este tema, que hoy plantea uno de los retos más importantes para la izquierda.

En su conferencia mañanera del pasado miércoles 14 de julio, AMLO dijo que el movimiento LGBTQ y el ecologismo han sido utilizados para dividir a la población y hacerla olvidar la desigualdad social. El episodio fue el último desencuentro del presidente con los nuevos movimientos sociales. Anteriormente, AMLO ya había criticado duramente lo que él entiende por feminismo, dando a entender que se trataba de un caballo de Troya utilizado por los conservadores para atacar a su gobierno. ¿Estas declaraciones muestran que la 4T es un proyecto reaccionario? ¿O en realidad hay algo más de fondo que vale la pena discutir?

La cooptación de sectores y demandas de diversos movimientos sociales por el neoliberalismo es un hecho innegable. A la par que hay un feminismo emancipador y crítico del capitalismo, hay uno también esencialmente blanco, hegemónico, y hecho para el 1%. La diferencia que existe, por ejemplo, entre lo que representan la activista y filósofa marxista Angela Davis y la ejecutiva de Facebook Sheryl Sandberg no es trivial, aunque ambas puedan ser vistas como íconos de un mismo movimiento. Más allá de los dichos del presidente o de la hipocresía de algunos políticos y empresarios de derecha que un buen día se despiertan progresistas, el tema merece especial atención. 

Las declaraciones de AMLO del pasado miércoles ponen el foco sobre una disputa que lleva tiempo dando vueltas por el mundo y que ha cobrado fuerza en el México de la 4T: la que se da entre lo que la filósofa feminista Nancy Fraser llama neoliberalismo progresista y lo que podríamos considerar una izquierda tradicional o conservadora. ¿En qué consiste este conflicto? Dejemos que la propia Fraser lo explique.

En un texto publicado en la New Left Review hace algunos años (“A triple movement?, mayo-junio 2013), Fraser rastrea el origen de la cuestión en los años 1960, cuando nacen muchos de los llamados “nuevos movimientos sociales”. Tradicionalmente, explica la filósofa, la lucha de la izquierda se centró en la pugna entre lo que ella llama “protección social” y las fuerzas de la “mercantilización”. Esta visión, que fue el corazón del consenso de la posguerra, sigue animando a algunos políticos para quienes la prioridad es y será siempre la lucha contra la desigualdad económica. Sin embargo, en la década de 1960 surgieron luchas sociales que no encajaban en este eje, como el antirracismo, el nuevo feminismo y el multiculturalismo. Estos movimientos pugnaban por una idea de justicia entendida no como “redistribución” económica sino como “reconocimiento”, centrada en la cuestión de la identidad. 

Quienes protagonizaban estas nuevas luchas se cuidaron de no abrazar sin más a la derecha, a sabiendas de que el mercado a menudo no elimina la dominación, sino que sólo la re-funcionaliza (la propia Fraser escribió este texto donde ilustra cómo, en un cruel giro del destino, el capitalismo ha hecho suyas algunas demandas del feminismo que originalmente fueron planteadas como críticas a la explotación). No obstante, los nuevos movimientos sociales también fueron muy cautos en su relación con la izquierda tradicional. La razón era que el viejo proyecto de “protección social” de la izquierda implicaba para sus integrantes varias formas de explotación “no económica”, ya fuera a través del colonialismo, la desigualdad de género o la opresión de minorías. En ese sentido, estos movimientos abanderaban un nuevo proyecto político, que Fraser llama “emancipación”.

Frente a la visión maniquea que opone las fuerzas del mercado a las que defienden la sociedad, las reflexiones de Fraser permiten hablar de un triple conflicto o movimiento: entre las fuerzas de la mercantilización, la izquierda tradicional y los movimientos emancipatorios. Estos tres actores tienen proyectos políticos propios que pueden chocar entre sí, pero también poseen un potencial de ambivalencia que posibilita que formen alianzas.

Esta ambivalencia es especialmente notoria en los movimientos emancipatorios, que pueden aliarse tanto con la vieja izquierda como con el neoliberalismo. Llegados a este punto, Fraser advierte que hoy existe una peligrosa deriva de las principales corrientes de la lucha emancipatoria (feminismo, antirracismo, multiculturalismo) hacia una alianza con la mercantilización, dándole a ésta una nueva fachada, popular y seductora. Prestándole, en pocas palabras, su carisma. La materialización de este fenómeno es lo que esta autora llama “neoliberalismo progresista”. ¿Qué significa esto?

El neoliberalismo progresista es la alianza de algunos sectores de los nuevos movimientos sociales y ciertos sectores del mundo de los negocios como la industria del entretenimiento, las finanzas y la tecnología. En esta alianza, nos dice Fraser, las fuerzas progresistas se unen al capitalismo cognitivo, especialmente a las finanzas. En Estados Unidos, el resultado de este proceso ha sido la creación de una coalición en que ideales como la diversidad y el “empoderamiento” se unieron a Wall Street, Silicon Valley y Hollywood, y acabaron dándole brillo a toda clase de políticas anti-populares desde los años de 1990. 

No resulta extraño que el concepto de “neoliberalismo progresista” haya ganado notoriedad en Estados Unidos tras la victoria de Trump. No es mi propósito entrar en el debate sobre su rol en la derrota del Partido Demócrata en 2016. Me conformo con dejar claro que este tipo de alianzas, aunque parezcan contradictorias, no son inventos de AMLO: existen y juegan un papel importante en la política mundial. Sin el neoliberalismo progresista no se explican los triunfos de Emmanuel Macron en Francia o Justin Trudeau en Canadá, como tampoco las campañas de Hillary Clinton y Joe Biden. En México, la “reinvención” de Movimiento Ciudadano no es más que un fallido intento de “tropicalizar” este fenómeno.

Ahora bien, ¿el riesgo de este tipo de alianzas desacredita a todos estos movimientos sociales? Por supuesto que no. Como señala la periodista y antropóloga Nuria Alabao (“La izquierda conservadora y el fantasma del neoliberalismo”, 20 de julio de 2020), si bien se puede y se debe criticar a los políticos que han separado las políticas de reconocimiento de las políticas de redistribución económica e igualdad material, no se puede culpar a los movimientos sociales existentes de nuestra incapacidad colectiva para oponernos al avance del neoliberalismo. Como explica esta misma autora, “no se puede responsabilizar al feminismo, a las luchas LGTB o al antirracismo de la debilidad de los sindicatos o de la desarticulación del movimiento obrero”. En México y el mundo, estos procesos han sido mucho más complejos. 

Mi opinión es que, si bien el trasfondo de las críticas de AMLO tiene elementos de verdad, descalificar a todo un movimiento como cómplice de la derecha y tildar a sus demandas de ser meros distractores es injusto. No sólo eso: si lo que se busca es construir —y mantener— una coalición social capaz de hacerle frente a la hegemonía neoliberal, alejar a quienes podrían ser tus aliados es, además, un error político.

Más allá de las opiniones del presidente —marcadas por la coyuntura electoral, la resistencia a admitir la existencia de formas de opresión como el patriarcado y quizá hasta por una cuestión generacional—, ¿hay algo que puede hacer la izquierda frente a esta coyuntura? Se me ocurren tres acciones.

En primer lugar, el obradorismo debe comenzar por reconocer los distintos contextos históricos y sociales que dan forma a los movimientos sociales que hoy existen en el país, así como las tensiones y fracturas —especialmente las de clase— que los atraviesan, antes de descalificarlos. El modelo para hacerlo está dentro del propio movimiento en torno al gobierno de AMLO, donde mujeres y hombres han demostrado que los posicionamientos del presidente cuando habla de género y diversidad no necesariamente son compartidos por todos los que le apoyan.

En segundo lugar, los integrantes de los movimientos sociales progresistas deben reflexionar seriamente sobre la clase de sociedad que su activismo busca y prefigura. ¿Se trata de una sociedad basada en la democracia, la solidaridad social y el cambio radical? ¿O es una nueva versión del liberalismo que mantiene la lógica individualista y meritocrática en el que algunas mujeres y hombres avanzan mientras la mayoría se queda atrás?

Finalmente, debemos avanzar hacia una idea de la justicia social que no se entienda sólo en términos económicos —como parece ser hoy la idea predominante en la 4T— pero tampoco exclusivamente identitaria, sino que integre ambas esferas. En otras palabras, hay que tomarnos en serio la idea de la interseccionalidad. Es justamente eso lo que plantea Nancy Fraser desde hace tiempo en su trabajo. Nuestro horizonte ha de ser una idea de justicia que combine el reconocimiento simbólico, la redistribución económica y la representación política. No deberíamos conformarnos con menos.

Pensar que la igualdad material y la defensa de los derechos de las mujeres y las minorías son objetivos contrapuestos, como parece ocurrir en parte del obradorismo, es caer en una trampa. Como señala la propia Fraser, se trata de un falso dilema que la izquierda debe rechazar. Denunciar la existencia del neoliberalismo progresista es importante, pero construir una nueva alianza entre quienes luchan por la emancipación y los que defienden la protección social es imprescindible.

Ilustración: Huellas de Paz. Cortesía de @chambrit para Revista Común.
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