¿Alborotos en Cataluña?

Manifestación en Barcelona el 18-10-2019. Foto: Joan Casanovas.

El ciclo de las protestas del movimiento independentista que hoy vivimos en Cataluña empezó el 10 de julio de 2010 con una manifestación de unas 100 mil personas. Se convocó para protestar contra la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) con la cual liquidó los artículos principales del estatuto de autonomía que había aprobado el Parlamento de Cataluña en septiembre de 2005, y después de que «le pasaran el cepillo» también lo aprobaron el Congreso de Diputados y el Senado españoles y finalmente fue ratificado por un referéndum en Cataluña en junio de 2006. El itinerario que siguió este estatuto de autonomía fue estrictamente constitucional y por esto cuando el TC lo liquidó en la práctica, la mayoría de los diputados del parlamento de Cataluña lo percibió como una liquidación anti-democrática por un tribunal que, pese a ser el constitucional, se saltaba el orden constitucional. El catedrático de derecho constitucional de la Universidad de Sevilla Javier Pérez Royo calificó la sentencia de «Golpe de Estado en Cataluña».

En la manifestación que siempre se hace en la tarde del día Nacional de Cataluña («La Diada») del 11 de septiembre de 2012 se produjo una explosión de irritación popular en la que participaron entre 1.5 y 2 millones de manifestantes. Desbordó cualquier previsión de los partidos que la apoyaron y adquirió un marcado sentido independentista que desde entonces han encabezado las organizaciones cívicas Òmnium Cultural y la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Se notaba la irritación colectiva, pero no hubo altercados de ningún tipo. Desde entonces este malestar ha guiado la protesta cívica bajo el signo del independentismo, pese a que no todos los que participan en ella son independentistas. La mesocracia catalana empezaba y encabezaba un ciclo de protesta masiva. Cuando, siendo yo un adolescente, asistí con mi familia a las manifestaciones de la Diada en Sant Boi de Llobregat en 1976, y en Barcelona en 1977, sólo vi una esperanza masiva en la Cataluña autonómica. Ahora la esperanza es otra.

El Estado se ha cerrado en banda a negociar una salida a la sentencia del TC de 2010. En consecuencia, desde hace años los partidos soberanistas (o independentistas) suman la mayoría de los diputados del parlamento de Cataluña. Además, todas las Diadas del 11-S han superado el millón de manifestantes, excepto la de 2019, que según varios diarios españoles había «pinchado» porque la Guardia Urbana de Barcelona daba la cifra de «sólo» 600 mil manifestantes. No obstante, la lectura correcta es la contraria. Cualquier buen observador debería haber detectado que quizás faltaron los que, a partir del día 14 de octubre, han cortado carreteras o se han enfrentado a la policía de forma menos pacífica que en manifestaciones anteriores (las cuales sí fueron absolutamente pacíficas).

A lo largo de septiembre el gobierno español en funciones ha preparado un ciclo represivo contra el independentismo catalán, dirigido a arrebatar votos patrióticos en las elecciones generales del 10 de noviembre a los partidos que se proclaman a la derecha o a la izquierda del PSOE. Son las segundas generales en lo que va de año, y las cuartas en cuatro años (2015, 2016 y 2019), lo cual es un indicio claro del bloqueo en que ha entrado en la política española desde que el Estado ha colocado a Cataluña en una órbita política extraterrestre.

Según el gobierno, la semana del 14 al 18 de octubre de 2019 debía ser un ejemplo de dureza del Estado contra quienes disienten de él. La semana que comienza ahora, la del 21 de octubre de 2019, debe ser tranquila y así poder sacar pausadamente de Cuelgamuros el cuerpo del dictador. El objetivo es dar una imagen de moderación política y sensatez, en un Estado que no encaró suficientemente algunos lastres del régimen anterior.

Regresemos al ciclo que se inició el pasado día 14 con la comunicación de la sentencia del Tribunal Supremo (TS) a los nueve dirigentes políticos o cívicos catalanes. Fueron encarcelados preventivamente en otoño de 2017 bajo la acusación de «rebelión», pero el TS los ha condenado por «sedición» a penas que van de nueve a 13 años de cárcel y que suman casi 100 años. Las condenas son por haber impulsado desde el gobierno autonómico, la Generalitat de Cataluña, el referéndum soberanista del 1-O en el 2017. En palabras de Jordi Cuixart, uno de los condenados en la sentencia ha sido «históricamente el ejercicio más grande de desobediencia civil en Europa «.

Unas semanas antes de que el TS dictara sentencia el pasado lunes, el gobierno español decidió que de nuevo se aplicara la medicina de Molière al independentismo enviando a Cataluña refuerzos de la Guardia Civil y la Policía nacional, en coordinación con la policía autonómica (los Mossos d’Esquadra). Para certificar qué parámetros seguirían, en septiembre la Guardia Civil detuvo a nueve jóvenes independentistas bajo gravísimas acusaciones poco creíbles, que han suscitado varias manifestaciones de apoyo a los detenidos. Siete de ellos siguen en prisión preventiva.

A continuación, simplemente escribo unos apuntes de lo que presencié o considero información contrastada. Durante el lunes 14 de octubre por la mañana se supo la sentencia del TS contra los nueve dirigentes independentistas, después de varias filtraciones a la prensa durante el fin de semana anterior. Al mediodía salí a hacer un par de gestiones en Barcelona. Durante mi recorrido de dos horas por la ciudad, me encontré con una fuerte presencia policial en la estación de ferrocarriles de Sants, la principal de la ciudad. Sólo podían entrar en ella unos pocos pasajeros de los trenes de alta velocidad. Una hora más tarde me encontraba en el centro de la ciudad. Al salir del metro en el Paseo de Gracia presencié varios micro-cortes de tráfico. En cada corte de tráfico había pocos manifestantes, pero eran varias las acciones que estaban en marcha. Por la calle a mi lado andaban cuatro chicas. Una de ellas dijo que esta vez debían hacer una protesta mayor que la del 1-O del 2017. Las otras tres asintieron con severidad.

Después descubrí que el bloqueo de todo el centro de Barcelona tenía que ver con la red de Telegram para coordinar la protesta cívica llamada «Tsunami Democràtic«. Para acceder a sus mensajes, se necesita un código QR que debe proporcionar alguien que ya esté inscrito. Al día de hoy tiene más de 300 mil inscritos, lo que le da un gran peso social (la TV «France 3 « emitió un breve resumen sobre ello). Es evidente que el Tsunami está siguiendo algunas de las tácticas de protesta de los manifestantes de Hong Kong. Hacia las 14h tomé un metro en dirección a mi casa en Sants. El andén estaba lleno de manifestantes. Llevaban pocas banderas independentistas. Al cabo de un rato, de entre ellos salió un cartelito bien impreso que decía «AL AEROPUERTO» (el cual está a unos 15 kilómetros de la ciudad). Era una consigna que había permanecido en secreto hasta entonces. Los manifestantes subieron al metro y emprendieron el camino del aeropuerto. Allí, de forma inmediata y masiva, miles de ellos bloquearon totalmente hasta medianoche la Terminal 1, la más importante y moderna de las dos existentes. Durante la ocupación del aeropuerto se cancelaron muchos vuelos, el transporte público dejó de funcionar y los accesos por carretera quedaron cortados por los manifestantes que se vieron obligados a llegar a pie desde estaciones de metro y tren que estaban a varios kilómetros. Los pasajeros quedaron atrapados en las terminales o, como máximo, pudieron andar de una a otra con las maletas a cuestas en un trayecto de más de 4 kilómetros.

A pesar de la fuerza que usó la policía (extrema en varias ocasiones), era tal la presencia de manifestantes que el aeropuerto siguió bloqueado a lo largo del día. La policía autonómica participó en las cargas contra los manifestantes junto a la Policía Nacional. Era el inicio de una ola de represión policial muy intensa, extensa en el territorio y prolongada. Desde su inicio, las declaraciones del presidente del gobierno español y de su ministro del interior han suscitado un rechazo colectivo, incluso entre personas que nunca han sido independentistas. Ofende que el Estado sólo hable de represión en lugar de buscar una solución negociada con la Generalitat de Cataluña.

Cartel en la manifestación del 18-10-2019, cerca de donde se estaban produciendo cargas policiales. Foto: Joan Casanovas.
 

En la tarde del martes 15 se extendieron los cortes de carretera y las manifestaciones en contra de la represión política y a favor de la independencia de Cataluña. En algunos de estos cortes se han producido agresiones explícitas de conductores que han arrollado a manifestantes con su automóvil.

El miércoles 16 comenzaron las seis «Marchas por la libertad». Partieron de los extremos de Cataluña para llegar el viernes 18 y participar en una gran concentración en el Paseo de Gracia. Algunos tramos superaron los 50 kilómetros. A lo largo de ellos había puntos de descanso con sillas y comida para los manifestantes en ruta, muchos de los cuales pasaron la noche en casas particulares que abrieron sus puertas para ello. Su éxito fue tan rotundo que el viernes, poco antes de que formalmente comenzara la manifestación en el Paseo de Gracia, el partido de izquierda no independentista «Catalunya en Comú» anunció que se sumaba a la manifestación.

Con toda esta movilización ciudadana en marcha, el jueves 17 el ambiente entre los manifestantes más jóvenes en las ciudades estaba muy encendido. Las manifestaciones empezaban de forma estrictamente pacífica, pero las cargas policiales eran continuas y especialmente duras por la noche: en los enfrentamientos se produjeron muchos incendios de contenedores de basura (que son de plástico) y lanzamiento de objetos diversos. Los jóvenes han levantado barricadas de fuego o incluso de adoquines, lo cual recuerda lo que la ciudad vivió en otras épocas. El número de heridos ha crecido día a día. El domingo 20 de octubre de 2019 se contabilizaban 579 heridos. Cuatro de ellos han perdido un ojo porque la policía ha disparado pelotas de goma (ilegalizadas por el Parlamento de Cataluña en 2014) o proyectiles viscoaelásticos (“foam»). Además ha habido bastantes detenidos, 28 de los cuales están en prisión preventiva.

El viernes presencié la llegada de una de «las marchas por la libertad». Entró por la Gran Vía. El ambiente era festivo y familiar. La mayoría de las personas que se congregaba al verla pasar expresó su apoyó. Algunas personas (pocas) exhibieron banderas españolas, y ninguna fue increpada en absoluto. El ambiente era muy distendido.

Por la tarde presencié la inmensa manifestación en el Paseo de Gracia de Barcelona (según la Guardia Urbana había más de 500 mil personas). En otras ciudades de Cataluña hubo importantes manifestaciones. Además, durante el viernes y el fin de semana ha habido manifestaciones de apoyo en Madrid, Mallorca, Valencia, San Sebastián (Donosti), Oviedo, etc. Han tenido tal impacto, que la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid ha pedido que se prohíban dichas manifestaciones.

Manifestación en Barcelona el 18-10-2019. Foto: Joan Casanovas.
 

La manifestación de Barcelona fue festiva, pero en la zona de la Vía Laietana hubo fuertes cargas porqué allí se encuentra la sede principal de la Policía Nacional en Cataluña. Es la misma sede donde durante la dictadura se detuvo y torturó sistemáticamente a los opositores. Cuando empezaron las cargas, la zona estaba llena de chicos y chicas. La mayoría no superaría los 20 años de edad. Entre ellos se notaba la presencia de algunos manifestantes «fogueados» en los enfrentamientos con la policía. La multitud los miraba con admiración. Eran altos, fuertes y su rostro expresaba gran determinación. A medida que se intensificaban las cargas policiales, pese al humo de los contenedores incendiados, los disparos y las nubecitas de gas pimienta, una gran masa de chicas y chicos siguió dirigiéndose hacia el lugar de choque.

La conclusión es sencilla: hay dos protestas en marcha. La primera, la de la mesocracia que durante años se benefició de la extrema estabilidad política catalana y que ahora no ve salida en el marco que está imponiendo el Estado español. Esta mesocracia facilita que el independentismo gane adeptos entre las clases populares y contribuye a consolidar el de los sectores bienestantes.

En segundo lugar, junto a esta protesta mesocrática, se extiende la protesta de la juventud hija de ella, pero a la que se van incorporando jóvenes de condición más humilde. Esta juventud durante años ha ido forjando el sentimiento de que el Estado sólo ofrece represión y les niega su identidad generacional y nacional. El discurso oficial es que disfrutan de tanta libertad que incluso pueden expresar cualquier identidad sexual. Este es un tema ampliamente superado entre ellos y por lo tanto secundario. Después de años de no percibir ningún cambio, esta juventud empieza a pensar que sólo la desobediencia cívica no es suficiente. No cree en la violencia en absoluto, pero empieza a pensar en formas de enfrentamiento menos tranquilas. Prueba de ello es que se ha enfrentado las cargas policiales con tal voluntad, que el domingo 20 cesaron.

El día de hoy, lunes 21, las protestas continúan en forma más moderada y no ha habido cargas policiales. En ausencia de cargas policiales, la tranquilidad en las calles ha regresado. ¿Cuánto tiempo durará? El gobierno español necesita frenar la espiral de enfrentamientos en Cataluña porque persistir en la represión más dura, lo debilita para proyectar una imagen de control de la situación. Sin embargo, de momento sólo ha conseguido embarcarse en una nube gris cuyo rumbo es incierto.

La protesta de la juventud bajo la bandera independentista la acerca a otros movimientos juveniles en Europa. No es casual que las «Armillas Amarillas» de la Cataluña Norte hayan apoyado el corte en la AP-7 en La Jonquera, cortando la A-9 en El Voló, el municipio francés que se encuentra al otro lado de la frontera española.

En resumen, la gran mayoría de manifestantes se ha mantenido pacífica, pero la juventud empieza a dar indicios de fatiga con la directiva independentista, extremamente moderada en sus formas de protesta. La represión en contra de los dirigentes de los partidos independentistas mantiene su relevancia política como símbolos de la represión estatal que perdura y se extiende. Paralelamente impulsa la descentralización del independentismo y, por lo tanto, lo hace más maleable hacia sectores sociales hasta ahora distantes.

 

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