¿A mitad de nuestro camino? De izquierdas mexicanas y cocinas

Las personas de izquierda en México estamos llamados a sentarnos a la mesa. El 2022 marca la mitad del sexenio “de la regeneración nacional” y hasta ahora no nos queda muy claro “con qué se come” esta cuarta transformación y menos aún cuáles y en cuánta cantidad son los ingredientes de izquierda para el guiso. Acusado por unos de insípido, por otros de indigesto y por sus fieles comensales de que aún no está (¿cuánto son los “cinco minutitos” que le faltan para estar al punto?), la cocina (¿económica?) del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ya tiene fecha de caducidad. A mitad del sexenio, y para terminar con las metáforas gastronómicas (sí, esto fue escrito de madrugada y con agruras), vale cuestionar qué se está cocinando para la siguiente bacanal en esas fondas, comedores populares, hosterías y tabernas que han sido las izquierdas mexicanas. ¿Estaremos mejor posicionados en 2024 que cómo llegamos a 2018? De eso va esta primera columna del año.           

Ser de izquierda es ante todo una auto adscripción. Más allá de ciertos periodos cuando la geopolítica y las confrontaciones internas en muchos países han llevado a que sea un signo de denostación, persecución y estigma por el cual tengan que ser escondidas o difuminadas estas credenciales; las personas de izquierda generalmente nos reconocemos orgullosas de pertenecer a ella aunque los objetivos y adjetivos con los cuales la acompañamos sean disímbolos y vayan desde “el no mentir, no robar, no traicionar” hasta la expropiación de los medios de producción y el autogobierno de la vida. Para todes en este amplio abanico, los verdaderos entuertos comienzan cuando las pasiones encarnan proyectos —en la práctica política y la teórica— y dan resultados que nos acercan o alejan de esa imagen del mundo menos injusto y desigual, por la que apostamos.

En el México actual, las izquierdas sufren una grave impotencia al no poderse pensar por sí mismas. Esto se lo podemos achacar —o no (hay otros casos en que la vuelta de página se logró dar más satisfactoriamente)— a un contexto postcomunista global. Sin embargo, en el ámbito local e inmediato, la causa más visible es que AMLO ha eclipsado ese debate, no sólo con sus juicios y posicionamientos que pautan la agenda pública, sino al constituir el rasero con el que se adhieren o desmarcan las organizaciones, actores y movimientos sociales de izquierda que otrora tuvieron programas y marcos de referencia propios. Este es un déficit mayor en nuestro campo político que históricamente se caracterizó por proponer soluciones a la cuestión social, a saber, los grandes problemas producto de la desigualdad económica, el poder político y las opresiones de toda índole.    

Esta impotencia zurda para autoanalizarnos y criticarnos no es nueva ni ocurre en el vacío. La larga tensión autonomía vs Estado (debate que hemos buscado relanzar para el México actual desde Revista Común) es en pocos sitios tan extrema y prolongada como en nuestro país. Los motivos van desde lo demográfico (la población de comunidades de menos de 2500 habitantes es de casi 27 millones según el Censo de Población y Vivienda 2022) hasta lo psicohistórico (nuestra herencia colonial y neocolonial) y lo socioeconómico (los altos niveles de desigualdad). Esta condición se cristalizó en el mundo postcomunista mexicano en la muy breve luna de miel y posterior distancia y confrontación creciente entre el neozapatismo, comandado por el EZLN, y los partidos nacional-populares antes hegemonizados por el PRD y ahora por Morena. No es mi intención glosar el mito de Sísifo una vez más, sino apuntar algunos espacios de oportunidad a tres años de gobierno y que cada uno de estos dos polos de izquierda tienen a partir de sus propias lógicas, trabajo e inserción.

Es imposible hablar de la izquierda oficialista y no comenzar por su partido. Morena es un ejemplo exacto de cómo el “amlocentrismo” obtura la discusión de un programa, en este caso en el partido con más puestos de representación, presupuesto y poder político que ningún otro en la historia de la izquierda mexicana. No es sólo que sus divisiones internas operen en torno a la fidelidad o distancia del líder, sino que sus espacios de deliberación donde se podrían delinear un programa mínimo son sistemáticamente eclipsados por la rebatinga electoral. A reserva de lo que pase el próximo 5 de febrero, me parece que hay poco por reinventar allí para la izquierda del lopezobradorismo. Veo más posibilidades de reflexión en una verdadera novedad a la llegada de AMLO: la inserción de esta izquierda en el Estado. Ante el déficit histórico de cuadros técnicos y de carrera, ¿no deberíamos fijar el análisis en áreas de gestión a nivel nacional inexplorados por la izquierda hasta este gobierno como la comunicación social, la gestión ambiental o los contradictorios programas sociales? Otras experiencias particulares como las fiscalías contra el feminicidio, el cálculo y cobro de impuestos a las empresas evasoras, la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990 o la implementación de la nueva regulación al outsourcing y la transparencia sindical, ¿no serían experiencias que aquilatar?   

Otros desafíos están por despuntar a partir del posible contacto con la movilización popular en la que puede ser la madre de todas las batallas contra lo que queda de los partidos abiertamente neoliberales y los capitales extranjeros: la reforma eléctrica. En la lucha por su aprobación se dará un poco frecuente encuentro entre organizaciones urbanas, de trabajadores y pequeños núcleos anticapitalistas, con la iniciativa estatal en una de sus prioridades estratégicas. Este año habrá que ver cómo evoluciona este combo y sobre todo si logra trascender alguna iniciativa que estructure la movilización más allá del llamado del presidente a defender la soberanía energética, y si se toman en cuenta los aspectos ecológicos y de respeto al territorio y las comunidades en su diseño.

En la trinchera autónoma también hay escenarios inusitados a partir de la refuncionalización territorial y extrema violencia a la que se enfrentan sus comunidades. El marco es defensivo como pocas veces y las alianzas escasas para el tamaño de amenaza a la que están expuestos. El arranque del Tren Maya es el más explosivo de una lista de atentados contra el ejercicio de las autonomías indígenas que ya han costado mucha sangre a manos de empresas, gobiernos y crimen organizado. En este contexto sombrío, un aspecto muy importante es la conversación que ha ocurrido sobre el funcionamiento discriminador y hostil del sistema contra los muchxs otrxs (mujer, migrante, pobre, prieto, infancias, diversidades); esta creciente sensibilidad es importante porque genera conversaciones que nos permiten demonizar al clasismo, racismo, la transfobia y demás prácticas de las cuales se alimentan las derechas. Cada vez nos parecen más rancios sus valores y actitudes junto a sus intragables fantoches que las ejemplifican de manera más grotescas ante el cuestionamiento. Este 2022 las exhibiciones obscenas de los Quadris, Chumeles, Palazuelos y gobernadores de Nuevo León no están cerca de terminar, para desgracia de nuestros estómagos.

El movimiento neozapatista fue un parteaguas en visibilizar y movilizar al otrx no blanco-varón-heterosexual, la campaña de Marichuy reactivó y actualizó ese diálogo contra la violencia y las varias y yuxtapuestas discriminaciones. Esperemos que las energías actuales contra los modelos hegemónicos de individuos incluyan la formación de un polo político organizado que defienda el derecho de ser quien uno es y nuestra vida en comunidad. Y también a quienes les debemos mucho para que esta conversación se esté dando. Por su parte, ojalá las autonomías entablen un diálogo y reconozcan iniciativas más allá de las propias, como hizo el EZLN al llamar a participar en la consulta de juicio a los expresidentes.

Las izquierdas en México, nacional popular o autonomistas, tienen capacidad de fortalecerse orgánicamente, pero en ambos casos —a mi parecer—para aprovechar esas oportunidades tienen que intentar paradójicamente las cosas fuera de sus esquemas recurrentes y frenar sus inercias sectarias. El viejo dirigente trotskista Ernest Mandel (espero que con alguna dosis de humor) decía que para comenzar a trascender la tentación sectaria el número mínimo de militantes comprometidos, bien organizados y con un programa político claro eran 100. En México necesitamos muchas organizaciones así para revertir el estado actual de las izquierdas. Ahora que nos maravillamos por el triunfo de Gabriel Boric en Chile vale recordar que la energía antagonista del reventón de 2019 fue posible canalizarla hacia un proceso constituyente y un frente electoral ganador, gracias a la existencia de una capacidad organizativa y reflexiva de las izquierdas chilenas que hila orgánicamente desde 2006, por lo menos, y que se gestó en condiciones neoliberales bastante adversas también.[1]  

La mitad del camino del actual sexenio puede ser un buen momento para hacer un alto en el camino, repensar nuestro actuar y dilucidar las oportunidades que está situación inédita en México contiene para nuestras izquierdas. Ya sea como un componente que radicaliza al bloque histórico del cambio o como una izquierda que busca la emancipación en el afuera de la estatalidad. En esas cocinas, el caldo se puede mejorar para que sea digerible o el platillo alternativo que ofrecemos logre ser basto y apetecible para las mayorías. El lujo que no podemos darnos las izquierdas en México es ser comida chatarra.


[1] La doble y entrelazada distinción del México actual por la violencia generalizada y la frontera mexicana serán analizadas en entregas posteriores de esta columna, espero.  

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