1. – Si en América Latina, el siglo XX se despidió dejando una estela de procesos dictatoriales y guerras civiles como herencia lamentable, a esto deberíamos sumar el exilio como una experiencia epocal que terminó por desbaratar la utopía comunitaria que caracterizó al imaginario progresista regional. Así mismo, el siglo actual parece enfatizar, cada vez más, la condición estructural de la precarización capitalista de la vida, cuestión que se expresa en una serie de procesos de devastación y pérdida de derechos de la población en general, entre ellos, el paso del exilio a la migración forzada. En efecto, los actuales procesos migratorios no pueden ser entendidos sin considerar la transformación general del patrón de acumulación y el proceso de globalización financiera y cultural. En tal caso, no afirmamos que las migraciones sean un fenómeno reciente, por el contrario, cualquier análisis histórico dedicado al estudio de las formaciones capitalistas y sus demandas de mano de obra, mostrará que le es inherente al modo de producción capitalista el estimular procesos migratorios para acondicionar contextos favorables a la acumulación (Giovanni Arrighi. The Long Twentieth Century: Money, Power and the Origins of Our Time, 2009). Sin embargo, lo que sí resulta inédito es el hecho de que con la expansión de los procesos de acumulación a escala planetaria, la migración aparece ahora como efecto masivo de una constelación de procesos interrelacionados entre los que hay que destacar, prioritariamente, las mismas transformaciones de la acumulación, ahora intensiva y flexible; la metamorfosis histórica de la soberanía y de las instituciones políticas modernas sometidas a una sostenida crisis de legitimidad; y, por supuesto, el cambio de naturaleza de la violencia política y la guerra que habría transitado desde las luchas partisanas hacia los ubicuos ataques terroristas (Carlo Galli, La guerra globale, 2002), y desde la Guerra Fría como modelo de guerra monumental, a las guerras acotadas y diversificadas, que se multiplican según las necesidades de los procesos de acumulación. En última instancia, para entender los actuales procesos migratorios, forzados y masivos, hay que analizar la interrelación entre guerra, soberanía y acumulación.

2. – Según una serie de reportes relativos al cambio climático y al calentamiento global, en muy pocos años estaremos confrontando una crisis humanitaria radical en la que se pronostican más de 500 millones de refugiados y migrantes climáticos (Naomi Klein. Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, 2015). Es más, los proyectos de la inteligencia militar norteamericana ya no tienen como objetivo la reversibilidad de este cambio climático, asumiendo el punto radical de su irreversibilidad, por eso ahora los recursos se invierten en procesos de adaptación funcional a estas nuevas condiciones de vida. De más está decir que esta adaptación funcional también es selectiva, es decir, que está pensada sobre un cálculo que en su misma posibilidad termina con la utopía moderna de la humanidad como especie. Esto es lo que ha sido denominado militarización del medio ambiente, cuestión que define los grandes proyectos de investigación y de inversión en la actualidad, más allá de las clásicas preocupaciones humanistas y humanitarias orientadas a la paz, la estabilidad, el desarrollo y la democracia (Robert P. Marzec. Militarizing the Environment. Climate Change and the Security State, 2015). En este sentido, habría que pensar la acumulación capitalista actual como producción de vida precaria. Es decir, la acumulación actual depende estructuralmente de la producción de población sacrificable, pero ya no solo en los clásicos términos de la superexplotación de la mano de obra, sino ahora en los términos de una devastación generalizada que va más allá de los límites de la sustentabilidad. En efecto, la blosses Leben de la que hablan Benjamin y Agamben, ha llegado a ser una forma definitoria de la vida bajo el capitalismo tardío y globalizado. De ahí entonces la convergencia siniestra entre exiliados, migrantes y refugiados, pues en esta convergencia se define el carácter sacrificial de la acumulación actual.

3. – En un momento decisivo de su análisis del totalitarismo Nazi, Hannah Arendt presenta al refugiado como un fenómeno masivo y distintivo de esta nueva experiencia del terror (Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo, 2007). En ese mismo contexto, y manteniendo una clara oposición al sionismo que aspiraba y aún aspira a la configuración de un Estado israelí de carácter confesional, ella muestra las diferencias entre el judío advenedizo o parvenu, y el judío itinerante, pobre o paria, que incapaz de asimilarse a la cultura europea, seguía siendo refugiado al momento de la guerra, es decir, muestra en la heterogeneidad de lo judío la inviabilidad de fundar un Estado confesional y étnicamente sustentado, pues en esa pretensión se repite, inadvertidamente, la lógica excepcional de la violencia que el pueblo judío había sufrido recientemente (“The Jewish as Pariah. A Hidden Tradition”, 1944). El paria, nos dice ella, es portador de su propia miseria, y en esa miseria, en su falta de atributos, se refleja una experiencia del exilio más cercana a la condición histórica del pueblo judío. Pero el parvenu, cansado del éxodo y de la diáspora, se dispone ahora, después de la Guerra, a ocupar el territorio palestino para asentarse y permanecer. Sin embargo, esa pretensión, que a más de alguno podría parecer legítima, no solo descansa sobre la obliteración de otro pueblo, sino sobre una excepcionalidad en la que se manifiesta su autopercepción como pueblo elegido. La impecable formulación de Arendt, resistida y criticada por sus contemporáneos, nos mostraba que la única posibilidad de una democracia republicana radical estaba en la supresión de todo privilegio étnico o religioso, porque en la lógica excepcional que funda la posibilidad misma del Estado confesional se repite, dolorosamente, la misma operación que había costado la vida de millones de judíos: hombres, mujeres y niños sin atributos, enfrentados a la máquina de exterminio Nazi, anónimos protagonistas de la Shoah.

La democracia no como redención, sino como posibilidad, descansa entonces en un habitar sin fronteras ni excepciones, sin nacionalidades ni identidades, en la misma existencia de pueblos sin atributos, de lo contrario, el régimen de la excepción y de la exclusión amenazará siempre limitando el principio sin principio de la errancia, convirtiéndolo en movilización fundacional, esto es, en politización moderna: movilización total. En este mismo sentido, el palestino no solo ha sido expatriado, sino que cuando decide permanecer y no abandona su hogar, ha sido cercado, condenado a una forma de existencia precaria, exiliado de la ciudad política y sus derechos, aún cuando no haya sido expulsado del territorio. Como tal, el palestino ya no tiene atributos y por eso, es una figuración de la condición precarizada de la existencia, pero no como el muselmann, nombre utilizado por los nazis para referirse a los prisioneros desfallecientes en los campos de concentración, según nos cuenta Primo Levi o Agamben. El palestino como figura de un pueblo sin atributos, expropiado de sus derechos y de todas sus pertenencias, funciona entonces no solo como una universalidad negativa en la que se condensa la experiencia de los pueblos privados de paz y de bienestar, seres arrojados al mundo sin contemplación, expulsados no solo desde la ciudad, sino desde la misma humanidad que insiste en definirse según economías atributivas y jerárquicas. Funciona también como posibilidad de una resistencia tenue, cuya fuerza viene de la perseverancia del mero hecho de existir, antes que Ser. En esa perseverancia, el paria y el palestino tienen más en común entre ellos que con el ciudadano de cualquier Estado confesional, incluyendo el Estado de Israel.

4. – En un ensayo célebre, Modernidad y blanquitud, Bolívar Echeverría reparaba en las variables culturales que explicaban las diversas formas y metamorfosis del racismo occidental. Mediante una lectura inteligente de las determinantes culturales del protestantismo y su lógica sacrificial, Echeverría podía mostrar las diferencias entre un racismo vulgar relativo al color de piel o a su grado de blancura, y un complejo entramado de presupuestos que determinaban un racismo de la blanquitud, que era capaz de superar al racismo vulgar, pero que reaparecía en la identificación de unas determinadas pautas culturales como indicativas de una predisposición racial. Se puede ser de cualquier color mientras nuestras conductas y prácticas no estén reñidas con el universo cultural dominante, nos decía Echeverría, mientras analizaba el liderazgo afroamericano y su excelente pronunciación del inglés, repasada por el blanqueamiento de Harvard. Curiosamente, a comienzos de este siglo, el escritor neoconservador norteamericano, Samuel Huntington, publicó un libro titulado: Who are We? The Challenges to America’s National Identity (2004), en el que se quejaba de la migración ‘hispana’ a la que caracterizaba como profundamente católica, renuente al trabajo y a la integración, incapaz de adaptarse a la nueva cultura americana, definida según los ideales de la WASP nation (White, Anglo-Saxon, Protestant), reactiva al inglés, y que como tal constituye una gran amenaza de desfiguración o ‘desnaturalización’ de la identidad americana. Esta representación de la crisis americana no es nueva, pertenece a una vieja tradición excepcionalista que concibe a América como “La tierra del futuro”, transformando la teología excepcional del pueblo elegido en la Doctrina del Destino Manifiesto. Por supuesto, todo esto configura un racismo que ya no descansa en la mera descalificación de la población ‘hispana’ según aspectos fenotípicos. Por el contrario, se trata de un racismo que consiste en la reducción de la complejidad cultural tanto de América como de los inmigrantes hispanos a una serie de esquemas maniqueos que solo sirven para orientar políticas populistas y demagógicas, basadas en la producción artificial de un enemigo y de lo que en inglés se llama fearmongering (que consiste en obtener legitimidad mediante la construcción artificial de una amenaza externa).

En efecto, haber identificado la migración hispana (latina) como amenaza para la identidad nacional americana es lo que define la agenda neoconservadora que impera en Estados Unidos desde los últimos años del siglo XX, para la cual, los procesos migratorios nunca aparecen como consecuencia de sus mismas políticas devastadoras a nivel regional, su incentivo de la economía de carteles, sus intervenciones militares prolongadas en América Central y en el Cono Sur, sus tratados de libre comercio y la imposición forzada del neoliberalismo y sus procesos de precarización en la economía mexicana. En el relato excepcional americano, la inmigración es el efecto ex-nihilo de una decisión personal, y no la consecuencia de su propia performance imperial.  En tal caso, la crítica del racismo y del rechazo a la migración debe ir de la mano con la crítica de la razón imperial americana.

Arturo Ortiz Struck
 

5. – Por lo mismo, no es casual que, como nos indica lúcidamente Wendy Brown (Estados amurallados, soberanías en declive, 2013), la misma metamorfosis de la soberanía contemporánea permita la producción de Estados amurallados, pues esos muros intentan detener una transformación inevitable del marco institucional de la modernidad política occidental. De ahí que las agendas anti-inmigratorias se presenten como defensoras de la comunidad y de la identidad nacional, pues uno de los efectos imponderables de la transformación del capitalismo ha sido, inevitablemente, la crisis de radical de la ilusión identitaria y de sus respectivos nacionalismos. La inmigración contemporánea, forzada y masiva, amenaza con terminar de desbaratar esta ilusión identitaria, provocando una crisis radical de nuestra modernidad política. Sin embargo, antes de mitificar el rol transformador de dicha población migrante, todavía debemos considerar la infinita cantidad de víctimas menores de la historia, víctimas anónimas de procesos de re-territorialización forzados, paranoicamente estimulados y militarmente sustentados. No me refiero solo a los niños detenidos y abusados en la frontera sur norteamericana, sino a la figura del migrante anónimo contemporáneo cuyo cadáver constituye una economía de los restos que nuestras democracias no se atreven a discutir. Si Néstor Perlongher nos decía en el contexto de las dictaduras del Cono Sur, “hay cadáveres”, su gran poema neobarroco parece anticipar el negro canto de nuestro presente:

Bajo las matas

En los pajonales

Sobre los puentes

En los canales

Hay Cadáveres

En la trilla de un tren que nunca se detiene

En la estela de un barco que naufraga

En una olilla, que se desvanece

En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones

Hay Cadáveres

En las redes de los pescadores

En el tropiezo de los cangrejales

En la del pelo que se toma

Con un prendedorcito descolgado

Hay Cadáveres

En lo preciso de esta ausencia

En lo que raya esa palabra

En su divina presencia

Comandante, en su raya

Hay Cadáveres

(Néstor Perlongher, fragmento de “Hay cadáveres”, Poemas completos 1980-1992, 1997)