Agencias femeninas y luchas indígenas en América Latina

Una de las imágenes más emblemáticas de las protestas sociales en Ecuador acaecidas a principios de octubre fue la de una mujer, con vestimenta tradicional de la sierra, parada en medio de una calle del centro de Quito, cuyo rostro está cubierto por una mascarilla para soportar la humareda de gas lacrimógeno que la rodea. La foto fue tomada, azarosamente, por David Díaz Arcos y se hizo viral porque recogió, con toda la fuerza retórica que puede tener un imagen, una de las cuestiones que aparecía constantemente en las crónicas y reportajes sobre las marchas y protestas: la gran cantidad de mujeres que en ellas participaban, muchas acompañadas de adolescentes y niños, otras más con bebés cargados a sus espaldas. Incluso el 12 de octubre, en medio de las múltiples protestas organizadas por todo el país, hubo una marcha de puras mujeres en la capital.

            La participación de mujeres en los movimientos de protesta sociales vinculados con comunidades indígenas en América Latina es amplia y ha suscitado interés, debates, pero sobre todo, encuentros y redes que han buscado hacer visibles las luchas específicas de las mujeres en y para sus comunidades. Se trata de colectivas, organizaciones políticas y agencias múltiples, dentro de las cuáles algunas se identifican como abiertamente feministas y otras prefieren deslindarse de estos movimientos. Su adherencia o no a los feminismos tiene mucho que ver con las relaciones históricas —algunas de ellas desafortunadas— que el feminismo ha entablado con las mujeres provenientes de los distintos grupos y comunidades. Este desencuentro se manifestó en la incapacidad de los primeros feminismos urbanos y clase medieros, de otorgar a las mujeres indígenas posibilidad de agencia. Francesca Gargallo señala cómo ese primer feminismo latinoamericano “vio a las mujeres indígenas […] como atrasados resabios de una cultura a superar, tal y como los liberales vieron a todos los pueblos indígenas, e intentó intervenir sus vidas y decisiones mediante la acusación de no ser capaces de desarrollo o liberación.” (Gargallo, “Los feminismos de las mujeres indígenas: acciones autónomas y desafío epistémico”.

Esto es lo que sucede, por ejemplo, con la representación de las mujeres tzeltales y tojolabales que hace Rosario Castellanos en Balún Canán (1957). A pesar de sus buenas intenciones, la escritora no logra salir del marco proyectado por la mirada indigenista de principios del siglo XX: si bien su novela es una denuncia de la explotación de las mujeres (tanto burguesas como tzeltales) cuando se refiere a las mujeres de los trabajadores y peones de la hacienda de los padres de la niña protagonista de la novela, éstas aparecen como las víctimas absolutas del régimen patriarcal, pero también como mujeres condenadas, por su clase social, sus orígenes y su visión del mundo, a permanecer en la desorganización, la inmovilidad y la ignorancia.

            Las imágenes de las marchas en Ecuador están muy lejos de esta representación. Al contrario, muestran la capacidad de agencia y de organización de las mujeres. Muchas de ellas pertenecen a colectivos que buscan defender específicamente los derechos femeninos, tanto al nivel nacional como dentro de sus propias comunidades. Muchas otras son líderes de secciones de movimientos más amplios, como Marta Chango, coordinadora provincial del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, ala progresista de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador).

    Las agencias de las mujeres pertenecientes a comunidades indígenas son amplias y sobre todo heterogéneas. Es por eso que resulta problemático integrarlas a todas dentro de un marco común. En algunos movimientos, como el zapatismo, esta agencia se produce en un doble frente: por un lado, dentro del movimiento general del zapatismo, donde las mujeres comparten programas y cierran filas con sus compañeros de lucha. Al mismo tiempo, organizan acciones que van específicamente orientadas a reflexionar sobre la condición de las mujeres dentro y fuera de la comunidad, como son las violencias de género domésticas, pero también aquellas que acontecen fuera del hogar, a las que muchas de ellas están expuestas: como la violencia militar y paramilitar, el problema de la restricción en sus desplazamientos, la desigualdad en la posibilidad de acceder a la educación, así como su participación en la acción política. Esto ha derivado, por ejemplo, en la organización de encuentros zapatistas convocados por mujeres para mujeres, como sucedió durante marzo del 2018 en el Caracol Zapatista de Chiapas o con la propuesta de la Ley Revolucionaria de Mujeres.

Al contrario de lo que comúnmente puede pensarse, muchas mujeres pertenecientes a comunidades indígenas asumen abiertamente la reflexión contra los distintos sistemas patriarcales “ancestrales” y “occidentales”. Francesca Gargallo recoge varios de ellos en el libro Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América (2014). En éste recupera, por ejemplo, las propuestas de la feminista comunitaria maya-xinka Lorena Cabnal, quien afirma la existencia de un patriarcado al que denomina “ancestral originario” con valores y cosmovisión propios. Éste sentó las bases para la penetración de otro tipo de patriarcado, al que llama occidental, durante la colonización (Gargallo 2014, p. 12). Frente a esta encrucijada o “entronque de patriarcados”, como lo denomina Julieta Paredes (Hilando fino desde el feminismo comunitario, 2010), es que se están construyendo muchas de las reflexiones de los feminismos comunitarios en México, Bolivia, Guatemala, Chile, Perú, Colombia o Ecuador. En ellos se combina una fuerte crítica a las políticas homogeneizadoras del Estado-nación, al capitalismo trasnacional, al despojo de territorios y recursos naturales, al extractivismo y al racismo, combinados con propuestas para combatir la inequidad de género dentro los sistemas patriarcales tanto comunitarios como nacionales. A ellas les debemos el lema: “¡No hay descolonización sin despatriarcalización!” porque, en efecto, no hay manera de descolonizar el pensamiento y el territorio si no nos tomamos en serio, como sociedad, el combate a las estructuras patriarcales que todavía siguen colonizando nuestros mundos.

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