Nuestro nuevo gobierno es parte de los pocos que, en el escenario internacional, apuestan a una transformación de la sociedad que mejore la calidad de vida de la mayoría; es decir, apuestan por integrar al país a partir de su Estado de derecho, consolidando la democracia en todos sus sectores, además de la dignidad y una sociedad de bienestar. Instaurado a partir de las urnas, el gobierno de AMLO tiene el valor de poner en el centro de nuestro país al mundo del trabajo, de decir adiós al proletariado, lo que significa en nuestro contexto de decir adiós a la hiperexplotación. En virtud de ello, desarrolla dos frentes que van de la mano: por un lado, la lucha contra la corrupción y, por el otro, la valorización de la fuerza de trabajo y de su remuneración.

Nuestro modo de producción es precario, fragmentado, desigual, y es manipulado por una falsa representación sindical. Hasta hoy la democracia no había llegado al mundo laboral. La corrupción y la impunidad debilitaron nuestras instituciones, lo que posibilitó que los funcionarios mexicanos reciban los sueldos más altos del mundo. Desde hace muchos años, la investigadora Graciela Bensusán y el abogado laboralista Alfonso Bouzas defienden los derechos laborales y la democracia sindical en México, que se hicieron esperar en relación a la democracia electoral de los años 2000. El nuevo gobierno, en manos de AMLO, escogió como caballo de batalla la Ley de Austeridad Republicana, aprobada el 30 de abril. Ésta implica una lucha de tolerancia cero contra la impunidad y el reajuste de los gastos realizados por las instituciones públicas, que favorecieron la conformación de una casta tecnocrática obsoleta. Aunado a ello, la reforma laboral permitirá la apertura de los sindicatos a trabajadoras y trabajadores, a su derecho a la huelga y al trabajo digno, a resolver los litigios a través de nuevas estructuras profesionales, capacitadas y objetivas. Ese nuevo piso de derechos coloca las primeras piedras para la construcción de un nuevo modelo productivo.

Hace más de 10 años, Enrique de la Garza mostró que el éxito del modelo productivo mexicano respondía a que el mercado laboral ofrecía los sueldos más bajos de América Latina y del mundo. Hoy, el gobierno de AMLO pone atención a una cuestión urgente, la del incremento del valor del salario mínimo. Sin embargo, uno entiende el reto; se trata de desestabilizar lo que posicionó a México en el exterior, el modelo de exportación, y lo que generó inmensos beneficios a partir del crecimiento del capital al interior del país. AMLO percibió este reto desde el inicio de su campaña, lo que explica con claridad su voluntad de convocar a tres actores fuertes: el Estado, los sindicatos y los empresarios.

Ahora bien, su proyecto supone decir adiós al proletariado, reinventar el trabajo, encontrar nuevas figuras de vanguardia en las mujeres, los jóvenes, las comunidades, en los trabajos del futuro y no en los del pasado. André Gorz, amigo de Jean-Paul Sartre y cercano a México por su afinidad con Iván Illich y su colaboración en el Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca, estudió a fondo la producción. Cuando Gorz publicó en Francia Adiós al proletariado: más allá del socialismo (Adieux au prolétariat. Au delà du socialisme, 1980) tenía la intención de reactualizar una tesis de Marx presente en sus textos anteriores a la publicación de El Capital: no se trata de restablecer la “potencia portentosa de lo negativo” del proletariado, sino de encontrar los modos de producción que permitan una “desproletarización”, o mejor dicho para México, una deshiperexplotación. Marx usa el concepto de “desproletarización” en sus Grundrisse. Allí introduce una distinción conceptual fundamental entre obrero y proletariado. El obrero obra, produce saberes, es el motor de un trabajo liberador. Por lo contrario, el proletariado pierde sus saberes; al alienarse no puede defenderlos. La alienación absorbe y toca a todos los sectores, no sólo a los trabajadores menos remunerados y menos dotados en títulos o protección social. La alienación y la explotación absorben el trabajo intelectual, el trabajo técnico, cognitivo, político y administrativo. Cuando a través de la dialéctica Hegel hablaba de la “potencia portentosa de lo negativo”, la militancia de izquierda cometió el error de pensar que el valor del trabajo quedaba en sus luchas sociales. Siguiendo a Gorz, y más recientemente a Bernard Stiegler, podemos considerar que este aprendizaje es mínimo y que la emancipación sólo es posible a partir de un trabajo no-alienado.

En el caso de México, eso supone consolidar el proyecto del gobierno mediante la construcción de un pacto para establecer una nueva racionalidad económica. Desde mi punto de vista, las actuales propuestas del gobierno son esenciales políticamente. Sin embargo, por el momento las veo frágiles respecto al modo de producción y las potencialidades y retos que debe afrontar nuestro país. El programa “Jóvenes construyendo el futuro”, que ofrece un sueldo base de $3,600 pesos a nuestros jóvenes, la inversión en las refinerías, la energía eléctrica, el Tren Maya, no nos permitirán salir de la lógica del trabajador precarizado y de un mercado laboral fragmentado que reproduce las desigualdades sociales. Es necesario crear un régimen que reconozca y remunere el trabajo no-alienado. El tema de la transición energética constituye un buen ejemplo para México. Se requiere que el sistema educativo y el sistema productivo mexicano sean capaces de crear valor a partir de sectores que producen conocimientos y empleos inalienables, como los vinculados a las energías renovables, la producción local de alimentos, las movilidades limpias; ello nos permitirá desarrollar un trabajo liberado y liberador.

Me podrían objetar que suena “fifí” hablar de la generación de nuevos conocimientos y de la transición energética en nuestro contexto y, por lo mismo, negar la apología de una civilización que se articuló sin vergüenza en torno a la alienación y el antropoceno —el control del cuerpo y el control del planeta—. ¿Sonaban “fifí” las tesis de Gorz en su época? ¡Sin duda! Sin embargo, Gorz fue un gran lector de Marx y lo renovó; sabiendo que sus textos no eran sagrados, los trascendió y pensó en el modo de producción. Además, estos nuevos conocimientos no sólo tienen que ver con ecología; más bien implican revalorizar saberes ya existentes y que exista reconocimiento de los mismos. Los saberes inalienables están allí, en nuestros jóvenes, en las mujeres, en el tejido social y comunitario de México que, en la actualidad, negamos al extremo. El argumento que quiero defender acá es que debemos romper con el modo de producción y de distribución capitalista desde sus centros y periferias, y también con el modo de consumo capitalista, para dar lugar a un nuevo modo de producción en el que el saber recupere su valor, prevaleciendo sobre la alienación, la robotización y la precarización de los saberes.